Un aporte para reconocer los falsos profetas
Eduardo de la Serna
Dejando
de lado, como es evidente, a aquellos y aquellas que hablan en nombre de los
dioses de los pueblos vecinos, en Israel siempre fue un problema reconocer
cuando, alguien que hablaba, lo hacía en nombre de Dios o no. Evidentemente, si alguien decía "Baal dice X cosa" no era un verdadero profeta para los judíos. Pero ¿y si alguien decía Yahvé Dios dice X? ¿Cómo saber?
Un
profeta es alguien que, ante determinadas circunstancias, concretas o
probables, afirma ante esto “lo que Dios dice es ‘X’ cosa” (“así dice el
Señor”, u “oráculo del Señor”). Es decir, alguien que pretende expresar la
voluntad favorable o la crítica de Dios ante algo concreto. Es verdad que un
texto afirma que, si alguien habla en nombre de Dios, pero Dios no le mandó
hablar, ese tal debe ser rechazado (Dt 18,20). Ahora bien, ¿Cómo sabemos que
Dios le ha mandado o no hablar? Este también es un problema en la historia
bíblica. Algunos pretenden dar una respuesta a este tema, pero esa misma respuesta sirve para un momento pero no sirve en otras ocasiones. Veamos a modo de ejemplo un caso sencillo:
El
pueblo se encuentra con la inminente invasión del poderoso ejército babilónico.
¿Qué dice Dios de esto? Algún profeta (Jananías) dice claramente que Babilonia
no podrá someter a Israel porque Dios protegerá a su pueblo (ver Jer 28,1-2),
pero Jeremías dice que este sometimiento inminente es consecuencia del olvido
de Israel de todo aquello que Dios quiere que su pueblo viva y no queda más remedio que aceptarlo (Jer 27,6-11).
¿Cómo sabrá el pueblo cuál de ambos es un verdadero o un falso profeta? (porque
no es justo pensar que Jananías actuaba de mala fe); es razonable
pensar, además, que, para el auditorio, la profecía de Jananías es más
agradable a los oyentes, y, de hecho, será escuchado, cosa que no ocurrirá con Jeremías (lo
que él dice desalienta al pueblo, es adversario de la patria o cosas por el
estilo, le cuestionan). Entonces, ¡en este contexto!, Jeremías pronuncia una
frase contundente:
“Mira que los profetas les
dicen: No verán la espada, no pasarán hambre, les daré paz duradera en este
lugar. El Señor me contestó: Mentira profetizan los profetas en mi Nombre; no
los envié, no los mandé, no les hablé; visiones engañosas, oráculos vanos,
fantasías de su mente es lo que profetizan” (Jer 14:13-14; en 28,9 señala
claramente que son falsos profetas los que anuncian “paz”).
Ahora bien, esto es
razonable en este tiempo y contexto político de Israel, sin embargo, poco más de 50 años
después, otro profeta afirma:
“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria,
que dice a Sión: Ya reina tu Dios!” (Isa 52:7).
Es decir, si en un
tiempo, uno que anuncia paz es un falso profeta, años después, uno que anuncia la
paz es un verdadero profeta. Ciertamente el tiempo ha cambiado, la situación
también. Y, entonces, en tiempos nuevos Dios tiene algo nuevo para decir a su
pueblo.
Otro ejemplo puede
verse en un dicho, probablemente del sur (Judá) que indica que se acerca un
tiempo por venir y será de tanta paz que “de las espadas forjarán arados y de
las lanzas, hoces” (Is 2,4; Mic 4,3) mientras que en otro tiempo la invitación
es la opuesta: “de los arados forjen espadas, de las podaderas, lanzas” (Jl
4,10).
Es decir, y esta es
la primera clave: los tiempos concretos, las personas concretas, las
situaciones concretas llevan – para los profetas – a la conclusión de que Dios
tiene cosas diferentes para decir en cada una de ellas.
En el Nuevo
Testamento también se hace referencias a los “falsos profetas”, aunque no se
indique criterios posibles de reconocimiento (ver Mc 13,22; Lc 6,26; 2 Pe 2,1;
1 Jn 4,1; Ap 16,13; 19,20; 20,10). El
tema es particularmente importante en Mateo (7,15; 24,11; 24,24). Más allá de
lo que pudieran enseñar estos personajes, lo interesante es repetir que, para
los autores bíblicos, estos personajes afirman hablar de parte de Dios, pero Dios no les ha
mandado hablar.
Pero el tema sigue
vigente al terminar los tiempos bíblicos en los primeros escritores cristianos,
y es importante señalarlo para entender mejor el tema. Un escrito de fines del
s. I o comienzos del s. II, conocido como la “Didajé”, es decir, 'enseñanza de los apóstoles',
afirma esto:
Ahora, a todo el que llegue a ustedes y les enseñe todo
lo anteriormente dicho, recíbanlo. Pero si, extraviado el maestro mismo, les
enseñare otra doctrina para su disolución, no le escuchen: si les enseña, en
cambio, para acrecentamiento de su justicia y conocimiento del Señor, recíbanlo
como al Señor mismo.
Respecto a apóstoles y profetas, obren conforme a la
doctrina del Evangelio. Ahora bien, todo apóstol que venga a ustedes, sea
recibido como el Señor. Sin embargo, no se quedará más que un solo día. Si
hubiere necesidad, otro más. Mas si se queda tres días, es un falso profeta.
Al salir el apóstol, nada lleve consigo, salvo pan, hasta
nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta.
No tienten ni examinen a ningún profeta que habla en
espíritu, porque todo pecado será perdonado, mas este pecado no se perdonará. Sin
embargo, no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tiene las
costumbres del Señor. Así, pues, por sus costumbres se discernirá al verdadero
y al falso profeta.
Además, todo profeta que manda en espíritu poner una
mesa, no come de ella; en caso contrario, es un falso profeta.
Igualmente, todo profeta que enseña la verdad, si no
practica lo que enseña, es un falso profeta.
En cambio, si un profeta se ha probado que es verdadero y
se dedica al ministerio mundano de la Iglesia, pero sin enseñar lo que él hace,
no será juzgado por ustedes, pues tiene su juicio con Dios. Así, en efecto, lo
hicieron también los antiguos profetas.
Mas si dice en espíritu: "Denme dinero" o cosas
semejantes, no le escuchen. En cambio, si dijere que se dé a otros necesitados,
nadie le juzgue. (Did 11:1-12)
Como se puede ver, el criterio, en este caso, es si el
supuesto profeta beneficia a la comunidad o se beneficia a sí mismo, sea
aprovechando la hospitalidad, o el dinero, o la comida… Y acá podemos
vislumbrar un criterio para el reconocimiento del verdadero profeta: el bien de
la comunidad, incluso en propio perjuicio. No es fácil reconocer, en un momento
concreto, si un profeta es verdadero o no. Pasado bastante tiempo es más fácil
decirlo, pero no en medio de la situación que se desea pensar “desde Dios”.
Puede pasar – como en el caso de Jeremías – que no nos guste lo que dice el
profeta; puede pasar que alguien diga cosas lindas, cosas que queremos
escuchar, con la finalidad de aprovecharse de las comunidades. Como decimos, no es fácil, tocará siempre un
discernimiento comunitario, oración, debate, honestidad y humildad, y una
mirada creyente de la realidad para poder descubrir si alguien habla o no y
escuchar, entonces, que “así habla el Señor”.
Imagen tomada de https://vayaalteatro.com/las-dos-mascaras/
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