La conveniencia de un premio
Eduardo
de la Serna
Si alguien premia a otro es
porque, desde su mirada y perspectiva, dicha persona (o colectivo) ha hecho algo
merecedor de tal premio. Que algunos premios tengan más o menos prensa o prestigio
(que generalmente es lo mismo, por eso de “causa-efecto”) no los transforma,
ciertamente, en internacionales, mundiales o universales. Si el premiado o
premiada comparte los valores del “premiador” el festejo será mayor,
ciertamente.
Otra cosa son las repercusiones
o consecuencias del premio. Veamos algunos.
Los premios Oscar (o en
Argentina los “Martín Fierro”) son otorgados por un grupo interesado, que es “juez
y parte”. Ciertamente algunos premios gozan de más beneplácito que otros, o son
más celebrados. Y – por supuesto – otras cosas se juegan. Cuando ‘La Tregua’
perdió en manos de ‘Derzu Usala’, como argentino lo lamente. O para ser
precisos: lo lamenté ¡hasta que vi Derzu Usala! Pero el Oscar a ‘El hijo de Saúl’
me pareció lamentable. Al menos para mi estética la película me pareció muy
mala ¡y fea! Lo mismo puede decirse para otras películas premiadas en otros
ámbitos, como ‘El Clan’ y tantas otras. El síntoma evidente de esto (y lo que
se esconde en los premios) fue el Martín Fierro a Jorge Lanata quien fuera
otrora periodista y hoy showman.
Los premios Nobel no escapan a
esto. No tengo capacidad para opinar de otros ámbitos (Medicina, Física, etc…)
pero me queda claro que se elige uno (o unos) porque se valora determinados
avances, y no se valoran del mismo modo los avances de otros. No creo que haya
objetividad en esto, lo cual es obvio y razonable. Pero quizás uno de los Nobel
más fuertes y densos, de mayor trascendencia, sea el Nobel de la Paz.
Son decenas los casos en los
que uno podría preguntarse ¿por qué le
dan un Nobel a esta persona? En lo personal no entiendo el Nobel de la Paz
a la Madre Teresa, por ejemplo. No entro en el análisis de su trabajo y
dedicación a los moribundos de la India, me refiero a los aportes a la Paz. Peor
aún son los Nobel a Kissinger, Roosevelt u Obama. Incomprensibles por donde se
los mire. O mejor, comprensibles. Lamentables. Hubo premios Nobel en los que se
reconocía más una lucha que una persona, aunque esta la “encarnara”. Creo que
el caso de Rigoberta Menchú es uno de ellos al conmemorarse los 500 años del
encuentro de dos culturas, y el comienzo de un genocidio. La realidad
guatemalteca, las masacres y matanzas, hacían sensato que una indígena lo
mereciera. Entre paréntesis, en la asamblea episcopal de Santo Domingo,
convocada por el mismo motivo de los 500 años, fue lamentable que cuando
algunos reclamaron un homenaje a Rigoberta se levantó la voz del cardenal Alfonso
López Trujillo reclamando un homenaje a la Madre Teresa (sic).
El reciente premio Nobel de la
Paz a Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, es extraño. Si se siguiera el
mismo criterio por el que se premió a Peres y Arafat (la búsqueda de Paz en
Israel-Palestina) las FARC-EP también hubieran debido ser mencionadas, como lo dijo
Ingrid Betancourt, aunque eso hubiera herido la sensibilidad de un muy gran
número de colombianos. Quien fuera ministro de defensa del presidente más
guerrerista de los tiempos presentes, Álvaro Uribe, al menos debiera hacer un
público pedido de perdón por algunos hechos. Su bombardeo a un campamento de las
FARC-EP en territorio ecuatoriano casi lleva a ambas naciones a una guerra sólo
frenada por la oportuna intervención de la UNASUR. Sin ninguna duda Santos,
gran estratega, dedicó todos los esfuerzos de su presidencia a lograr los Acuerdos
de Paz con la guerrilla de las FARC y los busca todavía con el ELN. Y no tengo
ningún elemento para dudar de su honestidad y búsqueda de la paz sincera. Pero
eso no me impide sospechar (por estratega, precisamente) de algunas cosas: los
dos países garantes de los acuerdos son Cuba (por las FARC-EP) y Noruega (por
el gobierno colombiano). Pero resulta que Colombia no tiene particulares
relaciones con el reino de Noruega. ¿Por qué Noruega y no alguno de los países
más amigos del gobierno?, ¿no será – preguntaría maliciosamente alguno – porque
Noruega es la que otorga los premios Nobel de la Paz?
Pero esto no impide que
también analicemos las consecuencias de la premiación. Durante la dictadura
argentina, en la “noche más oscura” Adolfo Pérez Esquivel recibió el Nobel. Su agrupación,
el Servicio Paz y Justicia (Serpaj), había trabajado intensamente en la
búsqueda de la Paz. Un nuevo paréntesis sobre la falta de tino episcopal fue la
inmediata aclaración de la Conferencia Episcopal argentina de que la Comisión
Justicia y Paz del episcopado “no tiene nada que ver” con el Serpaj. Muchos no
necesitábamos semejante declaración en la que se nos dijera que el episcopado y
sus comisiones nada hacían oficialmente por la Paz y la Justicia en esos tiempos
de muerte y sangre. Es verdad que muchos se preguntaron en Argentina si otros no
lo merecían más de Pérez Esquivel. Es posible. Pero simbólicamente lo
importante era que alguien luchador de los Derechos Humanos en Argentina lo
recibiera. Y fue así.
El reciente triunfo del “no”
en el plebiscito colombiano dejó al presidente Santos en un estado de evidente
debilidad. Debilidad instantáneamente desaparecida al conseguir el Nobel. Hasta
Uribe hubo de felicitarlo (aunque diciendo que eso significaba que debía “corregir
los acuerdos”, lo cual es – como dice el Nano Serrat – “si no fueran tan temibles
nos darían risa”). Nuevamente el episcopado (que voces autorizadas cuentan que
el 50% votó “no”) reveló su desadecuación con la realidad: dijo entonces: «no
decimos “ni si, ni no”» (sic), pero invitó al pueblo “a votar a conciencia”,
algo sobre lo que el 62,5% de abstenciones manifiesta la importancia que el
pueblo colombiano le da a su palabra. Salvo unos pocos obispos sólo el Papa
tuvo clara intervención en favor del sí… Hasta un mediocre cura desencarnado
dijo que “el Papa está desinformado”. De todos modos hay que decir que en nombre de la Conferencia Episcopal Colombiana, monseñor Luis Augusto Castro saludo y celebró el premio Nobel al presidente Santos.
Es de esperar que las
consecuencias del Nobel a Juan Manuel Santos sirvan para que el proceso de Paz
tenga nuevos impulsos y finalmente la firma (y la incorporación del ELN)
permita una Colombia distinta. Una Colombia que a veces el mismo pueblo no parece
merecer, pero una Colombia que Colombia sí merece (a pesar de su clero o su
Procurador, muchas veces). La Paz es
posible y después del tropiezo del Plebiscito, de nuevo hoy parece más cerca.
Foto tomada de https://plus.google.com/u/0/+NobelPrize
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