No quiero que el Papa venga a mi país
Eduardo de la Serna
Repito
lo que el título dice, y lo afirmo y reafirmo: ¡no quiero que el Papa venga a
la Argentina! Pero antes de ser mal interpretado, quiero precisar: no quiero
que “el” Papa, y no me refiero a “este” Papa. Es decir, no quiero que ni este,
ni el anterior ni el que lo suceda, venga a mi país.
Y
quiero explicarlo, porque mis motivos son teológicos y pastorales. Por tanto,
puedo estar equivocado, o, también otros pueden – con razón, o razones – pensar
exactamente lo contrario. Pero quiero dejar claro mis motivos.
El
Papa es el obispo de Roma. Nada más. Nada menos. Y me parece falsa la imagen del
papa como “jefe de la Iglesia”, por ejemplo (imagen que los Medios de Comunicación
se ocupan de repetir constante y unívocamente). Cada obispo es autónomo en su
diócesis, aunque deba procurar casi obsesivamente la comunión (comunión de la
que el Papa es garante) con los demás obispos y con el Papa. Pero, por un lado,
cada obispo tiene sus propios carismas (los hay más espirituales, más activos,
los hay más tradicionales, más creativos, los hay más cercanos a novedades, los
hay más temerosos, etc.) y cada diócesis es, además, distinta de la vecina. Se
supone que “este” obispo debe acompañar a “esta” diócesis. No como “dueño” por
cierto, sino “ministerialmente” (es decir, como ministro, servidor, entre el
Evangelio y la comunidad), Evangelio comunicado según las cualidades (carismas)
de este obispo y según las capacidades que esta comunidad tiene de recibirlo,
las que se supone, el obispo conoce y acompaña. De eso se trata, por ejemplo,
la pastoral.
En
lo personal creo que Juan Pablo II, al que atribuyo un preocupante autoritarismo,
actuó (y se veía a sí mismo) como “dueño” de la Iglesia. Dudo que llegara al
extremo de “la tradizione sono io” (Pio IX), pero no me extrañaría que
susurrara “Kościół to ja!” (¡yo soy la Iglesia!, en polaco). Y en los
viajes, eso mostraba. Aparecía como “el obispo” universal (la comunión “te la
debo”). Así, al viajar a un lugar, el obispo titular aparecía a los ojos de
todos como una suerte de obispo auxiliar del “Gran Obispo”, del Monarca, casi
un gerente. Esto, además, me parece que era coherente con la eclesiología
piramidal, no de “pueblo de Dios”, propia del papa polaco. Con muchísimo menos
carisma (si tenía alguno), Ratzinger también viajó (menos, hemos de reconocerlo),
pero ya quedó en el imaginario ese retrato de “jefe de la Iglesia”, además que también
él renegaba de la de “pueblo de Dios”. Y creo que eclesiológica y pastoralmente
no es bueno que esa imagen se mantenga. Y creo que los viajes papales
contribuyen notablemente en ese sentido.
Diferente
es si el Papa viaja para algo que es universal como una asamblea episcopal
regional o universal, un sínodo, una asamblea de Naciones Unidas, por ejemplo,
o lo que fuere, porque es, precisamente, él el garante de la comunión y está
invitado a manifestarla.
No
dudo que a muchísima gente – en este caso, en la Argentina, especialmente “este”
Papa – le gustaría que viniera (como unos cuantos, no precisamente por razones
pastorales, preferirían que no lo haga) pero creo que seguiría fortaleciendo
una imagen de la Iglesia que no es tal; y una imagen de la autoridad que
tampoco lo es.
Cuando
falleció, después de un muy extenso papado, Juan Pablo II, me pidieron un
artículo para una obra que finalmente no se publicó, y allí decía,
precisamente, que una de las cosas más negativas que tenía para señalar de su
pontificado (había muchas más, por cierto) eran sus viajes. Sería incoherente
ahora afirmar lo contrario. No quiero que el Papa venga… Ni este, ni el
próximo. Si quisiera, y es otro tema, que, en los nombramientos de los obispos,
este Papa, y el próximo, tenga en cuenta, precisamente, al Pueblo de Dios. No estaría
mal que ocurriera.
Foto
tomada de https://www.telam.com.ar/notas/202105/554007-juan-pablo-ii-el-unico-papa-que-visito-la-argentina.html
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