“Paz a los hombres…”
Eduardo
de la Serna
Hablar de la “paz” es
algo prácticamente constitutivo de la vida humana. El judío – de ayer y de hoy –
se comunica el “Shalom” en el encuentro con el otro, como un
deseo-comunicativo íntegro de plenitud, paz, vida, felicidad… Es tan importante
el “Shalom” que es también el modo de encuentro con los suyos de Jesús
resucitado.
En contraste con el imperio
romano que propugnaba una “pax” que se asemejaba más a la de los
cementerios que a la de la vida en encuentro festivo y amistad social, el nuevo
Testamento propone esa otra paz.
La paz no ignora el
conflicto. Si este existe, el conflicto debe ser mirado de frente, a los ojos.
La negación del conflicto es huida, es hasta cobardía, o – lo que es peor, en
ocasiones – la negación del conflicto es complicidad, consciente o no, con los
ganadores, los victimarios.
Los avances maravillosos en
el proceso de Paz en Colombia sólo han sido posibles porque todos los
implicados enfrentaron el conflicto. Porque no se quiso mirar la paz de la
derrota, del aplastar al otro o los cementerios, sino el dificultoso camino de
la paz del encuentro, la discusión, el disenso.
No deja de ser llamativo
notar – en este caso – quiénes son los principales opositores a este proceso de
paz (dejo de lado los dementes o extremistas, que los hay en todas partes) el
Procurador Alejandro Ordoñez y el ex presidente Álvaro Uribe; ambos fieles
representantes de la derecha más reaccionaria (porque no se trata de que Juan
Manuel Santos sea de la izquierda, por cierto). Y ambos, enarbolando la bandera
religiosa, lo cual reduplica la perversión. La paz es difícil, hay y habrá
conflictos, choques, retrocesos, nunca faltará algún motivo real o ficticio
para cuestionarla o frenarla, pero la paz es un bien supremo y se dio hoy un
paso fundamental en su consecución.
En el manejo monopólico de
los medios y los sentidos, el gobierno de Macri habla de la paz, de poner fin a
la discordia entre los argentinos, y cerrar “la grieta”. Pero en cada
palabra, en cada actitud, en cada gesto no hace sino provocar más y ahondar más
el desencuentro y el conflicto. Aunque el conflicto no es malo en sí mismo. En algunas
ocasiones, ante el conflicto existente, la cuestión radica en dónde quedamos
parados los cristianos. Y si no quedamos del lado de los pobres, de las
víctimas, de los oprimidos seguramente estaremos pensando más en la paz de los
cementerios o la pax romana que en la paz a los hombres de buena
voluntad. La paz de Jesús, el crucificado, el asesinado, no nos pone del lado
de los romanos sino del lado del ajusticiado; invitando a todos a participar de
la vida, pero no navegando a dos aguas ignorando el conflicto. Jesús les dice a
los suyos que deben “tomar la cruz”. El conflicto está desatado, e
ignorarlo no hace sino dejar que “siga ahí” y dejarlo para que venza el más
fuerte, el más violento (que generalmente no es el triunfo de los pobres, por
cierto). La paz y el conflicto pueden darse la mano, mano que no pueden
estrecharse la paz y la huida, o la negación.
En nuestro país, y en toda
la Patria Grande latinoamericana, somos muchos los que queremos, buscamos y
peleamos por la paz. Pero sabemos que esa paz será posible cuando florezca la
justicia, cuando cesen las violencias de los discursos, cuando el pobre sea
mirado y reconocido como un hermano y se actúe en consecuencia. En esta
búsqueda de la paz todos están invitados, salvo los que se nieguen a reconocer
al hermano, a preferir y optar por los pobres, a celebrar su dignidad. ¡Neoliberales
abstenerse!
Foto tomada de biblioguero.blogspot.com
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