Una mirada a la derecha
Eduardo de la Serna
Es evidente que, en un primer momento, al menos, las
palabras derecha e izquierda, como lejos, cerca, oriente y occidente y demás
del estilo, son palabras de relación. Algo está a mi izquierda, o cerca, y “yo”
soy el referente del dato. Se refiere a cerca mío, o a mi izquierda. Y, por
ejemplo, lo que está a mi izquierda, está a la derecha del que me está mirando.
Recuerdo una conferencia en la que una profesora, experta en el tema, hablaba
del Cercano Oriente, y se refería a Israel, Mesopotamia y el ambiente del mediterráneo
oriental, y yo comenté que – para nosotros – el cercano Oriente es Uruguay, no
Israel. Cercano, en ese caso, se refiere a una mirada desde Europa, no desde
donde la experta estaba hablando. Y los ejemplos podrían multiplicarse.
Sin embargo, en el lenguaje cotidiano, suele hablarse
de derechas e izquierdas en el horizonte ideológico, y ya no son términos de
relación, y, a lo sumo se suele añadir el prefijo ultra, o centro para
relativizarlas o acentuarlas desde un centro equilibrado y amable, que
vendríamos a ser “nosotros” y los “difusores”. Así, determinados personajes o
determinadas propuestas políticas suelen calificarse de derecha o de izquierda
sin que se explicite a la izquierda o derecha de qué o de quién.
En este marco, las propuestas políticas, económicas,
sociales suelen calificarse, entonces, de derechas o izquierdas de un modo fijo.
Por supuesto, añadamos, que serán presentadas crítica o valorativamente según
quien las presente o comente (porque también en los comentadores, o en los
difusores, hay derechas e izquierdas, aunque habitualmente pretendan simularlas
con el mote de “independientes”). Y, como los Medios de Comunicación tienen la capacidad
de mover sentimientos, amores y odios, es fácil ver como determinados
personajes comienzan a ser apreciados o despreciados, en ocasiones por cosas
nimias. Curiosamente se logra que a una mujer se la critique por levantar un dedo
y se aplauda a uno que grita e insulta desaforadamente “a diestra y siniestra”.
Ciertamente, si los medios de difusión nos reconocen
y valoran a un sujeto, ese tal termina siendo casi como de la familia y cena
con nosotros desde el televisor. Y se imponen como de sentido común las cosas
más alocadas o perversas; el odio, por ejemplo. Pero reconozcamos, además, que,
en ocasiones, hay políticas que con un cambio de orientación pueden
modificarse. Leyes o decretos en ese sentido conocemos en cantidad. Pero,
también, hay decisiones que ya no parecen tener vuelta atrás. Un día, en
dictadura, Argentina se integró al Fondo Monetario Internacional, y así estamos,
rehenes. Otro día, se deshicieron las Juntas Nacionales de Granos y de Carnes,
y ¡así, “el campo” (sic) hace y deshace la economía del país. Otro día se
privatizó casi todo… Son decisiones que, como se dijo, no tienen vuelta atrás.
Así como sería, por ejemplo, la eventual dolarización. No es algo que se pueda
deshacer (como el caso de Ecuador lo demuestra, y quizás también El Salvador).
Y, no es casualidad, todas estas son políticas de derecha. Que parecen dar el
golpe (en ocasiones en todos los sentidos de la palabra) y luego esperar hasta
un nuevo tiempo oportuno para el siguiente.
Es verdad que, debemos reconocerlo, que sean
perversos no significa que sean idiotas (alguno hay, claro). Y no es de
extrañar que, como prestidigitadores, muestren algo por acá y nada por allá
para después por allá sacar sus beneficios. No sería de extrañar, por ejemplo,
que se muestre un diletante desorbitado para después mostrar lo equilibrado que
alguna paloma viene a ser (en comparación con el anterior, por cierto lo parece).
El lenguaje ha logrado – desde hace siglos – que algo sea recto, o diestro, que
sea bueno dar la derecha, mientras sea siniestro levantarse con el pie
izquierdo o actuar por izquierda. Si hasta nos han convencido que la virtud de
la justicia es “derecho” …
Es verdad que, mirando los personajes, no deja de
ser llamativo que la muy-derecha se apropie de la categoría libertad, que hable
como pontificando, pero se niegue a cualquier debate o encuentro porque es
incapaz de hacerlo sin recurrir al insulto o la agresión violenta. Y,
seguramente, sin capacidad alguna de argumentar ante las críticas o las contra-preguntas.
Tanto que podría decirse que a su derecha está el abismo (o, ironizando, por
aquello de que los extremos se tocan, a su derecha está la ultra-izquierda). Precisamente
por su incapacidad de diálogo o debate sólo se escuchan slogans vacíos como de
los 70 años de peronismo (¿¿¿???), que “se robaron todo” (hasta un PBI sin
siquiera imaginar de qué suma estaríamos hablando), etc. Pero, y no deja de ser
curioso, hasta hace poco era evidente que a la derecha le avergonzaba afirmar
que lo era, y se autopercibían (o afirmaban hacerlo) de Centro. Obviamente, si
los Álvaros Alsogaray o Uribe son de Centro, a la izquierda hay multitudes. Y
no quiero pensar quiénes serían señalados como de derecha en ese arco… Pero
hoy, curiosamente, algo ha cambiado, y hay quienes afirman orgullosos ser de
derecha, se exhiben banderas nazis, o se aplauden golpes genocidas (o se los
disimulan) en Argentina o en Brasil, por ejemplo. En otras partes, las
actitudes frente a los migrantes son un buen test de derechización.
Parece que el mundo se ha corrido bastante a la
derecha como para que se atrevan a reconocerlo. Si hasta insinuar que uno es de
izquierda (como lo hizo el amigo Paco en un programa de TV) merece una
exclamación de horror o espanto del interlocutor. En mi caso, no sé si soy de izquierda
o de derecha. Obviamente estoy a la derecha del FIT y a la izquierda de los
dizque libertarios (es realidad, todos lo estamos). Quisiera estar del lado del
Evangelio de Jesús y de los pobres de la tierra. Y si por eso me califican de
ser de izquierda, seré siniestro. Al fin y al cabo, escribo con la mano
izquierda, por si sirve de ejemplo.
Foto tomada de https://www.alamy.es/imagenes/prohibido-girar-a-la-derecha.html
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