Déjà vu
Eduardo de la
Serna
Los que algo
hemos vivido y tratamos de pensarlo, algo recordamos.
No soy de los
que creen que la historia se repite, pero sí que hay cosas que una y otra vez
ocurren. Y no es sensato esperar, por cierto, que los resultados sean
diferentes. Eso de que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces
con la misma piedra no es cierto… tropieza tres, y cuatro, y… (basta con ver la
reincidencia en el neoliberalismo para entenderlo… porque la primera fue
impuesta por la dictadura – no tenía otro modo de empezar – pero las restantes:
menemismo, macrismo y mileinarismo [¡a la m…!] fueron por voto popular…
En su ya
paradigmática carta, Rodolfo Walsh señalaba que la clave estaba en la miseria
planificada. Pero eso no funciona sin “mano dura”. Los 30.000 son bandera de
que así fue, y la represión sistemática de ayer y hoy, de que así sigue siendo.
Y hay cosas de ayer, que pretenden repetirlas hoy… “Curiosamente” (sic) algunas
cosas me vienen a la mente (y seguramente hay más… muchas más):
Zurdos.
Etiquetar a los “otros” es siempre fácil (y de un simplismo, atroz propio de
mentes insignificantes). Y quitarse la etiqueta no es nada sencillo. Es cierto
que, para eso, es importante “inventar un enemigo” (o algo “desagradable” o “negativo”:
leproso, homosexual, drogadicto…) para que luego, debidamente etiquetados, sea
fácil el rechazo social. Así, en los tiempos oscuros y mortales de la dictadura
cívico militar con bendición eclesiástica, si alguien ostentaba la debida
etiqueta, desaparecía porque “algo habrá hecho”, o cosas por el estilo y nadie
protestaría. Hizo falta mucha lucha, mucha memoria, mucha verdad, mucho dolor,
mucha justicia, muchas rondas de las Hebes y Noritas, que nos enorgullecen, para
que cayeran las etiquetas, nos sacáramos la venda (o capucha) y pudiéramos
mirar la realidad. Aunque dura, no menos cierta. Pero, aunque la fortaleza de “las
viejas” fue y es inexpugnable, la debilidad física se impone. Y retornan los
fantasmas, los miedos… las etiquetas. ¡Zurdos! Grita desencajado (es decir, “normalmente”)
el presidente y repiten sus corifeos (que no es “coro de los feos”, aunque se
parece). Y vuelve el “en algo andarían”, y muchas y muchos prefieren cerrar los
ojos, o volver a sus capuchas (que como antier las urnas, estaban “bien
guardadas”). Deberemos volver a nuevas rondas, nuevos pañuelos, nuevas madres
que nos ayuden a quitar los miedos, abrir los ojos y enseñar a andar.
Infiltrados.
Esos mismos “zurdos” estaban por doquier, decían… Infiltrados es el medio de
las cosas buenas porque no había un buen “filtro” que impidiera que “entraran”
(in-filtrar). Y así, como ayer estos perversos estaban en todas partes y debían
ser detectados (aunque fuera mediante la tortura, que no era tan mala,
pareciera), hoy parece que también los hay. Dicen que esos tales son “K”, que
parece lo mismo que “zurdos”, o de cualquier otro mal imaginario. Es decir, hay
5.000.000 de kilos de alimentos sin repartir porque los infiltrados son tan
poderosos que han logrado que una eximia ministra no lo detecte. Esos tales
infiltrados serán detectados, y para eso la segunda mejor ministra del gabinete
los detectará por medio de un adecuado espionaje, y ¡pobre de aquel que tuitee
o algo así contra el gobierno!, porque dura lex, sed non lex.
Adoctrinamiento.
Ya desde el catoliquísimo Onganía supimos que las universidades son antros de
peligro. Es que – a fuer de verdad – eso de que los jóvenes anden pensando es
ciertamente subversivo y disruptivo. Y siempre son útiles los Ottalaganos de la
historia. Y si no se los encuentra, pues es adecuado “secar el río” para que no
proliferen los peces, como nos enseñaron en la School of the Americas.
Ya conocimos ese “borrador” en el ejemplar gobierno de “Mariu” Vidal,
por ejemplo. Y es bueno aprovechar lo conveniente de los que nos han precedido.
Después, si es verdad eso de que las universidades (o, mejor aún, la educación
toda; al fin y al cabo, educar viene de “ducere”, conducir… y solamente
sería buena si viene de “Duce”, como el bueno de don Benito) si adoctrinan
o no, ya lo veremos. Porque si dicen lo que nosotros decimos, es que “viva la
libertad”, pero si dicen otra cosa, pues debe ser detestada o borrada
definitivamente del mapa.
Campaña antiargentina.
Parece que en París hubo un “centro piloto”, y por allí frecuentaba un “Almirante
Cero” (lo que no era una nota sobre su humanidad, aunque pareciera… de hecho,
la “inhumanidad” los constituye). Es que “el mundo estaba contra nosotros”, tan
maravillosos que somos. Por eso era bueno juntarse con los que pensaban igual,
los que volaban como “cóndores” (pobre animal). Y no podemos ignorar que
también hoy se “viene el zurdaje”, y en España, Chile, Colombia, Bolivia, Brasil,
China, México (¡reincidentes ellos!) se ven explícitamente los especímenes de
la perversidad y de todo lo malo que podría ocurrirnos si no estamos alertas y
nos unimos a los Trumps, Bolsonaros, VOX o Bukeles que enaltecen la historia
humana contemporánea… Menos mal que acá hemos visto a tiempo la luz antes que
esa antiargentinidad nos llevara a 5.000.000 % diario de inflación, 104% de
pobres y otras atrocidades. Por suerte hemos vuelto a tener un “niño mimado de
los EEUU”, así tendremos Match Point a todos esos seres inferiores.
Esconder a
los pobres. Resulta que hubo en Argentina un Mundial de fútbol.
Y dejo de lado el tema deportivo (y el resultado con Perú, el penal de Tresor,
la diferencia de horario con Brasil y otras “cositas” …). La cosa era que
vendría gente de todas partes. Así que no estaba de más correr o esconder a “los
feos”, es decir, los pobres (no los militares, que estaban en las tribunas). El
Riachuelo es un buen límite para empujarlos, total, los turistas no van a ir para
el Sur, que, como sabemos “no existe”. No debió, ¡y no debe!, haber gente en
las calles… y no hablemos de Villas Miserias (que si les cambiamos de nombre –
como al Centro Cultural – parecen otra cosa y ahora son “barrios”, casi, casi
como Palermo Soho…). Al fin y al cabo, todos sabemos que, si no se los ve, ¡no
existen! O, para ser más exactos, no existen hasta que aparezca alguien, a quien
no se lo ve venir, y grite “¡piedra libre para todos mis compañeros!”
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