La peregrinación,
un Sínodo
Eduardo de la
Serna
Acaba de
finalizar la 50ª peregrinación “juvenil” a Luján. Es decir, un pedazo de
nuestra historia reciente.
Cuando las
sombras arreciaban en la Argentina y “se venía la noche”, noche en la que miles
y miles de jóvenes serían arrancados de la vida, un profeta, Rafael Tello,
señaló que entrando en lo más profundo de la fe del pueblo se encontrarían
salidas hacia la vida y la esperanza. Y así, con su importante grupo de
colaboradores, impulsó una peregrinación juvenil a Luján (25 de octubre de 1975). Y la cantidad
de participantes vio superadas todas las expectativas (en ese momento se habló
de 30.000).
Pero las
tinieblas de la muerte avanzaban y la noche se enseñoreó de las calles y
hogares de la Patria. La dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica
pisoteó con botas de sangre cada paso, cada palabra, cada proyecto. Pero, por
aquello de “no hay mal que por bien no venga”, el cardenal de Buenos Aires,
enfrentado con Tello porque no aceptaba nada que no pasara por su control, se “apropió”
de la peregrinación “transformándola” en la peregrinación de la arquidiócesis
de Buenos Aires. Y lejos estaba la Dictadura de querer enfrentar a un Cardenal.
Así la peregrinación siguió su rumbo. No era grato, en aquella segunda caminata
ver en las esquinas camiones del ejército con soldados apuntando a los peregrinos,
pero allí seguimos. Caminando. Y así hubo tercera… hubo cuarta… ¡hubo 50! Los
números seguían creciendo. Se habló de más de un millón; después fueron
variando, hubo menos, hubo más… ¡Hubo miles!
Muchas
diócesis tienen anualmente su peregrinación al santuario de la Virgen, pero la
que llega a Luján el primer domingo de octubre saliendo el sábado anterior y
recorriendo a pie los casi 70 kilómetros, pues esa sigue siendo “la
peregrinación”. Los números variaban y hubo años en que bajaba, años en los que
subía, pero siempre multitudinaria allí estaba la huella de cientos de miles de
personas, mayoritariamente jóvenes, que van a pedir, a agradecer, a reír, a
llorar, a cantar, a arrodillarse junto a su Madre y madre de todos, todas y
todes.
Estos miles
que caminan llevan cada quien su vida entera, y la de quienes están en su
corazón. Hay quienes caminan lento, quienes esperan a los demás o quienes
saltan cantando, quienes se detienen y quienes eligen no detenerse en una de
las paradas programadas, quienes se sientan a unos mates, quienes deben curar
sus ampollas o se acuestan a una brevísima siesta con las piernas levantadas
para que “baje la sangre”… Un cada quién que es un todos. Incluso hay quienes
van por caminos alternativos, pero todos “a la Virgen vamos”. La unidad que la
peregrinación expone no es un desfile militar, no dan todos el mismo paso, no
marchan en fila. Por eso es comunión, por eso es eclesial. Una comunión en la
que caminando todos con un mismo impulso, en un tiempo común, nos dirigimos a
la misma meta, pero conservando lo propio, cada quién sus lágrimas o sus
sonrisas, sus pedidos o acciones de gracias, cada quien su vida que es muy
distinta de la vida del co-peregrino o peregrina, pero que de todos modos es
nuestra.
Así como en
la cancha de fútbol, en los cantos, nadie ensaya una coreografía, pero las
manos se mueven en un misterioso unísono y un mismo canto, así como abrazamos
fervorosamente a quien está a nuestro lado al gritar un gol como conocidos de
la vida entera, así hay una unidad fraterna-sororal al caminar con quien a su
vez camina y tiene nuestra misma meta. Y porque esos llantos y esos cantos, esos
pesos y esos pasos, esas risas y esas misas nos ponen en comunión que es
comunión de fe, de esperanza y de amor, por eso es eclesial. No es uniformidad,
no hay anulación de las personas en vistas a un “proyecto” o un “mandato” o una
“institución”, hay una mirada común que se dirige a “ella” que nos hace saber que
somos más nosotros que nunca.
Los tiempos
han cambiado; ya nada es como hace 50 años. Pasó la dictadura, pasó la
primavera y, quizás, llegó el otoño con fríos invernales; ya no hay – creo – un
pueblo al que se lo veía más corporativamente, y “unido que no será vencido”, y
hay en lo social, lo político y lo espiritual un triunfo ocasional del
individualismo, pero todavía hay hojas en el árbol. Algunas no caen, otras
renacerán nuevas. Cuando el tiempo oportuno lo permita y la savia lo llene de
vida, algo – quizás inesperado – florecerá explotando hermosura y color. A eso
Tello llamaba “fe del pueblo”. Que allí está, aunque a veces hiberne; o hasta
en ocasiones renazca con inesperados brotes. Y aunque haya ramas, o hasta
troncos que podar.
Por eso la peregrinación
es sinodal; porque es un caminar juntos. Y no es uniformidad que sacaría todas
las ramas que no van en una dirección preestablecida.
Hace tiempo
sabemos que una cosa es la fe del pueblo y otra la pastoral popular. Cada cual
tiene sus características, sus errores y aciertos, su vida y enfermedades. El
pueblo vive y celebra lo que su fe le impulsa a vivir; la pastoral – por definición
– la acompaña, pero propone o pretende corregir (respetando, por cierto).
Veamos, a modo de ejemplo: el pueblo votó a Menem, el pueblo votó a Macri, el
pueblo votó a Milei. Mal haríamos, quienes pretendemos estar, caminar y vivir
con el pueblo en juzgar (o peor aún, condenar aunque no compartamos “ni un
tantico así”), pero podemos proponer, caminar caminos que muestren que hay otro
mundo posible. El pueblo fue formado en misa en latín y de espaldas, y no
aceptó en un primer momento los cambios; el pueblo tuvo una catequesis de
preguntas – respuestas y enojos con los cambios porque “siempre se hizo así”, y
– para aplicarlo a lo que señalaba – el pueblo no tenía una peregrinación
juvenil a Luján; hizo falta una pastoral que la propusiera y luego, ahí sí, un
pueblo que – más tarde a veces, más temprano otras – la “recibiera”; porque la “recepción”
es el último paso (siempre vital, por cierto, porque “mañana” puede ir
variando) del proceso creyente. La pastoral no debe hacer “lo que el pueblo
quiere” sino lo que cree – mesurada, razonable, concienzudamente – que es lo
mejor para el pueblo… y esperar.
Si me guío
por mi intuición y sospecha; obviamente en base a mirar y olfatear pequeños
brotes aquí, algún color que despunta allá, me parece ver que algo – por ahora
incipiente – está empezando a cambiar (quizás a partir de la pandemia). Me
parece ver que empieza a haber – muy, ¡muy!, chiquititos, algunos signos de
vida y rebrotes. No podría señalarlos, además que todos sabemos que hay brotes
que caen, otros se marchitan y otros explotan primaveralmente en vida. Toca esperar,
toca acompañar, toca proponer para que no haya exceso de agua o falta de sol.
Toca estar, y toca estar convencidos que el Espíritu Santo, que es “el alma de
la Iglesia” irá impulsando. Toca combatir las plagas, podar hojas que “se van
en vicio”, y toca saber que entre el pueblo y el Espíritu Santo, trabajando
juntos ¡habrá un mañana!
Eduardo me parece que el primer párrafo tiene un error que la primera peregrinación fue en 1974. Y por la redacción de dicho párrafo parece citar la de 1975. Perdón si estoy interpretando mal yo.
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