Caín, asesino de su hermano
Eduardo
de la Serna
Los primeros 11 capítulos del
libro del Génesis tienen un marcado acento poético. No pretenden transmitirnos
acontecimientos históricos sino ayudarnos a entender “por qué” estamos como
estamos (así diría un judío en una época de crisis y esclavitud muy grave).
Entre estos relatos, encontramos la escena trágica en la cual Caín asesina a su
hermano Abel (Génesis 4,1-16).
Si no entendemos que el
lenguaje es poético, muchas cosas no las podremos comprender correctamente
(como, por ejemplo, ¿quién mataría a Caín si no hay nadie más en toda la
tierra?, o ¿quién es la mujer con la que Caín tiene descendencia?). El tema
central está en destacar que cuando entra la violencia en el corazón humano,
podemos ser capaces hasta de asesinar a un hermano.
El texto presenta a ambos
hermanos, cada uno con su trabajo: Caín es labrador, Abel es pastor de ovejas
(4,2). Y luego de pasado un tiempo, ambos hacen una ofrenda a Dios: Caín de los
frutos de la tierra, Abel de los primogénitos del ganado (4,3-4). Y – no
sabemos por qué, ni cómo se manifestó esto (y no es importante en un relato
poético) – a Dios le gustó la ofrenda de Abel y no la de Caín; y esto irritó a
Caín (v.5) de tal modo que el mismo Dios intenta calmarlo (v.6). El “pecado” (es
la primera vez que aparece esta palabra en toda la Biblia) acecha a la puerta,
y debe ser dominado. Dominarlo o ser dominado por él depende de obrar bien (v.7)
u obrar mal; es la diferencia entre andar con la “cabeza gacha” o con la
“frente bien alta” (vv.6-7). Pero Caín no pretende hacer caso a Dios, e invita a
su hermano a salir de la casa y en el campo, lo mata (v.8). Del mismo modo que
ante la transgresión de Adán y Eva Dios le había preguntado al ser humano, ¿dónde estás? (3,9), le pregunta ahora a Caín por Abel, ¿dónde está? (4,9). Pero como suele
ocurrir con el asesino, éste se desentiende de “su hermano” (v.9): “¿soy acaso
yo el guardián de mi hermano?” (sin duda que lo es, toda persona está invitada
a hacerse cargo de su hermano).
Ocurrido esto, Dios se dirige
a Caín pronunciando una sentencia (el esquema parece judicial: hecho –
interrogatorio – sentencia) la cual se califica como “maldición” (v.11). Es que ese hermano del que Caín se ha
desentendido, su sangre derramada, “clama” desde la tierra (v.10). El “clamor”
es un término muy importante, se trata del grito de los que sufren y ante el cual Dios
no permanece indiferente. Si alguien “clama” Dios lo escucha (Sal 27,7; 64,2;
84,9), así como también escuchó el clamor de Israel maltratado en Egipto (Ex 3,7; ver 1 Sam 9,16;
Is 30,19). Quien “clama” aquí es la sangre de Abel derramada por Caín.
Así como la “sentencia”
pronunciada por Dios a Adán luego de la desobediencia le anunció que la tierra
dará fruto con esfuerzo, y generalmente producirá “espinas y abrojos” (3,18), ahora la tierra – donde está la sangre
de Abel – no dará más fruto al labrador Caín. Por ello deberá andar “errante y vagabundo” (v.12).
Caín es consciente de su culpa
(“demasiado grande”, v.13) y sabe que vagabundo, “cualquiera que me encuentre
me matará” (v.14). Siempre compasivo, Dios pone una señal en Caín para que
nadie lo toque (v.15), y éste debe emigrar hacia el oriente (v.16); allí tendrá
un hijo, Henoc (v.17) y este construirá una ciudad.
El relato es – como se dijo –
poético, y quiere resaltar algunas cosas que vale la pena destacar a modo de
conclusión:
1)
para empezar, es notable que Caín mata a su
hermano después de haber hecho una ofrenda. No necesariamente por hacer actos
religiosos, no inevitablemente por dirigirnos a Dios, no por ello nuestra vida
es buena. Y – como Caín – muchos que parecen muy religiosos, ¡y lo son!, son asimismo
capaces de asesinar a sus hermanos.
2)
Todo asesino, es asesino de un hermano. Su
sangre derramada es sangre de hermano. No se trata de un “desconocido”, o un
“ajeno” … menos aún de un “enemigo”. Se trata siempre de un “hermano”. De un
hermano del cual debemos ser “guardianes”.
3)
Dios no es indiferente al dolor. El “clamor”
siempre lo conmueve. El corazón de Dios no es insensible ante el sufrimiento, y
– especialmente – no lo es ante la injusticia y la violencia.
4)
Aun cuando pueda llegar a “maldecir” y a
“sentenciar” a alguien por su desobediencia o por su crimen, Dios siempre se
reserva un espacio para la ternura, o para la compasión. No es un juez rígido e
implacable, sino que siempre es capaz de dejarse conmover por el ser humano, su
“imagen y semejanza”.
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