domingo, 1 de octubre de 2023

Dos breves reflexiones sobre Teresa de Lisieux en su día

Dos breves reflexiones sobre Teresa de Lisieux en su día

Eduardo de la Serna



Teresa, una intuición


Quiero empezar esta nota con una anécdota. En el año 1987 hubo en Buenos Aires una “semana del cine francés”. Y, en esa semana, se producía el pre-estreno de Thérèse, de Alain Cavalier. Venía precedida de buenos comentarios, así que allí fui. En el cine encontré a varios y varias amigos y amigas a su vez amigos de Teresa. Una película de este tipo me gusta verla solo, así que me aislé. Al terminar la película yo seguía allí sentado; quería que lo que había visto cayera profundamente. Como no salía de la sala, uno de mis amigos fue a buscarme. La película no le (o les) había gustado ni un poco y pensaba(n) que yo estaría indignado masticando bronca, dolido (por Teresa). Cuando se acerca a mi asiento y me llama, lo eché, ¡Salí! ¡Salí! Más convencido(s) quedaron de mi estado de molestia… Rato después salgo del cine. Allí estaban algunos y algunas esperando mi comentario (seguramente furioso). Y yo espeté un ¡qué maravilla! Creo que no me entendieron. Después charlamos.

Tiempo después conseguí la película y la vi, creo que mil veces. Incluso escribí un detallado artículo sobre ella. Obviamente, a medida que la veía una y otra vez iba descubriendo nuevos elementos, nuevos motivos para profundizarla.

Es frecuente que los seres humanos, las cosas más profundas, las que más nos comprometerían solemos domesticarlas. Hacerlas a nuestro modo, para sentirlas nuestras. Lo hemos hecho con la cruz, con Dios, con el Evangelio… y con Teresa. No me atrevo a decir que sea la que más, pero no sé si son muchos los santos y santas tan domesticados como ella. Una santa aniñada, dulzona, romántica… ¡perfecto! Lista para usar. 

Mi relación con Teresa, que viene desde 1974 (aunque sin yo saberlo, seguramente de mucho antes) me hizo empezar a encontrarme con ella (el primer libro que compré ese año fueron sus Obras Completas), y, a partir de eso, tener la intuición de poder saber si cierta Teresa que mostraban en pinturas, músicas, libros… o películas, era Teresa o ella domesticada, una caricatura. 

Seguimos caminando juntos… a veces casi sin hablarnos (como esos viejitos que después de 50 años de casados caminan juntos el uno a la otra sin decirse nada), a veces un simple encuentro, otras un nuevo brindis y fiesta por el tiempo compartido. Así estamos. Aquí estamos. ¡Salud, Teresa!


Una nueva breve reflexión sobre Teresa de Lisieux

Desde hace mucho tiempo yo sostengo que Teresa leyó mal la cita de los Proverbios (9,4.a) sobre la que edifica todo su camino de confianza. No conocía el texto completo, sino solamente medio versículo en una traducción francesa del latín (parvulus). No es este el lugar de analizar el texto y la lectura teresiana. Sí creo que entendiendo mal un versículo entendió perfectamente bien el Evangelio.

Del mismo modo, como es propio de su tiempo, Teresa entiende la “infancia” en clave romántica. Es lo propio de su tiempo y su cultura. Pero no es esa la lectura propia de tiempos de los Evangelios. La famosa frase “dejen que los niños vengan a mi” (Mc 10,14p), clave con la que interpreta Proverbios (“si alguno es ‘pequeño’ venga a mi”) debe entenderse hoy de otra manera. Pero, curiosamente, Teresa lo interpreta en clave impotencia, debilidad y, de allí (y ahí sí, coherentemente con los estudios bíblicos) en clave “falta de mérito”. El cumplimiento de la ley es tenido como algo importante, es expresión de fidelidad a la alianza; por eso los niños son relegados, porque no tienen mérito alguno, no pueden cumplir (todavía) la Ley. Y Teresa sabe que ella no tiene mérito alguno. Y, a partir de allí, que, como madre, Dios alza a los pequeños sobre sus rodillas (imagen del ascensor). Para abrazar a Dios, hay quienes tienen tanto mérito, pareciera, que, con esfuerzos y sacrificios, con dedicación y mérito, llegan hasta él. Teresa, en cambio, experimenta su impotencia y, entonces, pretende hacer suyos, como en una familia, los méritos de su padre-madre Dios y la restante familia (la Virgen y los santos). Si somos una familia, lo de uno es de todos. Así que, como corresponde a los niños en la familia, llenar de caricias (no de méritos) a su padre que llega cansado del trabajo (la imagen es propia de fines del s. XIX). Nada de méritos en la pequeña. Es lo propio de los niños, no acumularlos. Ella entiende que, para abrazar a Dios, Él se abaja hasta ella y la alza en sus brazos. 

Nada de meritocracia en Teresa. Nada. Solo confianza en un Dios que es Padre y que es Madre y que nos hace familia.


Foto: reverso del Acto de Ofrenda al Amor misericordioso (Teresa de Lisieux)

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