domingo, 30 de junio de 2024

“Síndrome Natanael”

“Síndrome Natanael”

Eduardo de la Serna



Hace ya tiempo señalé que en los ambientes académicos existe una suerte de “Síndrome Natanael”. De este personaje se dice, en el Evangelio de Juan, que cuando Felipe le dice que encontró al que las Escrituras aguardaban, Jesús, de Nazaret, le preguntó “¿puede haber cosa buena de Nazaret?” (1,46). Y creo, y lo he planteado en numerosas ocasiones, que en este ambiente y en otros que se le aproximan hay un planteo del estilo: lo bueno solo puede venir del Norte (y, en ocasiones, muy “norte”), nada bueno puede venir del Sur. 


Ya hice mención, por ejemplo, en los autores que participan en el Handbook for the Study of the Historical Jesus (4 tomos, 2011) en el cual no hay autores ni siquiera del sur de Europa (España, Portugal, Italia), mucho menos del Tercer Mundo, cosa que Elisabeth Schussler allí mismo señala.


También hice mención a que incluso teólogos latinoamericanos, al abordar temas académicos, recurren a estudiosos del Norte, ignorando a los propios del Sur.


Y podría señalar decenas de casos contemporáneos que omitiré para no parecer grosero u ofensivo con personas, por lo demás, amables y cordiales. Sólo señalo que muchos de ellos conocen bien la realidad de algunos países de América Latina y sus producciones, pero jamás son citadas, ni las personas, ni las producciones (por ejemplo, la Revista Bíblica, de Argentina).


Pero, remedando a aquellos a los que alude Pablo en 1 Cor 12, que decían a quienes no eran como ellos que no son del cuerpo (“no te necesito”, 12,21), lograban que estos introyectaran la situación y decían “no soy del cuerpo” (12,15-16). Coherente con la “opción preferencial por la debilidad” que caracteriza las cartas a los Corintios, Pablo señala que “los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables” (12,22).


Acordaremos que el sur es más pobre, y eso implica bibliotecas más pobres, y docentes que deben ocupar tiempos también fuera del estudio, pero eso, que quizás el norte considere una limitación, podemos pensarlo como una riqueza. Una riqueza si nos preguntamos por el “lugar” desde el que se hace teología, o se lee la Biblia (y que incluye los temas que se deciden pensar o estudiar). Y no me refiero solamente a la lectura popular de la Biblia (que, en América Latina, afortunadamente, ya ha logrado carta de ciudadanía), sino también a la lectura académica.


Y quiero hacer un paréntesis que considero ilustrativo. Cuando se estaba decidiendo el doctorado eclesial de Teresa de Lisieux, hubo quieres señalaban que no podía ponérsela a la par de Tomás, Anselmo o Agustín. Ellos eran, para estos, el paradigma de “ser teólogo”. Mucho de eso sigue vigente en quienes entienden no solamente su santidad como algo “edulcorado” (por ejemplo en Alemania), sino también aniñado e infantil. ¿No es posible pensar otro paradigma? Si hacer “teología” se trata de “hablar de Dios”, no sería sensato excluir otros lenguajes, como el místico, por ejemplo, o el simbólico (la “teología india”, por ejemplo). No es ilógico pensar que el paradigma principal de teólogo fuera Jesús de Nazaret, aunque no hablara el lenguaje de la academia, sino el de las parábolas: y luego, Pablo, que lo hace en el lenguaje de las cartas. Hubo que esperar a Justino para que el lenguaje de la filosofía entrara en la teología, pero ¿no había teólogos antes que él?


¿Puede haber cosa buena en Nazaret? ¡Sí! Pero, para empezar, sería de desear que consideráramos indispensables a los débiles, y luego, que quienes no se creen parte del cuerpo por no provenir de los ambientes de la Academia, empiecen a asumirse con alegría y libertad miembros plenos del pensamiento teológico o bíblico. Y, en todo caso, si no son citados o aludidos en otros ambientes, simplemente lamentar que aquellos se están perdiendo algo importante: “si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el olfato?


Imagen tomada de https://notasdesubversion.blogspot.com/2020/04/vida-cotidiana-en-tiempos-de-jesus-de.html

Una crisis más… y van…

Una crisis más… y van…

Eduardo de la Serna



Quiero empezar por lo fundamental: ¡por suerte no creo “en” la Iglesia sino “dentro” de la Iglesia! Comparto la fe de la Iglesia, y eso no me causa demasiados problemas. Distinto sería si debiera (mos) creer en la Iglesia como objeto de fe. Como ámbito de fe es otro tema. 


En mi mirada (que puede ser parcial, distorsionada, equivocada, razonable, o como se prefiera… pero es esa mirada mía la que cree o no), la estructura eclesial – a la que no tengo ningún problema en reconocer como limitada, humana, pecadora – pareciera hacer todo lo que esté a su alcance para caer en el descrédito. Y no me refiero exclusivamente a los obispos y el Papa, aunque ciertamente los incluyo.


Después de un espacio primaveral del que tantos nos sentíamos parte, y parte alegre, sobrevino un invierno interminable. Y, creo yo, un invierno del que no hemos salido. Los intentos de Juan Pablo II y Benito XVI de “freezar” el Concilio tuvieron un éxito sorprendente. Creo que hay una mezcla de miedos, inseguridades, ideologías, y demás actitudes que se sintieron a gusto y “en casa” con el invierno en el que nada crece y la vida hiberna.


Hoy pueden haber pasado los tiempos de los anteriores Papas, pero nada de eso obsta para que los miedos, inseguridades e ideologías sigan, y se afirmen parapetados detrás de la “verdad” que, ellos y ellas creen, es inmutable, inamovible e intocable (la clave está en el “in”). Incluso el Papa podrá intentar refrescar algunos aspectos del Concilio (no creo que demasiados), pero el invierno continúa (porque “la Iglesia no es el Papa”). 


El Papa podrá incorporar decenas y decenas de nuevos obispos, más humanos, más pastores, más cercanos, pero nada revive las raíces congeladas. De esos obispos, por ejemplo, ¿cuántos son teólogos? (no que todos deban serlo, pero creo que la osadía para dar pasos adelante, requiere reflexión, rumia y sabiduría, no solamente “humanidad”). Y si me detengo a mirar los obispos argentinos, mi desazón crece exponencialmente. No hay palabras proféticas… o, peor aún, nadie espera ni pretende que “la Iglesia” tenga algo para decir. Se podrán convocar sínodos, asambleas o congresos, pero no hay nutrientes para el pueblo de Dios. Curiosamente, en la obra menor, “La verdad los hará libres”, incentivada por los obispos argentinos queda claro que durante los tiempos de la dictadura muchos esperaban ávidamente una palabra de “la Iglesia”; poco tiempo después, nadie espera nada de ella (ni los curas); y, sin embargo, eso no es comentado en esta extensa obra; algo pasó para que eso ocurriera, pero ese “algo” no es discutido.


En lo personal, y lo he dicho, no soy francisquista (aunque creo que hay muchos elementos positivos, y más aún si comparamos con “lo” anterior, o si miramos los “enemigos”); creo que hay cosas que no logro entender, y pretendo hacerlo. El lugar de las mujeres en la vida plena de la Iglesia es uno, muy concreto (y no es ni moda ni márquetin, que si lo fuera sería superficial y pobre). El tema “abusos”, lamentable y dolorosamente, me da la sensación que “no importa” … sólo se reacciona frente a los escándalos (y a lo económico que significan las indemnizaciones que se deben pagar); pero que, si no aparece, pues “no existe”. Grassi ahí sigue ejerciendo su ministerio (aunque en la cárcel, como corresponde). La opción por los pobres “está de moda”; pero lo que cuenta es “ayudar a los pobres”, no “preguntarse por qué hay pobres”. Es que, al preguntarlo, debería emerger el capitalismo, los grandes amigos de unos pocos eclesiásticos, y el poder, ¡siempre el poder!... Y eso significaría denunciarlos, enfrentarlos, y asumir las consecuencias (y las persecuciones o denuncias). Más vale que emerja la Iglesia “sacerdotal” para simular la “profética”, aunque esta sea tan constitutiva de la eclesialidad como la primera. Eso de que haya cantos que incomodan debería evitarse; ¿cómo vamos a incomodar a los poderosos? (los pobres no es problema porque están acostumbrados). Grupos y laicos y laicas encerrados en el temor pretenden conservar sin que nada nuevo aflore, y – como es razonable en tiempos en los que aflora el “miedo a la libertad”, son grupos numerosos y concurridos (a los que una pésima teología los ve como “signo de Dios”, o cosas por el estilo). Las “vocaciones” escasean. ¿Dios no “llama”? ¿O será que Dios dice otra cosa y no sabemos o queremos escuchar? Y podríamos seguir… 


Y en el camino hay un Sínodo en marcha. Un sínodo debería ser una buena noticia y mirada con esperanza. Pero un sínodo en invierno tiene destino freezer (freezaron un concilio ¿no van a freezar un sínodo?). ¿Cómo hacer? ¿Avanzar igual? Quizás convenga, pero ¿qué pasa con los que fueron comprometidos y entusiastas y ven que todo su esfuerzo, dedicación y compromiso militante quedó en nada? 


Se dirá que el pueblo, los pobres está más allá de todo esto. Y es cierto. ¡Por eso conservan la fe! Pero escuchar curas, obispos, y hasta actitudes vaticanas que invitan a la desesperanza resultan ciertamente preocupantes. Insisto, ¡por suerte no creo en la Iglesia! Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y que habló por los profetas. Y sigue hablando, aunque siga siendo “ninguneado” ¿a qué profeta no mataron sus padres”? 


«Bienaventurados serán cuando las personas los odien, los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas».

jueves, 27 de junio de 2024

Santiago y Juan, dos hermanos con carácter

Santiago y Juan, dos hermanos con carácter

Eduardo de la Serna



Para ser precisos es muy poco lo que sabemos de la mayor parte de los miembros del grupo de los Doce. En general, sólo tenemos listas, nada más. Pero de unos pocos de ellos se nos dice algo más, como es el caso de Santiago y Juan que nos permite conocerlos un poco.

Según el Evangelio de Marcos, el primer grupo que sigue a Jesús estaba formado por dos pares de hermanos: Andrés y Simón (= Pedro) y Santiago y Juan. Todos ellos eran pescadores y “compañeros” (= socios) entre sí [Lc 5,10], y se unen al grupo de Jesús en el lago (“Mar” de Galilea) [Mc 1,19-20], incluso lo acompañan al milagro que es la curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29).

Sin duda conforman el grupo de los preferidos de Jesús ya que él se hace acompañar sólo de ellos y de Pedro en momentos selectos como la resurrección de una niña (Mc 5,37), la Transfiguración (Mc 9,2), el anuncio de la destrucción del Templo (Mc 13,3 a los que se suma también Andrés), y más adelante del resto en la oración final en Getsemaní, el Monte de los Olivos (Mc 14,33) cuando se aproxima la Pasión. Además, Juan, con Pedro son encargados de preparar la última Pascua de Jesús (Lc 22,8). De estos dos hermanos se nos dice que les puso como sobrenombre “Boanerges”, que significa “hijos del trueno”, seguramente por su carácter intempestivo; de hecho son ellos los que casi sin pensarlo ni dudarlo le dicen a Jesús que lo seguirán hasta la pasión (Mc 10,35-40) bebiendo el cáliz de Jesús [ver 10,38] y por eso piden estar a su derecha e izquierda cuando llegue a “su gloria”, aunque cuando llega el momento del “cáliz” de Jesús [ver 14,36], a su izquierda y derecha habrá “dos ladrones” (Mc 15,27); son también ellos los que cuando los samaritanos se nieguen a acoger al grupo porque se dirigen a Jerusalén quieren – como hacía siglos lo había hecho Elías [2 Re 1,10] – que descienda fuego del cielo para destruirlos (Lc 9,53-54); Juan quiere impedir que uno que expulsa demonios en nombre de Jesús haga el bien al poseído y Jesús lo reprende (Mc 9,38).

Pero a partir de esto no sabemos más nada de ellos salvo cosas sueltas: figuran en las listas de los que siguen acompañando el grupo de Jesús (Hch 1,13) una vez muerto y resucitado. Lo que ocurre es que muy pronto “Herodes” Agripa mata a Santiago (Hch 12,2) [esto ocurre en el año 42] siendo – por lo que sabemos – el primero de los apóstoles en ser matado (= mártir). [Es importante, al leer los textos no confundirnos de “Santiago” ya que hay otros con el mismo nombre. El nombre era muy común ya que, en realidad, es “Jacob”: en castellano viene de “sant-Iacob” que forma sant-iago y en el Nuevo Testamento hay varios con el nombre, Jacob. Como se sabe un pariente de Jesús llamado Santiago ocupará un lugar muy importante en las primeras comunidades. En Jerusalén, Pedro, Santiago (el pariente de Jesús) y Juan seguirán por un tiempo teniendo un importante rol en la conducción de la comunidad (ver Gal 2,9), aunque muy pronto deban salir de la ciudad y ya no sepamos más de ellos].

De Juan, en particular, también hay que distinguir personajes. El nombre también era común, como el Bautista lo demuestra (el papá de Pedro también se llamaba Juan, ver Jn 1,42; 21,15-17, y era también el primer nombre de Marcos, Hch 12,12.25). Acompaña a Pedro al Templo en los comienzos del grupo después de Pentecostés (Hch 3,1) y ambos son detenidos prohibiéndoles “predicar el nombre de Jesús” (Hch 4,19) a lo que responden que “juzguen ustedes si está bien obedecer a ustedes más que a Dios”. Pedro y Juan son “enviados” por los Doce a Samaría a ver las cosas que estaban ocurriendo allí ya que el Evangelio se iba propagando cada vez más (Hch 8,14). Pero, en adelante, no sabemos más de ninguno de ellos. La persecución o el impulso misionero los llevaron más allá de Jerusalén y todo lo que digamos de ellos en adelante es fruto de datos que no conocemos con seguridad, o incluso de leyendas.

Pero esto nos permite, brevemente, notar que Jesús no ha elegido un grupo de “perfectos”, personas con su carácter y sus debilidades son parte del grupo, e incluso sus preferidos. No se trata de que seamos perfectos e “inmaculados” sino de que con nuestras debilidades y capacidades sepamos ponernos al servicio de la misión y el anuncio del Evangelio; lo que cuenta no es la “efectividad” y “productividad” (Dios no se guía con los criterios del capitalismo y el mercado) sino el amor. Es de ese amor que Dios saca frutos de vida para su pueblo y su crecimiento.


Imagen tomada del rio Amazonas (2016)

Aportes de la Biblia al camino sinodal

Aportes de la Biblia al camino sinodal

Eduardo de la Serna



Resumen: La Iglesia debería siempre, en todo momento, sean de crisis o de renovación, mirar sus momentos fundacionales para buscar ser la Iglesia que Jesús quería. Jesús se presenta “en camino” con los suyos; camino que ciertamente tiene una dirección y una meta, pero que no camina solo. Pablo no se siente aislado ni de su equipo apostólico ni de sus comunidades; por eso pretende una comunidad horizontal, donde incluso sabiendo que tendría autoridad para “ordenar” prefiere “exhortar” porque esos son los caminos del amor. La Iglesia, pueblo de Dios, conducida por el Espíritu Santo, ha de buscar escuchar siempre su voz, que sopla donde quiere, para encontrar siempre caminos nuevos para caminar juntos.

 

Un sínodo, es “caminar juntos” (syn-hodos, caminar con). Hay quienes han supuesto que se trata de una suerte de moda de la Iglesia actual, o incluso del papa Francisco, por más que desde el Concilio Vaticano II estos fueran frecuentes. Puede señalarse que en las iglesias de los orígenes estos fueron habituales, que, asimismo, también fueron muy usuales en las iglesias de América después del concilio de Trento, y que nunca dejaron de ser valorados y celebrados por las iglesias católicas de Oriente. En realidad, pareciera que a partir del momento en que primó una estructuración de la Iglesia excesivamente “vertical – jerárquica” fue que los sínodos dejaron de tener vigencia. El Concilio, que volvió a detener su mirada en Oriente – con todo lo negativo que el Cisma de 1054 provocó en cuanto a pérdidas teológicas en Occidente – volvió a valorar todos los temas que habían quedado entonces en penumbra: el Espíritu Santo, la Trinidad, la recepción, la biblia… concentrado en la imagen del Padre, la Unidad, la jerarquía, el Magisterio…, entonces vio la necesidad de una sistemática escucha del Espíritu Santo, y retomó así la costumbre de tener sínodos con frecuencia.

El hecho de la existencia del sínodo que funciona cada dos años indica que hoy la Iglesia comienza a ser co-gobernada, y en el fondo la misión fundamental de Pedro es ser signo de unidad. Si nosotros analizamos la Iglesia primitiva, vamos a ver que la comunidad de Roma era muy distinta de la comunidad de Corinto o la comunidad de Tesalónica o la comunidad de Atenas, y que el primer concilio que se celebró en Jerusalén probablemente no fue presidido por Pedro sino por Santiago, y que en ese concilio prevaleció la tesis renovadora de Pablo sobre la tesis judaizante de Pedro; si bien Pedro fue el que legitimó el valor de ese concilio. (1)

Lejos de ser una moda, la Iglesia es y debe ser sinodal ya que debe estar siempre en sistemática escucha del Espíritu Santo que es “el alma de la Iglesia” (San Agustín, León XIII, Pio XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benito XVI). La imagen monárquica de la Iglesia debería ser tan detestada como la crítica que se escucha con cierta frecuencia de que ésta no es “democrática”. Es particularmente notable lo que san Bernardo escribe al Papa Eugenio III, antiguo monje de su comunidad:

"Te dejas abrumar por tantos pleitos que tienes que solucionar de cuestiones externas y seculares; de tu boca no salen más que juicios y leyes. Pues bien, todo eso, como también las pretensiones de prestigio y riquezas, son cosas heredadas de Constantino, no de Pedro". (2)

Mirar lo que se podría llamar una “eclesiología del Nuevo Testamento” es sumamente importante, pero excede lo que aquí nos proponemos. (3) Veamos, para empezar, el discipulado y el proyecto de Jesús visto como “camino” en los Evangelios, para luego detenernos en los escritos de Pablo sobre la Iglesia. Veremos que la Iglesia que de aquí emerge es “horizontal”, de diálogo y escucha (incluso cuando se podría esperar una perspectiva “vertical”). No es otra la eclesiología que se pretende al señalar la sinodalidad como característica del pueblo de Dios, que es la Iglesia.

La imagen del camino es, sin duda, muy frecuente en la Biblia. Por supuesto, en los textos narrativos esta es habitual en el sentido de ruta, dirección, sendero, y otros términos que aluden al traslado de personas, ejércitos o caravanas. Pero, por eso mismo, el término permite una evidente manifestación simbólica. La vida es un camino, ciertamente. Incluso, es sabido, la imagen bíblica del pecado hace alusión a quien ha errado el camino (y, por lo tanto, no puede llegar a destino). En este sentido, seguir a Jesús es algo característico de los evangelios (akolytéô, 25/18/17/19 [como es usual, este esquema alude a la presencia de voces en los cuatro Evangelios, es decir 25 en Mateo, 18 en Marcos, etc.]).

Notemos que las referencias al camino entendido de un modo simbólico son frecuentes en el NT, particularmente – como decimos – en los textos narrativos.

 

“Camino” en los Evangelios y Hechos de los Apóstoles

En Marcos. Jesús invita a “seguirlo” como categoría del discipulado, e incluso exige a Pedro que se ponga “detrás de mí” cuando la tentación le impide caminar (8,33), o incluso Él es obstaculizado en el camino por un rico que se pone delante cuando iba a empezar a andar (Mc 10,17). El bautista prepara “el camino del Señor” (1,2.3) cosa que también hacen sus amigos en sábado y son reprendidos (2,23). Los enviados no han de prepararse para el camino (6,8). El camino– a su vez – es espacio de preguntas y respuestas (8,27; 9,33.34). Jesús se pone en camino a Jerusalén, lo que llena de miedo a sus amigos (10,32), pero uno, que estaba sentado junto al camino, al abrir los ojos, lo sigue por ese mismo camino (10,46.52). Terminando su camino a Jerusalén Jesús es reconocido como rey (11,8) porque enseña “el camino de Dios” (12,14). Aquel que había sido paralitico se pone a caminar (peripatéô; 2,9) como camina, también, la hija de Jairo (5,42) mostrando que Dios está reinando entre los suyos. Jesús camina sobre el agua (6,48.49), y los discípulos “no caminan” las antiguas tradiciones de purificación (7,5). Puede señalarse que, en el camino, Jesús tres veces anuncia a sus discípulos que será matado (8,31-32a / 9,31-32 / 10,32-34) y tres veces es malentendido por los suyos (8,32b-33 / 9,33-34 / 10,35-40), por lo que tres veces debe presentar un camino alternativo (8,34 / 9,35 / 10,44). Sin embargo, sus compañeros no solamente no lo entenderán, sino que lo abandonarán. Al pie de la cruz no estarán sus tres amigos cercanos, Pedro, Santiago y Juan, sino tres mujeres, María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé (15,40). Sin embargo, Jesús insiste en su propuesta y un mensajero les dice a las mujeres que le digan “a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea” (16,7). Jesús no se impone, sino que camina con sus amigas y amigos. Dos conocidos milagros permiten ver que Jesús incluso se deja conducir por quienes están con él en el camino: una mujer con hemorragias le “roba” a Jesús su sanación y Jesús la aprueba (5,25-34) y una mujer extranjera lo convence de corregir su propuesta inicial de no beneficiar a una pagana (“perrito”) y beneficiar así a su hija (7,24-30).

En Mateo, el texto es coherente con el planteo bíblico de los dos caminos, el de la sabiduría o la necedad, la vida o la muerte (Dt 30,15-18; Sal 1), hay un camino, y puerta a la perdición y un camino y puerta a la vida (7,13.14), así como Juan, que fue por el camino de la justicia (21,32). En el camino a Jerusalén Jesús expresamente anuncia con detalle a los que caminan con él, y especialmente a los Doce, la muerte que le espera (20,17-19).

En Lucas, mientras Jesús camina, uno le afirma que lo seguirá (9,57), los peregrinos de Emaús lo reconocen en el camino porque les habló en el camino (24,32.35). Incluso, todo el Evangelio mismo está estructurado con la imagen del camino de Jesús a Jerusalén (9,51-19,41). En su segunda obra, Hechos de los Apóstoles, la palabra debe crecer, y extenderse, “andar” desde Jerusalén a los confines de la tierra (Hch 1,8). El grupo de Jesús es conocido como los que “son del camino” (9,2) cosa que se reitera a lo largo de la obra: 18,25.26; 19,9.23; 22,4; 24,14.22. Por ejemplo, Pedro “recorría todos los lugares” (9,32; el verbo “recorrer” [diérjomai] en Hechos es evangelizador o pastoral: 8,4.40; 9,32.38; 10,38; 11,19.22; 12,10; 13,6.14; 14,24; 15,3.41; 16,6; 17,23; 18,23.27; 19,1.21; 20,2.25).

En Juan, el término se concentra en una perícopa, y – como es habitual en él – algo que en los sinópticos se decía de la comunidad cristiana, se concentra aquí en la persona de Jesús; él mismo es el camino adonde se dirige, es decir, al Padre (14,4.5.6). Tomando la imagen de la sabiduría, Jesús - Sofía se manifiesta a los suyos. Después del discurso del pan, muchos discípulos dejaron de “seguirlo” (6,66). Él es la luz, y el que lo siga no andará en tinieblas (8,12) si anda de día (11,9.10.35).

 

Pablo

Sobre el tema de la sinodalidad en Lucas-Hechos se ha escrito recientemente. (4) Pretendo, entonces, detenerme particularmente en los escritos de Pablo.

Para comenzar es interesante tener en cuenta que con mucha frecuencia Pablo escribe utilizando la primera persona del plural, y no siempre es fácil saber a quién se refiere: (1) pueden ser “nosotros”, los ‘cristianos’, (2) nosotros, es decir “ustedes” (los destinatarios) y el grupo paulino, (3) puede ser una referencia al “equipo” paulino, apostólico, (4) o un plural “mayestático”, es decir referirse personalmente a Pablo. En realidad, el contexto será el que permite habitualmente concluir a cuáles de estos cuatro posibles se refiere, pero no siempre es evidente, al menos con precisión. Por ejemplo, cuando dice “nos pareció lo mejor quedarnos solos en Atenas” (1 Tes 3,1) no es claro si es Pablo quien tomó esa decisión [opción 4] o si fue una medida tomada en conjunto [opción 3]. Lo cierto es que Timoteo es enviado a Tesalónica (¿y Silvano a Berea?). La frase “hermano nuestro” (v.2) no aclara si en el plural se refiere exclusivamente a hermano de Pablo o como miembro del equipo misionero.

El plural apostólico, frecuente en 2 Corintios, no siempre es evidente; en ocasiones parece aludir exclusivamente a Pablo, pero en otras a todo su grupo. La ofensa que Pablo ha recibido, y que ha motivado la llamada “carta de lágrimas” no es necesariamente evidente que sea dirigida a Pablo en persona (2,2-4): no es improbable, concretamente, dado el tono de la carta, que alguno/s haya/n ofendido quizás a Timoteo con motivaciones económicas (y probablemente en relación a la colecta; cf. 1 Cor 16,10.11). Es interesante notar, además, el abrupto paso del singular al plural desde 2,14 hasta 7,7 donde este parece referir al colectivo apostólico (5). Es importante recordar, además, que, aun una carta tan personal como Filemón, y muchas otras epístolas, estas tienen co-remitentes: Pablo y alguien más se dirigen “apostólicamente” a la comunidad.

1.- La carta a los Gálatas – con las dificultades que presenta – es ciertamente conflictiva, y apologética en su primera parte (1,1-2,14). Después de haber señalado que el anuncio apostólico que Pablo realiza “no es de orden humano” sino “por Jesús, el Cristo” (1,1.11-12) hace una breve presentación de este ministerio: en un primer momento fue perseguidor de la Iglesia pretendiendo destruirla (1,15.23), pero luego fue compañero de misión nada menos que de Bernabé (2,1.9) e, incluso, confrontó con Cefas cuando fue necesario (2,11.14). En este contexto hace referencia al encuentro en Jerusalén con las “columnas”. Creemos que este encuentro es el mismo que narra Lucas en Hch 15 (aunque algunos autores prefieran pensar en dos encuentros distintos), pero aquí aflora claramente la teología lucana, lo cual explica las diferencias evidentes entre ambas unidades.

Sea cual fuere el motivo que provocó el encuentro y quienes fueran los participantes, lo cierto es que la asamblea reunida avaló en comunión la predicación paulina sin exigir la circuncisión.

 

Gal 2

Hch 15

“subí movido por una revelación” (v.2)

“decidieron que Pablo y Bernabé y algunos más de ellos subieran a Jerusalén” (v.2)

“para ver si corría o había corrido en vano” (v.2) “salvaguardar para ustedes la verdad del evangelio” (v.5)

“para tratar esta cuestión” (si podían salvarse sin circuncisión) (v.2) “y guardar la ley de Moisés” (v.5)

“a los notables en privado” (v.2), “los que eran tenidos por notables” (v.6) “eran considerados como columnas” (v.9)

 “se reunieron entonces los apóstoles [= los Doce] y presbíteros” (v.6)

“comunión”, “fuéramos nosotros a los gentiles y ellos a los circuncisos” (v.9)

“nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús del mismo modo que ellos” (v.11)

 

Pablo pretende saber si “corro o he corrido en vano”; pero no parece que con esto él aguardara el aval de la Iglesia de Jerusalén a su predicación. Como hemos señalado, él afirma claramente que su predicación no depende de persona alguna, sino que esta le viene por “mediación” de Jesucristo; y que a él lo conoció por “revelación” de Dios (1,16). Esta revelación (apokálipsis) es la misma iniciativa divina que lo lleva ahora a Jerusalén (2,2), e incluso se hace presente en los pasivos divinos: “me había sido confiada / concedida” (v.7.9), obviamente “por Dios”. Pablo tiene claro que obra según Dios, pero sabe que esto puede no ser recepcionado por Jerusalén con lo que la fraternidad eclesial quedaría fracturada. Es esto lo que le preocupa y lo que pretende que sea reconocido como “comunión” (v.9); el caso de Tito, que no fue “compelido” a circuncidarse, resulta evidente de esto. A modo de ejemplo de esta actitud de Pablo es interesante notar que, por un lado, se reúne (junto con Bernabé y Tito) a solas con Santiago, Cefas y Juan a los que califica de “los más valorados” (dokôusin, v.2; dokóunton, v.6), o “valorados como columnas / pilares” (dokôuntes styloi, v.9). Pero, a su vez, él mismo relativiza este valor: “lo que ellos fueran no me afecta, Dios no hace acepción de seres humanos” (lit. “no recibe el rostro de los hombres”). Pablo dialoga y se encuentra con los que son valorados, pero sabe que no es eso lo que Dios tiene en cuenta (nuevamente la iniciativa divina es su punto de partida). Es precisamente por eso que cuando – en la siguiente unidad – ve que una de esas columnas (Cefas, si no son dos, según sea el rol de Santiago en los visitantes en Antioquía, cf. 2,12) no responde según “la verdad del Evangelio”, lo reprende delante de todos (2,14). Es interesante señalar que Pablo tiene una relación con Pedro – según muestra esta carta – en la que lo reconoce y valora, pero no desde una actitud que podríamos llamar “vertical” sino “circular”. (7)

2.- Es importante, antes de continuar, reiterar algo sabido: Pablo no es un teólogo sistemático. Giuseppe Barbaglio lo ha llamado, acertadamente, “un teólogo en forma epistolar”, por lo tanto, no es sensato pretender en él el desarrollo de una “eclesiología” sistemática; debemos espigar en sus textos, y, además, entender que estos son respuestas a temas concretos de comunidades concretas, por lo que se deben entender asimismo las ausencias o silencios, o incluso, las aparentes contradicciones o miradas contrastantes. En las cartas, Pablo está – por ejemplo – escribiendo sobre Cristo y pasa casi imperceptiblemente a hablar de la Iglesia, y pasa de allí a la escatología y/o la antropología, para luego retomar… Es interesante señalar la afirmación de Raymond F. Collins, “El logos de Pablo, claramente, forma parte de un diálogo”. (8)

Recientemente, en su tesis doctoral, Jorge A. Angarita mostró convincentemente la estrecha relación entre el “comportamiento” de Cristo (con justicia elige traducir por “comportamiento” el verbo griego froneô, habitualmente traducido por “sentimientos”), el comportamiento de Pablo hacia los filipenses y el comportamiento que estos deberían tener. Es, entonces, la actitud de humildad y obediencia, la solidaridad y la estrecha relación con la cruz (de Cristo, de Pablo, de los filipenses) lo que debería caracterizar a la comunidad. (9)

3.- En la llamada Primera Carta a los Corintios, Pablo confronta cosas que ocurren en la comunidad; es interesante señalar que el término ekklêsía (22x en 1 Corintios), es particularmente frecuente en la unidad cc. 12-14 (10x), pero no hace referencia a la Iglesia” sino a la comunidad reunida. Un grupo recurrente, con el que Pablo “discute”, es el de aquellos que se tienen por más importantes que los demás por diferentes razones (es muy probable que se trate de los que tiene una mejor posición social en la comunidad). Concretamente algunos le han preguntado por carta sobre la importancia que ellos atribuyen a una mayor presencia del “espíritu” en manifestaciones más espectaculares, como las lenguas (12,1). Pablo dedica dos capítulos enteros a enfrentar el problema (cc. 12 y 14) y, probablemente, viendo que la situación se agrava, decide incorporar en un segundo momento, el capítulo 13 destacando que ninguna de las diferentes manifestaciones, aunque fueran en grado sumo, son nada si falta el amor. En el cap. 12 se detiene a destacar que todos estos atributos son dados por el espíritu, por lo que “cambia” la palabra usada por los que formulan la pregunta: ellos hablaban de “los espirituales” (12,1) y Pablo les indica que se tratan de “carismas” (12,4), es decir, dones de la gracia. Entonces, empieza a señalar que se trata de “carismas que el espíritu distribuye” (diaíresis / diaireô, 12,4-11), pero que esto debe entenderse con el criterio de unidad y diversidad que aporta la imagen del cuerpo y los miembros (12,12-27) para, después sí, presentar una cierta jerarquización de los carismas (12,28-30).

Es interesante señalar que, frente a quienes pretendían ser valorados por encima de todos los demás por los dones ligados a la palabra (“lenguas”), cuando Pablo señala un orden, los tres carismas más importantes que jerarquiza también dicen relación con la palabra, pero no se trata de las lenguas sino de la predicación de apóstoles, profetas y maestros (12,28). No es evidente si los carismas que siguen continúan un orden jerárquico o si Pablo destaca un conjunto, pero hay dos elementos a señalar: las lenguas (con su inseparable “interpretación”, sin la cual Pablo las rechaza) se ubican siempre en último lugar (12,30; ver 12,10) pero, además, el don de “gobierno” (kybérnêsis) se encuentra casi al final de la lista; para Pablo la edificación de la comunidad es el tema casi excluyente (cap. 14). Nuevamente Pablo entiende la Iglesia como una comunidad circular, conducida por el espíritu, no por los autopercibidos importantes.

Se ha señalado, puesto que el término ekklêsía hace referencia especialmente a la comunidad reunida, como se ha dicho, que la “eclesiología paulina” hay que buscarla en la imagen del “cuerpo de Cristo y sus miembros”. (10) Relativicemos esto:

·         La imagen del cuerpo, en Pablo, se encuentra solamente en 1 Corintios; la referencia en Romanos:

Así también ustedes, hermanos míos, han muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que sean de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (7:4)

no tiene connotaciones eclesiológicas. (11) En cambio, la alusión en Rom 12,5, se debe notar que no se trata del cuerpo “de” Cristo sino un cuerpo “en” Cristo.

·         Por otra parte, es evidente que hay una notable diferencia en el tema del “cuerpo de Cristo” en las cartas deuteropaulinas (Colosenses y Efesios), ciertamente eclesiológicas, pero – como muchos autores – no las consideramos propiamente de Pablo (aunque sí de la tradición paulina).

·         Finalmente, es conocida la lectura agustiniana que hace referencia a la Iglesia como “cuerpo místico” de Cristo, pero ya desde 1948, especialmente a partir de las contribuciones de Lucien Cerfaux, es difícil entender esto como algo propiamente paulino. (12)

Dicho esto, es interesante notar que la imagen del cuerpo y los miembros que Pablo utiliza parece tomada de la filosofía estoica. El sentido colectivo de la imagen del cuerpo, por ejemplo, referido a una ciudad, y los distintos servicios en la misma, permiten fácilmente aludir a la comunidad eclesial. (13)

Comienza señalando la imagen del cuerpo y los miembros uno – muchos, pluralidad – unidad, “así también Cristo” (1 Cor 12,12). Puesto que, como lo hemos dicho, la pregunta que le formulan y la respuesta paulina dice relación al espíritu, Pablo señala que, en un mismo espíritu, por el bautismo, “todos” hemos sido in-corporados “en Cristo”. Puesto que – a diferencia de Gal 3,28 (14) – la intención es destacar la pluralidad en la unidad, indica que judíos y griegos, esclavos y libres forman un solo cuerpo. Pero Pablo sabe que algunos (los que se creen superiores a los demás) les remarcarán a los que no son como ellos (o que no tienen sus mismos dones) que “no son del cuerpo” (12,21) lo cual, además, lleva a los más débiles a asumir esto, y creer que, por eso mismo “no somos” del cuerpo (12,15-17). Coherentemente con la “opción preferencial por los débiles” que caracteriza toda la carta, Pablo, en cambio, remarca que “los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles son indispensables” (12,22). (15)

La referencia a los “débiles” se relaciona con la predicación de Cristo crucificado, algo que – entonces – no debiera ser olvidado al mirar los diferentes personajes: sea esta la comunidad (1,25.27) o sea el mismo predicador (2,3). Ante una nueva pregunta escrita indicando que los que “tienen conocimiento” pueden actuar a su arbitrio, Pablo vuelve a tomar postura por los débiles (8,7-12) señalando que, aunque aquellos tengan razón, la sensibilidad de los débiles debe ser su punto de partida en el obrar y se ha hecho “débil con los débiles” (9,22).  Es interesante que los términos con la raíz débil–– (asthen––) en Pablo sólo los encontramos 1 vez en 1 Tes, 2x en Gal, 7x en Rom, y 15x y 13x en 1 y 2 Cor respectivamente. Nuevamente Pablo mira la comunidad desde una perspectiva circular, y partiendo de los últimos, no de quienes creen ser más importantes que los demás por el motivo que fuere.

No podemos hacer referencia a la Iglesia en Pablo sin mencionar, aunque sea brevemente, la categoría “Pueblo de Dios”. Es interesante notar algunos detalles. El término griego laós, pueblo, se encuentra 9x en Pablo y en todas las ocasiones es referencia al Antiguo Testamento; pero no en el sentido de aludir a algo “pasado” sino a algo “que continúa”. Uno de los grandes aportes de la llamada “nueva perspectiva” (Wright, Dunn) es destacar lo judío de Pablo y su pensamiento. Pensar en un “Pablo cristiano” es algo ciertamente anacrónico. El judío Pablo sabe que los demás pueblos están invitados a unirse a Israel. En la descendencia de Abraham serán bendecidas “todas las naciones” (Gen 12,3), Israel está llamado a ser un “pueblo sacerdotal” (Ex 19,5-6) entre las naciones, y los pueblos se acercarán a Israel (cf. Is 2,2; 66,18-20; Zac 2,15; 8,23). Ahora bien, este acercamiento de los paganos a Israel es lo que se llama “ser prosélitos”. Convengamos que no todos los judíos reconocían o aceptaban a los prosélitos; en Qumrán se lee:

3[Moisés: «Un templo del Señor] establecerás con tus manos. YHWH reinará por siempre jamás». Esto (se refiere a) la casa en la que no entrará 4[...] nunca, ni el amonita, ni el moabita, ni el bastardo, ni el extranjero, ni el prosélito, nunca, porque allí [revelará] a los santos; 5[gloria] eterna aparecerá sobre ella siempre; extranjeros no la devastarán de nuevo como devastaron al principio 6el tem[plo de Is]rael por sus pecados” (4QFlorilegio 3-6).

Pero otros grupos, como los fariseos, por ejemplo, no sólo los aceptaban, sino que, en ocasiones, los buscaban (cf. Mt 23,15). Para ser prosélitos era indispensable la circuncisión, signo evidente de la alianza con Dios. Pero, al menos en muchos lugares, se requería un lavado purificador del pasado “impuro”, al que se lo ha llamado (quizás anacrónicamente) “bautismo de los prosélitos”, pero, al ser sumergidos, literalmente se trataba de un “baptizô” (= sumergir; por ejemplo, Mc 7,4: “sumergir las copas”). Si esta inmersión es “en Cristo”, algunos en Antioquía sugieren que estando de ese modo unidos a Cristo ya no es necesario otro ritual, como ser la circuncisión. Es así que ellos comienzan a aceptar como miembros plenos de la comunidad (= judía) a paganos que se han bautizado y no circuncidado. Esto va a ser avalado por los representantes de la Iglesia de Jerusalén, concretamente Bernabé y su compañero Pablo (Hch 11,22-25). Pero, ciertamente esto no es fácil de ser aceptado por todos, y los grupos más aferrados a las tradiciones judías no lo acompañan, motivo por el cual tendrán – es sabido – frecuentes conflictos con Pablo, que se reflejan en sus cartas; es decir, estos reclaman que a los bautizados “les falta la circuncisión para ser verdaderos judíos” (por eso Pablo lo llamará “Israel según la carne” [1 Cor 10,18] al que distingue del “Israel de Dios” [Gal 6,16]), o una “alianza” de los esclavos y otra de los libres, una según la carne y otra según el espíritu (Ga 4,29; espíritu donado en el bautismo, por cierto, 1 Cor 12,13).

Es razonable, entonces, que el tema del “pueblo de Dios” no sea un tema recurrente; es que para Pablo la continuidad, ahora bajo el don del espíritu, no vuelve necesario que lo desarrolle. Notemos un breve dato estadístico que es ilustrativo: el término “pueblo” se encuentra 1x en 2 Cor, 2x en 1 Cor y 6x en Rom; el término “Israel”, a su vez 1x en Gal, Fil y 1 Cor, 2x en 2 Cor y ¡11x en Rom! (todos en la unidad 9-11 donde Pablo profundiza el tema). Otros elementos propios de Israel son utilizados por Pablo sin dar ninguna explicación, precisamente porque se trata de algo conocido: son elegidos (en 1 Tes es tema central, 1,4; 2,12; 4,7; 5,24), amados, hijos de Dios, son santos (1x en 1 Tes x1; 2x en Flm; 3x en Fil; 4x en 2 Cor; 8x en 1 Cor; 9x en Rom a lo que se ha de añadir 4x la referencia al característico “beso santo”, en los saludos conclusivos de 1 Tes, 1 y 2 Cor y Rom). No deja de ser interesante que el término no se encuentra ni una vez en Gálatas. (16)

 

Conclusión

Del mismo modo que el término “sínodo” incluye la comunidad (syn) en el camino (hodos), Pablo con mucha frecuencia utiliza términos a los que les añade el prefijo “syn”, revelando así esa comunidad de vida que, él entiende que es la Iglesia. Así dirá que todos somos “con-crucificados” junto a Cristo (Rom 6,6; Gal 2,19) o que Pablo y la comunidad “juntos” han muerto y viven (synapothanein kaì suzên, 2 Cor 7,3). Pablo no se ve fuera (ni tampoco por arriba) de sus destinatarios.

Esta estrecha relación del apóstol con la comunidad es aquella en la que el apóstol comparte la experiencia de la comunidad porque ambos juntos comparten algo que se origina más allá de ellos. (17)

A modo de conclusión parece oportuno destacar que, en la relación de Pablo con las comunidades, utiliza en ocasiones la imagen de un padre, o incluso de una madre:

Como un padre a sus hijos, lo saben bien, a cada uno de ustedes los exhortábamos y alentábamos, conjurándolos a que viviesen de una manera digna de Dios, que los ha llamado a su Reino y gloria (1Tes 2:11-12).

 

Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos pequeños con ustedes, como una madre acaricia a los hijos que ha amamantado. De esta manera, amándolos a ustedes, queríamos darles no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestra propia vida, ¡tan amados habían llegado a sernos! (1Tes 2:7-8)

 

Pablo sabe que, como apóstol que es, tendría autoridad para “mandar” pero expresamente indica que “exhorta” (parakaleô) (18); término que es sumamente frecuente en Pablo: 9x en 1 Tes, 7x en 1 Cor, 3x en Fil, 3x en Flm, 30x en 2 Cor, 10x en Rom (nuevamente tema ausente en Gálatas). Sintomáticamente a Filemón le indica:

 

Por lo cual, aunque tengo en Cristo bastante libertad [parrêsía] para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte [parakalô] en nombre del amor [agapê], yo, este Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús. Te ruego [parakalô] en favor de mi hijo [téknon], a quien engendré entre cadenas, Onésimo (Flm 8-10).

 

Movido por el amor y la exhortación, Pablo sabe que Filemón obrará correctamente (v.14) y que de ese modo – es decir, al no tratarse de “obediencia” – no actuará forzadamente sino de modo voluntario. Por eso confía en la respuesta positiva (v.21) que lo llevará a hacer aún más que lo que Pablo pide.

 

Un sínodo se trata de “caminar juntos”, pero ciertamente no se trata de cualquier meta, ni de cualquier comunidad de peregrinos. No se trata de que determinadas cosas se decidan por “mayoría”. Se trata de una comunidad de fe, que pretende dejarse conducir por el Espíritu Santo. Una comunidad que tiene una meta. La meta definitiva es el encuentro de todos con Dios que es comunidad; la meta circunstancial se trata de buscar juntos el mejor camino para ser fieles al sueño de Dios para nuestro tiempo y nuestro espacio (= reinado de Dios). Por eso es imagen frecuente en los evangelios, por eso es el modo que Pablo busca vivir y compartir con sus comunidades.

Repetimos… no se trata de una moda contemporánea; se trata sencillamente de ser Iglesia, de ser “la Iglesia que Jesús quería”.

“… esto no quiere decir que la soberanía de Dios se imponga en el mundo de golpe. No baja de las nubes, sino que se hará presente por medio de una mediación. Se abre paso a través de un pueblo concreto (…) En ella no hay lugar para la represalia, para las estructuras de dominio. Ahí se pone de manifiesto que se trata de una realidad social muy concreta. (…)” (19)

 

Notas:

 

(1) Carlos Mugica, “La voz de los que no tienen voz” en ibid., Peronismo y cristianismo, Buenos Aires: Merlín 1973, 99.

(2) Citado por A. Osuna Fernández-Largo (2022), “La democracia en la organización de la Iglesia”, Estudios Filosóficos, 26 (71), 293–330, 308.

(3) Conserva actualidad el excelente trabajo de R. E. Brown, The Churches the Apostles left Behind, New York: Paulist Press 1984 [traducción castellana, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron: Bilbao: Desclée de Brouwer 1986].

(4) Isaac Moreno Sanz, "Se reunieron a examinar el asunto. La sinodalidad lucana: del camino de Emaús a la asamblea de Jerusalén”, EstBib 81 (2023) 263-284.

(5) La segunda carta a los Corintios presenta indicios de recopilar en sí misma más de una carta; algunos autores han propuesto que el salto del singular al plural (en 2,14) es indicio de la presencia de otra carta. Sobre eso hemos escrito en E. de la Serna, “Segunda carta a los Corintios”, en A. Levoratti (dir.), Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento, Estella: ed. Verbo Divino 2003, 859-860.

(6) Sobre esto hemos trabajado en E. de la Serna, “La figura de Pedro en los escritos de Pablo”, RevistB 70 (2008) 133-171.

(7) G. Barbaglio, La teología di Paolo. Abbozzi in forma epistolare, Bologna: EDB 1996; ibid., “As cartas de Paulo: contexto de criação e modalidade de comunicação de sua teología”, en A. Dettwiler – J. D. Kaestli – D. Marguerat (orgs.), Paulo, uma teologia em construção, São Paulo: Edições Loyola 2011, 73-112, 75.

(8) R. F. Collins, “Reflections on 1 Corinthians as a Helenistic Letter” en R. Bieringer, (ed.) The Corinthian Correspondence (BEThL 125), Leuven: Leuven University Press 1996, 44.

(9) J. A. Angarita, "El comportamiento de Cristo Jesús (Flp 2, 6-11): solidaridad y esperanza. La muerte de cruz, los crucificados y la propuesta no violenta de Pablo. Lectura desde Colombia", Universidad Pontificia Bolivariana 2024.

(10) Después de haber destacado a la Iglesia como “nuevo pueblo de Dios” (J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una Eclesiología, Barcelona: Herder 1972), ya prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el cardenal relativiza la categoría “pueblo” y afirma que «la Iglesia recibe su connotación neotestamentaria más evidente en el concepto de "cuerpo de Cristo”» (J. Ratzinger – V. Messori, Informe sobre la fe, Madrid: BAC 1985, 55).

(11) “Abreviadamente digamos que los creyentes han sido liberados de la ley puesto que Cristo ofreció su cuerpo como sacrificio (sic) por nuestros pecados y haciéndolo nos liberó de la condenación de la ley”: C. G. Kruse, Paul’s letter to Romans (Pillars NT Comm.), Michigan -Cambridge: W. B. Eerdmans company 2012, 293; “el vehículo de la transformación que Pablo describe aquí no es eclesiástico”, R. Jewett, Romans (Hermeneia) Minneapolis: Fortress Press 2007, 434; “Ciertamente, el Apóstol no piensa ni en la eucaristía (cf. 1 Cor 10,16) ni en la Iglesia (cf. 1 Cor 12,27) de lo que, hasta ahora a los romanos no les ha dicho nada”, R. Penna, Lettera ai Romani II. Rm 6-11, Bologna: EDB 2006, 73; “la perspectiva teológica de Pablo aquí es que, por la muerte de Cristo, literalmente el cuerpo – sôma de Cristo – sus seguidores han sido ejecutados con él”, W. S. Campbell, Romans. A Social Identity Commentary, London – New York – Oxford – New Delhi – Sydney: T&T Clark 2023, 206.

(12) L. Cerfaux, La Iglesia en San Pablo, Bilbao: DDB 1963 (original de 1948) 222-234; cf. J. T. Culliton, “Lucien Cerfaux's contribution concerning ‘the body of Christ’”, CBQ 29 (1967) 41-59. La propuesta de Cerfaux es que no se trata de un “cuerpo místico” sino de que la Iglesia está “místicamente” unida al cuerpo glorioso de Cristo

(13) Cf. E. de la Serna, Primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Comentario (Estudios bíblicos 72), Estella: Verbo Divino 2019, 148-149.

(14) E. de la Serna, “Un aporte a la cronología de las cartas paulinas”, Theologica Xaveriana, 70 (2020) 1-22; en Gálatas, donde quiere confrontar con el rechazo de unos a otros (los circuncisos a los incircuncisos) destaca que “ya no hay ni judíos ni griegos…” a diferencia de 1 Corintios donde sí hay unos y hay otros.

(15) E. de la Serna, “El ‘cuerpo de Cristo’ en San Pablo”, Proyección 272 (2019) 59-71, 71.

(16) Cf. J. D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle, Edinburg: T&T Clark 1998, 533-564; J, N, Aletti, Eclesiología de las cartas de san Pablo, Estella: Verbo Divino (Estudios bíblicos 40) 2010 (espec. 43-117); L. H. Rivas, Pablo y la Iglesia. Ensayo sobre “las eclesiologías” Paulinas, Buenos Aires: edit. Claretiana 2008 (espec. 19-172); U. Schnelle, Paulus. Leben und Denken, Berlin: De Gruyter 2014, 616-619.

(17) J. H. Schütz, Paul and the Anatomy of Apostolic Authority, Louisville – London: Westminster J. Knox Press 2007, 234.

(18) El verbo parakaléô puede traducirse de muy diversas maneras: exhortar, consolar, animar, abogar, aconsejar… Como se ve, alude a una palabra en favor de los destinatarios.

(19) G. Lohfink, La Iglesia que Jesús quería, Bilbao: DDB 1986, 81-82.

 

martes, 25 de junio de 2024

Biblia, ¿para qué te quiero?

Biblia, ¿para qué te quiero?

Eduardo de la Serna



Ya es un lugar común señalar lo grave que significó, para la Iglesia católica romana, el Cisma de Oriente (1054). Una serie importante de aspectos fundamentales desaparecieron de la reflexión, de la vida teórica de las iglesias: el Espíritu Santo, en primerísimo lugar, y con Él la Trinidad, como núcleo de comunión “perijorética” [la perijóresis es la común unión en el amor de las tres personas divinas]. Esta centralidad del Espíritu daba preeminencia a una Iglesia sinodal, a la recepción por parte del Pueblo de Dios de los impulsos del Espíritu en la comunidad. “Roma” se centró en el Padre y la Unidad, monárquicamente hablando. El Papado fortalecía la unidad, y con él, la ley, el Magisterio. La Biblia, entonces, fue quedando en un lugar secundario, casi olvidado. A modo ilustrativo sirva señalar que las religiosas no podían leerla, como es el caso de Teresa de Ávila (+1582) y Teresa de Lisieux (+1897), santas que fueron encontrando la santidad al margen de la Biblia (o recurriendo a ella casi clandestinamente).

Impulsados por la encíclica de Pio XII, Divino Afflante Spiritu (1943), el Concilio Vaticano II supo recuperar la Biblia. “La Biblia volvió a las manos del pueblo”, se ha repetido – con justa razón – en América Latina. Decenas de traducciones a las lenguas más diversas proliferaron y proliferan (por supuesto, traducciones más académicas o traducciones más populares, más competentes o francamente insufribles proliferan) … Un conocido me contó esta (triste) anécdota ocurrida en una comida durante el Sínodo de la Palabra de Dios, convocado por el Papa Benito XVI (2008): se hablaba de las distintas traducciones a las lenguas indígenas y un obispo – de un país con mucha población aborigen – dijo: “¿para qué tantas traducciones? ¿Por qué no aprenden castellano, así dejan de ser indios (sic)?”.

No se puede dejar de lado, aunque no sea el tema que aquí interesa, la proliferación de lecturas fundamentalistas tanto en los grupos o movimientos tradicionalistas como en grupos sectarios (no solamente fuera, sino también dentro de la Iglesia católico romana).

La recuperación de la Biblia por parte del pueblo ha sido particularmente importante en América Latina, hasta el punto que Rafael Aguirre la llama “el continente de la Biblia” (La Utilización política de la Biblia, Verbo Divino 2024, 158-170). Y, no se puede descuidar lo que significaba tener una Biblia y la acusación de ser subversivos, en tiempos de Oscar Romero en El Salvador.

Pero, y esto quisiera destacarlo, creo que el “invierno eclesial” llevó también a una desaparición de la Biblia en los documentos eclesiásticos. Es evidente que allí proliferan hasta el hartazgo citas de textos papales (autocitas en decenas de ocasiones) mientras la Biblia solo se destaca como una suerte de “adorno” para decorar el texto. Los documentos y homilías episcopales y presbiterales pareciera que no pueden existir si no se cita al Papa [además de las veces que el Papa es utilizado para decir lo que no se atreven a expresar]; ya decía el mártir Luis Espinal que pareciera que algunos “no piensan porque en Roma piensan por él”. Y en decenas de encuentros, congresos y demás – incluso “progresistas” – la Biblia está totalmente ausente como si se pudiera pensar o hacer teología sin tenerla no solamente en cuenta, sino como verdadera “alma de la teología”.

Reconozco que me ha ocurrido que he planteado (o invitado a plantear) esto en diversas ocasiones. “¡Es verdad!”, reconocen casi unánimemente, para en el siguiente acontecimiento repetir exactamente lo mismo.

¿Puede haber magisterio o teología sin nutrirse de la Biblia? No se trata de que la Biblia tenga la única palabra, por cierto. Pero sí la primera, el punto de partida, y que se la escuche latir a lo largo de todo el proceso de pensamiento y reflexión.

Me pasó en una ocasión que le indiqué a un predicador que había utilizado un texto bíblico diciendo lo que creo firmemente que el texto no dice y se justificó señalando que lo había dicho porque quería señalar ese aspecto (aspecto con el que – aclaro – coincido plenamente). En lo personal creo que – en casos como ese – hay dos posibilidades: o se busca otro texto – que suele haberlos – donde se pueda señalar lo que parece prudencialmente conveniente destacar, o – si se parte de un texto – no hacerle decir al texto lo que este no dice, porque, caso contrario repetir “Palabra de Dios” al terminar, parece casi una entelequia, una ficción.

En fin… los que desde antes de entrar al Seminario (1974) ya nos nutríamos de la Palabra de Dios seguiremos insistiendo, predicando en el desierto, arando en el mar, dando golpes al viento… pero – al menos – creemos seguir encontrándonos con el Dios Abbá de Jesús y tratando de mostrarlo a todas, todos y todes con los que compartimos el camino y la vida. Mostrar al Dios que se nos revela y muestra su rostro en Jesús, “la imagen de Dios, Padre” nos hace sentir que estamos “en casa”, aunque no seamos invitados a casa de otros.


Foto tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Libro_abaleado_en_la_UCA_de_El_Salvador.jpg

Comentario a las lecturas domingo 13º B

La fe de los que sufren puede arrancarle milagros a Jesús

DOMINGO DECIMOTERCERO - "B"

Eduardo de la Serna




Lectura del libro de la Sabiduría     1, 13-15; 2, 23-24


Resumen: un contraste entre justicia e injusticia refleja las consecuencias en la muerte y la inmortalidad que experimentan los que escogen uno u otro camino de vida.

El tema central del Evangelio (de una parte: la resurrección de la hija de Jairo) hace que el tema de la vida y la muerte se destaquen en la primera lectura. Sin embargo, la selección de textos cortados hace difícil comentar el sentido del texto [en lo personal no nos parece sensato los cortes de textos salvo cuando son justificados literariamente]).

De hecho el término “justicia” (v.15) retoma el v.1. Con lo que conforma una unidad. La idea enmarca toda la obra y es término central: es dar a cada uno lo que le corresponde, pero comenzando por darle a Dios una vida de fidelidad (“justicia”). 

El primer texto (1,13-15) está centrado en destacar que Dios no es responsable de la muerte ni del mal. Dios ama la vida (11,23-12,1), creó los seres humanos para la inmortalidad (3,4; cf. 5,15; 6,17-20; 8,17), teniendo en cuenta Gen 2-3 (fue precisamente la “injusticia” humana la responsable de lo contrario). Dios se compromete con ello, pero el ser humano debe vivir la “justicia”. No se trata de “inmortalidad humana” (o “del alma”) sino de un don de Dios – que sí es inmortal – a los justos.

Los “injustos” no comprenden los designios de Dios, y no entienden – por lo tanto – que Dios los ha pensado para la inmortalidad. Esto es así por ser “imagen de Dios”, pero “el diablo” – el enemigo de Dios y su causa por antonomasia – introdujo la injusticia y sus consecuencias. No es evidente si el autor está pensando en personajes bíblicos como Adán o Caín, pero es probable. Entrometiéndose en la historia humana, el diablo logró arruinar por un tiempo el proyecto de Dios para la humanidad. Pero lo interesante es que una “puerta” queda abierta ya que el texto afirma que la muerte la experimentan los que son “porción” del diablo. La “envidia” es exactamente lo opuesto a la sabiduría (6,23). Es interesante que en Sabiduría la “porción” (méris) es siempre del mal (1,16; 2,9.24), “porción de la muerte”, “porción” del descontrol. El libro invita a la justicia, que es inmortal, a sus destinatarios. Así no “experimentarán” la muerte (sin que destaque expresamente a qué se refiere).


Lectura de la segunda carta de san Pablo a los cristianos de Corinto     8, 7. 9. 13-15

Resumen: Pablo presenta paradojalmente la riqueza y la pobreza desde una mirada cristológica para aplicarla a la vida de la comunidad donde compartir entre todos lleva a la igualdad.

Comenzando por el vocativo hermanos que solo utiliza aquí y al empezar y terminar la carta (1,8; 13,11) Pablo va a hablar de la colecta entendida como servicio de los santos (8,4; 9,1); las distintas iglesias (8,1.24) locales deben manifestar su solidaridad. 

Pablo prepara el camino a nuevas paradojas, y presenta a los corintios como ricos, abundan (2 veces en el versículo) en palabra (logos) y ciencia (gnôsis). La combinación de ambas palabras volvemos a encontrarla en los escritos paulinos exclusivamente en las cartas a los Corintios (1 Cor 1,5; 12,8; 2 Cor 8,7; 11,6). Se refiere a riquezas exteriores, en las que los destinatarios parecen enorgullecerse. Pablo, que centrará el tema económico en claves de fraternidad, les indica que más profundo es descubrir en los pobres de Jerusalén (los santos) verdaderos hermanos. Del mismo modo que también pretende que los judaizantes reconozcan como hermanos a los cristianos venidos de la gentilidad. Sobre el esmero ya se ha detenido en detalle (7,11-12), y sabemos que éste actúa en el amor. También abundan en fe, como lo ha señalado en 1,24. Esto, que es característico de la comunidad, debe acompañarse con esta generosidad (haplotês, cf. 9,11.13), y para que sea verdadera generosidad no puede ser una orden; Pablo sólo da su opinión (gnômê, cf. 1 Cor 1,10; 7,24.40; Flm 14). Pero para (hina) que sea verdadera generosidad debe ser gratuita (járis aparece 7 veces en este capítulo de 18 en toda la carta), movida por el interés por los demás, esto es, otro esmero. Sólo así será visible el amor; no hay amor sin un auténtico esmero por los demás (no es unánime la tradición manuscrita si se refiere a “nuestro amor por ustedes” o “el amor de ustedes por nosotros”; la primera está bien atestiguada [P46 y B] y es lectio difficilior por lo que parece preferible). El uso de gracia para hablar de la colecta es muy importante. La gracia es el don gratuito de Dios, don salvífico y liberador en favor de los hombres. Enviando a su Hijo, Dios se da gratuitamente a la humanidad; y la comunidad de liberados debe también ella actuar gratuitamente en favor de sus hermanos, en búsqueda constante de vida y salvación para ellos. Frente a la pobreza de los hermanos, la actitud solidaria (koinônía) es participación de la obra de Cristo (de allí la relectura cristológica que hará enseguida).

En v.9 Pablo da un sentido teológico, cristológico, a lo que viene diciendo: por (hyper) ustedes, gratuitamente (járin) siendo rico se hizo pobre para (hina) que su pobreza nos enriquezca.  Nos encontramos con otra de las paradojas paulinas (cf. 5,21), aquí remarca el enriquecimiento con la pobreza. Las preposiciones hyper y también hina remiten a la obra salvífica. La muerte de Cristo, su máxima pobreza, tuvo un sentido (para) mirando nuestro bien (por). El extremo de generosidad de Jesús debe ser el paradigma de toda actitud gratuita, generosa y solidaria donde se juegue de una u otra manera la suerte y vida de los hermanos. La idea de que era rico, se hizo pobre hace referencia a la encarnación y nos recuerda Flp 2,6-11 donde Cristo Jesús era “con forma de Dios” (morfê theou) y devino “con forma de esclavo” (morfê doulou). Aquí las categorías son más ontológicas y sociales (¿incluye una crítica a la esclavitud?), en cambio en 2 Cor son más socio-económicas como es común en la situación que se detecta frecuentemente en la comunidad. De todos modos la riqueza refiere a la divinidad, y la pobreza a la muerte en cruz; es en esa pobreza donde nos enriquece haciéndonos participar (koinônia) de su suerte (hijos, reconciliados).

Pero Pablo refuerza que incluso esta actitud económica no es exclusivamente económica. No es tanto cuestión del cuánto sino del cómo. Es la disposición lo que importa (no tanto el hacer cuanto el querer); y Pablo los invita a completar ese querer que han manifestado completando el hacer para que haya un tener. La actitud fundamental es la búsqueda de la igualdad, palabra que sólo aparece aquí y en Col 4,1 en todo el NT siempre en sentido socio-económico; aunque igual, que aparece 8 veces en el NT, lo encontramos sólo una vez en Pablo para señalar que Cristo es “igual a Dios”, Flp 2,6). Esta igualdad, o equilibrio, viene dado porque cada uno comparte en un “pozo común” los bienes que tiene, pocos o muchos, “espirituales” o “materiales”. En este sentido es semejante a lo que también dice en Rom 15,27, aunque tenga allí menos densidad teológica. La abundancia y la pobreza de unos y otros aquí tienen sentido económico, aunque el fundamento cristológico eleve el discurso a otro nivel. Por el bien de los demás, de las Iglesias, el que tiene debe poner en común lo que posee a fin de que no haya necesidad. La abundancia de ellos se refiere a los bienes espirituales: los judíos, en las Iglesias, han compartido, por iniciativa de Dios, los bienes que les pertenecían exclusivamente: la filiación, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, los patriarcas, y por ellos el mesías (Rom 9,4-5) No parece, en cambio, que esté pensando en que ellos compartirán los bienes cuando -futuro- tengan abundancia; o que refiera a los bienes escatológicos que Israel compartirá con las naciones. Los dones de Dios, que descienden como el maná, pretenden saciar las necesidades de los suyos (así la referencia a Ex 16,18 ayuda a entender todos los bienes -tanto materiales como espirituales- como don gratuito y generoso de Dios). El mismo interés por los otros debe mover a los corintios frente a las necesidades de la comunidad de Jerusalén. Esta comunión fraternal de bienes, y este acento en la fraternidad, permite entender por qué Pablo se preocupa de los pobres de Jerusalén y no de otras comunidades pobres, que las hay, como 8,2 lo demuestra.


Evangelio según san Marcos     5, 21-43

Resumen: Dos relatos intercalados muestran a Jesús obrando milagros motivados por la fe del beneficiario. Esta fe será la que conduce a la salvación.


El texto es expresión evidente del característico estilo de Marcos de utilizar un “sándwich” literario en el cual un texto arrastra a otro (por la temática semejante) y se introduce en el medio.

Queda así el texto de la mujer con hemorragias (5,25-34) introducido en medio del texto de la revivificación de la hija de Jairo (5,21-24.35-43). La “multitud” (ojlós) es clave en el texto de la mujer (vv.21.24.27.30.31), Jesús la dejará aparte (“no permitió que nadie lo acompañe”, v.37) al entrar en casa de Jairo. 

En un gesto de súplica humilde (2 Sam 22,39; 2 Re 4,37; Sal 18,39; cf. Lc 17,16; Jn 11,32; Hch 10,25; Ap 1,17; 22,8. En Ap 19,10 el gesto se asemeja a adoración) Jairo “cae a los pies” de Jesús. La escena tiene una cierta semejanza con 7,27 donde una mujer “griega” se “postra” (prospíptô) a los pies de Jesús (la mujer con hemorragias se “postrará” también a “sus pies”, como lo hacen los espíritus inmundos (3,11; 5,33) a causa de su “pequeña hija” (tygatríon). En este caso, la pequeña está “en el final” y la imposición de manos de Jesús podría salvarla. En 6,5 se señala que Jesús curó a algunos “imponiéndoles las manos”, le piden que lo haga – también – sobre otros enfermos (7,32; 8,23.25; 16,18). El objetivo del padre es que se “salve” (sôthê) y “viva” (zêsê). “Salvar”, que se repite en la unidad en vv.28.34 es sinónimo de curación (6,56) pero también es una “salvación” que va más allá de lo circunstancial (8,35; 10,26; 13,13.20). En cambio el verbo vivir (zaô) no es frecuente en Marcos: sólo aquí y en 12,27; en este caso la referencia es a la resurrección.

El v.24 presenta el camino hacia la casa de Jairo, pero la referencia a la multitud – como vimos – introduce la escena de la mujer con hemorragias.

De la mujer se señala que tenía “flujo”, hemorragia, derrame (rhúsei) de “sangre”. El término hemorragia lo encontramos 22 veces en la Biblia de las que x16 se encuentran en Levítico (tres veces es simbólico, y otras tres en este texto). Es decir, el texto alude expresamente a la impureza ritual de la mujer. La impureza impide a la mujer todo contacto humano (haría impuro a cualquier persona que tocara) e incluso contacto con Dios. Ya Tob 2,10 alude a la inutilidad de los médicos (2 Cr 16,12 incluso dice negativamente que el rey Asá no fue “a Dios” sino “a los médicos).

La multitud que rodea a Jesús le sirve a la mujer para acercarse por detrás para tocar su manto. Un monólogo interior nos sirve para conocer su intención: “me salvaré” (sôthêsomai). Esto ocurre “inmediatamente”, se “seca la fuente (pêgê) de sangre” y “conoció su cuerpo” que fue sanada de su mal (la voz pasiva, “fue sanada” remite a Dios como sanador). Ahora, también “inmediatamente” Jesús sabe que una fuerza (dynamis) salió de él y se dirige a la “multitud”. La respuesta de los discípulos es irónica: ellos no comprenden la pregunta de Jesús. El característico “temor y temblor” se apodera de la mujer (cf. Ex 15,16; Jdt 2,28; 15,2; Sal 2,11; 55,6; Is 19,16…) y se “postra” (prosépesen) ante Jesús y le dice “toda la verdad”. Esto la pone ante Jesús para dar un paso más en su fe, ya no es sólo la curación que la mujer logra, sino el encuentro personal con Jesús. Lo que ha conseguido la salvación que la mujer buscaba fue su fe, que Jesús le reconoce. La fe de la mujer contrasta con la falta de fe de los discípulos en la escena de la tempestad en el lago, ella logra su objetivo por la fuerza de su fe. 

Se debe notar que la mujer es la que consigue, la que “roba” la curación; la curación no vino dada por que “tocó” sino porque lo hizo con la intención de ser “salvada” y la confianza que le provoca aquel de quien ha oído hablar. Esta no fue un acto o una decisión de Jesús sino que ella misma lo logra clandestinamente. Lo que Jesús hace es reconocerlo y hacer pública referencia a la fe que la mujer ha manifestado. Es de notar, también, que la frase “tu fe te ha salvado” es un dicho frecuente en los evangelios, siempre en labios de Jesús, pero siempre dirigido a personas marginales: esta mujer con hemorragias, un mendigo ciego, una prostituta, un leproso samaritano…

Finalizada la escena, el relato retoma el camino a casa de Jairo. Unos llegan con la noticia de la muerte de la hija, ya no hay nada que hacer. Se esperaba  una curación, pero una revivificación parece no estar en el horizonte de los mensajeros. Pero Jesús se dirige a Jairo reclamándole “fe” (“no temas, sólo cree”). 

Sólo Pedro, Santiago y Juan – quienes son testigos privilegiados de momentos importantes de la vida de Jesús (1,29; 9,2; 13,3; 14,33), pero también serán quienes manifiesten incomprensión explícita del mismo (8,32; 10,35-37) – lo acompañarán al interior de la casa (sin dudas, la estrecha cercanía de estos con Jesús vuelve más incomprensible el rechazo de estos a la cruz que manifiestan).

Como es frecuente, el pueblo entero se asocia al dolor de la familia: ya están las lloronas, los que dan gritos de dolor, aunque el “alboroto” parece resaltar que el hecho es reciente. Para Jesús la muerte es sólo una circunstancia pasajera, como un sueño, y lo manifiesta. Con un pequeño grupo (los suyos y los padres de la niña) Jesús entra donde la pequeña. La frase “tomó de la mano” y el verbo “levantar” (egeirô, que también significa “resucitar”) lo hemos encontrado en 1,31 y 9,27. Es una actitud de Jesús de “levantar” a la humanidad caída-casi muerta (o, en este caso, muerta). En este caso Jesús lo hace pronunciando una palabra en arameo, su lengua natal: talithá koum (koumi): “pequeña, levántate”. De nuevo “inmediatamente”, la niña se levantó y caminó. La reacción (de los testigos) es de gran éxtasis y estupor. 

Como es frecuente en Marcos, Jesús insiste en que la noticia no se divulgue (se lo ha llamado “secreto mesiánico”). El pedido de que le den de comer narrativamente está dirigido a que los lectores constaten que la niña realmente vive (cf. Lc 24,37-43). El sentido del pedido de guardar silencio, en Marcos, radica en la centralidad que da a la cruz. Es en ese momento que el centurión reconocerá a Jesús como “hijo de Dios” (15,39). Toda otra confesión anticipada (o lo que pueda conducir a esto, como la divulgación de los milagros) se prestará a malos entendidos, a reconocer un mesianismo espectacular. Es en la cruz que Jesús es reconocido, cosa que la comunidad de Marcos aprenderá en su propia situación de pueblo crucificado.

Queda por notar qué provocó la “atracción” entre ambos relatos en el sandwich de Marcos. La clave en ambos textos sin dudas radica en la fe (vv.34.36) y que en ambos casos lo logrado es la “salvación” (vv.32.28.34). Luego encontramos otros elementos, como que Jairo “cae a los pies” de Jesús y la mujer “se postra a los pies” (vv.22.33), o la alusión a los “doce años” (vv.25.42) pero estos parecen más accidentales. Marcos quiere predicar a los suyos la importancia de la fe (la fe que los discípulos no han manifestad en la barca), fe que intentará precisar en la segunda parte del Evangelio (8,30-10,52) y que – como hemos señalado – los suyos, especialmente Pedro, Santiago y Juan manifestarán incompleta o, más precisamente, necesitada de ulteriores aclaraciones.



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