Una mirada desde el NT a los diferentes ministerios
Eduardo de la Serna / José Luis D'Amico
La
posibilidad de abrir el debate a diferentes ministerios a partir de las
asambleas o contextos sinodales, y la dificultad de aceptar el ministerio
femenino en muchos ambientes eclesiásticos, a pesar de que el mismo Francisco
haya constituido una comisión para estudiar e impulsar la discusión abierta del
tema, nos motivó este texto que pretende, sencillamente, ser un punto de
reflexión para nuestras comunidades y para quienes se encuentren interesados/as.
Se
ha escrito con frecuencia, y habitualmente con sensatez, sobre los ministerios
en el Nuevo Testamento. En ocasiones, alguna obra sobre el tema, marca un nuevo
punto de partida ineludible en adelante (como es el caso de “Sacerdotes
antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento", de Albert Vanhoye [1980]).
Creemos importante entender que son muy diferentes “las Iglesias que los
apóstoles nos dejaron” (Raymond Brown) y, por tanto, sería extraño absolutizar
una, negando las restantes, cosa que en ocasiones ha ocurrido.
Es
comprensible, pero no razonable, que algunos ministerios del s.I y comienzos
del s.II se entiendan como esos mismos ministerios se comprendieron en los siglos
posteriores, especialmente a partir de la Traditio Apostólica (s. III,
con frecuencia atribuida a Hipólito de Roma, a la que, quizás con un poco de
ironía, podríamos calificar como el primer “Código de Derecho Canónico”).
Veamos, por caso, que – dejando de lado el sacerdocio de Cristo, al que dedica
su homilía el autor del
escrito a los Hebreos – en el N.T. los diversos ministerios no son considerados de ningún modo
“sacerdotales”. Por otro lado, es evidente, que los diferentes ministerios se
van dando en las diferentes comunidades motivados por diferentes necesidades.
Cuando las comunidades crecen en número, por ejemplo, la distribución de
tareas, al interno y al externo, en lo económico y la atención a los pobres y
las viudas, en las celebraciones y visitas a presos o enfermos empieza a
organizarse. Es lo que Max Weber denominó la “rutinización del carisma”, algo
obvio ante la desaparición del líder carismático, y el crecimiento o necesidad
de estructuración. Sería anacrónico, evidentemente, entender los diferentes
ministerios de las comunidades paulinas (que, además, son diferentes en cada
comunidad) a la luz de los ministerios de las cartas con intención pastoral en
los que se pretende una cierta animación y propuestas pastorales. Y, a su vez,
sería extraño entender estos ministerios a la luz de lo que se vislumbra en
Ignacio de Antioquía (y no así en otros autores del mismo tiempo y diversa
región), y estos en comparación con la Traditio Apostólica. Aunque
algunos nombres se repitan no necesariamente ha de concluirse que el ministerio
sea idéntico. Los presbíteros, por ejemplo, parecen tener un origen en las comunidades
judías de la diáspora. Los ancianos (en griego, presbíteros) suelen ser
referentes de la memoria histórica, de la sabiduría y la sensatez, y no
escucharlos suele ser ejemplo de todo lo contrario. Lo ocurrido con los
presbíteros de Corinto y ante lo que reacciona la llamada carta “de Clemente”
es buen testimonio de ello. La importancia de que algunos (no necesariamente de
un modo fijo y permanente como parece en varios casos) vigilen la vida, la
dinámica, la disciplina de las comunidades se ve, por ejemplo, en los escritos
de Qumrán. No señalamos que se trate de los mismos “vigilantes”. Allí, el mebaqer, cumple una función de ordenar la comunidad, vigilar por su doctrina y
disciplina. Este mebaqer podría ser el “modelo” para los epíscopos
citados en las cartas pastorales. La referencia a “episkopos y diákonos”
en Fil 1,1 es compleja y creemos que se trata de una provocación contracultural
propia de Pablo y especialmente frecuente en esta carta.
Lo
mismo ha de decirse de las personas responsables del servicio de los hermanos
(entenderlo como “servicio de las mesas” a la luz de Hch 6,1-6 parece una
reducción excesiva del término). Mirando los escritos no es evidente cuál es
específicamente el rol que desempeñan, aunque lo cierto es que existen. Pero
también existe, y parece entenderse como ministerios, el grupo de las viudas de
1 Tim 5,3-16 (aunque se intenten precisar algunos criterios a fin de que no
cualquiera pueda acceder a esto). No deja de ser interesante que el “oficio de
las viudas” con el tiempo, ya en el s.II empieza a llamarse de las “vírgenes”
(algo que ciertamente no aplica si lo entendiéramos literalmente).
Esto
invita, además, a pensar el lugar de las mujeres en estos roles ministeriales
(que, lo repetimos, no han de entenderse como se entienden más adelante en
siglos posteriores). Ya indicamos que los escritos paulinos no manifiestan
tener ministerios fijos en las comunidades; Pablo parece invitar a que cada
comunidad se dé la organización que vea mejor. Y nada indica que haya
limitación a las mujeres en estos ministerios. Cuando comienza la “rutinización
del carisma” y las comunidades empiezan a estructurarse conforme a los modelos
propios de sus lugares y tiempos, y se organizan según el modelo de “la casa”,
empieza a limitarse la visibilización de las mujeres, cosa que se ve en las
cartas deutero-paulinas y especialmente en las Pastorales. Así, mientras se ven
mujeres diáconos, viudas y presbíteras en Tito 2,2, también es notable el
intento de callarlas en 1 Timoteo 2,11-12. Sobre esto y sus motivaciones no hay
unanimidad entre los diferentes autores y autoras: ¿se trata de limitar el
poder de mujeres adineradas? ¿de callar a quienes abusan del don de profecía?
Sin
embargo, si bien la mujer no puede tener actividades públicas, sino solamente hogareñas,
no se puede ignorar que las comunidades (“Iglesias”) eran domésticas (recién
Clemente de Alejandría habla de “ir a la Iglesia”) por lo que en la
casa-eclesial las mujeres tenían cierta libertad (aunque no parece que así
ocurriera en todas las comunidades, como venimos diciendo). Sin embargo, como
hemos indicado, en las cartas pastorales se habla de “presbíteras” y de
“diákonas” (cosa simulada en algunas traducciones; la Biblia de
Jerusalén, por ejemplo, traduce “ancianas” [cf. 1 Tim 5,2; 3,11], lo que es
exacto, pero no se comprende por qué traduce “presbíteros” entonces al referir
al varón [cf. 1 Tim 5,17]).
Ciertamente
en la historia, los ministerios fueron variando [lo ocurrido con el ministerio
de Pedro es ciertamente elocuente] según los tiempos, las regiones, las
necesidades y las comunidades. Precisamente por eso nada impide que sigan
cambiando, que se descarte lo negativo (clericalismo, autoritarismo, etc.) y se
aproveche la novedad y las necesidades. De escuchar “los signos de los tiempos”
se trata.
Es
importante reiterar que los distintos ministerios reflejan una serie de
características muy importantes.
1. No se trata de ministerios sacerdotales, sino de servicios concretos de la comunidad según sus necesidades. No hay sacerdocio “cristiano” salvo el de Cristo en el Nuevo Testamento;
2. El término utilizado habitualmente para ministerios (diakonía) no es, de ninguna manera, un término honorífico, sino por el contrario es degradante y peyorativo. Ser servidor o ser esclavo es ubicarse en lo más bajo de la escala social y cultural (el “lavatorio de los pies” de Jesús a los discípulos, algo propio de los esclavos y que Jesús invita a que los suyos repitan con todos, ciertamente presenta el “lugar” desde el que siempre mirar y ejercer los ministerios);
3. Los distintos ministerios están puestos por la misma comunidad para aquello que la comunidad necesita; de ningún modo puede verse una “clericalización” (= la suerte, la parte elegida) en los servicios. Lo que cuenta es siempre la necesidad y la comunidad, el ministro es simplemente un intermediario, y no más que eso.
Si
bien los escritos paulinos son en los que se descubre con más nitidez los
diferentes ministerios según los momentos y circunstancias, no se puede dejar
de lado que en otros escritos del N.T. hay elementos a tener en cuenta.
Si
en el Evangelio de Juan es evidente que no hay sino un apóstol: Jesús, es
interesante que en el añadido tardío que encontramos en el cap. 21,15-19 se
destacará un rol particular en Pedro. Sin embargo, el “apacentar las ovejas/
corderos” sólo será posible
1.
En la medida del amor (“¿me amas?”),
2.
en la medida en que Pedro reconozca su pasado negador (“se
entristeció de que por tercera vez…”)
3.
y que nunca olvide que se trata de ovejas/corderos de Jesús, y no
propios.
Pero
este amor lo llevará al martirio (“otro te llevará”) porque con esta verdadera y
nueva disposición sí seguirá a Jesús (no como ante la pasión, en la que lo
siguió al Pretorio para negarlo y negarse: “no soy”).
En
Hechos de los Apóstoles, en cambio, es evidente que “los Apóstoles” son los
Doce; y se establece narrativamente una suerte de cadena de transmisión de
Jesús a los Doce, de estos a otro grupo (entre los que Pablo, que no es apóstol
en este libro, ocupa un lugar principal) y de estos a los presbíteros (que no
parecen existir en tiempos de Pablo). Por eso debe prestarse mucha atención al
discurso de Pablo a los presbíteros de Éfeso en Mileto (Hch 20,17-36) donde el
acento está en la ausencia de Pablo (algo comprensible al escribirse el texto)
como continuadores de su obra para lo que se les encarga “vigilar” (episcopein)
y “cuidar” el rebaño. La imagen de la comunidad como rebaño parece tardía en el
NT, como se ve en el texto de Juan, recién comentado, en este texto y el de 1
Pedro que en seguida comentaremos. Se trata de un rebaño, de su cuidado
(pastoral) y de la introducción de peligros que pueden afectarlo.
En
1 Pedro también se hace referencia, como dijimos, a la imagen pastoral, pero
Jesús es visto como “pastor de pastores” (mayoral, 5,4). Pedro puede
exhortarlos no sólo por ser presbítero también él sino por ser “testigo” (mártir).
Y el criterio principal es tener una serie de elementos: “no forzados”, “no por
interés de ganancia”, “no tiranizando” a la comunidad sino cuidándola y siendo
modelos de ella (5,1-4).
No
debería descuidarse, además, en estos casos citados la referencia económica de los
ministros con respecto a la comunidad: Hechos 20,33-34 reitera que Pablo no
buscó los bienes de los suyos, y por eso trabajó con sus manos; 1 Tim 6,5
sentencia que la muchos “hacen de la piedad un negocio” y 1 Pedro 5,2 reitera que no se debe actuar por “ambición de dinero”. El
desprendimiento de la vida y de los bienes parece una característica principal
de los ministros ejemplares en el NT.
Finalmente,
el autor del libro del Apocalipsis puede escribir, ciertamente lo que le es
revelado en una visión, a las siete (= todas) Iglesias para lo que “Juan” ha de
ser testigo (mártir) de Jesucristo, es “hermano y compañero” en la
tribulación y el exilio a causa de la Palabra que, de todos modos, insiste en
proclamar (Ap 1,2-9). Y esto, el vidente lo pronuncia y experimenta “el día del
Señor”, porque es su comunión mística con Dios la que lo lleva a pronunciar su
palabra.
No
está de más señalar que en la vida cotidiana experimentamos a diario actitudes
o servicios ministeriales “no delegados” sino o bien asumidos, o bien
encomendados. Hay personas que tienen el “cuidado” pastoral de otros y otras,
orientan, acompañan, nutren en actitudes ciertamente “episcopales”, “presbiterales”
o “diaconales” sean o no ministros o ministras ordenados/as.
Del
mismo modo no parece sensato desconocer a decenas de místicas y místicos de
ayer y de hoy que con sus actitudes, palabras, escritos revelan caminos,
muestran horizontes y marcan huellas para transitar en la historia.
No
se puede, de ninguna manera desentenderse que para las diferentes comunidades
del NT los ministros lo son porque su testimonio (hasta el extremo de la
deportación o arriesgando la vida) los avala, y porque un atento cuidado y
preocupación por las necesidades de las comunidades lo impulsa. Ciertamente se
puede señalar, como es propio de los mediadores, que solo Dios (y su proyecto)
y la comunidad destinataria cuentan, y el ministro es simplemente intermediario
y cuando éste se expone demasiado suele ser obstáculo para aquello que debiera brillar:
el deseo de Dios para las comunidades concretas.
Imagen tomada de https://www.almudi.org/articulos/15617-ministerios-de-la-mujer-en-el-nuevo-testamento
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