El desafío y el miedo a la novedad
Eduardo
de la Serna
En muchísimas ocasiones me ha
pasado (y les ha pasado a amigues y conocides) que frente a algo que siempre se
hacía de algún modo yo (o elles) proponía “otra variante” (para mí preferible) para
hacerlo… era y es frecuente escuchar “¡qué lindo!”, “¡qué bueno!”, o cosas semejantes,
pero, en seguida todo se seguía haciendo como antes. Exactamente como antes. En
lo personal creo que hay muchas posibilidades o razones para que esto ocurra de
esta manera, y sería muy interesante intentar profundizarlas (¿pereza?, ¿temor
al error o al cambio?, ¿miedo a que pierda su “eficacia” ?, ¿falta de
creatividad?, ¿inconsciente colectivo?, ¿cultura centenaria, o milenaria
inamovible? ...). Y me estoy refiriendo, especialmente, a cuestiones que se
mueven en el ámbito religioso: celebraciones, oraciones, liturgias o
paraliturgias, sacramentos o sacramentales, pesebres, viacrucis o rituales,
etc.
Por ejemplo, es habitual en
muchas culturas imaginar que Dios (o la/s divinidad/es) se encuentran “arriba”,
y por eso el fuego o el humo se elevan, los altares se elevan, y hasta es
frecuente, si no hay montañas (para estar más cerca de Dios) que se recurra a
pirámides o cosas semejantes para acercarse a él. Y, en general, es habitual
que para relacionarse con la divinidad se recurra al culto (sean sacrificios,
liturgias, ritos o demás cosas). Para quienes aceptamos la Biblia como un Dios
que nos sale al encuentro, nos resulta llamativo que, con muchísima frecuencia,
mientras – como es habitual – el pueblo (y los sacerdotes) pretenden
encontrarse con Dios en el culto, Él les (nos) dice que no es allí donde lo
encontraremos sino en “el derecho y la justicia” [mizpat wetzedaqá],
es decir, en el reconocimiento (y comportamiento) frente a lxs demás como
verdaderxs hermanxs. “Después sí” se puede recurrir al culto. Después, porque
entonces sí habremos vivido “como Dios quiere” y entonces, porque ya nos hemos
encontrado con él, ahora sí podemos celebrarlo. El culto, en la Biblia, no es
“para” encontrarnos con Dios, sino una celebración de que “ya nos hemos
encontrado” antes con Él y lo festejamos, lo expresamos.
El Nuevo Testamento va todavía
más allá. El encuentro con Dios se vive en el amor mutuo, “misericordia
quiero, no sacrificios” repite dos veces Mateo citando al profeta Oseas. No
se puede amar a Dios a quien no se ve si no se ama a su hermano(a) a quien sí
se ve… quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano(a) es un(a)
mentiroso(a). El problema bíblico es que – como se ve en el texto recién citado
– pareciera que siempre se debe cargar con el peso de pretender hacer nosotros
lo que Dios nos dice que no es lo importante, no es necesario o, peor aún, es
erróneo hacer. Casi como si nosotros le explicáramos a Dios cómo debiera ser Él
y sus cosas, dónde debe estar y cómo “debe” Él salirnos al encuentro.
Entonces, la repetición de lo
habitual (culto, rituales…) pareciera – para nosotros – el modo sensato para
encontrarnos con Dios. Aunque Dios mismo diga lo contrario. Todo debe hacerse
como siempre se hizo y hace, y así Dios estará contento, pareciera. Es decir, todo
indica que somos incapaces de ver, primero la novedad que Israel tiene con
respecto a los pueblos, dioses y religiones de su entorno, y, además, incapaces
de entender la novedad que trae Jesús; así parece que decir Nuevo Testamento,
Nueva Alianza, Mandamiento Nuevo, y todo lo “nuevo” que atribuimos al Nazareno
no debiera ser tan “nuevo” como se dice. La cosa está en seguir haciendo todo
como siempre; quizás así estemos seguros que se hace bien.
Imagen tomada de https://www.psicoadapta.es/blog/miedo-al-cambio/
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