Crónicas salvadoreñas 3
Eduardo de la Serna
Viernes: Empezamos
el día yendo a las oficinas franciscanas de JPIC (Justicia y Paz e Integridad
de la Creación). Hay muchos temas contemporáneos de derechos humanos que
también cuentan, no sólo los históricos. Por ejemplo, el derecho al agua y el
alimento criollo (no cualquier alimento). Por ejemplo, nos contaban el consumo anual
de agua por familia tipo (de 7 a 9 personas!) y que el agua en El Salvador está
casi al límite con eso. Pero, se usa agua para las minerías metálicas (canadiense
en especial) y en donde está el principal acuífero que abastece el país se
asentaron la Coca Cola y una cervecera y extraen – sin pagar – el agua. De ahí
la lucha que ha logrado por ahora parar las mineras, e intentan incorporar el
agua y el alimento criollo (no el maíz transgénico de Monsanto, quiere decir)
como derechos humanos fundamentales. Sin embargo, siempre nos queda un tema
colgando – charlábamos (porque después de cada momento solemos charlar mucho,
lo que nos enriquece en la interpretación de lo vivido) es cómo compaginar la
urgencia ecológica y la urgencia de promover el desarrollo humano, el trabajo,
etc. Por ejemplo, Jorge preguntaba, partiendo de que la gente en general
entiende cuando ve, experimenta, siente… ¿cómo hacer entender que no hay que
tirar pilas usadas a la basura? O – como dice Mafalda – cuando lo urgente no
deja lugar a lo importante.
Al llegar nos encontramos
con un franciscano irlandés, ya mayor, Thomas. Como todos, tienen cientos de cuentos o
anécdotas que contar de la guerra, de gente desaparecida, torturada, matada…
Pero este se decidió a recopilar datos e informaciones – en una suerte de
martirologio – por departamentos (= provincias) con datos concretos (incluso
matados por la guerrilla, aunque son casos realmente aislados; o casos de algún
comandante borracho de sangre). Publicó tres libritos (y sigue), “Testigos del
Evangelio”, por departamentos con la intención de destacar a los laicos, a los
anónimos. “De los curas y religiosos se sabe, pero es una manera de devolver la
dignidad a los mártires anónimos”.
Almorzamos rápido y vimos a
Nidia Díaz a quien yo había conocido en Bogotá, en la Cumbre Mundial por la
Paz. Obvio que no la conocía (como ignoramos tantas cosas de América Latina, y
América Central especialmente). Nidia fue una de las fundadoras del FMLN. Tuvo
una historia fascinante, antes, durante y después del conflicto… “Empecé con
alfabetización”, “hice retiros con un P. Jesuita, y allí me enteré que tenía un
prójimo”… después empezamos con teología de la liberación, y entró en grupos
varios hasta que más adelante (después de la muerte de Romero) se forma el
Frente. Ahí nos enteramos que su nombre “histórico” es María Marta Concepción
Valladares Mendoza. Pero antes era “Tal”, luego fui “Cual”, en tal región era “Zutana”
y tal otra “Perengana”, hasta que fui Nidia. Le pregunté cómo hacía para
recordar, o para darse vuelta o no hacerlo cuando la llamaban en uno u otro
lugar, ”mucha disciplina”, me contestó, sentada en un restaurante donde nos
encontramos, y de espaldas a la pared. Cada tanto aparecía una muchacha joven
que la había acompañado. Pensé que era su secretaria, pero nos comentó a final
que era su custodia. Ella también había sido combatiente. Ingresó a los 13
años, “y aprendió a zurcir en la selva sobre piel humana”, acotando que en la
clandestinidad colaboraba en operaciones, cirugías, y otras cosas. Nidia – que tiene
una importante cicatriz en su brazo – fue desaparecida 5 días y detenida 140.
Nos comentaron – no ella, obviamente no le preguntamos – fue abusada y
torturada. Nos interesaba, entre otras cosas, saber cómo vive la impunidad de
tanto asesino o criminal suelto por la amnistía decretada por el presidente
Cristiani (ARENA), un de los responsables de la matanza de los jesuitas; “¿qué
sientes cuando tienes que sentarte con ellos en el congreso (es diputada)? “- Nada
(nos respondió). Una vez uno me preguntó, ¿qué sientes cuando hablas conmigo?
Nada – repitió – yo les gané. Y cuando me interrogaban, no les di ninguna
información” (“Disciplina”, me repetí). Nidia participó luego de los diálogos y
acuerdos de paz. “Fue una guerra no querida. Siempre quisimos la vía política.
Tuvimos 6 años de diálogo y 2 de negociaciones”. Cuando le preguntamos por la
posibilidad de derogar la amnistía dijo que no era posible. El poder judicial
está cooptado por la derecha y no permite declarar los crímenes como de lesa
humanidad, y por tanto imprescriptibles e inamnistiables. Somos gobierno pero
no tenemos el poder. No hemos podido desmontar el neoliberalismo, pero podemos
impedir que avance. La conversación duró más de una hora, y hubiéramos seguido,
pero debía irse. Nos quedamos con la sensación de haber estado con un poco de
la historia salvadoreña reciente.
De allí fuimos a la Catedral
para la procesión y la vigilia. Como teníamos tiempo caminamos, volvimos a la
cripta (la tumba de Romero) y subimos a la catedral y nos llevamos una sorpresa:
¡Nuevamente estaba el cuadro de Escribá de Balaguer! No sabemos si se trata de
una pelea de poderes, de una estrategia, de que nos informaron mal. Pero cuando
vimos que el cuadro no estaba vimos a un empleado de la catedral sacando el
cartel que decía quién era ese señor (seguramente desconocido por el pueblo
salvadoreño) y nos dijo que lo habían sacado porque pondrían a Romero. Será
cosa de volver una vez ocurrida la beatificación a ver el resultado. El llegar
la hora de la Procesión hacia donde se celebraría la vigilia se largó a llover.
Y la lluvia se hizo cada vez más fuerte. Nos quedamos en la cripta hasta que
disminuyera un poco y nos dirigimos al lugar. Cada tanto la lluvia era más
fuerte, pero nunca demasiado. Llegamos al altar (techado para los curas, si la
gente se moja no importa: ¡son laicos! Y a poco de llegar la lluvia empezó a
ser más fuerte de a ratos. La misa la presidió Oscar Rodriguez Maradiaga,
obispo de Tegucigalpa, Honduras. Presidente de la comisión de cardenales
asesores del Papa, y el aval eclesiástico al golpe que destituyó a Mel Zelaya.
Estuvimos con Marcelo Colombo (obispo de La Rioja, que de El Salvador sigue a
Roma para presentar los documentos por la muerte de los curas Carlos y Gabriel
y del laico Wenceslao. Aprovecha para hablar cosas sobre el martirio de
Angelelli ya que ahora puede empezar la causa diocesana). Dejo de lado la
homilía del cardenal, que no dijo nada, que defendió explícitamente (y no sería
la única vez que alguien lo hace) a Juan Pablo II (obviamente, tanta defensa de
JP II es porque todos, o al menos muchos, tenemos la sensación, o estamos
convencidos que dejó a Romero abandonado a su suerte), también dejo de lado que
predicó sentado, con algunas frases demagógicas para ganarse el aplauso, y que
predicó 30 minutos mientras la gente se mojaba y llovía cada vez más fuerte. Algo
curioso fue la ausencia del obispo de San Salvador, y de gran parte de los
curas. Como los encargados eran los religiosos, muchos de los cantos eran
populares, de la misa nicaragüense o la misa salvadoreña (y un grupo de música
excelente que bajo la lluvia no dejaron de cantar con todo entusiasmo y muy
buena calidad)… y un obispo salvadoreño estaba con cara de fastidio por los
cantos, según nos dijeron. Algo curioso de la celebración fue que en la
Plegaria eucarística no se hizo mención a Romero. En los difuntos se mencionó a
un colaborador de Rodríguez Maradiaga, y nada a Romero, ni a los tantos cientos
y cientos de muertos en El Salvador.
Hubo una vigilia paralela de
las CEBs. Nos dijo Ignacio, que fue a esa, que fue muy
interesante, profética,
con mucha presencia popular y mucha crítica.
Volvimos a la casa. Mañana a
las 7 hay que acreditarse.
Sábado: Salimos
a las 6 de la mañana. El centro está casi todo bloqueado y hay que ir al
Seminario San José de la Montaña a las 7; ¿para qué tan temprano si la misa
empieza a las 11? No lo supimos nunca. La organización – a pesar de la multitud
fue excelente – cada inscripto tenía un colgante con su nombre. Luego de esto,
se podía ir a un Shopping (“Galerias”) donde a todos nos daban un bolso con un sándwich,
unas galletas dulces y un jugo (Con el sello de Galerías, ¿exención de
impuestos?). De allí fuimos de nuevo al Seminario y no dieron a cada uno una
estola roja con la que concelebraríamos (por lo que no usaríamos la estola de
los mártires argentinos que llevábamos los seis). Luego nos dieron un bolso
donde había un gorro blanco, unos caramelos y un librito para seguir la ceremonia.
Y empezamos a formarnos para dirigirnos al altar (todo con espacio de mucho
tiempo).
El gorro fue fundamental
porque el sol pegaba duro. En el camino – con muchas paradas – de la procesión,
hablábamos con la gente que nos agradecía haber venido. Y confirmamos la
apreciación de la cordialidad y la alegría de la gente. Uno les hace una broma,
y ellos la siguen riéndose de muy buena gana (recordé a Romero diciendo “con
este pueblo es fácil ser buen pastor”). Por ejemplo, Roberto hablaba con unas 3
o 4 mujeres con una remera con foto de Romero y cartel del FMLN y yo les dijo: “no
le crean a este. Es buen tipo pero exagera mucho”, y una me dice, “venga usted
a contarnos el resto de la verdad”, y todo con una sonrisa.
No comento todo, ya que
sería largo. Pero algunas cosas: la liturgia no dejó ni el más mínimo resquicio
para la improvisación. La liturgia, como se celebró podría haberse celebrado en
Sydney, Bogotá, Buenos Aires, París o Wadovice… Una pulcra ceremonia romana
organizada por el Opus Dei, con todo ensayado, pautado. Las manos con las
palmas juntas, sotanas y roquetes, incienso y cantos tradicionales (al menos no
cantaron los Heraldos del Evangelio). Todo esto debidamente custodiados por
gran cantidad de personas con audífonos y manos cruzadas abajo por delante. Algunos
daban miedo y bien podrían haber estado en Atlacatl. Francotiradores en varios
edificios y helicópteros volando bajo con gente asomada fotografiando todo. El
altar armado en un escenario donde a un costado estaban los obispos
concelebrantes y al otro los funcionarios (allí pudimos distinguir a Rafael
Correa y a Alvaro García Linera, por ejemplo= y enotro escenario al costado lo
que parecía ser la clase alta salvadoreña, la misma que celebró su muerte, que
financió los escuadrones de la muerte y – sobre todo – la que explotó y explota
a los campesinos y pobres de El Salvador. Los mismos por los que Romero dio la
vida. Delante del altar, los curas, luego otra gente en espacios dedicados
(había religiosas, por ejemplo) y allá lejos, casi sin ver (los paraguas
tapaban la visual a la gente), bien lejos la gente. En las ofrendas, en la
presentación de las reliquias, campesinos, y pobres, ¡ausentes! Estaba el
hermano de Romero, ancianito. Pero a nadie se le dio un micrófono. Nadie dio un
testimonio (quizás para que nada, nada saliera de lo esperado, lo previsto, lo
preparado). En el altar, luego se colocó un relicario con la camisa que tenía
Romero al ser baleado (la que le hicieron entregar a las monjas que durante 35
años custodiaron la memoria).
Señalo algunas cosas
sueltas:
Hubo varias “homilías” o “palabras
episcopales”. Entre ellas, la de Vincenzo Paglia, postulador de la causa, al
menos “dijo algo” (habló 2 veces: en la primera presentó la vida de Romero, y
habló del “sensus fidelium” – el sentir de los fieles – que había beatificado a
Romero mucho antes. La segunda vez, casi al terminar la celebración tomó como
dato que Romero ahora estaría con tantos que lo recibirían: rivera y Damas,
Rutilio Grande… etc.); fue el único que hizo referencia al pueblo sencillo y a
los muchos otros asesinados en El Salvador. De la patética homilía del cardenal
Amato no quisiera decir nada. Que se destaque de Romero su amor a la Virgen, que
rezaba el rosario, que amaba la Iglesia (se repitió hasta el hartazgo su lema
episcopal: “sentir con la Iglesia”), amaba al Papa (no señalaron que el Papa no
lo amaba a él, eso no parece importante). Nada siquiera de su amor a la Biblia
(pero mencionar eso implicaría autocrítica), de su amor a los pobres, y su mirada
a los procesos históricos. Nada de que Romero era un profeta, y tampoco nada de
que hubo asesinos. A Romero lo mató “una bala traidora” (para mí, una “bala
traidora” sería una bala que yo disparo y se vuelve contra mí y me pega), ni
siquiera aquellos señalados por la “Comisión por la verdad”, por ejemplo.
La Bula papal proclamando
beato a Romero (incorporado “al número de los beatos”, ¿qué entienden los
campesinos de esa frase?) fue leída en latín (la consagración en castellano,
pero la bula en latín… SIC). Luego traducida al castellano para los pobres
ignorantes que no comprenden la lengua sacra.
La gigantografía con la
imagen “oficial” de Romero, como era de esperar, es la que está con dedos en
señal de bendecir, con sotana episcopal, anillo, botones morados… ¡y solo! Contrastando
notablemente con las que puso por todo San Salvador el gobierno (FMLN) de
Romero con gente. Pero no nos extrañaba, ¡en el altar no había una imagen de la
Virgen!
Como cosa popular
interesante (“¡Una! ¡Al fin una!, dijo Berto) el relicario con la camisa bañada
en sangre recorrerá todas las parroquias del país (¿cómo lo recibirán los
tantos curas que detestaban o detestan la pastoral de Romero o su figura? No lo
sabemos. Pero imaginamos que si dejan entrada a los pobres, eso será para ellos
un bálsamo.
Volvimos como a las 2 de la
tarde, y después de comer descansamos de tanto trajín. Luego tomando mate
comentamos todo lo vivido (mucho está reflejado acá, creo). Y cenamos mientras
veíamos las repercusiones en la TV de todo lo ocurrido.
Foto tomada de www.nacion.com
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