Mesas y casas
Eduardo de la Serna
Los
estudios contemporáneos de la Biblia han incorporado las ciencias sociales con
excelentes resultados. Es un tema complicado, ya que las ciencias sociales
requieren “campo”, cosa que no se tiene hablando de más de 2.000 años pasados,
pero, aplicadas cuidadosamente, humildemente y críticamente los resultados son
importantes. Esto requiere, por cierto, mirar con detenimiento y atención el
universo cultural, histórico, político, social del entorno bíblico.
Uno
de los aportes importantes, especialmente para el llamado Nuevo Testamento, es
el reconocimiento de “la casa”. Ciertamente no se refiere a la edificación
(aunque también) sino a todo lo que esta significa. Es interesante, para comenzar,
que las casas de pequeños poblados pescadores, como Cafarnaum, por ejemplo, revelan
que en el “patio” (centro de la casa) desarrollaban sus tareas tanto varones
como mujeres. Se han encontrado elementos de cocina (propio de las mujeres de
entonces) y de pesca, como anzuelos o restos de redes (propio de los varones de
entonces). Las casas de los pequeños poblados campesinos, entonces, no tenían
espacios propios según el género, cosa que sí ocurría en las ciudades. Pero los
escritos cristianos no se dirigen, especialmente, a pobladores campesinos sino
urbanos. Jesús desarrolló su ministerio en ambiente campesino, pero su
movimiento (más tarde llamado “cristianismo”) fue constituido por “los primeros
cristianos urbanos”. La correspondencia neotestamentaria está dirigida a
comunidades ciudadanas, lo mismo que el Apocalipsis, y también los Evangelios.
En este sentido, entonces, “la casa” no es lo mismo cómo la vivió Jesús de cómo
la viven los escritos posteriores.
Ya
plantean los antiguos escritores greco-romanos que “la casa” es una mini-ciudad
y la ciudad es una “gran casa”. Como se vive en la casa se espera se viva en la
ciudad y viceversa. Ya en los primeros escritos (las cartas de Pablo) en la
casa es donde se reúne la comunidad, lo que supone, ciertamente, una casa
holgada para recibir un número importante de personas (y, por eso, además, es
normal que se hable de “las Iglesias de…” ya que se supone que hay más de una
casa “cristiana” en la ciudad). Ahora bien, a medida que el “cristianismo”
empieza a organizarse, y estructurarse, lo va haciendo según el modelo de “la
casa”, en la que hay alguien que garantiza el orden y por tanto que esa casa “sea
bien vista” por los demás: el oikodespotês / pater-familias. Una casa en la que el garante ostenta que
tiene correcta y debidamente sometidas y sometidos a mujer, hijos, hijas,
esclavos y esclavas, y que sabe manejar bien el dinero. De allí que, en los
escritos más tardíos, se comienza a pretender este orden en las comunidades a
fin de que los cristianos no sean mal vistos por los demás y, por lo tanto, no sea
infructuoso cualquier intento evangelizador. Esto mismo se ve, con diferentes
matices en los Evangelios (donde es más evidente es en Marcos donde Jesús “adentro”
explica todo).
Dentro de esa estructura,
también, está “la mesa”, es decir lo que culturalmente significa la comida. No
solo la dieta, sino también cómo se come, con quiénes, etc. En general, por
ejemplo, no era habitual que las mujeres comieran con los varones (Filón de
Alejandría comenta como novedad que entre los Terapeutas las mujeres comían con
los varones), aunque no tenemos muchos elementos para saber qué ocurría en los
ambientes campesinos en este sentido. Sin embargo, todo indica que en las mesas
de Jesús también participaban las mujeres y, probablemente, también en las
comunidades de Pablo. Las mesas de Jesús resultaban escandalosas para muchos (“¡y
come con ellos!”), lo mismo las de Pablo que como extremo, ante uno que vive de
un modo que “ni entre los paganos” va a decir con ese “¡ni comer!” La mesa compartida
es expresión de la fraternidad-sororidad que Jesús instaura en la que todos y
todas son hermanos y hermanas hijos de un único Padre, el Abbá (e Imma, la
madre), Dios.
Pero las mesas han cambiado…
¡y las casas! En barrios cerrados o countries – como en las ciudades
amuralladas – sólo puede acceder un pequeño grupo (que son “como uno”) o el
personal de servicio, debidamente investigado y revisado. Y las mesas son espacios
de ostentación de las diferencias marcadas por un “nosotros-ellos”. Sólo un
grupo muy selecto es invitado a las mesas de La Embajada el 4 de julio. No es
una mesa de/para todos. Sólo un grupo, también selecto, participa de la mesa
judicial en la que se decide la libertad o no de quienes son “ellos”. Sólo un
grupo selecto pertenece a la “mesa de enlace” donde enlazan la comida de un
pueblo para apropiársela. Son mesas muy pequeñas, porque no se espera que se
incorpore nadie que no sea “nosotros”. Todo lo contrario a las mesas de Jesús a
la que todxs son invitadxs y sólo queda fuera quién se auto excluye porque no
quiere reconocer como hermanxs a “esos”.
Es un tema de mesas, entonces…
Rutilio Grande, que será beatificado este año, decía un mes antes de ser
asesinado:
«El mundo material es para todos sin fronteras. Luego, una mesa común con manteles largos para todos, cómo está eucaristía. Cada uno con su taburete. Y que para todos llegue la mesa, el mantel y el con qué. Por algo quiso Cristo significar su reino en una cena. Hablaba mucho de una cena. El de 33 años celebró una cena de despedida con los más íntimos; y dijo que ese era el memorial grande de la Redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan su puesto y su lugar».
Imagen tomada de http://angelescustodios.net/dat/2016/03/
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