Imágenes de Dios
Eduardo de la Serna
Una imagen es una expresión (pintura, escultura,
fotografía, etc.) que nos permite de cierto modo “tener presente” al objeto o
sujeto “imaginado”. Ver fotos suele ser la ocasión de recordar otros momentos o
lugares, personas o mascotas, por ejemplo. Por supuesto que las hay mejores o peores,
más realistas o menos. ¿Quién no escuchó, por ejemplo, decir que alguien no
salió bien en una foto? Nadie duda que se trata de esa persona, pero la pose,
la toma, las luces, o lo que fuere no la presentan adecuadamente. O así lo ven
algunos.
En tiempos en que no existía la fotografía, las imágenes
eran “hechas por manos”, sean esto pinturas, sobre relieves, esculturas, por
ejemplo. En ese caso, se podría decir que de ese modo es como el artista “imagina”
al sujeto representado. Y – acá viene un elemento muy importante – al imaginarlo
de determinada manera, en cierto modo, lo limita. Decir que “así es” también
indica que “de otro modo no es”. Y esto es un problema cuando hablamos de Dios.
Si Dios se identifica con un chacal, o un gato, por ejemplo, podemos imaginarlo
de ese modo; y entonces, cualquier imagen de chacales o gatos nos permitiría
representarlo, pero jamás con la imagen de un ibis o una lechuza. Eso sería otro Dios. Y
cuando Dios no se identifica con nada de todo eso, pues resulta imposible
identificarlo, y toda imagen sería una distorsión. Sería sólo “hechura de manos”.
Esa es la razón por la que en la Biblia hebrea se ha prohibido hacer / tener
imágenes de Dios. Sin duda que se refiere a imágenes “de Dios”,
porque en una ocasión ante una plaga de ratas manda hacer una imagen de una rata
de oro (la que luego estará en el arca de la alianza; 1 Sam 6,5.11) o también
una serpiente de bronce (Núm 21,9) e incluso dos querubines de oro deben estar
en el altar (Ex 25,18). Es Dios el que no puede ser imaginado, porque no puede
ser limitado. Aunque, debemos decirlo, en ocasiones Él mismo acepta un límite y
al crear al ser humano se señala que es “a su imagen” (Gen 1,26) del mismo modo
que un hijo es la “imagen” de su padre (Gen 5,3). La creación deja ver al
invisible, repite Pablo (Rom 1,20).
En el Nuevo Testamento hay un
pequeño cambio. Ciertamente sigue estando vedado tener una imagen de la
divinidad (esa es la crítica de Jesús a la moneda del Emperador que tiene una “imagen”
suya y se aclara que se trata del “divino hijo”, ver Mc 12,16); pero Jesús
mismo “es la imagen de Dios invisible” (Col 1,15) y los seres humanos (o los
cristianos) están destinados en sí mismos “a
reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29). Evidentemente, a partir de la
encarnación, la Palabra “se hizo carne” y, por tanto, es razonable y posible
imaginarla.
Esto no
puede significar que podemos “limitar” a Dios. Si significara eso, nos
estaríamos haciendo un ídolo, y no estaríamos “dejando a Dios ser Dios”. Por
eso es interesante la insistencia en la Biblia (AT y NT) en cuestionar lo que
es “hecho por manos”, como los “dioses” (Dt 4,28) o “ídolos” (Is 2,8; Jer 1,16
etc.) [por supuesto que se refiere a algunas cosas “hechas por manos”, no a la
mayoría de otros hechos que son positivos, como la labranza, las edificaciones, las ofrendas, etc.]
pero esto debe tenerse presente: “Asiria no nos salvará, no montaremos a
caballo; no volveremos a llamar 'dios nuestro' a las obras de nuestras manos; en
ti encuentra compasión el huérfano”. (Os 14,3). De hecho, es interesante que en
algunas ocasiones donde la Biblia se refiere a ídolos o imágenes, la biblia griega
lo traduce por “hecho por manos” (ver Sab 14,8), y – también es interesante –
ese término, en el NT se encuentra 6 veces, 5 de las cuales se refieren al
Templo que se ha divinizado; algo sin duda criticado por los escritores
cristianos.
En este
sentido, entonces, es razonable imaginar – tener imágenes –... a Jesús (y, mucho
más aún, a sus amigas y amigos de la historia, como las y los santos) siempre y
cuando – lo cual es obvio – esto no sea visto como una “imagen de Dios” (o,
para ser precisos, no más imagen de Dios que la que un [buen] ser humano lo es).
Pero,
todavía queda un elemento interesante para añadir. Todos y todas tenemos en nuestra
mente una imagen interna de Dios. Creemos (imaginamos) que Él es de determinada
manera, que actúa de determinado modo (o no). Y sería imposible no tenerla. Incluso
los no creyentes afirman no poder / aceptar creer en un dios al que imaginan de
determinado modo. Ciertamente muchas cosas, positivas o negativas en nuestra
vida han influido en que tengamos esa imagen interna de Dios. Pero sería
fundamental tener claro que Dios es siempre más, siempre más “perfecto” que esa
imagen que tenemos de él. De allí la indispensable actitud de “dejar a Dios ser
Dios”, es decir, no pretender que quede reducido o “limitado” a la imagen que
de Él tenemos. Ponerle límites a Dios, aunque sean los que nos parecen
razonables, no nos permitirá encontrarnos con el Dios de la Biblia, y el papá
de Jesús.
Foto
tomada de https://www.alamy.es/artesano-haciendo-mascaras-nepalesas-en-bhaktapur-nepal-image349331750.html
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