Marta de Betania
Eduardo
de la Serna
Betania es un poblado muy cercano a Jerusalén; parece
que allí se aloja Jesús cada vez que se dirige a la ciudad santa. Es probable que su
nombre sea indicio de que allí son recibidos los pobres peregrinos (en hebreo, beth
= casa; ani = pobre). Los evangelios de Lucas y Juan hacen referencia a
un par de hermanas, Marta y María (quizás se trate de las mismas) que, según Juan, viven en
Betania. Notemos algunos elementos para empezar:
Lucas nos dice que – cuando Jesús se detiene en su
camino, sin precisar el lugar (10,38) – Marta es especialmente solícita y
acogedora con los huéspedes (10,40). De hecho, la hospitalidad – particularmente
en las regiones de desierto, y habitualmente entre grupos nómadas – es una virtud central
en el mundo antiguo. Preferible a casi todas las demás virtudes. Hay incluso
escenas terribles para nuestra mentalidad que se viven, o castigos que se
infligen cuando la hospitalidad no se ejecuta (ver (Gen 19,1-29; Jue 19,11-30).
Marta, entonces, hace con Jesús y su grupo lo que toda persona honorable haría.
Lo suyo es realmente ejemplar. Como veremos en el próximo artículo, sin embargo, Jesús
propone valores alternativos y superadores al gran valor de ser hospitalario
con el huésped, el extranjero, o la visita. Lo que nos interesa, por ahora, es
que Marta “hace todo lo que debería hacer”. En el evangelio de Juan, se señala
algo semejante: había una cena y “Marta servía” (Jn 12,2).
Pero hay otro texto donde Marta resaltará sobre el
resto, y es en la escena joánica de la resurrección de su hermano, Lázaro (Jn
11). Para empezar, el Evangelio anota que Jesús “amaba a Marta, a su hermana y
a Lázaro” (v.5). La muerte de Lázaro hace que Jesús deje su prudencia de
esconderse ante las amenazas a su vida (Jn 10,39-42), y se dirige al velorio
(que duraba unos siete días en ese entonces). Allí hay muchos judíos que habían
ido a consolar a las hermanas (v.19). Enterada que Jesús ha llegado, Marta le
sale al encuentro (v.20) y le dice una frase que puede ser una mezcla de ligero
reproche y también de confianza: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano. Pero aún ahora yo sé que lo que pidas a Dios, él te lo concederá”
(vv.21-22). Probablemente sea como si dijera “¡qué pena que no estuviste! A lo
mejor hubieras podido salvarlo”; pero nosotros, los lectores, sabemos que Jesús
no estuvo ahí "para que crean” (v.15). Y aquí encontramos la escena principal
de todo el relato: el diálogo de Jesús con Marta: Jesús le afirma que Lázaro
resucitará, y Marta, como era común en muchos sectores judíos, cree en la
resurrección al final de los tiempos (v.24). Pero Jesús se pone en el centro – como
es habitual en Juan – y despliega un clásico discurso con “yo soy”, en este
caso, “la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto
vivirá... ¿crees esto?” (vv.25-26) La pregunta a Marta por su fe es la clave
del relato, porque “el que cree... vivirá”, como acaba de decir. Ahora Marta
despliega su fe en Jesús: “creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que
iba a venir a este mundo” (v.27). Como se ve, es una confesión idéntica a la de
Pedro en Mateo 16,16 por lo que bien deberíamos poder hablar de la “confesión
de fe de Marta”. De aquí, ante esta fe, y por lo dicho por Jesús, cabe esperar que Marta viva. La vida
que recibirá Lázaro no es sino una especie de “borrador” (un “signo”, ver 4,53)
de la vida de Marta, que es vida divina, por eso “aunque muera, vivirá, y todo
el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (v.26), cosa que no ocurrirá con
Lázaro que sí morirá (y hasta planean matarlo, 12,10).
La fe, para el evangelio de Juan – siempre es verbo,
nunca sustantivo – es un dinamismo que introduce al creyente en la misma vida
de Dios, “si crees verás la gloria de Dios” (v.40), gloria que el signo de
Lázaro anticipa. Es para esto – nada menos – que Juan escribe el evangelio que
ha “sido escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y
creyendo tengan vida en su nombre” (20,31). Todo el evangelio se escribe para lograr
en los lectores la misma confesión de fe que expresará Marta, y que al confesarlo, recibe por ello una vida nueva. Una participación en la vida de Dios. Eso es lo que
Marta ha mostrado; ¡nada menos!
La fe aparece en Juan directamente relacionada con la
vida (que es vida divina; 3,15.16.36; 5,24; 6,35.40.47; 7,38), y la máxima
confesión de fe es precisamente aquella que Marta, a quien Jesús ama, proclama
sin dudarlo.
Marta se muestra, entonces, como aquella mujer que si
bien hace todo lo que culturalmente se esperaba que una mujer haga, además,
está abierta a la vida que Jesús da a los que creen, una vida que trasforma a
la persona de raíz hasta el punto de ser divina. Como Marta, nosotros – como
creyentes – también estamos invitados a dirigirnos a nuestros hermanos y
decirles: “el maestro está aquí y te llama” (v.28).
Imagen tomada de https://www.religiondigital.org/un_santo_para_cada_dia/Santa-Marta-Betania-Diligente-Jesus_7_2473022677.html
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