La oración (1ª parte)
Eduardo
de la Serna
Esta reflexión, que no
pretende agotar el tema pero sí dar “puntas” para la reflexión y también para
evitar alguna “confusión”, tendrá tres partes, en tres notas sucesivas. La primera,
sobre la oración en general , la segunda y tercera, sobre la oración en el Nuevo
Testamento (en Jesús y en Pablo, respectivamente). .
Veamos el problema. Por
supuesto sería injusto y falso decir que solo los cristianos rezamos. En
general, todo grupo religioso lo hace, con sus características y sus aspectos
propios. Incluso, en algunos sectores no creyentes, la “meditación” ocupa un espacio
que se “toca” con la oración. Además, no es difícil integrar todo esto con la “sensación”
(habitualmente placentera) que queda después de la oración. Y confundirlo. Por
ejemplo, la actitud de relax después de una sesión de yoga, puede asemejarse en
mucho a ciertos frutos de la oración, como por ejemplo la paz interior.
Además, digamos, no hay un
solo modo de oración, ni hay un único modelo. Y, así, la oración de alguien
puede no serme de utilidad a mí, y – obviamente – la oración mía no ser de utilidad
para ese alguien. Con frecuencia, por ejemplo, algunos recurren a los modos
orientales de orar mientras otros no encuentran provecho en ello.
Además, también – y ya
entrando en el ambiente católico en particular, o cristiano en general –
mirando a los grandes maestros de la oración encontramos también modos y
criterios muy distintos (en los primeros siglos de la Iglesia, por ejemplo, los
modos, palabras, gestos y actitudes de las comunidades del Mediterráneo oriental eran muy
diversos de las occidentales).
Digamos, a modo de principio,
que el modo de oración de “A”, sirve a “A” pero no necesariamente a “C”. Y, por
cierto, “A” hablará maravillas de su modo, y “C” hará lo mismo con el propio.
Así – solo a modo de ilustración – habrá quien reza por repetición (el rosario
es un buen ejemplo de ello), quien lo hará cantando, quien bailando, quien
leyendo, quien enciende velas, quien elige la oscuridad, quién pone una música
suave, quien escoge el silencio, quien lo hace en comunidad, quien escoge la
soledad, quien recurre a la Biblia quien a maestros o maestras espirituales,
etc. Y sería falso pensar que el modo que me sirve a mí, o que me enseñaron a
mí, debiera servir a todos. Me sirve a mí, y eso es bueno. Pero no es “universal”;
obviamente puedo proponerlo a otros y otras, pero debería saber bien que ellos y
ellas pueden preferir otro modo, e imponerlo (o pretenderlo) sería desconocer
que Dios tiene muchos y diversos modos de salirnos al encuentro.
Me contaron de un cura en el monte
que veía que un campesino iba todos los días temprano a la capilla, estaba una
hora y se iba. Un día, el cura le preguntó por lo que hacía. La respuesta fue
contundente: “- mire, padre, yo no sé rezar. Soy jornalero, así que lo que
tengo es mi tiempo. Entonces, vengo todos los días y le regalo a Dios una hora
de mi vida”. ¿Alguien, sensatamente, se atrevería a decir que esa no era una
oración? Excelente oración, por cierto.
Pero, y aquí un maravilloso
problema… Los modos, los ejemplos, las y los orantes pueden ser muy diversos,
pero Dios es siempre uno y el mismo. Y, si realmente hay un encuentro, de alguna o
de otra manera, algo Dios modela en la o el orante. Insisto que me refiero a lo
que es oración como algún modo de encuentro, y no – como hemos señalado, y se
presta a confusión – a otras experiencias, buenas seguramente, como
meditaciones, relajaciones, respiraciones, o demás. A encuentro con Dios, no a
un encuentro consigo mismo, me estoy refiriendo. Y a las consecuencias del
encuentro con Dios solemos llamarlas mística. Y las y los místicos tienen mucho
para decirnos y de los que mucho tenemos para aprender. A veces no tanto por
sus modos, que como está dicho, pueden no sernos de utilidad, sino por el (o
la) “Dios” con quien se han encontrado.
En nuestro modo de oración – y
es un tema interesante y complejo para la teología – también hay diferentes modos.
El más común, frecuente y popular es la petición. Con frecuencia se reza para pedir
por la salud, el “pan y el trabajo”, la paz del mundo, etc. A veces, a
consecuencia de este, también se experimenta la acción de gracias. Pero,
generalmente, para agradecer los frutos de aquello que antes hemos pedido. Sin
embargo, también es posible dar gracias por los dones inesperados o gratuitos
de Dios. La misa es, precisamente, una acción de gracias (eso significa
eucaristía en griego). Pero, la oración, también puede ser un simple y mero encuentro
(habitualmente en el que expresamos nuestro amor a Dios y nos experimentamos
amados por él).
A modo de primera síntesis
señalemos, entonces, que no todas las experiencias interiores deberían calificarse
de “oración”. Ciertamente no las estamos ni criticando ni cuestionando,
simplemente dudamos que de oración se trate. La oración existe cuando hay un
encuentro entre Dios y nosotros (el tema, de allí la confusión, es que, como a
Dios no lo vemos, radica en creer que se trata de encuentro con Dios cuando en
realidad se trata de otras cosas). Sin duda, para tener un cierto modo de confirmación
deberíamos mirar los frutos. Y no se trata de serenidad interior o paz (que son
buenas, ciertamente) sino, “en cristiano”, del amor. Y de amor a las y los
hermanos. Ese puede ser un buen test que nos asegure que, de alguno o de otro
modo nos hemos encontrado con el Dios Padre y Madre de Jesús.
Imagen tomada de https://www.religiondigital.org/imagenes_de_la_buena_noticia/Primera-eucaristia_7_2452924688.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.