La muerte del profeta
Eduardo
de la Serna
En estos tiempos, apropiados
para reflexionar el martirio, quiero partir de un interesante artículo de hace
unos años, de Brian J. Tabb: “Is the Lucan Jesus a ‘Martyr’? A Critical Assessment
of a Scholary Consensus”, Catholic Biblical
Quarterly 77 (2015) 280-301.
Lo presento brevemente: el
autor parte del presupuesto habitual: “Jesús es un mártir” y se pregunta si el
Jesús de Lucas verdaderamente lo es.
Empieza mostrando, por
ejemplo, las evidentes diferencias en los relatos de la pasión de Marcos y de
Lucas. En la escena de Getsemaní y en la Cruz la diferencia es indiscutible. Y –
como lo dice su intención – quiere mirar el Jesús de Lucas.
A continuación, empieza
mostrando diferentes muertes antiguas en contextos de violencia y sus sentidos:
la muerte “honorable” de quienes la prefieren antes que padecer la infamia o el
deshonor (por ejemplo, la de aquellos que honorablemente se arrojan sobre su
espada, y otros casos semejantes), la muerte de los mártires judíos (narradas
especialmente en 2 y 4 Macabeos), la muerte ejemplar de Sócrates, que sirve de
modelo a otras muertes (y, según algunos, inspira a 2 Macabeos para hablar de
Eleazar y a Lucas para presentar a Jesús). El autor muestra bastantes elementos
en favor de las semejanzas en estos dos últimos casos, pero señala también notables
diferencias (los mártires judíos, por ejemplo, son matados por extranjeros, y
mueren por mantenerse fieles a la ley judía; Jesús no pareciera que se pueda
ubicar en este criterio tradicional), y finalmente llega a una conclusión
bastante sensata: afirmar que “Jesús es
presentado como un ‘mártir’ en Lucas depende, en gran parte, de la definición
de martirio que se asuma” (p. 290).
Es entonces que intenta una definición
de martirio. Ciertamente el término nace en el ambiente judicial (“testigo” / “testimonio”) pero luego se traspasa a la mención del testimonio
dado en la muerte de la fe confesada. Destaca algunos elementos como la muerte
de Esteban, y la de Antipas (Hechos 22,20; Apocalipsis 2,13) para concretarla
especialmente en el “martirio de Policarpo” en el que el término adquiere “ciudadanía”.
Luego se detiene a analizar la
muerte del “sabio” (en Sabiduría 2-3) y la muerte de los profetas tal como era
vista en tiempos de Jesús (libro La Vida
de los Profetas, que habla de las muertes violentas de Isaías, Jeremías,
Ezequiel, etc…). Las referencias frecuentes al cuarto canto del Siervo
sufriente de Isaías (Isaías 53) refuerzan la idea. Es sabido que Lucas destaca
mucho en su cristología la imagen de Jesús como profeta, e incluso es
importante señalar que así lee Lucas la muerte de Jesús (aun si no hubiera que
tener como auténticos algunos dichos
como “mi cuerpo entregado por ustedes”,
la agonía y las gotas de sangre o “perdónalos
porque no saben lo que hacen” y debieran ser excluidos por estar ausentes
en muchos manuscritos, cosa que el autor discute). Su muerte es,
definitivamente, la muerte violenta de un profeta.
Este trabajo, desafiante, nos
invita a pensar. Es verdad que al cuestionar la idea de “Jesús mártir” lo hace
mirando los mártires judíos, cuyas muertes, causas, artífices, sentidos y
teologías son bastante diferentes a la de Jesús. Es verdad que, para los
cristianos, por el contrario, “el mártir” es Jesús, y los demás “se le asemejan”,
por lo que no tiene sentido cuestionarlo. Pero – y es importante tenerlo
presente – el autor está mirando a Lucas y lo que él conoce y tiene en cuenta.
Y nadie puede negar que Jesús va a Jerusalén “porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén” (13,33) y
cuando está llegando a la ciudad afirma que “en Jerusalén se cumplirá todo lo que los profetas anunciaron acerca del
hijo del hombre” (18,31).
Hoy, la Iglesia tiene
criterios para afirmar que alguien es o no “mártir”. En lo personal no coincido
con el planteo del “odio a la fe”, y
prefiero pensarlo desde “el amor extremo”, del “amor hasta” las fronteras del
odio. Pues creo que mirar el odio es poner el acento en el martirizador antes
que en el mártir (o, ilustrando, mirar más a Pilato que a Jesús). Pero, sin
duda, hoy se aplicaría el concepto de “martirio” a la muerte violenta de los
profetas. Y de esto sabemos bastante en nuestra América Latina.
Mirando a Ellacuría y Romero,
mirando a decenas de mujeres y varones, laicos y laicas, religiosas y
religiosos, curas y obispos, católicos o protestantes, mirando a Angelelli y
sus compañeros no tengo duda que debemos hablar de la muerte violenta de los profetas.
Hablamos de aquellos y aquellas que se atrevieron a levantar su voz como voz de
Dios en tiempos de violencia y de “noche oscura”. Hablamos, por tanto, de una
voz que para algunos era necesario acallar. Hablamos de una voz de Dios que
pudimos escuchar y hablamos de una voz de Dios que podemos escuchar. Ellos y
ellas “hablaron” y sus voces fueron silenciadas (también por muchos dentro de
la Iglesia), pero el silenciamiento peor (peor aún) fue no saber reconocer que
en sus muertes Dios también sigue hablando. Hoy podemos escuchar sus voces, las
que pronunciaron ayer y las que en el reconocimiento eclesial pronuncian hoy.
Quizás por eso se entienda mejor por qué todavía algunos quieran seguir
silenciándolas:
… ésta fue la orden que les di: Obedézcanme, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen por el camino que les señalo, y les irá bien. Pero no escucharon ni prestaron oído, seguían sus planes, la maldad de su corazón endurecido, dándome la espalda y no la cara. Desde que sus padres salieron de Egipto hasta hoy les envié a mis siervos los profetas un día y otro día; pero no me escucharon ni prestaron oído, se pusieron tercos y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este sermón, que no te escucharán; ya puedes gritarles, que no te responderán. (Jer 7,23-27)
Por decir cosas como esta, se ejerció violencia contra Jeremías. Por
no predicar la resignación y tener un oído en evangelio y otro en el pueblo, se
silenció al profeta Angelelli. “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor” (Salmo
95,7).
Foto tomada de https://tombraider.fandom.com/es/wiki/La_muerte_del_profeta
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