En el principio creó Dios
Eduardo
de la Serna
Los creyentes solemos repetir que Dios es “creador
del cielo y de la tierra”. ¡Está en el Credo! Cualquier lector de la Biblia
sabe que en las primeras páginas – en el libro que llamamos Génesis – se narra
la Creación.
Para empezar, es importante – como siempre –
distinguir lo que ocurrió de lo que los textos nos relatan; estos no pretenden ser tratados o manuales, sino catequesis, lo sabemos.
Empecemos señalando que en la primera página bíblica
nos encontramos con un Dios que crea por medio de la palabra (“y dijo Dios”) y
esta creación ocurre en “días”. En 6 días todo quedó terminado y, finaliza el
relato, entonces Dios descansó.
Pero, enseguida de esto, volvemos a encontrar otro
relato, este en el que Dios crea la humanidad del barro y su soplo y, en su
provecho, crea los animales para que le sean una “ayuda adecuada”.
Podemos decir que nos encontramos con un relato más
solemne y otro más popular, uno casi ritual y luego otro más fácil de imaginar para
un campesino. Evidentemente, y es fácil de ver, nos encontramos con “dos relatos de
la Creación”; es decir, dos modos de narrar, por parte de diferentes autores,
algo que quieren contar al pueblo.
Veamos, brevemente el segundo relato para dedicar
otro apartado al primero.
En primer lugar, y poniéndonos ante la mirada del
campesino, nos dice que cuando Dios “hizo” los cielos y la tierra no había
vegetación por dos motivos: porque Dios no había hecho llover y porque no había
campesino que trabajara la tierra (2,5). Dios, entonces, como un buen alfarero,
modeló al ser humano del barro y cuando sopló en su nariz aliento de vida el
ser humano resulto “ser viviente” (2,7). A continuación, Dios “planta” un
jardín lleno de plantas apetitosas para que el ser humano se nutriera. De este
jardín brotan los ríos más importantes del ambiente, como el Tigris y el
Éufrates (2,11-14). A este ser humano, que surge en plena comunión con Dios y
la naturaleza, como ocurre con Israel, Dios le da un mandamiento: “no comerás”,
haciendo referencia a un árbol concreto (el del conocimiento del bien y del mal;
2,17).
Siempre buscando el bien de su creatura humana, Dios
quiere combatir el mal de la soledad (“no es bueno que esté solo”, 2,18). Para
ello pretende generar “una ayuda adecuada”. El ser humano, colabora con el Dios
creador dando nombre (es decir, darles función) a los animales que Dios ha creado, pero
la ayuda no es suficiente.
Entonces Dios “anestesia” a la persona, le extrae un
hueso y engendra a la mujer. El texto, en hebreo cambia ahora de términos: si
antes había hablado de humanidad, ahora pasa a hablar del “esposo” y la “esposa”
comenzando con el grito festivo e igualitario: "¡esta sí!", y la nombra “esposa”
porque fue tomada del “esposo” (en hebreo hay un juego de palabras difícil de
traducir al castellano, por eso hemos puesto esposo/esposa).
El ser humano ha dejado de ser “humanidad” para ser
ahora “pareja”. Y ambos viven y conviven en el jardín.
Pero, en el cap. 3 ocurre algo sorprendente (ya
preparado al presentar la referencia a un mandamiento): el ser humano no sigue lo mandado a causa
de una tentación y come lo que le estaba vedado. La responsable es la serpiente
(3,1), un animal – creado por Dios, obviamente – con el que muchos
contemporáneos imaginaban la fecundidad. La mujer y el varón hacen lo contrario
a lo que Dios había mandado y, ante el interrogatorio divino, cada uno
responsabiliza al otro (3,12-14). Pero no ocurre lo esperado: la pareja no
muere, es verdad que se les abren los ojos (pero sólo que para ver su desnudez) y
son como Dios (pero no en su grandeza sino en “conocer”; 3,4-5). Dios no desata
su ira ante la desmesura humana, y vuelve a ocuparse del varón y la mujer
dándoles una vestidura (3,21), pero para evitar que sumen otra desmesura a la
anterior, los expulsa del jardín (3,22-24). La armonía se ha quebrado, la
tierra ya no será lugar pacífico del campesino, sino que producirá “frutos y
espinos” (3,18), la mujer será sometida por el varón que ya no será su igual, e
incluso la vida le provocará dolor desde el parto (3,16), y la relación con los
animales será de conflicto como la de la serpiente y la especie humana (3,15).
La armonía original se ha quebrado.
Pero mirando con atención el relato, todavía podemos
ver algo más: Israel ha tenido que dejar su tierra, la que mana leche y miel
para ir cautiva al exilio a Babilonia a consecuencia de su desobediencia al mandamiento.
Israel ha buscado la fecundidad no en Dios sino en los dioses cananeos, como es
el caso de Astarté, la diosa desnuda, en ocasiones representada con serpientes.
Esto comenzó desde tiempos de Salomón, el que pretendía conocer el bien y el mal y con quien
proliferó la prostitución debajo de árboles y lugares “altos” … El autor quiere
decirles a sus lectores que Dios quiere una humanidad en armonía con Él, entre
sí y con la creación, pero la desobediencia rompe este clima pacífico proliferando el dominio
patriarcal, la violencia interpersonal y hasta una tierra infecunda a causa de
la idolatría de su pueblo. El relato de la creación que leemos, entonces, no
pretende tanto destacar qué y cómo hizo Dios “el cielo y la tierra” sino como
es el sueño que Dios tiene para sus creaturas, y cómo quisiera que vivamos
disfrutando de sus regalos.
Foto tomada de https://ccpe.org.ar/web/actividades/ceramica-tradicional-paraguaya/
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