Relaciones diplomáticas
Eduardo de la Serna
Aquel que
con frecuencia Javier Milei llama “prócer”, e incluso así lo hizo en el primero
de los debates, Alberto Benegas Lynch (h), fue invitado, ayer, en el cierre de
campaña del autopercibido libertario, a tomar la palabra. Y, entre otras cosas,
propuso seguir el ejemplo de Julio Argentino (sic) Roca y suspender las
relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano mientras allí haya “autoritarismo”.
Extraña propuesta en una agrupación que lleva como candidata a vicepresidenta a
una defensora de la Dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica, por
ejemplo, extraña en una agrupación en la que el candidato grita, insulta y
prepotea “autoritariamente” a todo el que piensa distinto a él y lo dice…
(porque la libertad no llega hasta allí, evidentemente). Extraño, además, en un
defensor de Trump y Bolsonaro que no se han caracterizado por la tolerancia,
por ejemplo. Quizás tengamos distinto diccionario y donde dice “libertad” o
donde dice “autoritarismo” leamos cosas distintas.
Pero,
vamos al tema: el Vaticano (que de diplomacia sabe, debemos reconocerlo) tiene
relaciones diplomáticas con muchos países (según afirma Wikipedia, que, aunque
no siempre sea fiable sirve como dato relativo, el Vaticano tiene relaciones
con 184 países); en las Naciones Unidas no actúa como país independiente sino
como Observador Permanente. Me parece bastante evidente, además, que las
relaciones entre países no son de amistad y simpatía sino de alianzas o mutuas
relaciones. La diplomacia, por cierto, hace que en los distintos países
democráticos haya diferentes presidentes de diferentes corrientes cambiantes,
y, obviamente, otros países no establecerán o suspenderán las relaciones con
ellos según simpatías o no con el gobierno de turno. Además, según las constituciones,
hay países donde la diplomacia es relativa o simplemente no existe. Eso no
implica, por cierto, que no se deba tener relaciones diplomáticas con ellos.
Otra cosa, muy diferente, es que el gobierno del país ‘A’ tenga mayor o menor
simpatía con el gobierno del país ‘J’. No distinguir entre gobiernos y estados
(o países), es bastante torpe (es lo característico de ciertos autoritarios que
proponen no tener relaciones con Venezuela, o Cuba o China, pero no se oponen a
tenerlas con Arabia Saudita, Qatar y otros).
El “embajador”
del Estado Vaticano en Argentina (al que se llama “nuncio”) suele tener,
principalmente, la responsabilidad de coordinar las relaciones con las jerarquías
eclesiásticas. Por ejemplo, cuando se eligen nuevos obispos, el Nuncio es el
actor principal. Pero hay otro tipo de relaciones fuera de lo intra eclesial.
Las actitudes del Nuncio (en realidad, dos, P. Laghi y U. Calabresi), por
ejemplo, durante la dictadura cívico-militar aportaron la “bendición
eclesiástica” que les fue de gran utilidad para mostrarse “Occidentales y
cristianos” (sic); pero también, es justo decirlo, fue importantísimo para
impedir la guerra con la hermana república de Chile. En lo personal, mi
sensación (ampliada, por ejemplo, al ver los nuncios en la Chile de Pinochet [Sodano]
o en El Salvador de Oscar Romero [Gerada] y el México en Samuel Ruíz [Prigioni]
es lamentable. Y todo eso dice algo sobre las relaciones con los Estados, no
sobre el Evangelio. Si los mirara desde esa perspectiva histórica, celebraría
que Argentina suspenda las relaciones con el Estado Vaticano.
Quisiera
añadir que sigo sin entender que el Vaticano sea un Estado, con bandera, con
banco y hasta con una guardia militar, y príncipes (cardenales). Y, quizás,
pueda soñar que “mañana” no haya ni príncipes ni embajadores, y me siga
preguntando, mientras los haya, por qué estos no podrían ser laicos ¡y laicas!
En suma,
si mirara el planteo de suspender las relaciones con el Estado Vaticano, me
suscita sensaciones encontradas. Por supuesto que estas empiezan con el “suspender”,
que significa una “suspensión temporaria” mientras allí no haya un “jefe” como
me place (además que, no se ha de olvidar, el Vaticano también es un estado
absolutista, no diplomático). En segundo lugar, mi desacuerdo con los “embajadores
vaticanos” es en general, no con los de Argentina en particular; por ejemplo,
creo que la elección de obispos debería seguir caminos muy diferentes (en los
que no puede estar ausente el Pueblo de Dios) y no alguien que la realidad del
país en el que fue designado la conoce por “libros” y no por raíces. Finalmente,
creo que la propuesta del “prócer” no es sino una expresión más del
autoritarismo interno de la agrupación “la libertad avanza” (sic) que propone
callar al que piensa diferente con gritos, con insultos o cancelaciones. ¡Linda
libertad nos proponen!
Foto tomada de https://cadenaser.com/programa/2018/01/22/la_ventana/1516631155_685896.html
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