¿Qué decimos al decir “palabra de Dios”?
Eduardo de la
Serna
Acabo de releer el – en mi opinión – excelente artículo de Luis H. Rivas sobre la colaboración entre la exégesis bíblica y la teología (incluye la teología moral).
No voy ni a corregir, ni ampliar nada de esto. Solo hacer
unos comentarios sobre el tema dando por presupuesto lo que allí dice:
Es interesante que, partiendo de Tomás de Aquino, Melchor
Cano – con todas las limitaciones señaladas por Rivas – cuando tiene que
presentar los lugares teológicos, el primero que menciona es la Sagrada
Escritura. Cuando se trata de encontrar y escuchar a Dios no hay otro espacio
más importante.
La centralidad que el Concilio Vaticano II dio a la Palabra
de Dios fue sabiamente acompañada durante el pontificado de Pablo VI, pero tuvo
un importante retroceso durante el extenso pontificado de Juan Pablo II en el
que “el Magisterio” pasó a ser “el primero”. Mejor teólogo que este, Benito XVI
no logró superar sus temores teológicos, por un lado, y su “lectura patrística”
por el otro. El papa Francisco, que tampoco es teólogo, no ha logrado poner a
la Biblia en el centro, aunque expresamente dice que “Lo mismo (una
desproporción) sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la
Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios” (E.G. 38).
Aquella frase de León XIII que el Concilio hizo propia: “la Biblia es el alma
de la teología” quedó en cómodos cajones vaticanos.
Dentro de los dos peligros a evitar en la lectura bíblica,
Rivas señala el “dualismo” (espiritual – material) y el “fundamentalismo”.
Lamentablemente ambos están plenamente vigentes; no solamente en lo cotidiano
sino también en los pastores. Ya Pio XII (Divino Afflante Spiritu, 1943)
– al “devolver la Biblia a la Iglesia” – combate de raíz el dualismo (por
ejemplo, mientras M. Cano decía que la lectura de la Vulgata era normativa,
a la vez que los textos hebreos y griegos quedaban ya descartados, Pio XII dice todo
lo contrario señalando que los textos “originales” se han de preferir por
encima de cualquier traducción (D.A.S. 12). El “fundamentalismo”, que “lleva a
un suicidio del pensamiento” (Pontificia Comisión Bíblica 1993) se encuentra por
doquier en las lecturas, sermones, escritos pastorales (incluso vaticanos;
incluso Instrumentum Laboris).
¿Qué decimos al decir que la Biblia es “Palabra de Dios”? La
primera pregunta es ¿de qué palabra hablamos? ¿palabra sobre qué? La Biblia,
palabra escrita hace miles de años, con lenguajes y culturas de hace miles de
años, sin duda no ha de ser leída “a la letra”. La Biblia no es un “manual de
instrucciones”. La Biblia es Dios que se revela. Dios nos cuenta quién es él,
como se va mostrando en la historia, en su obrar, en su hablar, para que lo
vayamos – poco a poco – conociendo (eso se quiere decir al afirmar que “la
revelación es progresiva”); por eso, para los cristianos, esa palabra en la que
Dios se nos va revelando se hace plenamente patente en Jesús, la palabra que se
hace carne y pone su carpa entre nosotros. Una sola palabra tenía Dios que
pronunciar: ¡Jesucristo!, ya no tiene más que decir (Juan de la Cruz). Jesús es la
palabra de Dios, sencillamente. La Biblia nos muestra cómo es Dios
(revelación), Él se quiere hacer conocer porque quiere ser amado por aquellos a
los que a su vez ama, los seres humanos.
Desde hace tiempo voy quedando cada vez más convencido –
tristemente – que en la Iglesia (y creo que aplica para muchas Iglesias
hermanas también, no solamente la católica romana) la Biblia ha dejado de ser
tenida como “palabra de Dios”; no importa lo que un texto realmente diga,
importa lo que “se” quiere decir, y el texto bíblico sólo sirve como “dicta
probantia” (para probar lo dicho), o en ocasiones simplemente para
“adornarlo”. Empezar por el texto bíblico como punto de partida “sine qua non”
es algo que ha quedado en el olvido. La cantidad de textos en los que no se
parte de la Biblia, o de homilías donde el texto bíblico que se debería
comentar es ignorado, son abrumadores; ¿en cuántos congresos teológicos hay biblistas convocados?.
La centralidad que la palabra de Dios debe ocupar en la vida
de los presbíteros, que resaltaba el Concilio (P.O. 4), fue desapareciendo bajo
la “autoridad” del Magisterio (PDV 55). Dios va quedando opacado por “la
Iglesia”. Recuerdo cuando – con su habitual ironía – José Comblin nos decía “no
olviden que el Santo Padre tiene más poder que el Padre Santo”.
De todos modos, para terminar, supongo que – por lo menos,
aunque ignorado, o ninguneado, o relativizado, por lo menos creo que no seré
censurado por seguir creyendo que la Biblia es palabra de Dios. ¡Al menos eso
espero!
Foto tomada de https://eclesalia.net/2017/06/14/palabra-de-dios/
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