Tengo un problema con la Encarnación
Eduardo de la
Serna
“Si por una de esas se destruyeran
todas las Biblias del mundo, ésta no se podría reconstruir con el Código de
Derecho Canónico, pero nos acercaríamos bastante con la vida de los [y las]
místicos” (Maximiliano Herraiz)
Si empezamos
a hablar de la “Trinidad”, los estructurados suelen no tener ningún problema
con el Padre. Es la ley, la norma, el que manda (y patriarcalmente, obvio). El Hijo,
en cambio, causa algunos problemas, especialmente cuando empezamos a
profundizar en lo que se ha llamado el “Jesús histórico”, porque antes todo era
más sencillo: Jesús había sido un buen tipo que “anduvo en la mar”, que contaba
“cuentitos” y que hacía milagros para “probar la divinidad”; pero un día – y sin
ninguna relación con lo que decía y hacía – los “pérfidos judíos” lo mataron. Así,
en la cruz, Dios se vio satisfecho con la víctima y nos perdonó, se vio “reparado”.
Como una especie de “final feliz” vino la resurrección, “y comieron perdices”.
Pero cuando se empezó a mostrar que entre la vida y el asesinato de Jesús había
una relación de “causa y efecto”, que Dios no quería el asesinato de su “hijo
amado” y esas “cosas”, todo se empezó a complicar. Ya no hablaban de “imitación
de Cristo” sino de “seguimiento” y todas esas cosas, para hacer todo más difícil.
La resurrección dejó de ser una suerte de apéndice (como en “La Pasión” de Mel
Gibson) para ser “la” palabra que Dios pronunciaba frente al crimen de su Hijo,
y como sello de su vida y predicación. Y, para complicar más todo, del Espíritu
Santo no hablemos, porque no lo podemos “definir” (por “definición”, sic), ¿qué
decir de quién poco podemos decir? ¿cómo imaginar al inimaginable o aferrar al
inasible?
Es que si la “encarnación”
era visibilizar la norma y la obediencia todo estaba bien, pero ahora “me
cambian todo”.
Los temerosos
(insisto que “El miedo a la libertad”, de Erich Fromm, debería ser de lectura
obligatoria) necesitan cosas “claras y distintas”. Por eso fueron ellos los que
se dedicaron a “precisar” la inseguridad de esas cosas agustinianas de “ama y
haz lo que quieras”, y fueron ellos los que saciaron sus miedos reglamentando
todo en un Código de Derecho Canónico y también estableciendo un Catecismo. ¡Ahora
estamos seguros! ¡Hay que obedecer, y listo! Poner límites (sobre todo a los –
y especialmente a las – demás) es lo que caracteriza a ciertos grupos
eclesiásticos.
Pero resulta
que queda un cabo suelto que habría que solucionar… “la palabra de Dios”.
Porque cuando la Biblia era un libro que usábamos para “probar” lo que
decíamos, cuando el Magisterio estaba por encima y a su servicio, las cosas
eran distintas… Para peor, ahora nos dicen que la Biblia no es para “obedecer”
y todo se agrava y hasta dicen que el fundamentalismo (siempre tan útil y
frecuente) es un “suicidio del pensamiento”. ¡Todo mal! Porque desde que Pio
XII empezó a hablar de “autores humanos” todo se complicó, y el Concilio
relativizó todo… todo para peor.
Porque esta “palabra
de Dios” resulta que ya no es una norma a obedecer sino un Dios que se abaja a
la humanidad para revelarse, para mostrarse, para ser conocido porque desea ser
amado. Y, “para más INRI”, esa palabra se revela encarnándose y poniendo su
carpa en medio de nosotros. Este Dios que nos tiene en cuenta es too much!
Uno que abraza a pecadores, ¡y come con ellos! Uno que invierte el statu quo
y empieza desde las mujeres, los niños y los pobres... ¡demasiado!
Y, para peor,
cuando antes hablábamos de la Tradición, para relativizar las Escrituras,
aparecen los patrólogos, y nos muestran que la Tradición no era tan tradicional
como creíamos (que es mejor empezar la tradición hablando de Trento, por
ejemplo, y no de Crisóstomo, Ireneo, Jerónimo, y otros... y – para más
gravedad, hasta de “otras”).
Por suerte,
desde que se freezó el Concilio (1985) las Escrituras volvieron a quedar en un
lugar de adorno, del que no han salido; el Derecho Canónico y el Catecismo
vienen en nuestra ayuda. Como no se puede – lamentablemente – sacar la
constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, los cajones curiales
prestan un buen servicio al Alzheimer espiritual, vuelven los “Diez Mandamientos”
que un tal Jesús había reducido a dos, vuelve la Biblia a ser dicta
probantia y “la verdad (que nos) hace libres” pasa a ser un librito menor
no sea cosa de que alguien amague con zambullirse en el océano sin riberas del
amor de Dios y se dé cuenta que es hijo o hija, miembro pleno de un pueblo de
hermanas y hermanos donde solo hay un Padre que no es el Papa, ni el obispo, ni
el clero, sino ese papá – mamá de Jesús. Y, eso sí, del Espíritu Santo, ¡mejor
no hablemos!
Foto
(intervenida) tomada de https://es.pngtree.com/freebackground/small-vintage-bible-with-a-lock-wood-book-small-bible-photo_9520956.html
Genial!! Me encantó leerte. No puedo estar más de acuerdo contigo. Gracias.
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