¡Es la historia, estúpido!
Eduardo de la Serna
«hominem unius libri timeo» [temo a la persona de un solo libro](aunque atribuida a Tomás de Aquino, parece cita del obispo anglicano Jeremy Taylor)
Debo
reconocer que siempre me llamó la atención, frente a ciertos grupos
fundamentalistas, que saben unas 10 o 15 citas bíblicas de memoria, y
totalmente descontextualizadas, escuchar a muchos que dicen “¡cómo saben!”, o, “se
saben la Biblia de memoria!”, o cosas por el estilo. Se podría decir aquello
que “en el país de los ciegos el tuerto es rey”, pero pretendo ir más allá.
Como se
sabe, el estudio de la historia requiere (simplificando) dos pasos
fundamentales sin los cuales no hay un verdadero estudio. En primer lugar,
recabar la mayor cantidad de “datos” existentes. Estas son las “fuentes” principales.
Pobre historia aquella que solo utiliza unas pocas fuentes, o solamente las que
le gustan o las que le convienen para sus intenciones. Y, además, siempre queda
la relativización, puesto que mañana pueden encontrarse nuevos datos que
niegan, refuerzan o limitan los anteriores. La importancia, por ejemplo, de la
arqueología muestra esto que señalo. Pero luego, viene el segundo paso que es
el “análisis” de todos los datos ubicándolos en un contexto, e interpretarlos. “Hacer
historia” no es “tirar” un par de datos (como saber Biblia no es tirar un par
de citas). Esos datos, si son reales, porque, además, puede haberlos falsos o
mal interpretados, y, por ejemplo, creer que algo pertenece a una época cuando
en realidad pertenece a otra, o a otra región, etc., constituyen una mirada
histórica, que es indispensable.
La
historia, además, es fundamental para la humanidad (aunque debamos relativizarla,
como dije; además de estar atentos a la utilización, por ejemplo, política, de
las interpretaciones). Para que se entienda, lo ejemplifico con algo fácilmente
comprensible, y críticamente difícil: la historia de Israel / Palestina es
fundamental para la comprensión del conflicto en el actual territorio. Unos y
otros muestran datos (ciertos, relativos y falsos) para presentar sus razones y
la no razón de los otros. Los datos (aunque queda mucho por conocer) allí
están, el problema es el análisis de los mismos. La historia “es maestra de
vida”, repetimos con Cicerón. Es memoria, precisamente que sirve para ver
caminos, para no repetir errores, conocer razones y causas, es decir, saber que
si ocurre tal cosa es razonable que pase tal otra como consecuencia.
Necesitamos la historia para vivir.
Y, en
este sentido, quiero señalar la absoluta ignorancia que ostenta el presidente
de la Nación, que habla sin ninguna duda, cita datos con total seguridad, y “enseña”
qué ocurre y qué ocurrirá si se hace tal cosa o tal otra y todo desde una
brutal ignorancia. Y lo ejemplifico:
1.- Varias
veces hizo referencia a “Samuel 8” (hay dos libros de Samuel, por tanto, cuando
se cita una fuente se debe ser preciso, y, en este caso, decir si se refiere al
1º o al 2º libro; en fin, se refiere al primero). Allí Dios, que se dirige al
profeta, hace una crítica a las consecuencias que tendrá el pedido de tener un
rey que le hace el pueblo. Para empezar, en la “historia deuteronomista”, a la
que pertenece el párrafo, hay más de un texto que alude al pedido de tener un
rey, y los hay con una mirada positiva, y con una mirada negativa (es decir,
citar un solo texto es parcial; se debe notar “la existencia de al menos dos
grupos”: Andrea Hojman, “Recuerda y vivirás”. Una introducción panorámica y
temática a la historia deuteronomista”; Navarra: ed. Verbo Divino 2023, 93).
Pero, además, la mirada negativa de 1 Sam 8, tiene un sentido teológico: Israel
quiere un rey “como los demás pueblos”, pero Israel no es “como los demás pueblos”
porque es el “pueblo de Dios”; Él es su rey, por lo que no deberían esperar
tener otro. Y, en caso de tenerlo, la monarquía oriental, se caracteriza por frecuentes
ocasiones en los que no se aplica la justicia, que hay explotación de los débiles y
pobres, apropiación de tierras, ganados, e hijas e hijos para provecho del rey…
Y eso les ocurrirá si lo piden. Es decir: en los que tienen una mirada crítica
de la monarquía (y hay otras miradas, repito), la crítica no es “al Estado”,
sino a la monarquía, y a la monarquía absoluta. Es algo muy diferente.
2.- Otro
ejemplo, también patético, es un punto de referencia de Javier Milei a otra “historia”:
la obra de R. L. Schuettinger – E. F. Butler, 4000 años de controles de precios
y salarios (Madrid: Unión Editorial 2020; con prólogo de Javier Milei que la
califica de “monumental obra”, p. 5). La edición de editorial Atlántida y la Heritage
Foundation (Buenos Aires 1987) tiene 248 páginas. Si le restamos prólogos,
el texto comienza en p. 23 y finaliza en p. 219, y le siguen 5 apéndices, el 5º
escrito por Álvaro Alsogaray. El libro está dedicado a Milton y Rose Friedman.
Y esto ya nos debe llevar a una primera conclusión: los autores son
economistas, no historiadores, no arqueólogos (pertenecientes a la tristemente célebre
Universidad de Chicago): ¿se puede hacer un análisis, siquiera simple y
sencillo de 4000 años de historia en 196 páginas? Ciertamente no…
definitivamente no. Y, por supuesto, nadie serio calificaría esto como “monumental
obra”. Y, además, nadie serio aplicaría criterios, preguntas, planteos actuales
a datos de la antigüedad sin las indispensables claves hermenéuticas. Solo un
fundamentalista puede aplicar datos de ayer al hoy sin ninguna mediación; o
preguntas de hoy a datos de ayer. Solo un fundamentalista. Como Milei.
3.- Recientemente,
el presidente recomendó el artículo “Anarquía, Dios y el Papa Francisco”, de
Jesús Huerta de Soto (Madrid 17 de mayo de 2017). Allí, el autor afirma que “Dios es
libertario” ya que “laissez faire, laissez passer”
sería su lema. Luego habla de “los zelotes de la época de Jesús” (que no existían
entonces, sino varias décadas después). Luego señala que en el “discurso más
famoso” de Dios Hijo Libertario “una multitud que no tiene nada que
comer… se aprovecha del milagro de la multiplicación de los panes y los peces”
(sic), en realidad, está mezclando dos hechos totalmente diferentes. Luego vuelve
a mezclar en la referencia a “dar al César lo que es del Cesar y a Dios lo que
es de Dios” (no dice eso) y afirma que es una trampa “saducea” cuando
expresamente el Evangelio dice que la pregunta la formulan fariseos (adversarios
de los saduceos) y herodianos y, agrega, Jesús nunca pagó un impuesto. A continuación,
habla de los Estados y recurre a “Samuel 8” (¿otra vez la misma
cita y otra vez sin aclarar si es 1 Samuel o 2 Samuel? ¡Curioso!). Así aclara
que el enemigo de los libertarios “es el Demonio” (sic; bíblicamente es fácil
afirmar que “el” Demonio no existe). Del mismo modo que lo hizo en la
televisión ante la que era entonces su jefa de campaña, Viviana Canosa, el
siguiente texto que comenta es Lucas 4, y dice que Jesús es tentado con “la
tercera y la más grave de las tentaciones”; en realidad, es la segunda, y lo
de “más grave” corre por su cuenta. “El Estado es el verdadero Anticristo”,
afirma en el colmo de su éxtasis.
Dejo
de lado la cantidad de inexactitudes y datos falsos, (algunos los he señalado)
y me quiero detener brevemente en el tema (libertario) de los impuestos:
inspirados en los persas, los romanos colocaban en los territorios dominados
por ellos, jefes, preferentemente del propio territorio. Estos podían ser reyes
(vasallos de Roma, y puestos a dedo por ellos, como es el caso de Herodes),
procuradores / prefectos (como es el caso de Pilato), procónsules, etnarcas,
etc. Estos debían enviar anualmente a Roma los tributos impuestos (para eso
eran los censos, para saber la población existente y los impuestos que se deben
cobrar; y por eso los censos eran confrontados por diferentes modos de
resistencia: “en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró
a mucha gente del pueblo…” (Hechos 5:37). Los responsables del cobro de impuestos
debían entregar lo estipulado. Si recaudaban de menos, debían pagarlo ellos de
su peculio, mientras que, si recaudaban de más, quedaba en su provecho. Los
gobernadores tenían en cada ciudad un “jefe de recaudadores” que, asimismo,
debían dar una suma fija, y pagar o ganar según cobraran. Estos jefes tenían a
su vez recaudadores (en algunas traducciones bíblicas se los llama “publicanos”)
los que, también, cobraban a su arbitrio. Es decir, la explotación estaba “a la
orden del día”, el empobrecimiento creciente, también. Pero, como no se podía
dejar de pagar los impuestos, ese empobrecimiento llevó a un crecimiento
notable de las deudas (es interesante notar que cuando nace el movimiento zelote,
en el año 66, a fin de lograr un mayor apoyo de los pobres, una de las primeras
cosas que hacen es incendiar el archivo de deudas, como lo consigna Flavio
Josefo, Guerra de los Judíos II, 427). Jesús, por su parte, insta a los
suyos a perdonar las deudas (y se pide a Dios “perdónanos nuestras deudas como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores”). Aquellos que se proclamen seguidores
de Jesús “deben” perdonar las deudas de sus hermanos. Curiosamente, Jesús,
contraculturalmente, no solamente tiene “cobradores de impuestos” en su grupo
(Levi o Mateo, según los evangelios), sino que no duda en “comer con ellos”, lo
que es escandaloso en una sociedad para la que rige “avant la lettre”
aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”, por lo que es
calificado de “amigo de recaudadores” (Mateo 11,19).
Y, debemos recordar, el pueblo judío,
además, tenía sus propios impuestos (lo que acrecentaba el empobrecimiento, por
cierto). El más reconocido era el impuesto anual en favor del Templo, para el
que se utilizaba el shekel (o maneh, o tetradracma) de Tiro (y para que pudieran adquirirlo los peregrinos, se
canjeaba en el atrio del templo) y era obligatorio para todos los mayores de 20
años (Talmud, Bekhor
49). Cuando le
plantean a Pedro si Jesús paga o no ese impuesto, su respuesta es teológica:
como hijo de Dios que él es, no debería pagarlo (porque es un impuesto para la
casa del Padre), pero decide pagarlo para no ser motivo de escándalo. Más que
decir que Jesús no paga impuestos (¿cómo lo sabe, el fundamentalista?, ¿podía
no pagarlos? Que no se señalen momentos en los que lo hace no significa nada);
lo que sí podemos señalar es que en ningún momento Jesús tiene dinero (y tiene
una mirada muy crítica de este, al que llama Mammón, es decir, se ha
transformado en un ídolo), pero el grupo de Jesús tiene una bolsa común (Juan
13,29).
Queda, brevemente,
algo que decir del famoso texto en que le preguntan a Jesús por el “impuesto al
César”, texto habitualmente malinterpretado. Jesús, viendo que el César se ha
divinizado (cosa que cualquiera sabía en el Imperio; el “culto imperial” estaba
por doquier, especialmente en Oriente) responde la pregunta tramposa, y señala
que el César, al tener una imagen y una inscripción que lo reconoce como “divino”,
ha de “devolver a Dios lo que es de Dios”.
Cuando
algo se antepone a Dios, sea el dinero, la monarquía o el Cesar, cualquier judío
(y Jesús lo era) debe saber que se ha de poner a Dios por sobre todas las
cosas. De otro modo, entramos en el terreno de la idolatría, que es el gran
adversario de Dios, de Jesús y de su pueblo. Y a este Dios, al Dios de Israel,
al Dios de Jesús se lo encuentra, se lo homenajea cuando los y las pobres son
reconocidos como verdaderos hermanos y hermanas, cuando prima “el derecho y la
justicia”. De otro modo, se dará un culto “vacío”, o hueco, o se reconocerán
ídolos y se les dará culto, lo que implica ministros, víctimas, y lugares y
tiempos sagrados. Como los cientos de miles de víctimas que el liberalismo
sacrifica en el altar del dios mercado, con la bendición de los ministros del
FMI, los Estados (que ahí parecen valer) Unidos… El Dios libertario se parece
tanto, ¡pero tanto!, a Mammón que más que aplausos, ameritaría un exorcismo. Y
esto sí que lo enseña la historia.
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