Dios ¿debe ser obedecido?
Eduardo de la Serna
La
obediencia parece ser una virtud. Por ejemplo, es uno de los votos de la vida
religiosa (castidad, pobreza y obediencia). De hecho, se ha escuchado que
“quien obedece, nunca se equivoca”. Pero, ¿qué quiere decir realmente esto?
Para empezar, en castellano el término obedecer tiene su raíz en escuchar (ob-audire; es decir, se trata de una reacción conforme a lo que se ha escuchado) y en la Biblia ocurre lo mismo. Un rey pronuncia una ley o un decreto y se debe actuar conforme a su palabra (obedecer). Otros términos (someterse, acatar, hacer caso, por ejemplo) tienen otra connotación, habitualmente una relación de superioridad (sub-metere, ponerse debajo). Un buen ejemplo lo encontramos en el texto de 1 Sam 15,22:
«¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la palabra de Yahveh? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros».
El texto, como se ve señala algo evidente: no es el
culto y los ritos lo que nos ponen en comunión con Dios sino la “obediencia”. En
los primeros casos se usa el verbo shamah (escuchar, de donde viene el nombre
Simeon/Simón, Dios escucha); en el segundo (docilidad), se utiliza keshab
(estar alerta).
Es
interesante que el término griego “hypakoê”, que suele traducirse por
obediencia solo se encuentra una vez en el AT (2 Sam 22,36, que algunas biblias
traducen por “respuesta favorable”). El otro sustantivo “obediencia” (hypêkoos)
suele traducirse por “servidumbre” (Dt 20,11; Jos 17,13) y, en Pablo, sí por obediencia
(2 Cor 2,9; Fil 2,8). El verbo hypakouô, obedecer, es el término clave,
entonces. Este puede ser seguir instrucciones (y así, obedecer), escuchar el
golpe de una puerta (Hch 12,13), escuchar una voz y dar una respuesta (Is 65,24)
… La clave está en la escucha, entonces, y su reacción ante ello. Ahora bien,
obedecer puede remitir a una actitud de sumisión. La actitud de “escuchar
(hypakouô) la voz del Señor” (Dt 26,14; 30,2) es la clave. Es interesante notar
que Pablo la pone en paralelo con creer en la predicación (Rom 10,16), es “obediencia
de la fe” (Rom 1,5; 16,26).
En este
sentido, autores como Oseas (y luego los autores deuteronomistas) dan un paso
más señalando que más que “obedecer” a Dios, se invita a “amarlo” (Dt 6,5;
10,12 [paralelo de servirlo]; 11,1 [paralelo de guardar sus consignas]; etc.)
como respuesta a un Dios que a su vez ama (7,8; 10,15 etc.). Más aún, hay que
decir que, si bien no ha desaparecido en el NT la idea de la obediencia (aunque
sea fundamentalmente una “escucha de la fe”), y se mantiene (aunque, en los
Evangelios, solo en un marco veterotestamentario; cf. Mt 22,37), casi tampoco
se habla en el NT del “amor a Dios”. En las primeras cartas de Pablo, en
cambio, encontramos una novedad, que es la pretensión de “agradar a Dios” (cf.
1 Tes 2,15; 4,1; 1 Cor 7,32); para los discípulos de Pablo, por ejemplo,
“obedecer a los padres” (que debería ser un mandamiento a acatar) es algo que
“agrada a Dios” (Col 3,20; Ef 5,10). Por eso se nos invita a vivir de un modo
que a Dios le sea grato (Rom 12,1.2), “el que sirve a Cristo [en justicia, paz
y alegría en el Espíritu] es agradable a Dios” (Rom 14,18). Esa es una nueva
liturgia, la del servicio al/los hermano/s (Fil 4,18; también Rom 12,1).
En general, la norma de “obedecer
a Dios” se expresa – como dijimos – como “escuchar a Dios”. Por cierto, que se
supone que esa escucha implica una responsabilidad con lo que se ha escuchado y
quien ha pronunciado su palabra (en
pocas ocasiones se utiliza “peitharjeô, que es “hacer caso”, por ejemplo, a
Dios antes que a las personas, cf. Hch 5,29.32; 27,21). Evidentemente, en una
sociedad habituada al esquema rey y esclavo, o patrón y cliente, es razonable
que la relación con Dios sea mirada en esos parámetros. En ese sentido, también,
se han de entender los “mandamientos”, tema que nos servirá para una reflexión
futura.
Mirando cómo va revelándose el
Dios que en un primer momento pretende que seamos sus vasallos hasta llegar a
mostrarse como “papá” (abbá) de Jesús y nuestro (e incluso un padre al que, si
se lo desobedece, eso no implica que rompa relaciones con nosotros (Mt
21,28-31; Lc 15,20-24) y por tanto un padre que se alegra cuando sus hijos e
hijas le causan placer.
“yo no quiero forjar mi corona
para ganar méritos sino para causarle placer a Jesús” (Teresa de Lisieux, Carta
143, a Celina, 18 de julio 1883)
Foto tomada de https://es.123rf.com/photo_28676717_peque%C3%B1o-camino-al-parque-que-se-bifurcan-de-manera-divergente-.html
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