“El pueblo tiene paciencia, dijo un señor general” (Piero)
Eduardo
de la Serna
A modo introductorio, pero de
mero ejemplo, me permito un punto de partida deportivo. Y espero que no se
interprete esto como un modelo macrista para desvirtuar, degradar y bastardear
todos los temas; aun los más importantes. Lejos de mí. Sólo pretendo ilustrar.
Se dice que “fuera de la cancha, en el país
hay millones de técnicos”, y – especialmente ante la derrota, o en medio
del juego – que “debería haber puesto a Fulano”, “¿cómo no sacó a Mengano?”, “planteó
mal el partido”. Del mismo modo – y entro en tema – es normal escuchar (o
ponerle el micrófono a fin de multiplicar su voz) a una persona recientemente víctima
de un robo, violencia o accidente reclamar “mano dura”, “cárcel” o hasta “pena
de muerte”. Pena que, especialmente, recae sobre los pobres. Y a modo de paréntesis señalo: es posible (sólo
posible) que los responsables de ciertos robos sean especialmente provocados
por algunos pocos sujetos provenientes de sectores pobres. Pero atribuir el
robo a los “negros” es de una pereza mental preocupante. El robo de un país entero
que estamos padeciendo más que causado por “pibes chorros” es originado por “pibes
cool”, egresados de colegios y universidades de la elite (lo que no implica “de
excelencia”, como es evidente). Estoy usando (sin compartirlo) el lenguaje que
algunos profieren ante hechos consumados. De todos modos es cierto que para el
común de la gente es “abarcable” y mensurable el robo de un auto o moto, un
asalto, un reloj que los 70.000.000.000 de pesos del Correo, o toda la Deuda
externa (ilegalmente) contraída, o los millones en Panamá… Eso no se mide en
pizzas o jardines de infantes. De hecho, acabamos de ser testigos que los
sectores pinochetistas han reclamado al presidente electo Sebastián Piñera, la
reimplantación de la pena de muerte.
El reciente caso del agente
Luis Chocobar resultó aplaudido por muchos sectores, comenzando por el
mismísimo presidente de la República y su inefable ministra de Seguridad y
represión Patricia Bullrich. Tema que, en cuanto quedó evidente por un video
del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que se trató de un disparo por la
espalda y que no se trató de legítima defensa, desapareció de los medios
hegemónicos y oficialistas. Resulta indispensable una buena reflexión (que
dichos medios están incapacitados de dar) sobre el tema de la violencia. El
Estado debe ser quien detente el monopolio de la violencia. Evidentemente existen
violentos que es necesario desarmar (¡desarmar no es matar, señora Bullrich!),
pero la violencia ejercida por el Estado debe ser totalmente equilibrada a la
situación dada. Un robo no puede reprimirse con un crimen, una pintada
callejera no puede sancionarse con prisión “preventiva” (sic). De allí la
importancia de que los funcionarios de seguridad sean evaluados periódicamente
a fin de detentar el equilibrio necesario. Claro que, ¿qué pasa si el
desequilibrio viene alentado desde las máximas esferas de gobierno? ¿Cómo
pretender que un agente de la policía sea “equilibrado en el uso de la violencia/fuerza”
si la ministra y el presidente felicitan un crimen, saltando incluso el poder
judicial (que no me merece demasiado respeto, salvo contadas excepciones) que investigaba
el hecho? Lo cierto es que, del mismo modo que “hay estado de sitio” sin
haberlo declarado, hay “suspensión del estado de derecho” sin anunciarlo, hay “pena
de muerte” sin proclamarla. Además del hecho, que Rafael Nahuel y Santiago
Maldonado sirvan de testimonio… Y no son los únicos.
El gobierno ha indicado –
publicitariamente hasta el hartazgo – que estaba combatiendo las mafias. Como en
tantas cosas, aplica aquí distinta vara. ¿No sabe el gobierno que hay sectores
de la policía relacionados al robo, secuestro, prostitución, droga, y demás “bellezas”?
¿No se llamaría “mafia” a ese accionar? Señalo que hay miles de policías
honestos, que no se enriquecen de la función ni abusan del poder que les da un
arma, pero – basta leer los periódicos, o recordar a Luciano Arruga – hay sectores
policiales corrompidos y contra esas “mafias” no sólo no reacciona el gobierno,
sino que además los felicita. Algunos dirán que la gobernadora fue amenazada
por la policía y encontró una bala en su escritorio, por lo que debió mudarse a
una sede militar. Si fuera cierto (y debo confesar que nada le creo a los
funcionarios de este gobierno) le recordaría que Mario Cafiero, secretario de
la gobernación de su padre, estuvo virtualmente secuestrado por la policía
(junto con el ministro Luis Brunati, 1988), que Antonio y después nada menos de
Duhalde (luego de hablar de “la mejor policía del mundo”) comenzaron una reforma
muy seria que fue continuada, “nada menos” bis, que por Felipe Solá, pero fue
desarticulada por la proverbial ineptitud de Daniel Scioli. No es “defenderse”
de la policía lo que precisa la gobernadora (insisto: si fuera verdad) sino “defendernos”
de los malos policías. La víctima de Chocobar hubiera merecido (a lo sumo, y si
es real el hecho tal como es contado) ser detenido, juzgado y – eventualmente –
condenado.
Hasta el hartazgo, una vez
más, el gobierno cuestiona el “pasado populismo” (lo repitió con frecuencia el
ceo presidencial en la cumbre de la “dominación y dependencia” de Davos, 2018).
Nuevamente la doble vara invita a pensar si los “golpes de efecto”, el manejo
de los Medios de comunicación, la referencia (cada vez menos, pero cada tanto rediviva)
a “la gente” no es populismo. Por ejemplo, cuando el ceo presidencial afirma
que Milagro Sala está presa porque “la mayoría de la gente cree que es culpable”,
¿no niega el trabajo de cualquier poder judicial independiente (que no es el
caso del feudo de Jujuy, por cierto)? En América Latina tenemos notables casos
(ya que pareciera que es malo) de “populismo de derecha” (¿no es evidente el
caso de Álvaro Uribe, en Colombia, por poner un paradigma? y los hay más). ¿Por
qué están tan preocupados de encuestas, focus
groups, y (el manejo de) la opinión pública (por publicada) si no se trata de “populismo”? La doble vara funciona a
la perfección, y el manejo populista de la comunicación también. Claro que a
medida que los jardines de infantes y las pizzas sigan desapareciendo, cuando
no sólo se trate de alfajores de un papá, sino que el ruido del hambre tape los
gritos intratables de la publicidad engañosa, cuando las lágrimas de los hijos,
o los desmayos en las escuelas se sigan multiplicando, los jueguitos para la
tribuna, como la reforma del Estado que impide nombrar familiares que antes
habían nombrado mientras la Oficina Anticorrupción sigue cobrando sueldos sin
funcionar, se empieza a complicar la cosa. Y ya no se trata de saber “¿por qué
no sacó a Fulano?” O “¿por qué no puso a Mengano?”, sino de saber cuánto falta
para el helicóptero. El hambre no puede esperar.
Dibujo tomado de https://javiercorcuera.lamula.pe/2016/05/10/pena-de-muerte/javiercorcuera/
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