Pensando la violencia
Eduardo de la Serna
La situación, tanto de Brasil como de Perú hoy, o la
de Chile, Bolivia, Colombia ayer, invitan a una reflexión seria sobre la
violencia.
Es frecuente escuchar decir que “condenamos toda
violencia”, o “la violencia es anticristiana”, o cosas semejantes, pero esos, o
semejantes dichos, se asemejan más a un slogan que a un profundo análisis del
tema. Que lo amerita. Me estoy refiriendo a la violencia social, no a la
violencia interpersonal, como es el caso de la violencia intrafamiliar, de
género, etc., que merecerían, también, un serio análisis.
Y a esto, se ha de añadir, que, con mucha frecuencia,
al rechazo o condena a la violencia, se le suele añadir un “pero” que debe ser
pensado con seriedad.
Un problema, por ejemplo, se ve cuando parece que se
rechaza toda violencia “pero” no tanto cuando la cometen o efectivizan “los
nuestros”. Es aquí cuando la formulación de rechazo se parece a un slogan, es
decir, a “propaganda política”. Dejando de lado los “ultras”, que nada malo ven
en “lo nuestro”, es habitual que ante hechos aberrantes, sea frecuente escuchar
la detestación, “pero”, ¡ojo! “los otros” también lo hacen, (y con frecuencia, en
ese caso es ¡peor!). Un ejemplo evidente es lo que en Argentina llamamos la
“teoría de los dos demonios”; es decir, rechazamos la violencia ejercida por el
Estado (desapariciones forzadas, torturas, violaciones, genocidio, etc.)
“pero”, como – suelen afirmar – buscamos la “verdad completa”, no se puede
dejar de lado la violencia guerrillera… Con lo cual, la violencia estatal es
vista como “exceso” y consecuencia de esta última. Es decir, la condenamos,
pero no tanto, porque tiene una justificación o razonabilidad. No es este el
momento de cuestionar esta absurda, falsa y cómplice “verdad” (algunos, los únicos
dos demonios que reconocemos son el cívico y el militar), aquí sólo pretendo
detenerme en el “pero”. Es decir, en quienes cuestionan la violencia, aunque no
totalmente cuando es “nuestra”.
“Condenamos toda violencia, sea de derecha o de
izquierda, se escuchó decir a muchos, después de los violentos y aberrantes
acontecimientos ocurridos en Brasil. Para agravar esta ilógica mirada,
inmediatamente se escucharon argumentos o presentación de circunstancias que no
tienen nada que ver con lo ocurrido en Brasilia: los acontecimientos en Chile,
a raíz de la injusticia sistemática, que derivaron en un intento de reforma de
la Constitución pinochetista, en nada se asemejaron a aquello; lo mismo lo
ocurrido en Colombia, a raíz de una sucesión de acontecimientos, que
manifestaron a todas luces el descrédito del gobierno de Iván Duque, en nada se
asemejan, tampoco. En ambos casos hubo un acontecimiento sencillo (aumento del
boleto del metro, en uno, una reforma tributaria, en otro) que hicieron patente
un descontento civil de muy larga data. Por otro lado, el golpe de Estado en
Bolivia (con apoyo externo, de Argentina, especialmente) y las masacres allí ocurridas,
(que también merecieron un “pero” en el rechazo de muchos) tampoco se parecen a
lo ocurrido en Brasil, que a su vez es diferente a lo que ocurre en Perú (basta
con ver la cantidad de muertos para dejar constancia de esto). La comparación
de todo esto, además, con una marcha de rechazo a una reforma provisional en
Argentina es, sencillamente, falsa; y, además, mentirosa; la represión del
gobierno de Macri y una de sus manos derechas, Patricia Bullrich, fueron
simplemente, violencia represiva (y lo que se dice a consecuencia de esto, son
simplemente “eslóganes”). Pero la pregunta sigue… ¿No es importante pensar el
tema de la “violencia”? ¿Siempre la violencia es mala?
Empecemos con un dato sencillo, en el que – en
principio – parece haber acuerdo (“pero”): en ocasiones la violencia es una
suerte de “mal necesario”, y por eso se deben establecer criterios muy
precisos, que se deben cumplir muy meticulosamente para que no se desborde
(porque, convengamos, la violencia, una vez comenzada, es muy fácil de que
crezca en intensidad; es lo que dom Helder Camara llamaba “la espiral de la
violencia”). El ejemplo más evidente es el de la policía. Podríamos señalar que
la policía es un “mal necesario”, es decir, hay ocasiones en las que es
necesario recurrir a ella para que ejercite violencia, la que debe ser
equilibrada, razonable, justa, etc. Un policía debe ejercer violencia para
detener un crimen, por caso, pero sería un exceso (un delito) que un efectivo
matara a una persona por robar una gorra. Ciertamente por esto, la policía
debiera estar muy bien preparada para evitar un ejercicio indiscriminado de la
violencia.
Otro ejemplo, importante, para pensar la violencia, es
la historia. Nadie negaría que Bolívar, San Martín, y tantos próceres de
nuestras patrias actuaron con violencia. ¿Entonces? ¿Condenaríamos la
violencia, en estas ocasiones? Ciertamente, en estos casos, los españoles sí lo
hicieron, es decir, la condenaron… y la combatieron. ¿Se deberían haber dejado
las cosas como estaban? Si coincidimos en que, en estos casos, se actuó con
justicia y razonablemente, ¿cuál es el criterio?
Otro elemento complementario, que en ocasiones emerge,
es el religioso. La dictadura militar en Argentina, se presentó como una suerte
de bautismo “en el Jordán de la sangre”, al decir de un obispo, como una
defensa de la civilización “occidental y cristiana”, se repetía. En los
acontecimientos de Brasil se pudo ver a numerosos cristianos fundamentalistas
aludir a la importancia de actuar violentamente contra el gobierno de Lula da
Silva (obviamente, siempre señalando, falsamente, argumentos como la libertad,
la república, etc.). Señalemos, para no evadir el tema, que no puede negarse
que en la Biblia – particularmente en el Antiguo Testamento –, con frecuencia
encontramos un clima de violencia, la cual, además, es presentada como
impulsada, querida y deseada por Dios. Esta se encuentra desde los textos de
los primeros hasta los últimos tiempos bíblicos, como la llegada a la tierra de
la Promesa hasta la guerrilla de los Macabeos. El tema también merecería un
detenido análisis, pero, entrando en el Nuevo Testamento, la actitud claramente
violenta del Imperio Romano, no tiene como contrapartida una actitud semejante
de respuesta semejante por parte de los cristianos (aunque, como es evidente,
no haya una mirada uniforme). La resistencia, las actitudes contraculturales,
la no violencia impiden radicalmente cualquier sensación de resignación, o
semejantes.
La historia de la Iglesia, en este mismo sentido, no
ha sido unánime, y tanto la Inquisición, las Cruzadas, las bendiciones de
conquistas violentas, como la de América, no parece que tengan demasiada
autoridad para una “condena” explícita de la violencia, aunque también puedan
exhibirse claras actitudes en sentido contrario.
Cuando en 1969 se preparaba la reunión de los obispos
latinoamericanos en Medellín, un número muy importante de presbíteros de muchos
países envió una carta a los presentes pidiendo un detenido análisis sobre la
violencia. Lo que se pretendía fue evitar una “condena sin más” a las
violencias guerrilleras sin un análisis de que en muchas ocasiones estas eran en
realidad consecuencia de una violencia primera, institucionalizada. Esto fue
asumido por los documentos finales:
“Si el cristiano cree en la
fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es
una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se
encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse
de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la
empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la
vida cultural y política, "poblaciones enteras faltas de lo necesario,
viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad,
lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la
vida social y política" , violándose así derechos fundamentales. Tal
situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente
renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina "la
tentación de la violencia". No hay que abusar de la paciencia de un pueblo
que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes
tienen una mayor conciencia de los derechos humanos” (Paz # 16).
Años
más tarde, en el convulsionado El Salvador, los obispos de la ciudad capital y de
Santiago de María, Oscar A. Romero y Arturo Rivera y Damas hicieron pública una
carta pastoral sobre la situación contemporánea en el país (Tercera carta
pastoral, 6 de agosto 1978: “la Iglesia y las organizaciones políticas
populares”) en la que dedican un apartado a las diferentes formas de violencia,
dedicando allí un último e interesante punto, a lo que llaman la “violencia de
la no-violencia”. En ella destacan, precisamente, que la no-violencia no es
resignación (cosa que antes habían repetido tanto Eva Perón como Enrique
Angelelli), sino “hacer violencia a la violencia que nos surge interiormente”
de respuesta a la agresión… No hace falta demasiado análisis para mostrar que
esta es la actitud que se concluye en muchos textos de Jesús de Nazaret.
Señalo
esto para mostrar, limitadamente, que hablar de la violencia con eslóganes (más
cuando escondido en el “pero” se simula una aceptación de esta cuando es
“nuestra”) suele revelar un planteo lo suficientemente superficial como para
que no merezca ser siquiera tenida en cuenta.
Quizás
el planteo, que sólo me limito a insinuar, radique no en detenerse en un
sencillo “sí – no” en un tema como la “paz – violencia”, sino en un conjunto de
“virtudes cívicas” que deben equilibrarse entre sí en orden a la consecución
social y popular de un “bien vivir”. La paz, la justicia, la libertad, por
ejemplo, no siempre se han equilibrado y todas ellas son, ciertamente,
indispensables. Una paz en la que no se hace patente la justicia, por ejemplo,
no parece ser algo deseable, como tampoco lo es una libertad en la que la paz o
la justicia estén ausentes. Pretender dar respuestas a un tema tan importante,
desde meros eslóganes, especialmente cuando estos son dichos desde sectores que
sacan provecha de ciertas violencias, o se perjudican con las resistencias a
las mismas, no parece, por lo menos sensato, cuando no es, en su defecto,
complicidad. Mirar desde los pobres y las víctimas, una vez más, parece un buen
punto de partida.
Foto tomada de https://revistafast.wordpress.com/2007/08/27/helder_camara/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.