La ofrenda de la sangre de las víctimas
Eduardo de la Serna
En muchas culturas,
la sangre es algo “sagrado”, es decir, algo que se relaciona directamente con
la divinidad. Por eso, muchos sacrificios, es decir “hacer sagrado” algo, una
víctima en este caso, se sellan con sangre.
Los
sacrificios humanos, por ejemplo, o los sacrificios en los que un animal
sustituye a la persona adecuada, requieren sangre. Los dioses reclaman esa
sangre para “saciar” su sed de vida.
Es cierto que
cada cultura tiene sus elementos propios. Sus características, sus modos, sus
ministros, o el tipo de víctimas, pero el “tremendo y fascinante”, del
que hablaba Rudolf Otto, pone a las personas o comunidades en relación con el
misterio. Esa víctima ofrecida representa, habitualmente, a un grupo, colectivo
o incluso dioses que nos aterrorizan, y, a los que la sangre aplaca (momentáneamente).
Habitualmente, además, esa paz lograda no es perdurable, sino temporal, por lo
que los sacrificios deben multiplicarse.
Dentro de eso
“propio” de cada cultura, también hay algo que es propio en el Israel bíblico.
El gran antropólogo René Girard sostiene que el cambio se da en que – en la
Biblia hebrea – la víctima no representa a quien nos aterroriza, sino al propio
oferente; es decir, en el sacrificio no “asesinamos” al enemigo, sino que
Israel manifiesta su propia responsabilidad (pecado, purificación, expiación, o
como fuera) y “se” sacrifica en el animal vicario.
Pero esta
necesidad de sacrificios para alcanzar la paz, también tiene sustituciones
(desde comidas a matrimonios, cacerías, guerras o alianzas). Pero, todavía, podemos
señalar a quienes se dirigen orgullosos y plenos a ser ellos mismos
sacrificados en el altar de una divinidad, como un acto de honor (“soy el
elegido”), o el caso de los gladiadores romanos que, orgullosos, saludaban a la
divinidad-César: “¡los que vamos a morir, te saludamos!”
Como señalo,
algo es diferente en el Israel bíblico y eso continúa también en el movimiento
de Jesús. Los sacrificios, cada vez más, son reemplazados por donaciones no
sanguinarias (pan, aceite, vino, o comidas con los pobres) y con un reemplazo
cada vez más evidente de la mirada “¿dónde está Dios en todo esto?” Es evidente
que los judíos entienden que Dios está del lado de Israel, que es la víctima de
persas, griegos o romanos, y los cristianos que Dios está con Jesús, también él
víctima de los poderes de turno. Dios no quiere la sangre, en estos casos, Dios
no está con los “sacrificadores” … Ya en la Biblia hebrea va siendo cada vez
más claro que lo que Dios quiere es que Israel viva un encuentro de hermanos (y
hermanas), lo cual Jesús continúa, claramente. Lo que Dios quiere no es que
nadie pierda la vida, sino que se viva plenamente, de un modo feliz; por eso,
el mandamiento de Jesús es el amor, y su “ritual” es una comida de hermanos
compartida y celebrada.
Evidentemente,
muchas de las actitudes sacrificiales tienen que ver con “la imagen de Dios”
que cada quien – personal o culturalmente –tenga; y, en esa misma dirección,
todavía hay quienes ven como un orgullo ser elegidos por la divinidad para
saciar su sed de sangre. Desde “afuera”, es evidente que nos referimos a una
divinidad “cruel”, es decir “cruda”, es decir “que chorrea sangre”. Casi nadie
dudaría, hoy, que el liberalismo es una divinidad cruel, que exige abundantes
sacrificios, que tiene sed de sangre de pobres, de jubilados, de niños, de
enfermos, de desocupados, de campesinos e indígenas… Y, pareciera, que saciar
la sed de sangre de esa divinidad nos consigue “libertad” (carajo). Así
encontramos víctimas autoinmoladas que se presentan sacrificialmente en el
altar de divinidades crueles-sanguinarias… Así vemos que hay quienes entienden
la lógica del sacrificio de sangre – de su propia sangre – como necesario para
conseguir los favores de un Dios cada vez más necesitado de vidas ajenas, y que
con esa vida-sangre derrocha exultante y extasiado su propio gozo, y el de sus
ministros, gracias a que los que van a morir lo saludan.
Señalo, sencillamente,
que quienes creemos en el Dios de la Biblia, que es el Dios de Jesús, miramos a
Dios con otros ojos, celebramos un Dios que quiere que sus amigos vivan,
celebren (y nunca a costa de la vida de otros u otras). Un Dios desarmado, asesinado
por el imperio; un Dios que, después de esto, muestra resucitado que la vida y
el amor son más fuertes; un Dios de amor, no de sangre, de vida, no de muerte,
un Dios que ama y sueña que seamos hermanas y hermanos en el amor. Esa alianza
quiero sellar, con él y con todas y todos, una alianza sellada en la vida, pero
vida expresada en el amor. ¡Amén!
Imagen tomada
de https://sicreesinnovas.com/moloch-el-dios-implacable-del-sacrifico-de-ninos-sigue-cobrando-vidas/
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