Cristianos católicos, cristianos evangélicos, judíos…
Eduardo de la Serna
Empiezo pidiendo
perdón a otros grupos religiosos no incluidos en el título; se debe solamente a
mi ignorancia. Imagino que los habrá también… creo que los habrá, pero por
desconocimiento no me atrevo a señalarlo…
Me
refiero a que hay judíos, católico romanos y evangélicos que apoyan a Javier
Milei, y hay judíos, católico romanos y evangélicos que se oponen a él con
todas sus fuerzas. Y puesto que la razón esgrimida en ambos casos es religiosa,
obviamente algo hay que analizar. ¿Cómo es posible que con argumentación religiosa
haya sectores de una misma confesión que defienden vehementemente y otros que
la detestan visceralmente? Y, sospecho, además, que el planteo trasciende lo
religioso y puede internarse en otras disciplinas como la política, lo
económico, las ciencias sociales, etc. Ahora bien, los textos – especialmente los
tenidos por “sagrados” – ¿pueden leerse según le place al lector?
Es el
momento del fundamentalismo. Por fundamentalismo se entiende la lectura de los
textos “al pie de la letra”: “lo que dice, ¡así es!”, sin ninguna interpretación
de qué quiere decir el autor o autora, cuál es el contexto histórico, político,
social, cultural, etc., de quienes son destinatarios o destinatarias, qué
género escoge quien escribe para comunicar algo, etc. Para ejemplificar esto de
un modo fácilmente comprensible, notemos el uso de la ironía. Si yo dijera, por
caso, “nuestro gran amigo, el neoliberalismo”, debería resultar evidente para
los lectores que el neoliberalismo no es ni remotamente amigo, sino todo lo
contrario, se trata del enemigo de la vida, enemigo de la justicia, enemigo del
bienestar de todas y todos, en especial de los pobres. Pero, “a la letra” es
evidente que dije “nuestro gran amigo”. Y un lector desprevenido (o mal
intencionado, acaso) puede decir que nuestras relaciones con el neoliberalismo
son de “amistad”. Hacen falta, en este caso, conocer al autor (en este caso un
adversario del neoliberalismo), los destinatarios (un grupo que se ve o vería
perjudicado por este) y, además, saber que el género es “irónico”. Con los
textos sagrados ocurre lo mismo (y repito que, aunque lo sospecho, no me atrevo
a hablar de otros además de los mencionados). Se trata de textos escritos por
autores, dirigidos a comunidades en situaciones concretas. Para los creyentes,
es en ese autor, esa intencionalidad “estratégica”, ese género literario
escogido, a esa comunidad en la que todo texto “DEBE SER INTERPRETADO”. Es
decir, la lectura “al pie de la letra” (= fundamentalista) la deforma, la seca,
la anula. Y nos deforma, seca y anula.
Y, creo
que es evidente, en los apoyos o cuestionamientos arriba mencionados, se trata
claramente de fundamentalismo. Cualquier lectura situada de los textos de lo
que solemos llamar Antiguo Testamento, por ejemplo, que es lo que nos
une a evangélicos, católico romanos y judíos, deja bien en claro, por ejemplo,
que el individualismo es aberrante, que no se puede ser sin otros y otras, que
la justicia es constitutiva de nuestras creencias, que la propiedad privada es
ciertamente relativa, etc.
Como
dije, este fundamentalismo trasciende las fronteras de los textos religiosos y
se adentra en lo político, económico, etc. Pero parece más que evidente que esta
lectura es siempre “más fácil”: se lee, ¡se obedece! ¡Nada hay que pensar! Menos
aun que debatir, cuestionar, preguntar, analizar.
Una
lectura fundamentalista de los textos sagrados lleva a la obediencia ¡y listo!
Mientras que una lectura “crítica” (los católico-romanos, concretamente,
sabemos que esta lectura crítica es la lectura “correcta” [= ortodoxa] de la
Biblia, mientras que al fundamentalismo lo llama “suicidio del pensamiento”)
nos invita a pensar, debatir, analizar.
Y,
obviamente, además, una lectura de tal modo, nos invita a preguntarnos ¿cómo es
ese Dios que solo quiere ser obedecido, aunque nos duela, nos cueste o nos mate?
¿Cómo es ese Dios (o dios, preferentemente) que no quiere que pensemos, que seamos
felices, sino que, en el altar de la supuesta “obediencia”, nos hace elegir al
torturador, al que nos aniquilará, o al león que devorará al rebaño?
Evidentemente, en ese dios, sí que ¡yo no creo!
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