El difícil camino de la libertad
Eduardo de la Serna
De
la libertad hablan todos, y todos parecen saber de qué se trata. Aunque, todo
indica, muchas veces, que al decirla, no decimos lo mismo. Creo innecesario
aclarar, por ejemplo, que yo entiendo la libertad de un modo totalmente
distinto a como la grita Milei. Por lo tanto, no será a esa cosa, aullada, a la
que me referiré.
Quiero
hacer mención a una libertad que a su vez libera. No puedo entenderla de otro
modo. Y, por eso, es ardua, es dura, es compleja… es fascinante. La libertad es
camino, y no hace falta aclarar que hay caminos que no conducen al destino que
uno se ha prefijado. Por supuesto que, en el mismo sentido, puede haber otros
senderos, otras rutas, otras huellas; mientras conduzcan al destino,
ciertamente serán caminos “caminables”. Elegiremos uno, podríamos haber elegido
otro; en el andar aparecerán imprevistos que, circunstancialmente nos obligan a
un desvío, algo que complica – e incluso nos pueden hacer perder – hasta que reencontramos
el paso. Pero el camino, a su vez cansa. Se hacen necesarias paradas. Postas.
Pero, y acá el punto, el camino vale la pena caminarlo en orden a la meta. La
meta es la que da sentido al camino; el que se dirige a una meta es un peregrino,
el que camina sin rumbo es un errante. Obviamente no todos los caminos conducen
a la meta. Los hay que nos alejan. Los hay sin salida. Pero la fuerza para
seguir andando, nomás, viene dada por la atracción de la meta. En tiempos que
dicen ser sinodales, quizás la cosa no sea tanto “caminar juntos” (a veces lo
es) sino caminar en la misma dirección, aunque no estemos uno o una al lado del
otro o la otra. Y en el camino de la libertad, curiosamente, la meta es más
libertad. Es “ser libres de” y también “ser libres para”.
Con
mucha frecuencia en el camino se nos pegan abrojos, los que a mucho de andar
hacen innecesariamente difícil el paso; y, además, en ocasiones nos cargamos de
cosas; algunas necesarias para el camino, como abrigo o comida, pero otras superfluas
que solo dificultan el andar, el caminar ligero.
Y
en el camino de la libertad, muchas veces lo superfluo o los abrojos con
frecuencia nos pasan desapercibidos; casi como que fueran parte de nosotros
mismos, o indispensables para el camino. Así se puede dar crédito a la cita de
Etty Hillesum:
Si uno cree que no recibe suficiente reconocimiento de
los demás, está atado a ellos y debido a esta atadura pierde su independencia (carta a Aimé van Santen, 25 de enero de 1942)
Teresa
de Lisieux repite:
Vivir de
amor es darse sin medida / sin reclamar salario aquí en la tierra
¡Ah, yo
me doy sin cuento, bien segura / de que en amor el cálculo no entra!
Lo he
dado todo al corazón divino, / que rebosa ternura.
Nada me queda ya... Corro ligera. / Ya mi única riqueza es, y será por siempre
¡vivir de amor! (Poesía 17, Vivir de Amor 5).
A
lo mejor, mucha pérdida de la libertad, entonces, empiece en ese mismo camino
cuando esperamos algo que lo imaginamos necesario para andar. Indispensable.
Como los aplausos o las palmadas, el reconocimiento… como el de los falsos
profetas. Claro, siempre es más grato andar entre palmas y loas que entre “los
dientes de las fieras”, usando una imagen paulina. Pero no estamos hablando de lo
placentero sino de la libertad. Son dos cosas diferentes. Y, convengamos,
esclavizan más los aplausos que las críticas. Por ahí empieza el difícil y
arduo camino de la libertad. Es evidente que las riquezas esclavizan más que la
pobreza, que estar cargados de cosas dificulta más el camino que estar “libres”
de ellas… Por ahí es que descubrimos que “para ser libres nos ha liberado
Cristo” (Gal 5,1) y que, paradójicamente, esa libertad nos hace esclavos los
unos de los otros por amor (5,13). Amor y libertad van siempre de la mano… son
otro modo de decir “vida”.
Foto tomada de https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/9286-el-desprendimiento-la-dicha-de-andar-ligero-de-equipaje
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