Invitación a que sea santa, nuestra semana, hoy
Eduardo
de la Serna
Una semana es un espacio de
tiempo. Medido en días (siete), habitualmente comenzada el domingo (primer día
de la semana) y finalizada el sábado (séptimo día). Pero ocurre que, en estos
días, entramos en una semana que afirmamos que es “Santa”. Es decir, algo que
es “de Dios”. Es cierto que todos los días deberían serlo, para personas
creyentes, pero, podemos decir que es la más santa de las semanas.
Curiosamente, además, es una
semana de ocho días, porque se mide de domingo a domingo, suponiendo – hay discusiones
al respecto, pero no es el caso – que Jesús vivió una semana en Jerusalén entre
su llegada a la ciudad, su asesinato y resurrección pascual. Brevemente,
pareciera que la idea es que Jesús llega a la ciudad donde su fama lo precede,
y, entonces, una multitud lo recibe con cantos y un cierto reconocimiento como
rey. Jesús fue a Jerusalén, proveniente de Galilea, para celebrar la pascua,
que ocurriría jueves o viernes (no lo sabemos con certeza). En su última cena,
Jesús interpreta esa comida a la luz de su muerte inminente, y “lee” el pan
partido y compartido como su cuerpo que será torturado, y el vino como su
sangre que será derramada. Sea la comida de Jesús pascual o no, lo cierto es
que fue la última antes de ser capturado. Un grupo, probablemente muy pequeño
de los jefes judíos (encabezados por el Sumo Sacerdote) presenta a Jesús ante
el procurador Pilato como un enemigo de la “pax romana” logrando su ejecución
como un subversivo. Todo ha terminado, dicen. Pero, parece, que unas mujeres
que van a llorar a la tumba, o su cercanía, la encuentran vacía, y tienen una
experiencia que les hace creer firmemente que Jesús estaba vivo; experiencia que
– no necesariamente el mismo día, sino a lo largo de bastantes – también tuvieron
algunos de sus compañeros y compañeras, y – no sabemos cómo – también algunos
adversarios, como es el caso de Pablo. Esta experiencia de que Jesús está vivo
les “devolvió el alma al cuerpo”. Pero supuso, en los que lo habían seguido
para anunciar el reino de Dios, que ahora no podían nunca dejar de hacerlo. Por
eso y a eso se supieron enviados (que en griego se dice apóstoles).
Pero esto que celebramos,
puede ser una simple “memoria”, o puede ser militancia. No es coherente, por
ejemplo, celebrar el día de la independencia y apoyar propuestas políticas de
sumisión a nuevas potencias imperiales. Para decirlo claro, no es “de los reyes
de España y sus dominios” que deberíamos independizarnos, sino de “todo dominio”;
aquel fue el primero, pero que debe continuar hoy… y mañana. Eso sería la independencia.
·
Si celebramos que Dios reina (o Jesús, aunque eso
sea más complejo), obviamente eso implica rechazar otros reyes: “no se puede
servir a Dios y al dinero”; no sería lógico aplaudir con palmas a Jesús, pero
celebrar a otros dioses, o cosas divinizadas.
·
No es coherente compartir la mesa del pan y el
vino y desentenderse del pan de los hermanos y hermanas, porque “eso no es la
cena del Señor”; no es lógico que haya quienes se sientan o sepan excluidos de
la mesa por su condición o por su situación cultural, económica, social.
·
Es absurdo pretender caminar con Jesús el
camino de su pasión (via crucis) y en las actitudes cotidianas tomar
partido por los azotadores, los torturadores o el imperio; no es ni siquiera
humano que nuestro corazón y nuestras actitudes no vibren y se comprometan
frente a los crucificados y crucificadas por las decenas de brazos imperiales o
sus sicarios de ayer, de hoy y de mañana.
·
No parece razonable celebrar la vida nueva y
divina de Jesús sin pelear por la vida digna de tantas y tantos a los que le es
conculcada, negada, maltratada por el hambre, la injusticia, la violencia y
tantas otras indignidades e inhumanidades; no parece creyente, si acaso, no
reconocer y abrazar toda vida, aunque tantas sorpresas nos llevemos por las
vidas que no se parecen a nuestros sueños o deseos.
Celebrar una semana a la que
reconocemos como santa, puede volverse un mero acto ritual, festivo o
conmemorativo, o puede ser un tiempo (semana) en el que queremos dejar a Dios
entrar en nuestras vidas (santa) lo que implica, además, pretender que todos
los días lo sean, porque en todos los días Jesús sigue siendo crucificado,
compartiendo la mesa y viviendo y dando vida. De colaborar con él se trata esto
de ser Iglesia. De ayudarlo a que el mundo se parezca un poco más a aquello por
lo que arriesgó su vida, por lo que sus adversarios lo asesinaron, y que Dios,
al resucitarlo, nos dijo “muchachxs, ¡es por acá!”
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