La paz de Jesús, la paz del mundo
Eduardo de la
Serna
Sabemos que, en el Evangelio de Juan, por “mundo” ha de entenderse un proyecto adverso al de Jesús. No hay que entenderlo en un sentido, por ejemplo, neoplatónico, que obviamente, Juan no era, como en oposición a “cielo”. Dios ha amado a la humanidad entera, pero “el mundo no lo recibió”, como el envío de Jesús lo demuestra. Por eso insiste, el evangelio, que los amigos de Jesús están “en el mundo” pero no son “del mundo”. El mundo no recibe a Jesús y no recibirá al Paráclito porque tiene un príncipe, que es el adversario por excelencia. Por eso, el Reino de Jesús no es de este mundo, ya que Jesús ha vencido al mundo, lo cual les consigue la paz. Este mundo da una paz; la paz de Jesús es bien distinta.
Esto nos
invita, para empezar, a pensar que hay terminologías iguales para decir, con
frecuencia, cosas muy distintas. Amor, libertad, vida son buenos ejemplos. ¡Paz
también!
Sabemos que shalom
es el característico saludo judío (lo encontramos 267 veces en la Biblia
hebrea), aunque el término significa mucho más que la simple “paz”. De hecho,
no es un término frecuente en los Evangelios (Mc 1x, Mt 4x, Lc 14x y Jn 6x).
Ese ambiente
adverso a Jesús comunica a todos una paz, la pax romana. Es la paz que
nace del miedo, de la represión, de la violencia (“si quieres paz, prepárate
para la guerra”). La imposición imperial provoca un sometimiento ante el cual,
cualquier acto de rebeldía, resistencia o simple reclamo era entendido como
quiebre de la paz. Lo cual, por cierto, provocaba la reacción romana, que
provocaba “la paz de los cementerios”, la tierra arrasada... La cruz es un
ejemplo de esta respuesta, y algo que, ciertamente, la comunidad de Juan tiene
en mente al repetirlo. La paz (shalom) es algo que solamente Dios puede
dar ya que nace de la justicia, que es el encuentro pleno con Él. Pero, aquí,
es paz de Jesús (“mi paz”), el don de los tiempos nuevos inaugurados con la
resurrección. Tres veces el resucitado otorga la paz a los suyos (20,19.21.26),
precisamente resaltando que es un nuevo don, pleno, escatológico. Y, como don
pleno que es, la paz “no viene sola”, viene con la alegría abundante (con todo
lo que alegría significa como plenitud). Precisamente al donar la paz es que
Jesús, también, otorga el Espíritu Santo prometido. Todos los bienes de
plenitud, de un Dios que derrama y “se derrama” sobre sus amigos están
presentes (Jn 20,19-23). Esa es la paz que regala, evidentemente, en nada se
parece a la “que da el mundo”.
Si quisiéramos
pensarlo – sin forzar los textos, algo que no es bueno hacer – no es difícil
pensar la paz que se ofrece con protocolos “anti…” para que todos los
ciudadanos de bien puedan movilizarse en paz, a costa de jubilados gaseados,
fotógrafos golpeados, todos reprimidos. Esa paz, como esa libertad, esa
justicia, esa alegría en nada se parecen a las de Jesús a sus amigos. Y no está
de más tenerlo muy claro: “mi paz no es como la que da el mundo”.
Imagen tomada de https://www.cuales.es/que-es-la-pax-romana-paz-romana/
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