Elías, el profeta
Eduardo de la Serna
Los
lectores del Nuevo Testamento han escuchado con alguna frecuencia referirse al
profeta Elías: Juan el Bautista se le parece (Mt 17,10-12; Lc 1,17; Jn
1,21.25), en el monte de la transfiguración, junto a Jesús están Moisés y Elías
(Mc 9,4-5 / Mt 17,3-4/ Lc 9,30.33), los comentarios del pueblo cuando se
preguntan quién es Jesús, se preguntan si no es Elías (Mc 6,15; 8,28), o mal
interpretan un dicho de Jesús en la cruz pensando que está llamando a Elías (Mc
15,35-36; Mt 27,47.49). Incluso la vocación misionera de los primeros
cristianos, que se dirigen a los no-judíos recibe la comparación de la vocación
de Elías (Lc 4,25-26) ¿Quién es este Elías del que se habla y por qué tiene
tanta importancia?
Veamos
brevemente un poco de historia. El pueblo de Dios se había dividido en dos
partes, norte y sur, con sus propios reyes, capitales, santuarios... y
problemas. A mediados del s.IX a.C., el reino norte, llamado Israel (el sur se
llama Judá) tiene su capital en Samaría, y un rey llamado Ajab que se ha casado
con Jezabel, que es hija de un sacerdote extranjero. Como es razonable
suponerlo, esta mujer tiene otros dioses y otro culto, y los lleva a su nuevo
hogar. Este Dios, al que se lo conoce como Baal, tiene también sus sacerdotes y
sus profetas; pero los sectores más religiosos de Israel se enfrentan con este
nuevo culto importado y sus representantes. Por esto Jezabel asesina a los
profetas de Yahvé (1 Re 18,4), aunque Elías se salva. Él es el gran abanderado
de esta lucha (de hecho, su nombre en hebreo quiere decir “Yahve es mi Dios”,
es decir los otros dioses -como Baal- no lo son). Aparece como un hombre
solitario y errante, y sumamente celoso de la fe en el único Dios de Israel.
Como Baal es presentado como Dios de lluvias y de fecundidad, con el objetivo
de mostrar su inutilidad -y la inutilidad de su culto- Elías anuncia una larga
sequía, con lo que muestra que sólo en Yahve hay fecundidad verdadera (1 Re
17,1-7). La sequía provoca hambre, por cierto, pero Yahvé, para salvarle la
vida, envía a Elías al extranjero donde -milagro mediante- será alimentado por
una viuda, e incluso resucitará más adelante al hijo único de la mujer
(17,8-24). Obviamente esto mueve a la mujer extranjera -a diferencia de
Jezabel- a reconocer que “Yahvé es Dios” (v.24).
Pasado
el duro tiempo de la sequía (3 años), Elías anuncia la lluvia al rey (18,1),
pero para eso enfrenta violentamente a los “profetas de Baal” que muestran su
impotencia en el desafío (18,18-40) y el pueblo proclama: “¡Yahvè es Dios!”
(V.39). Ante el triunfo -incluso sangriento (v.40)- de Elías, la reina quiere
matarlo (19,1-2) y debe huir al monte Horeb (19,8). Después del encuentro con
Dios en la montaña, a la vuelta encuentra a Eliseo y lo llama a su servicio
(19,19-21).
Ocozías,
el sucesor del rey Ajab, muerto tempranamente, decide consultar a los profetas
de Baal a raíz de un accidente y nuevamente interviene Elías (2 Re 1,1-8), que
estaba oculto a causa de las amenazas a su vida de parte de la reina.
Finalmente, Elías cruza el río Jordán con su discípulo Eliseo y allí desaparece
de su vista, pero éste hereda su espíritu (2,1-15).
Como
puede verse, Elías aparece como un profeta profundamente religioso y
profundamente político (aunque en aquellos tiempos no era fácil distinguir
ambos campos). Enfrentado vehementemente con los adversarios de Dios quiere
remarcar a todo el pueblo y sus autoridades que sólo en Dios se ha de poner la
confianza. Como es habitual, los israelitas al sentirse seguros con la
estabilidad política, al tener bienestar, y tranquilidad, se olvidan de Yahvé
(en un contexto muy semejante de idolatría y fecundidad atribuida a Baal, ver
Os 10,1-2) y miran para otro lado, para los ídolos (¿hoy no hacemos lo mismo?).
Para tratar de entender la voluntad de Dios es que Elías va al Horeb, como un
modo de “volver a las fuentes”, dirigirse al lugar donde el pueblo selló su
alianza con Dios (Deu 5,2); y -viendo a Dios en lo que es sorprendente e infrecuente
(1 Re 19,8-15)- vuelve con renovadas fuerzas (y con un discípulo) para seguir
su predicación.
Precisamente
porque no se habla de su muerte (1 Mac 2,58), sino de una desaparición, la
tradición judía empezó a imaginar que alguna persona celosa y religiosa “como
Elías” vendría más adelante (Eclo 48,1-16) para, como Elías, hacer “volver
el corazón de los padres a los hijos” (Mal 3,23-24). Es por eso que, ante
figuras como Juan el Bautista, o el mismo Jesús, muchos se preguntan si no están
frente al que es como Elías. Como aquel, invitarán a la conversión, como aquel
invitarán a volverse a Dios y como aquel, rechazarán todo lo que no es Dios.
Imagen de Elías tomada de https://iglesiadeconcepcion.cl/editorial/elias-un-profeta-muy-humano-2/
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