La cruel inhumanidad
Eduardo de la Serna
Con
alguna frecuencia he señalado que un gato no puede ser in-gatuno, un perro no
puede ser in-canino, pero los seres humanos somos capaces (lamentablemente ¡muy
capaces!), de ser in-humanos. Y quizás haya que señalar desconcertantemente que
esa horrible capacidad es lo que nos constituye en humanos.
Desde
que Johann Baptist Metz se preguntó ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? Surgieron
decenas de preguntas similares. Sea en el mismo sentido, como ampliando el lugar
de la crueldad: Ayacucho (Gustavo Gutiérrez), El Mozote (Jon Sobrino), la ESMA…
La pregunta es teológica, en general. ¿Dónde estaba Dios? Él / ella parecía (o
realmente estaba) ausente. Las preguntas se multiplicaban: no sólo cómo hablar
de él / ella sino si realmente estaba: si no estaba, ¡no es Dios!, si estaba en
los campos de concentración (o demás lugares atroces), ¡no es Dios!, si estaba
en los perpetradores, ¡no es Dios! Si no estaba en las víctimas ¡no es Dios!
Pero
me quiero detener en otra pregunta; similar. Inspirada. ¿Dónde estaba la
humanidad? (porque no es cuestión de siempre “responsabilizar” a Dios de lo que
es tarea de los humanos, ¿no?) ¿Cómo hablar de humanidad allí donde la
inhumanidad era “reina y señora”? Allí donde unos seres humanos eran
pisoteados, maltratados, torturados y ejecutados por otros seres humanos. Inhumanizadas
las víctimas, inhumanizadores los victimarios.
Sabemos,
lamentablemente hasta el hartazgo, de miles de seres humanos que son capaces de
indiferencia ante el dolor de otros (hoy se habla de empatía… o de ausencia de
ella). No es demasiada humanidad esta. Pero quiero ir, todavía, más allá.
Quisiera llegar al espanto, a la actitud de aquellos y aquellas que son capaces
de tal. Sabemos que Annah Arendt lo llamó “la banalidad del mal” lo que le
causó innumerables críticas a las que respondió, también, innumerablemente.
Mischa, el hermano de Etty Hillesum (ambos asesinados en Auschwitz) comentaba “un
muchacho de mi misma edad que, con toda naturalidad y sin mosquearse te puede
pegar un tiro”. Y Simone Weil señalaba:
«Sí,
es verdad que el miedo desempeña un papel importante en la carnicería; pero
donde yo estaba no parecía tener tanta importancia [...] Mi teoría es que una
vez que las autoridades temporales y espirituales han decidido que las vidas de
ciertas personas carecen de valor, nada es tan natural en el ser humano como
matar. Tan pronto como saben que pueden matar sin temor a represalias, empiezan
a matar, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas de aprobación».
Cuando somos capaces de mirar “al
otro” como un “tú” y tender hacia un “nosotros” (lo que políticamente Cristina
Kirchner indicó como “la patria es el otro”) podremos empezar a responder ¿Qué
es el ser humano (Mensch)?, al decir de Martin Buber: “el ser humano
empieza a ser un yo a partir de un tú”. ¿No es la expresión más cabal de
inhumanidad la negación de un tú (de todo tú)? Y cuando esa negación propone –
y ejecuta – la aniquilación del tú, la inhumanidad alcanza su grado sumo. Y
debe ser “monumento” (que se origina en “amonestar” y también en “molestar”;
para no olvidar, para que nos moleste y duela verlo).
Los miles y miles de casos de
abusos sexuales de menores (varones y mujeres) ciertamente permiten ver un “yo”
que se alza y ensalza ignorando absolutamente un “tú”. La tortura, como
expresión evidente de la degradación (también del perpetrador), disfrazada de “pretensa
búsqueda de información”, las violaciones en masa, usando el cuerpo de las
mujeres como arma de guerra, los juegos (sic) buscando ser creativos en los diferentes
modos de muerte entre indefensos (desde los modos de crucificar de antaño hasta
la matanza de niños del batallón Atlacatl, en El Mozote)… Inhumanidad, sólo
inhumanidad.
Curiosamente, insisto, el ser
humano es capaz de inhumanidad. Y eso – irónicamente – es propio de lo humano
porque sólo esta especie es capaz. Se llama libertad, sí, pero también tiene
miles de otros nombres. Sólo el ser humano es libre, y por eso capaz de las más
grandes expresiones de humanidad, de vida, de alegría, de solidaridad, de
generosidad, de arte, de santidad, de impulsos de esperanza. Y, todo lo
contrario. Pero, quizás, sólo porque es capaz de la barbarie seamos capaces de
ver y amar la humanidad humana. El odio, el miedo, el desprecio, la negación de
todo tú (a veces con la excepción del pequeño “nosotros” de los que son
simplemente otros “yo”) nos deshumaniza y deshumaniza a todos los demás a los
que no “valoramos”, no reconocemos y, por supuesto, no amamos. Aquel que invitó
al amor universal, incluso hasta el propio enemigo, supo quebrar desde la raíz la
crueldad, supo aniquilar (= hacer nada) la inhumanidad, porque – y esta es la
ironía más maravillosa – solo el humano muy humano es capaz de ser divino.
Eduardo de la Serna
Con
alguna frecuencia he señalado que un gato no puede ser in-gatuno, un perro no
puede ser in-canino, pero los seres humanos somos capaces (lamentablemente ¡muy
capaces!), de ser in-humanos. Y quizás haya que señalar desconcertantemente que
esa horrible capacidad es lo que nos constituye en humanos.
Desde
que Johann Baptist Metz se preguntó ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? Surgieron
decenas de preguntas similares. Sea en el mismo sentido, como ampliando el lugar
de la crueldad: Ayacucho (Gustavo Gutiérrez), El Mozote (Jon Sobrino), la ESMA…
La pregunta es teológica, en general. ¿Dónde estaba Dios? Él / ella parecía (o
realmente estaba) ausente. Las preguntas se multiplicaban: no sólo cómo hablar
de él / ella sino si realmente estaba: si no estaba, ¡no es Dios!, si estaba en
los campos de concentración (o demás lugares atroces), ¡no es Dios!, si estaba
en los perpetradores, ¡no es Dios! Si no estaba en las víctimas ¡no es Dios!
Pero
me quiero detener en otra pregunta; similar. Inspirada. ¿Dónde estaba la
humanidad? (porque no es cuestión de siempre “responsabilizar” a Dios de lo que
es tarea de los humanos, ¿no?) ¿Cómo hablar de humanidad allí donde la
inhumanidad era “reina y señora”? Allí donde unos seres humanos eran
pisoteados, maltratados, torturados y ejecutados por otros seres humanos. Inhumanizadas
las víctimas, inhumanizadores los victimarios.
Sabemos,
lamentablemente hasta el hartazgo, de miles de seres humanos que son capaces de
indiferencia ante el dolor de otros (hoy se habla de empatía… o de ausencia de
ella). No es demasiada humanidad esta. Pero quiero ir, todavía, más allá.
Quisiera llegar al espanto, a la actitud de aquellos y aquellas que son capaces
de tal. Sabemos que Annah Arendt lo llamó “la banalidad del mal” lo que le
causó innumerables críticas a las que respondió, también, innumerablemente.
Mischa, el hermano de Etty Hillesum (ambos asesinados en Auschwitz) comentaba “un
muchacho de mi misma edad que, con toda naturalidad y sin mosquearse te puede
pegar un tiro”. Y Simone Weil señalaba:
«Sí,
es verdad que el miedo desempeña un papel importante en la carnicería; pero
donde yo estaba no parecía tener tanta importancia [...] Mi teoría es que una
vez que las autoridades temporales y espirituales han decidido que las vidas de
ciertas personas carecen de valor, nada es tan natural en el ser humano como
matar. Tan pronto como saben que pueden matar sin temor a represalias, empiezan
a matar, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas de aprobación».
Cuando somos capaces de mirar “al
otro” como un “tú” y tender hacia un “nosotros” (lo que políticamente Cristina
Kirchner indicó como “la patria es el otro”) podremos empezar a responder ¿Qué
es el ser humano (Mensch)?, al decir de Martin Buber: “el ser humano
empieza a ser un yo a partir de un tú”. ¿No es la expresión más cabal de
inhumanidad la negación de un tú (de todo tú)? Y cuando esa negación propone –
y ejecuta – la aniquilación del tú, la inhumanidad alcanza su grado sumo. Y
debe ser “monumento” (que se origina en “amonestar” y también en “molestar”;
para no olvidar, para que nos moleste y duela verlo).
Los miles y miles de casos de
abusos sexuales de menores (varones y mujeres) ciertamente permiten ver un “yo”
que se alza y ensalza ignorando absolutamente un “tú”. La tortura, como
expresión evidente de la degradación (también del perpetrador), disfrazada de “pretensa
búsqueda de información”, las violaciones en masa, usando el cuerpo de las
mujeres como arma de guerra, los juegos (sic) buscando ser creativos en los diferentes
modos de muerte entre indefensos (desde los modos de crucificar de antaño hasta
la matanza de niños del batallón Atlacatl, en El Mozote)… Inhumanidad, sólo
inhumanidad.
Curiosamente, insisto, el ser
humano es capaz de inhumanidad. Y eso – irónicamente – es propio de lo humano
porque sólo esta especie es capaz. Se llama libertad, sí, pero también tiene
miles de otros nombres. Sólo el ser humano es libre, y por eso capaz de las más
grandes expresiones de humanidad, de vida, de alegría, de solidaridad, de
generosidad, de arte, de santidad, de impulsos de esperanza. Y, todo lo
contrario. Pero, quizás, sólo porque es capaz de la barbarie seamos capaces de
ver y amar la humanidad humana. El odio, el miedo, el desprecio, la negación de
todo tú (a veces con la excepción del pequeño “nosotros” de los que son
simplemente otros “yo”) nos deshumaniza y deshumaniza a todos los demás a los
que no “valoramos”, no reconocemos y, por supuesto, no amamos. Aquel que invitó
al amor universal, incluso hasta el propio enemigo, supo quebrar desde la raíz la
crueldad, supo aniquilar (= hacer nada) la inhumanidad, porque – y esta es la
ironía más maravillosa – solo el humano muy humano es capaz de ser divino.
Foto tomada de http://archivo.lavoz.com.ar/suplementos/temas/09/06/28/nota.asp?nota_id=529313
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