El primer teólogo de la “Gran Iglesia”, Ireneo de Lyon
Eduardo
de la Serna
Cuando terminaron los escritos de lo que llamamos “Nuevo” (o segundo) “Testamento” (o “alianza”), en la segunda mitad del siglo II, por cierto que en la Iglesia se siguió pensando, hablando, escribiendo… En los primeros siglos posteriores hubo un grupo muy importante, en distintas regiones, que siguieron poniendo las bases para profundizar y comprender más ampliamente nuestra fe. A esos se los conoce como los “Padres de la Iglesia” (señalemos que, aunque hubo un importante grupo de mujeres, que también deben ser tenidas muy en cuenta, estas suelan ser invisibilizadas, aunque debamos considerarlas verdaderas “Madres de la Iglesia”... los “Padres de la Iglesia” constituyen auténticos “monumentos” para el crecimiento y profundización del Evangelio). En muchos casos, las predicaciones y escritos de estos Padres, con disensos y discusiones, por cierto, fueron, con el tiempo, confluyendo en que la institución eclesial, asumiera muchos nuevos elementos para, luego, hacerlos claros en concilios o dogmas de fe. Temas como la Trinidad, Cristo, el Espíritu Santo, por ejemplo, fueron debates intensos en los tiempos iniciales de los "Padres".
Uno de los primeros Padres, a quien queremos destacar por algunos elementos muy importantes que señalaremos, fue san Ireneo a quien recientemente el Papa Francisco proclamó "Doctor de la Iglesia". Nació cerca de Esmirna, la actual Turquía (después del 140) y murió en Lyon, Francia, a comienzos del 200 (quizás 202). No sabemos las razones – aunque las migraciones eran muy frecuentes en su tiempo – por las que llega a Lyon donde, tiempo después es ordenado presbítero. En el año 177 interviene ante el obispo de Roma para buscar la “paz” (que en griego se dice eirênê, de donde viene su nombre). Intentó, sin éxito, también influir en los debates por las fechas de la pascua (si esta debía celebrarse el domingo o, en cambio, el mismo día de la luna llena), aunque evitó una excomunión “en masa” como pretendía el Papa Víctor. Ante la muerte por torturas del obispo Potino, el pueblo lo escoge a él como su sucesor. Como obispo intentó profundizar muchos elementos de la fe, como señalaremos enseguida. Sobre su muerte no se sabe casi nada, y recién en el siglo VI se empezó a hablar de un martirio.
Enfrentamiento contra los
gnósticos. La primera gran herejía que debió enfrentar el
cristianismo a nivel global fue el gnosticismo. Una corriente espiritualista
que negaba todo lo material, la carne, la historia. Dios sería – dicen los gnósticos
– solo de un pequeño grupo (solo aquellos que “conocen”, en griego gnôsis)
mientras el “mundo” es material, y es heredero de un dios del mal, de la carne,
del pecado. Así, Ireneo, escribió una obra monumental llamada “Contra las
herejías” (5 tomos) enfrentando a este grupo que se extendía por todas
partes. Su criterio fundamental (la fórmula no le pertenece a él sino a
Gregorio, un cristiano posterior, pero refleja bien su teología) es que “lo
que no es asumido no es redimido”. La “encarnación” no fue una ficción (como
decían los gnósticos) sino que Dios asume plenamente la humanidad y así la
libera de todo lo que la oprime.
Los cuatro Evangelios. Como
había cientos de grupos gnósticos con elementos propios y diversos, había también
cientos de “evangelios” (cada grupo tenía los suyos; textos que no se incorporaron en la lista de los Evangelios ya que para la Iglesia estos eran “apócrifos”). Ireneo será el primero en decir que cien
evangelios era un exceso, pero que uno solo (como otros pretendían) era muy
pobre. Que estos fueran cuatro (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) como los puntos
cardinales o como los elementos de la tierra, era algo sensato. Eso aportaba
universalidad, y un reconocimiento de la comunión en la diversidad. Desde
entonces, en la Iglesia universal se comenzaron a aceptar estos cuatro
Evangelios, no más, no menos. Así, Ireneo, fue el primer teólogo que contribuyó
a evitar la fragmentación sistemática en cientos de “iglesias” para fortalecer
el surgimiento de lo que se ha llamado “la Gran Iglesia”.
Las manos de Dios.
Además de señalar que los seres humanos fueron creados por las manos de Dios
(y, por lo tanto, confrontar con los gnósticos para los que la creación - porque es "material" - era
perversa), Ireneo insiste en que el Hijo y el Espíritu Santo son “las dos manos
de Dios” actuantes en la creación, las manos de Dios en la historia, en las
manos sanadoras de Jesús, y destacar que los seres humanos estamos en las manos
de Dios, el artista y, por lo tanto, somos invitados a dejarnos modelar por él. Y al
modelarnos por esas dos manos seremos “divinos”:
«Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si
todavía no eres humano? ¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres
un ser creado? ¿Cómo llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a
tu Creador en una naturaleza mortal?... Puesto que eres obra de Dios espera
pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su tiempo
oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha
dado ese Artista, guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual,
endureciéndote, rechazarás la huella de sus dedos» (Contra las herejías, IV, 39.2).
Imagen tomada
de https://www.primeroscristianos.com/san-ireneo-de-lyon/
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