lunes, 16 de enero de 2023

Pensando la violencia

Pensando la violencia

Eduardo de la Serna



La situación, tanto de Brasil como de Perú hoy, o la de Chile, Bolivia, Colombia ayer, invitan a una reflexión seria sobre la violencia.

Es frecuente escuchar decir que “condenamos toda violencia”, o “la violencia es anticristiana”, o cosas semejantes, pero esos, o semejantes dichos, se asemejan más a un slogan que a un profundo análisis del tema. Que lo amerita. Me estoy refiriendo a la violencia social, no a la violencia interpersonal, como es el caso de la violencia intrafamiliar, de género, etc., que merecerían, también, un serio análisis.

Y a esto, se ha de añadir, que, con mucha frecuencia, al rechazo o condena a la violencia, se le suele añadir un “pero” que debe ser pensado con seriedad.

Un problema, por ejemplo, se ve cuando parece que se rechaza toda violencia “pero” no tanto cuando la cometen o efectivizan “los nuestros”. Es aquí cuando la formulación de rechazo se parece a un slogan, es decir, a “propaganda política”. Dejando de lado los “ultras”, que nada malo ven en “lo nuestro”, es habitual que ante hechos aberrantes, sea frecuente escuchar la detestación, “pero”, ¡ojo! “los otros” también lo hacen, (y con frecuencia, en ese caso es ¡peor!). Un ejemplo evidente es lo que en Argentina llamamos la “teoría de los dos demonios”; es decir, rechazamos la violencia ejercida por el Estado (desapariciones forzadas, torturas, violaciones, genocidio, etc.) “pero”, como – suelen afirmar – buscamos la “verdad completa”, no se puede dejar de lado la violencia guerrillera… Con lo cual, la violencia estatal es vista como “exceso” y consecuencia de esta última. Es decir, la condenamos, pero no tanto, porque tiene una justificación o razonabilidad. No es este el momento de cuestionar esta absurda, falsa y cómplice “verdad” (algunos, los únicos dos demonios que reconocemos son el cívico y el militar), aquí sólo pretendo detenerme en el “pero”. Es decir, en quienes cuestionan la violencia, aunque no totalmente cuando es “nuestra”.

“Condenamos toda violencia, sea de derecha o de izquierda, se escuchó decir a muchos, después de los violentos y aberrantes acontecimientos ocurridos en Brasil. Para agravar esta ilógica mirada, inmediatamente se escucharon argumentos o presentación de circunstancias que no tienen nada que ver con lo ocurrido en Brasilia: los acontecimientos en Chile, a raíz de la injusticia sistemática, que derivaron en un intento de reforma de la Constitución pinochetista, en nada se asemejaron a aquello; lo mismo lo ocurrido en Colombia, a raíz de una sucesión de acontecimientos, que manifestaron a todas luces el descrédito del gobierno de Iván Duque, en nada se asemejan, tampoco. En ambos casos hubo un acontecimiento sencillo (aumento del boleto del metro, en uno, una reforma tributaria, en otro) que hicieron patente un descontento civil de muy larga data. Por otro lado, el golpe de Estado en Bolivia (con apoyo externo, de Argentina, especialmente) y las masacres allí ocurridas, (que también merecieron un “pero” en el rechazo de muchos) tampoco se parecen a lo ocurrido en Brasil, que a su vez es diferente a lo que ocurre en Perú (basta con ver la cantidad de muertos para dejar constancia de esto). La comparación de todo esto, además, con una marcha de rechazo a una reforma provisional en Argentina es, sencillamente, falsa; y, además, mentirosa; la represión del gobierno de Macri y una de sus manos derechas, Patricia Bullrich, fueron simplemente, violencia represiva (y lo que se dice a consecuencia de esto, son simplemente “eslóganes”). Pero la pregunta sigue… ¿No es importante pensar el tema de la “violencia”? ¿Siempre la violencia es mala?

Empecemos con un dato sencillo, en el que – en principio – parece haber acuerdo (“pero”): en ocasiones la violencia es una suerte de “mal necesario”, y por eso se deben establecer criterios muy precisos, que se deben cumplir muy meticulosamente para que no se desborde (porque, convengamos, la violencia, una vez comenzada, es muy fácil de que crezca en intensidad; es lo que dom Helder Camara llamaba “la espiral de la violencia”). El ejemplo más evidente es el de la policía. Podríamos señalar que la policía es un “mal necesario”, es decir, hay ocasiones en las que es necesario recurrir a ella para que ejercite violencia, la que debe ser equilibrada, razonable, justa, etc. Un policía debe ejercer violencia para detener un crimen, por caso, pero sería un exceso (un delito) que un efectivo matara a una persona por robar una gorra. Ciertamente por esto, la policía debiera estar muy bien preparada para evitar un ejercicio indiscriminado de la violencia.

Otro ejemplo, importante, para pensar la violencia, es la historia. Nadie negaría que Bolívar, San Martín, y tantos próceres de nuestras patrias actuaron con violencia. ¿Entonces? ¿Condenaríamos la violencia, en estas ocasiones? Ciertamente, en estos casos, los españoles sí lo hicieron, es decir, la condenaron… y la combatieron. ¿Se deberían haber dejado las cosas como estaban? Si coincidimos en que, en estos casos, se actuó con justicia y razonablemente, ¿cuál es el criterio?

Otro elemento complementario, que en ocasiones emerge, es el religioso. La dictadura militar en Argentina, se presentó como una suerte de bautismo “en el Jordán de la sangre”, al decir de un obispo, como una defensa de la civilización “occidental y cristiana”, se repetía. En los acontecimientos de Brasil se pudo ver a numerosos cristianos fundamentalistas aludir a la importancia de actuar violentamente contra el gobierno de Lula da Silva (obviamente, siempre señalando, falsamente, argumentos como la libertad, la república, etc.). Señalemos, para no evadir el tema, que no puede negarse que en la Biblia – particularmente en el Antiguo Testamento –, con frecuencia encontramos un clima de violencia, la cual, además, es presentada como impulsada, querida y deseada por Dios. Esta se encuentra desde los textos de los primeros hasta los últimos tiempos bíblicos, como la llegada a la tierra de la Promesa hasta la guerrilla de los Macabeos. El tema también merecería un detenido análisis, pero, entrando en el Nuevo Testamento, la actitud claramente violenta del Imperio Romano, no tiene como contrapartida una actitud semejante de respuesta semejante por parte de los cristianos (aunque, como es evidente, no haya una mirada uniforme). La resistencia, las actitudes contraculturales, la no violencia impiden radicalmente cualquier sensación de resignación, o semejantes.

La historia de la Iglesia, en este mismo sentido, no ha sido unánime, y tanto la Inquisición, las Cruzadas, las bendiciones de conquistas violentas, como la de América, no parece que tengan demasiada autoridad para una “condena” explícita de la violencia, aunque también puedan exhibirse claras actitudes en sentido contrario.

Cuando en 1969 se preparaba la reunión de los obispos latinoamericanos en Medellín, un número muy importante de presbíteros de muchos países envió una carta a los presentes pidiendo un detenido análisis sobre la violencia. Lo que se pretendía fue evitar una “condena sin más” a las violencias guerrilleras sin un análisis de que en muchas ocasiones estas eran en realidad consecuencia de una violencia primera, institucionalizada. Esto fue asumido por los documentos finales:

“Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, "poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política" , violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina "la tentación de la violencia". No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos” (Paz # 16).

Años más tarde, en el convulsionado El Salvador, los obispos de la ciudad capital y de Santiago de María, Oscar A. Romero y Arturo Rivera y Damas hicieron pública una carta pastoral sobre la situación contemporánea en el país (Tercera carta pastoral, 6 de agosto 1978: “la Iglesia y las organizaciones políticas populares”) en la que dedican un apartado a las diferentes formas de violencia, dedicando allí un último e interesante punto, a lo que llaman la “violencia de la no-violencia”. En ella destacan, precisamente, que la no-violencia no es resignación (cosa que antes habían repetido tanto Eva Perón como Enrique Angelelli), sino “hacer violencia a la violencia que nos surge interiormente” de respuesta a la agresión… No hace falta demasiado análisis para mostrar que esta es la actitud que se concluye en muchos textos de Jesús de Nazaret.

Señalo esto para mostrar, limitadamente, que hablar de la violencia con eslóganes (más cuando escondido en el “pero” se simula una aceptación de esta cuando es “nuestra”) suele revelar un planteo lo suficientemente superficial como para que no merezca ser siquiera tenida en cuenta.

Quizás el planteo, que sólo me limito a insinuar, radique no en detenerse en un sencillo “sí – no” en un tema como la “paz – violencia”, sino en un conjunto de “virtudes cívicas” que deben equilibrarse entre sí en orden a la consecución social y popular de un “bien vivir”. La paz, la justicia, la libertad, por ejemplo, no siempre se han equilibrado y todas ellas son, ciertamente, indispensables. Una paz en la que no se hace patente la justicia, por ejemplo, no parece ser algo deseable, como tampoco lo es una libertad en la que la paz o la justicia estén ausentes. Pretender dar respuestas a un tema tan importante, desde meros eslóganes, especialmente cuando estos son dichos desde sectores que sacan provecha de ciertas violencias, o se perjudican con las resistencias a las mismas, no parece, por lo menos sensato, cuando no es, en su defecto, complicidad. Mirar desde los pobres y las víctimas, una vez más, parece un buen punto de partida.


Foto tomada de https://revistafast.wordpress.com/2007/08/27/helder_camara/

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