Un aporte a la mirada de los santos y santas en la Iglesia
Eduardo de la
Serna
Otra vez se
reitera el planteo, en ciertos ambientes, de la posibilidad de “descanonizar” a
alguien. Ya se ha hablado de hacerlo con Juan Pablo II a raíz de su cercanía
cómplice con Marcial Maciel y los perversos legionarios de Cristo, y ahora se
escucha a partir de la decena de elementos negativos que surgen a la luz en el
Opus Dei y su fundador Josemaría Escrivá.
Para empezar,
creo que es de poco tino estratégico el planteo, porque no nos debería extrañar
que más tarde o más temprano el papado sea amigable con ambos, Juan Pablo II y
Josemaría, y se “recanonice” lo “descanonizado” y, además, se aproveche el
impulso y se descanonice a Oscar Romero, a Angelelli y tantos otros. Me parece inconveniente
el planteo.
La
canonización, evidentemente, no “lleva al cielo” a alguien, sino, a lo sumo,
reconoce que ese o esa tal está “en el cielo”. Y, que se me disculpe, en lo
personal deseo que todos estén en el cielo, Escrivá y Juan Pablo incluidos (aunque,
si se me permite la ironía, espero estar – ya que yo también pretendo ir – en una
nube bien lejana a ellos). Ahora bien, que tal persona está en el cielo no dice
demasiado más… Y, partiendo de esto, creo que se podría señalar cuatro tipos
diferentes de santas y santos.
1.- Santos a
los que podemos llamar “temporales”. Es decir, hay quienes en su vida llevaron
una vida gracias a la cual Dios les “regaló el cielo” (tengo claro que no se
trata de mérito, menos aún de compra venta, sino de don de Dios), pero en un tiempo
muy diferente al actual. Lo que interesa es que esas y estos santos fueron más
o menos ejemplares en un tiempo de la Iglesia que ya es pasado y, por tanto, no
tienen actualidad en nuestro hoy.
2.- Santos
que podemos llamar “espaciales”. Me refiero a aquellas y aquellos que han
llevado una vida de santidad en un determinado espacio que no es aplicable a
los que están fuera de él. Creo que es el caso de la gran mayoría de las y los
fundadores de congregaciones, que sirven como ejemplo a los miembros de las
mismas, pero no repercuten en los espacios de “fuera”.
3.- Santos
que podemos llamar “de oficio”. Es decir, aquellos que lo son en su ministerio
o servicio, pero que su modo de vida no es aplicable a tantos otros. Por
ejemplo, un santo Papa, puede iluminar el camino de otros papas, pero no aplica
a la casi totalidad de los cristianos que no lo son ni serán jamás.
4.- Finalmente,
un grupo acotado de santos y santas a los que llamaría “eclesiales”, que son aquellas y
aquellos que marcan caminos a las y los cristianos de todos los tiempos,
lugares o ministerios. A esos podemos llamarlos “grandes santos”, sin duda
alguna (aunque queda, siempre, la mirada de quienes consideran grandes a los
que otros ven “pequeños” y viceversa). Hay algunos que resisten toda lectura
parcializada.
Es sabido, y
obvio, además, que hay miles de santos que “no son de mi devoción”. Nadie tiene
por qué sentirse motivado por la santidad de todos o todas los santos y santas,
lo que, además, refleja la pluralidad eclesial.
Por tanto, no
pretendo ninguna descanonización. Tengo claro que a todos y todas las personas
les deseo el cielo, pero, además, tengo claro que, por ejemplo, Escrivá puede
ser reflejo de una santidad del preconcilio y nada, o casi nada, tiene para
aportar a los cristianos de nuestro tiempo. Tengo claro, asimismo, que Juan
Pablo II puede ser alguien que desee imitar – si así lo quiere – alguien que
ejerce el ministerio de Pedro, pero en nada, o casi nada, aporta a los
cristianos o cristianas “de a pie”. Muy distinto es mirar a aquellas y aquellos
santos que, aunque el tiempo, el espacio y el ministerio sean muy diferentes a
los nuestros, siguen siendo un faro para el seguimiento de Jesús en nuestro hoy;
que ellos rueguen por nosotros.
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