jueves, 23 de noviembre de 2023

Marta de Betania

Marta de Betania

Eduardo de la Serna

 



Betania es un poblado muy cercano a Jerusalén; parece que allí se aloja Jesús cada vez que se dirige a la ciudad santa. Es probable que su nombre sea indicio de que allí son recibidos los pobres peregrinos (en hebreo, beth = casa; ani = pobre). Los evangelios de Lucas y Juan hacen referencia a un par de hermanas, Marta y María (quizás se trate de las mismas) que, según Juan, viven en Betania. Notemos algunos elementos para empezar:

Lucas nos dice que – cuando Jesús se detiene en su camino, sin precisar el lugar (10,38) – Marta es especialmente solícita y acogedora con los huéspedes (10,40). De hecho, la hospitalidad – particularmente en las regiones de desierto, y habitualmente entre grupos nómadas – es una virtud central en el mundo antiguo. Preferible a casi todas las demás virtudes. Hay incluso escenas terribles para nuestra mentalidad que se viven, o castigos que se infligen cuando la hospitalidad no se ejecuta (ver (Gen 19,1-29; Jue 19,11-30). Marta, entonces, hace con Jesús y su grupo lo que toda persona honorable haría. Lo suyo es realmente ejemplar. Como veremos en el próximo artículo, sin embargo, Jesús propone valores alternativos y superadores al gran valor de ser hospitalario con el huésped, el extranjero, o la visita. Lo que nos interesa, por ahora, es que Marta “hace todo lo que debería hacer”. En el evangelio de Juan, se señala algo semejante: había una cena y “Marta servía” (Jn 12,2).

Pero hay otro texto donde Marta resaltará sobre el resto, y es en la escena joánica de la resurrección de su hermano, Lázaro (Jn 11). Para empezar, el Evangelio anota que Jesús “amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (v.5). La muerte de Lázaro hace que Jesús deje su prudencia de esconderse ante las amenazas a su vida (Jn 10,39-42), y se dirige al velorio (que duraba unos siete días en ese entonces). Allí hay muchos judíos que habían ido a consolar a las hermanas (v.19). Enterada que Jesús ha llegado, Marta le sale al encuentro (v.20) y le dice una frase que puede ser una mezcla de ligero reproche y también de confianza: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora yo sé que lo que pidas a Dios, él te lo concederá” (vv.21-22). Probablemente sea como si dijera “¡qué pena que no estuviste! A lo mejor hubieras podido salvarlo”; pero nosotros, los lectores, sabemos que Jesús no estuvo ahí "para que crean” (v.15). Y aquí encontramos la escena principal de todo el relato: el diálogo de Jesús con Marta: Jesús le afirma que Lázaro resucitará, y Marta, como era común en muchos sectores judíos, cree en la resurrección al final de los tiempos (v.24). Pero Jesús se pone en el centro – como es habitual en Juan – y despliega un clásico discurso con “yo soy”, en este caso, “la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿crees esto?” (vv.25-26) La pregunta a Marta por su fe es la clave del relato, porque “el que cree... vivirá”, como acaba de decir. Ahora Marta despliega su fe en Jesús: “creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que iba a venir a este mundo” (v.27). Como se ve, es una confesión idéntica a la de Pedro en Mateo 16,16 por lo que bien deberíamos poder hablar de la “confesión de fe de Marta”. De aquí, ante esta fe, y por lo dicho por Jesús, cabe esperar que Marta viva. La vida que recibirá Lázaro no es sino una especie de “borrador” (un “signo”, ver 4,53) de la vida de Marta, que es vida divina, por eso “aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (v.26), cosa que no ocurrirá con Lázaro que sí morirá (y hasta planean matarlo, 12,10).

La fe, para el evangelio de Juan – siempre es verbo, nunca sustantivo – es un dinamismo que introduce al creyente en la misma vida de Dios, “si crees verás la gloria de Dios” (v.40), gloria que el signo de Lázaro anticipa. Es para esto – nada menos – que Juan escribe el evangelio que ha “sido escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y creyendo tengan vida en su nombre” (20,31). Todo el evangelio se escribe para lograr en los lectores la misma confesión de fe que expresará Marta, y que al confesarlo, recibe por ello una vida nueva. Una participación en la vida de Dios. Eso es lo que Marta ha mostrado; ¡nada menos!

La fe aparece en Juan directamente relacionada con la vida (que es vida divina; 3,15.16.36; 5,24; 6,35.40.47; 7,38), y la máxima confesión de fe es precisamente aquella que Marta, a quien Jesús ama, proclama sin dudarlo.

Marta se muestra, entonces, como aquella mujer que si bien hace todo lo que culturalmente se esperaba que una mujer haga, además, está abierta a la vida que Jesús da a los que creen, una vida que trasforma a la persona de raíz hasta el punto de ser divina. Como Marta, nosotros – como creyentes – también estamos invitados a dirigirnos a nuestros hermanos y decirles: “el maestro está aquí y te llama” (v.28).


Imagen tomada de https://www.religiondigital.org/un_santo_para_cada_dia/Santa-Marta-Betania-Diligente-Jesus_7_2473022677.html

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