¿Se puede, se debe, se quiere “descanonizar”?
Eduardo de la Serna
Siendo
“descanonizar” un obvio neologismo, y originado en el término “canonizar”,
antes de cualquier paso, es importante señalar qué decimos al utilizarlo.
Canon es “norma”, regla”, lo cual, en ocasiones, supone una
“medida” (metron; cf 2 Cor 10,13),
pero la idea se ha ampliado – al referirse a la fe – a aquello que la Iglesia valora
supremamente (canoniza). Especialmente, por ejemplo, la lista de los libros
bíblicos que conforman el “canon”, y, ciertamente, son “normativos” para los creyentes.
Cuando
nos referimos a una “canonización”, en sentido genérico, estamos afirmando que
algo o alguien, en la Iglesia, pasan a ser tenidos en cuenta, valorados, de un
modo supremo.
Dentro
de estos elementos, un lugar importante lo ocupan lo que se denominan las “canonizaciones”
de personas, es decir el reconocimiento oficial en la Iglesia, de algunas
personas de las que se afirma que son “santas”. Es sabido que, en el ambiente
bíblico y antiguo en general, santo
es aquello que se ha separado para Dios (lo opuesto es “profano”), pero en
nuestro tiempo, santo es algo que se
eleva a lo divino (lo opuesto es “pecador”). Entonces, al reconocer a alguien
como persona santa, la Iglesia está afirmando que se ha elevado tanto hacia lo
divino que está junto a Dios, y, por lo tanto, (1) que su modo de vida puede
ser tenido en cuenta por otros (nosotros) para ser seguido o imitado, y, (2)
por su cercanía a nuestra vida o tiempo, puede ser tenido por intercesor ante
Dios.
Esto
no impiden una serie de elementos: sin duda, hay una innumerable cantidad de
santas y santos de los que su vida no tiene elementos en general que aportar a
la gran mayoría de los contemporáneos, sea por haber vivido en un tiempo
totalmente diferente al nuestro, sea por una opción de vida o carisma que en
nada se asemejan a los nuestros, sea por diferencias geográficas, culturales,
etc.
Antes
de avanzar es importante notar que el abrazo definitivo con Dios, el encuentro
y la amistad consagrada, son – como todo lo que tiene que ver con el amor – un don,
algo gratuito, un regalo de Dios. La “meritocracia” no tiene nada que decir en
este punto. Y, si se trata de un don de Dios, mal haría cualquiera, en
cuestionar o negar ese regalo. Es decir, afirmar que alguien está junto a Dios
(reconocer su canonización) es reconocer un regalo de Dios, sea o no aquella
persona beneficiada con el regalo, “santo de mi devoción”. Para decirlo en
lenguaje popular: ¿quién soy yo para decirle a Dios que no debería regalarle su
abrazo de amor a determinada persona? Por supuesto que eso no implica que yo
también deba hacerlo. Siguiendo en el lenguaje popular, todos conocemos casos
de personas que son amigas de otras con las que nosotros nada tenemos en común.
Mi amistad con alguien no tiene que implicar mi amistad con sus amigos o
amigas, pero mal haríamos en pretender el rompimiento (frases tipo “o él o yo”
son expresión de un amor falaz, absorbente y celoso). Pero, precisamente por ser,
a su vez, mi amigo, no debo dejar de ser quien soy; nada indica que debo
asemejarme a aquella otra persona, ciertamente.
Entrando
en el terreno de las canonizaciones, ciertamente, que la Iglesia reconozca la
santidad de alguien, no implica ni que yo deba seguir sus pasos, ni solicitar
su intercesión.
En
lo personal creo que en la lista de los santos y santas hay muchos que expresan
un modo de santidad que en nada es actual (por ejemplo, por ser santos del
medioevo). Pero nada indica que por ello se deba “cancelarlos” ni “descanonizarlos”,
sino que simplemente serán personas a las que se tendrá en cuenta en la
historia de la Iglesia, pero no para “imitarlos” en nuestros tiempos tan
distintos. Hay otros santos o santas que lo son en un ambiente muy específico,
sean los fundadores o fundadoras de congregaciones religiosas, o aquellos que
su vida es muy diferente de la de tantos… en su lugar, fue, ciertamente,
normativa, como es – por ejemplo – el caso de los y las misioneros y misioneras.
Otro ejemplo muy evidente en este sentido es la canonización (es decir, el
reconocimiento de la santidad) de los papas. Ciertamente para la casi totalidad
de la Iglesia no supone un modo de vida que se pueda seguir, simplemente porque
no somos papas. Que estén o no fundidos en un abrazo con Dios es algo que la
Iglesia puede reconocer, lo que no implica que su modo de vida sea imitable.
Sin
embargo, no cabe duda que hay santas y santos que trascienden sus tiempos, sus
geografías y sus carismas y son santos universales. Y, debemos señalarlo, esta
universalidad no viene dada por decisiones “oficiales” sino porque el Pueblo de
Dios los ha hecho suyos. Se le puede añadir a la canonización el adjetivo que
se desee (“magno” es un ejemplo), pero la “magnitud” la dará el pueblo de Dios
en su “sensus fidelium”.
Eso
no implica que no puedan cuestionarse una serie de elementos en las “canonizaciones”.
A modo de ejemplo, es sabido que en el primer milenio (antes del dramático
cisma de oriente, quizás uno de los momentos más perdidosos para la Iglesia católica
romana) las canonizaciones (como las elecciones de obispos) las realizaba el
mismo pueblo. Es decir, no existen “procesos de beatificación / canonización”
de Agustín, Juan Crisóstomo, Ambrosio, María Magdalena, Cecilia, etc., la
canonización era “vox populi”. Además, contemporáneamente, para el
reconocimiento de la santidad de una persona suele exigirse un milagro, lo cual
es, por un lado, algo absolutamente discutible y manipulable, además de fuente
de posibles (y reales) corrupciones (no se puede olvidar que un proceso de
canonización supone mucho dinero). Además, y quizás sea un tema que requiere
debate y diálogo, la pregunta de a quién se propone (y a quién se
invisibiliza). Es habitual (discutible, también) que frecuentemente las
comunidades religiosas promuevan la beatificación y canonización de fundadores
y fundadoras, pero – en ocasiones – la misma institución eclesiástica alienta,
promueve y publicita algunas. ¿Por qué esas y no otras? Y, finalmente, queda la
dolorosa sospecha de que la crisis económica del Estado Vaticano, no sea
solucionada en la incentivación de canonizaciones que terminan transformando a
los papas en “canonizadores seriales”.
Fuera
de todo esto, me quedan dos temas particulares. Si es cierto que “lex orandi, lex credendi”, y la Iglesia
ha alentado la oración intercesora de algunos santos y santas en la “canonización”,
¿cómo sería posible afirmar ahora que a aquellos a quienes se ha alentado a pedir
su intercesión se pueda afirmar ahora que aquello fue en vano, o vacío?
Además,
si se viera conveniente “descanonizar”, ¿no sería eso un incentivo a futuros
papas tradicionalistas, conservadores o integristas a descanonizar ellos a su
vez a “santos amigos”? En lo personal, no me preocuparía que un futuro Benito
XVII o Pio XIII descanonizara a Romero, a Angelelli u otros a los que el pueblo
ha canonizado y tiene en sus altares, pero – convengamos – una “batalla de
canonizaciones – descanonizaciones” en nada aportaría a la comunión eclesial.
Si
canon es “regla”, quizás podamos pensarlo en ese sentido. Muchas congregaciones
religiosas, por ejemplo, tienen sus reglas. Las personas miembras de ellas, “deben”
seguirlas, porque son constitutivas de su pertenencia, pero esas reglas en nada
“reglan” a quienes no pertenecemos a dichas congregaciones. Para decirlo
brutalmente, no deseo la descanonización de Juan Pablo II ni siquiera la de
Escrivá de Balaguer. Creo que en nada pretendo imitarlos, y – es más – espero que
no haya quienes lo hagan, pero que Dios los haya recibido en su amistad, es un
regalo que Él les hace que no depende de sus méritos, por cierto. Y si esperan
que recurra a su intercesión en la oración, pueden esperar sentados en la nube
en la que estén.
Foto tomada de https://albertocesarcroce.wordpress.com/2013/12/24/abrazos/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.