jueves, 24 de marzo de 2022

¿por qué cantamos?

 POR QUÉ CANTAMOS


Por Eduardo de la Serna


ESPECIAL, 24 DE MARZO


Recuerdo perfectamente el 24 de marzo de 1976. Recuerdo el ambiente y el clima que fue gestándose. Recuerdo que los Medios de comunicación nos aturdían mostrándonos un clima invivible. No solamente por el ambiente de violencia (guerrillas, Triple A y otros) sino por el clima de “no se aguanta más”: en los mercados el desabastecimiento era total, no había aceite, yerba, azúcar ni demás productos esenciales de consumo. Y, porque “no se aguanta más”, cuando ocurrió el golpe “deseado”, esperado, hubo en muchos una cierta sensación de alivio. Sorpresa en nadie.

Yo estaba en el Seminario, estaba por despertarme y entra en mi cuarto Ernesto, compañero de seminario e hijo de militar: “somos gobierno” dijo, pretendiendo ser gracioso. Desde las sábanas le dije el peor insulto que se me ocurrió en ese momento.


Desde entonces, muchas cosas cambiaron: no sólo que “mágicamente” los mercados se abastecieron súbitamente, sino que el clima y el ambiente se enrareció al instante. En el Seminario salíamos los sábados después del almuerzo para volver el domingo por la noche, pero algunos elegían quedarse o volver a dormir los sábados; eso lo prohibieron los superiores; algunos, cuando salíamos poníamos un pequeño papelito en la puerta para ver si estaba en su lugar cuando volvíamos; y, en mi caso, a decenas de amigas y amigos ya no volví a verlos nunca más (con algunos pudimos reencontrarnos cuando pudieron regresar de su exilio). Ciertamente mi vida cambió totalmente (incluso sobrenombres que amigos me daban “desaparecieron” entonces, con ellos; y hube de empezar una nueva vida “solo eclesiástica”). No sabía, entonces, como intuí después, que estando en el Seminario de Buenos Aires nada nos pasaría (a cambio del silencio episcopal). Pero los desaparecidos nos iban aturdiendo, cada vez eran más los amigos y amigas que ya no estaban. Y, a eso se podía sumar las matanzas y masacres de los palotinos, de los asuncionistas, de La Rioja, con “obispo incluido” y muchos otros elementos que fueron creando un ambiente turbio y de muerte (literalmente)… En lo personal hube de entrar en lo que se llamó un exilio interno del cual tardé bastante en salir (además “formateado” por la institución y su complicidad). Sí puedo decir que nunca dije, ni en mi ambiente se dijo, “en algo andarían” o “por algo será”. Si hasta recuerdo una cena, en la que unos amigos de mis papás nos invitaron y también habían invitado a los hijos de otro matrimonio, y estos celebraban la “paz” y la “tranquilidad” que “ahora hay” a lo que con mi hermano no hicimos sino descargar una catarata de hechos aberrantes y denuncias de situaciones. Uno de ellos volvió lívido a su casa, según nos contaron después, no sabía nada (y no quería saberlo).


La dictadura, una excusa


Gracias a Rodolfo Walsh y su análisis siempre lúcido pudimos tener bien claro que el golpe fue, en realidad, una excusa. Las guerrillas estaban bastante diezmadas después de Formosa y Monte Chingolo, se habían adelantado las elecciones e incluso la presidenta había desistido de presentarse. No era mucho lo que había que esperar, pero el “no se aguanta más” sirvió para que la ciudadanía reclamara – desde su ombligo, en muchos casos – un nuevo gobierno de “orden y paz”. Y los mismos que proveyeron de mercadería 24 horas después del golpe militar, proveyeron también un ministro de economía que, desde el autoritarismo, la violencia y el genocidio, pudo imponer un modelo económico que jamás podrían proponer desde un gobierno en democracia. Con el apoyo imprescindible de los Medios de comunicación y la presión de los empresarios (siempre tan atentos a las necesidades de sus bolsillos… y de sus bancos), y con la imprescindible bendición eclesiástica, un genocidio se hizo patente. Y visible a quien quisiera verlo.


Es evidente que el modelo económico, por su perversión, no podía resistir los 10 años que Martínez de Hoz había solicitado. La sociedad se iba deshaciendo, especialmente haciendo patente el adagio jauretchiano: “la clase media cuando está bien, vota mal y cuando está mal, vota bien”. Claro que esos mismos empresarios tienen “espalda” para resistir un primer amago alfonsinista, súbitamente ahogado por una hiperinflación y una deuda con el FMI que iba creciendo (la guerra de Malvinas les sirvió a los militares, casi en retirada y fuga, para resistir todavía un año más… y acrecentar más aún la deuda externa, por cierto). Ahí mismo, el “poderoso caballero” logró la traición de un gobierno que había anunciado una “revolución productiva” y “salariazo” para continuar – en aras a cumplir los dichosos 10 años, solo brevemente interrumpidos por un primer amago alfonsinista. De nuevo el país se iba deshaciendo, y un extraño conato de progresismo increíble, también súbitamente interrumpido, permitió continuar el experimento neoliberal. Hasta que “todo voló por los aires”. Los presidentes iban y venían, y las “espaldas” del capital tuvieron que mostrar su “aguante” porque necesitaron un poco más de 12 años para poder regresar. Y allí volvieron. Y no parece que se hayan ido.


Genocidio humano, genocidio económico


Este pantallazo económico no es ajeno a las reacciones durante y después del genocidio y la Dictadura. Ya cuando las fronteras se abrieron con motivo del mundial (y los pobres de la Ciudad eran echados hacia el Conurbano), se empezaron a visibilizar (a quien quería ver… una vez más) un grupo de mujeres. Munidas del arma letal que representaban sus pañuelos. Periodistas que habían venido para ver partidos, vieron que había otra realidad. Y muchos la mostraron. La prensa hegemónica, incluso la deportiva, seguía mostrando que “los argentinos somos derechos y humanos” y que en el exterior había una campaña anti-argentina. Pero muchos exiliados, sobrevivientes de los campos de detención y exterminio, ahora en el exterior, y familiares de desaparecidos (el nombre de Emilio Mignone no puede sino reconocerse y destacarse por sus frutos y consecuencias) fueron socavando los cimientos dictatoriales que las Madres hacían tambalear.
Con el regreso de la democracia pareció que se instituía el “Nunca Más”. Se empezó una Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP) y un juicio a las juntas después que la “justicia militar” demostrara que no estaba dispuesta – obviamente – a “proceder”. Pero luego se vio acompañado de La Obediencia Debida y el Punto final y, ya en el siguiente gobierno, los indultos. Nada de esto era ajeno a los procesos económicos que se vivían. Sólo dos procesos judiciales pudieron seguir, la apropiación de niños (Abuelas de Plaza de Mayo) y los juicios “por la verdad” (E. Mignone). Hizo falta que algún juez honorable (¡los hay!) reconociera la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad, y que un nuevo gobierno descolgara cuadros, y devolviera memoria para que la verdad empezara a salir a la luz. Aunque fuera nuevamente ensombrecida en tiempos recientes y sus cajones siempre (per)judiciales.
Los desaparecidos, siguen desaparecidos; los ayer niños, hoy adultos, siguen sin poder conocer su verdadera identidad, los cuerpos siguen sin ser recuperados, y las familias sin poder elaborar sus duelos; y los responsables, especialmente, los empresarios, siguen manejando la economía y otros poderes de la república, como el judicial, evidentemente.


Memoria – verdad – justicia


Es aquí que surge una trilogía urgente. Memoria, verdad y justicia. La necesidad de justicia es evidente. E indispensable. Pero – lamentablemente – no es lo que se suele esperar del poder judicial en general. Hay empresarios que siguen manejando (no solo sus empresas, sino el país entero, además), y sus juicios son inexistentes por más que hayan adquirido sus empresas en la sala de torturas, o sido cómplices de apagones y de aportar camiones. Sólo unos pocos jueces o tribunales (y muchos sin la necesaria celeridad) avanzan con investigaciones mientras otros están a la espera de que la “cronoterapia” deje todo como está. La verdad se vuelve difícil de conocer con archivos que no se han abierto (incluso eclesiásticos, en algunos casos), y con los Medios de Comunicación del lado de la complicidad. Hasta tal punto se miente y distorsiona que todavía se escucha (y más que antes, debemos reconocerlo) mantras tipo “no fueron 30.000”, o – simulada en nombre del equilibrio y la moderación – una teoría que presenta inexistentes dos demonios. La memoria es indispensable para que el ayer siga presente hoy. Para que nos siga doliendo. Para que teniendo delante el ayer seamos firmes caminadores que buscan evitar tropezar otra vez con la misma piedra (aunque con el neoliberalismo vamos por tres tropiezos, y pueden ser más). Los tiempos recientes pudieron mostrarnos el intento sistemático de que la justicia durmiera en cajones los reclamos, la verdad se disimulara en una supuesta “verdad completa” (sic) y la memoria se disimulara detrás de animalitos. Esto sirvió, al menos, para descubrir que la justicia debe ejecutarse, trabajarse, buscarse, militarse. No es algo “matemático”. Que la verdad debe buscarse, caminarse, vivirse, rastrearse, y no esperar que simplemente florezca. Que la memoria se “haga”, se investigue, se comprometa; no se trata de “googlearla”. No se trata de “tener” memoria, verdad y justicia sino de hacerlas, militarlas, vivirlas, buscarlas. Se trata de políticas. Las mismas que otros buscan esconderlas, y que tantos y tantas queremos de florezcan con mil flores.



Algunos, cuando decimos “nunca más”, en realidad nos referimos a todo un clima, todo un ambiente, todo un ‘proceso’ político, económico, social. Porque todo eso son los Derechos Humanos que queremos y quisiéramos que sean una escarapela que podamos ostentar los argentinos.
Recuerdo bien aquel 24 de marzo. Y recuerdo cada rostro que ya no está; cada mate o guitarreada, encuentro o celebración. Y con los sobrevivientes, conocidos o no, creo que nos debemos nuevas celebraciones. Y por eso seguimos marchando. El 24 de marzo que se acerca me y nos encontrará con la memoria del dolor, con el grito de la verdad y la esperanza de la justicia. El 24 de marzo seguiremos marchando porque nos debemos otro país. Muy distinto, por cierto. Como el que ayer soñábamos, como aquel por el que muchas y muchos no están y porque “nuestros muertos quieren que cantemos”.


texto escrito para sinfondo.online

https://sinfondo.online/?p=714



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