sábado, 1 de noviembre de 2025

La aceptación sumisa del poder omnímodo

La aceptación sumisa del poder omnímodo

Eduardo de la Serna


Entre los años c. 187 a. C.-175 a.C, fue rey en Siria (lo que incluye “Judea”) Seleuco IV. Dejando claro a todos sus súbditos “quién manda y quien es el mandado”, como se ve, por ejemplo, en el cambio del calendario (todo empieza con nosotros), nombra a Olimpiodoro oficial responsable de los santuarios de la región. Esto queda grabado en piedra para que todos y siempre sepan cuál es su voluntad. Él pretende que estos templos “reciban los honores tradicionales con el cuidado que les corresponde”. El tema es largo y complejo, y el material es abundante.

Pretendo aquí detenerme sólo en un aspecto.

La potente ideología imperial ha logrado que lo que ellos imponen sea visto como algo “natural”, como que “así es la cosa”. Es a eso que se llama “hegemonía”. Todos – casi todos, para ser precisos – tratan de acomodarse a lo que el imperio va permitiendo, disfrutando sus “favores”, aprovechando los resquicios, soportando / resistiendo lo prohibido. Eso no impide la aparición de diferentes modos de resistencia en algunos, que va desde la no violenta hasta la armada, según los casos, los grupos y los tiempos. Es frecuente que, por ejemplo, algunos para resistir se trasladen al desierto, otros, aceptan incluso el martirio, y muchos – seguramente los más – aceptan sumisamente lo que la hegemonía les asegura que es “lo que es”. Muchos se adaptan incluso a las vestiduras propias griegas (incluso su característico sombrero, el petaso; ver 2 Mac 4,12), la alimentación (incluso el cerdo) y hasta los juegos gimnásticos…

Pero yendo a Olimpiodoro, es notable que muchos celebran que “gracias a la magnificente bondad del emperador podemos dar culto libremente en nuestro templo” (destaquemos que con los sucesores de Seleuco la cosa se agrava más todavía llegando incluso a verdaderas masacres, desapariciones y terrorismo de Estado, literalmente).

Pero lo interesante, teológicamente, en algunos grupos de resistencia, es el malestar con el “permiso”, la “libertad de culto” que el funcionario ahora autoriza. Lo que, para ellos, resulta evidente, es que si el Imperio nos permite dar culto a Dios eso indica que el Imperio está por encima de Dios; ¡nada menos! Ciertamente los que han aceptado mansamente la hegemonía imperial ven la nueva posibilidad como un alivio para sus creencias, pero no han sabido descubrir que en ella se esconde un Imperio más todopoderoso – nada menos – que Dios mismo. Es contra esto que también comienza la resistencia en algunos, lo cual, se agravará, en los años y gobiernos posteriores, como hemos dicho, con lucha armada en algunos casos, con una “aislación” (tipo fuga mundi) en otros, o incluso en la aceptación del martirio en unos pocos.

Es evidente que en los distintos tiempos de opresión que diferentes grupos buscan diferentes modos de resistencia, desde un simple “desensillar hasta que aclare” hasta la lucha armada, desde un aislarse del ambiente opresor hasta la resistencia explícita y pública… Pero no es menos cierto que, probablemente como modo de supervivencia, o quizás como una mansa imagen tipo “soy como vos, no me agredas”, o, peor aún, una actitud que hoy podemos llamar desde “masoquismo” hasta “Síndrome de Estocolmo”, lo cierto es que es habitual y frecuente la actitud de sumisión. Actitud que, en ocasiones, cuando más vehemente y violento se muestra el agresor, más sumisa se muestra la víctima.

Volviendo a los tiempos bíblicos (anteriores a la época de los Macabeos, para ubicarnos), ciertamente – y sin juzgar, ni levantar el dedo, ni condenar – el punto de partida radica en dónde, por qué, cómo, para qué nos ubicamos. ¿Alguien puede “condenar” al que, para salvar la vida, comía carne de cerdo, por ejemplo? Ciertamente, en los textos bíblicos sí hay, en algunos casos, condenas o rechazos firmes a estas actitudes, pero, insisto, ¿dónde nos paramos para analizar y ver?

Quienes creemos que “el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, no podemos entender que haya ídolos (de eso se trata cualquier cosa, persona, fuerza, idea, imagen que se ponga a la altura de Dios, o por encima de él) a los que adorar o venerar. Y valga esto para el Imperio seléucida, o para el Mercado, para Seleuco o para Trump… El Dios de la Biblia pretende ser abrazado, saludado, encontrado en el “derecho y la justicia”, allí donde hay víctimas (de esos mismos modelos, acotemos), atentos a sus “clamores”, respetuosos de sus vidas. Algunos, a pesar de la hegemonía (que, aunque esté grabada en piedra no es menos fútil y pasajera), seguimos creyendo que es desde aquí que estamos llamados a mirar, desde aquí invitados a obrar y amar, y allí convocados a permanecer. ¡Pueden llamarlo “resistencia”, si quieren!

 

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