El “reino de los cielos”
Eduardo de la Serna
Con mucha frecuencia solemos hablar – en cristiano –
del reino de los cielos. Y, ciertamente, de eso habla con frecuencia el Nuevo
Testamento. Pero veamos algunas cosas prácticas antes de mirar qué quiere decir
este tal “reino”.
En la Iglesia de los primeros siglos, por motivos
obvios (como la búsqueda de profundizar en la propia identidad "cristiana", ya distinta de los judíos) el Evangelio más leído
de los tres sinópticos fue el de Mateo (también el de Juan, pero por
motivaciones más “espirituales”). Mateo es el Evangelio que habla de la Iglesia
(solo en Mateo aparece la palabra, que está ausente en los demás evangelios),
Mateo resalta, más que los otros, la figura de Pedro, insiste en la importancia de las obras, y
tiene elementos sacramentales destacados. Es decir, cuando el cristianismo
empezaba a tratar de profundizar “quiénes somos”, Mateo fue de mucha utilidad;
por eso, es frecuente ver comentarios a Mateo en los escritores de los primeros
siglos. Pues bien, mientras los otros evangelios (y también en otros escritos)
se habla de “reino de Dios”, en Mateo se utiliza casi siempre “reino de los
cielos”, por lo que pasa a ser parte del lenguaje incorporado. Por ejemplo,
Marcos usa “reino de Dios” 14 veces, Lucas 32 veces, Juan 2 veces, Hechos de
los Apóstoles 6 veces, los escritos paulinos 7 veces (aunque 3 veces habla de “reino
de Cristo”, que parece otro tema), y en otros escritos (Hebreos, Santiago y Apocalipsis
de habla de “un reino” sin precisarlo). Mateo, en cambio usa 33 veces “reino de
los cielos” (y 3 veces usa “reino de Dios”). ¿Por qué Mateo prefiere “cielos”?
Sencillamente porque en su tiempo en los ambientes más piadosos se trataba de
evitar el nombre “Dios” y se usaban ideas semejantes (Señor, Creador, Todopoderoso,
y también “cielos”, por ejemplo). Es decir, para que en su auditorio, conformado
por muchos cristianos provenientes de los ambientes judíos piadosos no se sintieran
provocados, Mateo omite mencionarlo (y, probablemente, en los 3 casos en los
que lo utiliza sea para “sacudir” a sus oyentes en temas graves).
Ahora bien, ¿de qué se trata este “reino de Dios”
del que habla Jesús, porque la tentación es imaginar que Dios reina “en los
cielos”, y – entonces – “la tierra” pasa a ser ámbito del mal (maligno), el “mundo”, del cual, lo ideal, es fugarse, o escaparle.
Ciertamente la palabra “reino” es una palabra del
ambiente político, y remite a un rey. En la antigüedad se supone que los reyes
(judíos o no judíos, buenos o malos reyes, religiosos o no) hacen su voluntad y
la ejercen (pacífica o violentamente) sobre sus súbditos. Es decir, el rey “reina”.
En este sentido, en castellano, en griego y en hebreo, “reino” de Dios puede
ser activo (Dios reina) o pasivo (un espacio donde Dios, o un rey, reina, como
cuando se dice “el reino de Castilla”). El riesgo de hablar de “reino de los
cielos” sin entenderlo en su contexto es creer que Dios reina “en los cielos” (un
sentido pasivo). Cuando Jesús habla de un reino que “se acerca”, que “está” no
se refiere a un lugar, evidentemente. Se acercan los tiempos en que se hará la
voluntad de Dios, Dios va a intervenir en nuestra historia. Es decir, en un
mundo en el que no se hace la voluntad de Dios, el rey, en un tiempo próximo,
cercano, se hará la voluntad de Dios, “en la tierra como (se hace) en el cielo”.
La clave, evidentemente, está en la realización o no de la voluntad de Dios (y,
entonces, así Dios “reina”). Esa voluntad de Dios, manifestada en “su pueblo” (donde
Dios reina, porque en los otros pueblos, reinan otros dioses) es que en Israel
(y luego, en la Iglesia) se viva de un modo diferente y que así Israel sea “luz
de las demás naciones” mostrando que al vivir “el derecho y la justicia” Dios
se manifieste en la historia (eso es, en la Biblia, la “gloria de Dios”; Dios “brilla”
cuando Israel deja a Dios reinar). Por eso, además, Israel tiene conflictos con
otros pueblos que lo dominan, porque no es la voluntad de Dios la que se
pretende hacer sino la de los gobernantes extranjeros.
Precisamente ante tanta violencia, opresión y
dominación extranjera, Jesús insiste en que Dios se ha decidido a intervenir. No
se trata de que derrocará a los pueblos opresores, sino que en que se hace
presente Dios en nuestra historia (con lo cual los opresores quedan debilitados
en su poder, por supuesto). Jesús quiere que todo Israel se reúna como pueblo
(había sido dispersado por el mundo por los diferentes imperios) y sea Él el
padre (abbá) de todos y todas. Es en lo cotidiano donde Jesús nos invita al
perdón, al encuentro, a restaurar a las personas alienadas por fuerzas que los
tiran al piso, nos llama a la mesa compartida… al amor. Precisamente porque Jesús imagina
este reino como una casa donde se comparte la mesa es que al reino de Dios también
se “entra”.
Así, Jesús nos invita a recibir a este Dios que
viene y que nos hace hermanos y hermanas (de todo judío en tiempos de Jesús, y
ampliado en el cristianismo primitivo a hermanos y hermanas de todos y todas).
Es en la vida diaria donde estamos llamados a mostrar una vida alternativa,
diferente y subversiva a la vida de injusticia, indiferencia, opresión,
insolidaridad. Es en la vida diaria donde estamos invitados e invitadas a
mostrarle a quienes nos rodean que Dios está reinando donde los pobres son
saciados, los deudores perdonados, las victimas acompañadas… Invitados a
mostrar a todos y todas que otro mundo es posible, y en ese mundo Dios quiere
reinar en la vida y el amor para todos y todas.
Imagen tomada de https://centroloyolacanarias.org/2018/08/13/la-mesa-que-anticipa-el-reino/
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