Una iglesia sinodal
ponencia en el camino hacia el 3er sínodo diocesano de Quilmes 16 de marzo 2019
La eclesiología propuesta para
el Concilio por la curia Romana y su rechazo. Iglesia Pueblo de Dios
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Rechazo de la Eclesiología de Pueblo de Dios,
pueblo en comunión y camino (el ejemplo de la comunión en “camino”).
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Una eclesiología desde el “poder” o una
eclesiología desde la fraternidad/sororidad
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Una eclesiología desde la “obediencia” o una
eclesiología desde el “amor”.
Problemas de aceptar una
Iglesia sinodal (el ejemplo del sínodo de jóvenes)
Gracias a la experiencia vivida, los
participantes en el Sínodo son más conscientes de la importancia de una forma
sinodal de la Iglesia para anunciar y transmitir la fe. La participación de los
jóvenes ha contribuido a “despertar” la sinodalidad, que es una «dimensión
constitutiva de la Iglesia. […] Como dice san Juan Crisóstomo, “Iglesia y
Sínodo son sinónimos”, porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar
juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al
encuentro de Cristo el Señor» (Francisco, Discurso con ocasión de la Conmemoración del 50 aniversario de la
institución del Sínodo de los Obispos, 17 octubre 2015). La sinodalidad
caracteriza tanto la vida como la misión de la Iglesia, que es el Pueblo de
Dios —formado por jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de cualquier cultura y
horizonte— y el Cuerpo de Cristo, en el que somos miembros los unos de los
otros, empezando por los marginados y los pisoteados. Durante el diálogo y
mediante los testimonios, el Sínodo ha puesto de manifiesto algunos rasgos
fundamentales de un estilo sinodal, al que debemos convertirnos. [Documento
final del Sínodo, Nº 121; votos 191 – 51; sobre 248 presentes]
Camino de Comunión
Comunión implica diversidad,
aceptación de lo diverso. Hay elementos constitutivos (el Evangelio del Reino
de Dios) que marcan las fronteras de la unidad, pero no hay “un solo y único
modo de ser Iglesia”.
En la Biblia no hay “un sólo
modo” de ser pueblo de Dios. En el A.T. hay distintas corrientes y distintas
posiciones; siempre dentro de la fidelidad a la alianza. No piensan lo mismo –
en un mismo período, claro está – los profetas Amós y Oseas, o 1 Macabeos y
Daniel, o un libro machista como Eclesiástico que el Cantar de los Cantares,
por ejemplo. Y – ya en el N.T. – no es la misma la eclesiología de Hechos de
los Apóstoles que la de la 1 Juan, ni lo mismo la carta de Santiago que la
carta a los Gálatas. Es por eso que hay 4 Evangelios, precisamente. Cada uno
con su cristología, su teología, su eclesiología. Tener como mil evangelios
(como parecía que era la tendencia en algunos grupos espiritualistas) era un
exceso, pero tener uno solo es otro exceso. El 4 es el número de la universalidad,
como los puntos cardinales o los elementos de la tierra; así lo planteaba san
Ireneo.
No puede haber comunión sin
diferencia. No puede haber sinodalidad sin camino. En todo camino están los que
van en la delantera, en el medio o en la retaguardia; todos caminan, unos
alentando en el medio, otros empujando desde atrás y cuidando a los rezagados y
otros marcando el camino adelante, guiando. Quién se crea “el” verdadero y
único no ha entendido que la Iglesia es comunión; sin duda uno o una puede
sentirse más identificado con una propuesta o con otra, y hacerla propia. Pero
debe cuidar de no “excomulgar” a los demás, a los que no son “como nosotros”.
Ekklêsía
remite al hebreo qahâl, que es la
asamblea, que puede ser militar o litúrgica, una multitud. El verbo hebreo
(162x) se traduce muchas veces por ekklêsía
(104x, pero 23x en deutero-canónicos), y otras veces por synagôgê (122x, pero 23x en deutero-canónicos; [= 81+99 = 180]).
“…aunque la renovación de la Iglesia sólo
puede venir del retorno a su origen, tal renovación es algo completamente
distinto de restauración, glorificación romántica del pasado (que, a fin de
cuentas, sería tan poco cristiana como la simple modernización). Y esto se
debe, en última instancia, a que el Jesús histórico, en el que se apoya la
Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de venir, el que la Iglesia espera; a que
Cristo no es simplemente un Cristo ayer, sino a la vez el Cristo hoy y siempre
(cfr. Heb 13, 8) ...” (J.
Ratzinger, “Implicaciones
pastorales de la doctrina de la colegialidad de los obispos”,
Concilium 1 [1965] 63)
La Iglesia que Jesús quería
La pregunta siempre ha de ser,
¿cómo es la Iglesia que Jesús quería? Toda renovación debe mirar siempre “a las
fuentes”. No confundir lo cultural con lo esencial.
La primera pregunta sería si
Jesús quería una Iglesia y obviamente la respuesta es ¡no!” puesto que ya había
una ekklêsía. Y por eso Jesús se
propone restaurarla para que sea “como Dios quiere que sea” (de eso se trata el
Reino). Una ekklêsía en la cual cada
vez eran menos los que tenían cabida no se parece a la “casa” de Dios, al
“pueblo” de “hermanos”.
Dios se elige un pueblo, ¿para
qué? para que sepa ser “luz de las
naciones” (la liberación plena que Dios quiere para todos necesita
“encarnarse” con todas las limitaciones que esto implica). Por eso no interesa
que sea ni el mejor, ni el más grande, ni el más fuerte de los pueblos. Le
basta que sea uno pequeño que sepa mostrar a todos los demás pueblos que “otro mundo es posible”. No un ambiente
donde triunfe el más apto, el más fuerte, el más poderoso sino un pueblo de
“hermanos” y hermanas. La clave de la vida de todo Israel es ser precisamente
“hermanos” (y hermanas):
“¡Anunciaré tu
nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!” (Sal 22:23)
Cuando algunos empiezan a
sentirse superiores, más perfectos, más puros, más santos que los demás,
empiezan a socavar de raíz la asamblea. Cuando las mujeres son despreciadas y
desvaloradas, los niños no son tenidos en cuenta, los pobres, los enfermos…
entonces Israel debe ser restaurada, debe ser renovada. Por eso Jesús elige 12,
no porque fueran “lo que hay” sino para dejar claro ante todos que viene a
renovar a Israel. y con los 12 empieza un camino, camino que incluye mujeres,
que abraza a los niños, que no es verdadero si los pobres no están en el
centro.
Una eclesiología de comunión
La eclesiología que el
Concilio propone es una “vuelta a las fuentes”, una eclesiología más parecida a
la que Jesús impulsó mirando la realidad del presente histórico.
Claro que el hecho de que el
Concilio haya vuelto a la eclesiología de comunión no implica que en todo ésta
se manifiesta. Perder poder por parte de algunos, o el esfuerzo de pensar,
re-crear y entender por parte de otros, hace que muchas veces 55 años después
de terminado el Concilio, muchas veces se siga pensando o deseando una Iglesia
piramidal (como cuando se dice “la
Iglesia dijo” porque lo dijo un obispo o un papa).
Acá debemos entender lo que en
teología – desde los primeros siglos de la Iglesia y retomada especialmente a
partir de la teología del Espíritu Santo se ha profundizado – que es lo que se
llama la “recepción”. Podemos decir que algo es plenamente “eclesial” cuando el
Pueblo de Dios lo hace “suyo”, lo “recibe como propio”. Así empezó la lista de
libros de la Biblia: no están los que un Papa o un Concilio decidieron que
estuvieran sino los que las distintas comunidades, con tiempos, con avances y
retrocesos, con espiritualidad fueron reconociendo, y en comunión con las demás
comunidades, como aquellos textos en los que Dios “nos” habla. Y lo mismo ha de
decirse de los grandes santos de la Iglesia: son aquellas y aquellos en quienes
el pueblo de Dios reconoció como que “Dios pasó por entre nosotros”. La
Institución eclesial se limitó a reconocer lo que el pueblo ya había “recibido.
Y lo mismo ha de decirse de los textos. No basta aquello que un Papa o un
obispo “dice” o “escribe”; ciertamente él creerá que escribe acompañado por el Espíritu
Santo, pero el pueblo de Dios, también él acompañado por el Espíritu Santo,
acepta o se desentiende, reconoce que allí Dios está o no presente. Cuando el Pueblo
de Dios “recibe” un momento eclesial, o un texto, allí empieza a ser
verdaderamente eclesial. Para entender, basta con mirar textos que gozaron de
gran recepción y otros que no lo tuvieron. Por ejemplo, se puede mirar la
recepción eclesial que tuvieron los documentos de Medellín (1968) y Puebla (1979)
y mirar, a su vez el de Santo Domingo (1992). El documento preparatorio de
Aparecida lo reconoció: “Tenemos que
reconocer que la recepción de esta Conferencia fue menos intensa que la lograda
tras la Conferencia de Puebla” (CELAM, Documento de Síntesis de los aportes
recibidos para la Vª Conferencia General Nº 23, 30 de marzo 2007).
Comunión en Comunidad
Pero la comunión o el andar
juntos no es el de una “manada”, es el de un sueño compartido. Sueño empezado
por Jesús, “que un día todos seríamos
hermanos” (Carlos Mugica), que Dios reinaría en esa sororidad y fraternidad
universal. Una manada va huyendo del peligro o donde un “macho alfa” la
conduce, y empezamos mal si creemos que el “macho alfa” de la Iglesia es
Francisco, o el obispo Carlos; el que conduce la Iglesia, “el alma de la
Iglesia” es el Espíritu Santo (León XIII, Pio XII, Pablo VI, Juan Pablo II,
Benito XVI). Y no se trata, tampoco, de huir del peligro que sería “este
mundo”, sino estar encarnados en este mundo. Encarnados supone barro.
Embarrarse. El Papa Francisco les dijo en una carta a los obispos argentinos
(17/4/2013), a pocos días de ser elegido sucesor de Pedro, que prefiere "mil veces"
una iglesia accidentada que una iglesia enferma. Una Iglesia "que no
sale", a la corta o a la larga, se enferma "en la atmósfera viciada
de su encierro". "Es verdad -añadió- también que a una Iglesia que
sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un
accidente". "La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la
autoreferencialidad; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como
aquella mujer del Evangelio. Es
una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad
espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la
dulce y confortante alegría de evangelizar".
Los pobres garantía de
fidelidad
Cuando el Papa Juan
convocó al Concilio para “abrir las ventanas”, para mirar al mundo, habló de “Iglesia de los pobres” (radiomensaje a
un mes de inaugurar el Concilio Vaticano II, del 11/9/62) pero, salvo una intervención
del cardenal Lercaro, uno de los presidentes de la asamblea, el tema no fue
asumido en los documentos finales. Más tarde lo retomó Pablo VI (Evangelica
testificatio [29/6/71]
17.18) y Juan Pablo II (Dives in
misericordia [30/11/80] 3; Laborem exercens
[14/9/81] 8) y las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín
y Puebla. Sabemos la insistencia del Papa Francisco: “quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, la primera vez en 17/3/13).
Ellos no hacen sino hacer suyas las palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque
me ha ungido para anunciar a los pobres el Evangelio”
(Lc 4:18). Jesús es ungido (= Mesías) para los pobres. La Iglesia tiene el
espíritu de Dios que es el “padre de los pobres” (pregón de Pentecostés); Dios es
el “padre de los huérfanos y tutor de las viudas” (Sal 68,6). El camino de la
Iglesia, el sueño de Jesús del reino universal de Dios, se mira desde los
pobres, sólo si los pobres están en el centro la predicación es “para todos”;
los pobres son el test de nuestra fidelidad. Desde el comienzo al final el
evangelio eclesial por excelencia (Mateo) empieza ubicándonos del lado de los
pobres. Desde las bienaventuranzas (cap.5) hasta el juicio final (cap. 25) los
pobres se revelan como el test de la sinodalidad. ¿dónde estamos parados?
¿Hacia dónde caminamos? ¿Con quiénes caminamos? ¿Dónde está nuestro corazón?
Primeros sínodos americanos
"No
hay cosa que en estas provincias de las Indias devan los prelados y demás
ministros, así eclesiásticos como seglares, tener por más encargada y
encomendada por Cristo Nuestro Señor, que es el Sumo Pontífice y rey de las
almas, que el tener y mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de
estas nuevas plantas de la iglesia, como conviene lo hagan los que son ministros
de Cristo. Y ciertamente, la mansedumbre de esta gente y el perpetuo trabajo
con que sirven, y su obediencia y subjeción natural podrían con razón mover a
cualquier hombre, por ásperos y fieros que fuesen, para que holgasen antes de
amparar y defender estos indios que no perseguirlos y dejarlos despojar de los
malos y atrevidos. Y así, doliéndose grandemente este santo Sínodo de que no
solamente en tiempos pasados se les haya hecho a estos pobres tantos agravios y
fuerzas con tanto exceso, sino que también el día de hoy muchos procuran hacer
lo mismo, ruega por Jesucristo y amonesta a todas las justicias y gobernadores
que se muestren piadosos con los indios... Y a los curas y ministros
eclesiásticos manda muy de veras que se acuerden que son pastores y no
carniceros, y que como a hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la
caridad cristiana" (IIIer concilio de Lima; 1582-1583).
"Por
cuanto ninguna parte de este nuestro Obispado está más necesitada de remedio
espiritual para las almas de los indios que la provincia de Cuyo y éste es muy dificultoso
de poner, porque depende en parte del gobierno de las cosas temporales, como es
prohibir que no se saquen indios de la dicha provincia ni se traigan de mita a esta ciudad de Santiago
y sus contornos, pasándolos por la cordillera nevada que ha sido sepultura de
gran número de hombres y mujeres y niños que por el hambre y rigor de los
temporales, de vientos y fríos excesivos, y venir muchas veces en colleras como
galeotes porque no se vuelvan a sus tierras, han padecido miserablemente que
sólo pensarlo causa compasión y horror que tal se hiciese entre gente
cristiana, y por no haberse ejecutado las Cédulas y mandatos de Su Majestad,
que siendo informado de tales crueldades y excesos los ha mandado remediar y
que los dichos indios no vengan a servir las mitas, con que fueran más
doctrinados y se hubieran reducido a partes y puestos cómodos donde se pudiese hacer
la dicha doctrina y no se huyesen de temor a partes pantanosas y a las montañas
y cerros, por la tiranía de los mestizos y gente desalmada, que les usurpan las
mujeres e hijos y les hacen malos tratamientos y molestias, de que resulta que
haya muchas mujeres apartadas de sus maridos…” (IIIer Sínodo de
Santiago, 1626)
El
Iº y IIº sínodo de Popayán (1555 y 1558) habla de los maltratos a los indios
(ya en 1565 Bartolomé de Las Casas había escrito al Consejo de Indias) de lo
robado a los indios que es contra derecho y que debe ser devuelto. Los
encomenderos consiguen que la Corona no apruebe el sínodo y consiguen que en el
futuro se les prohíba hablar de estas cosas. Toribio de Mogrobejo, Las Casas y
otros multiplican las excomuniones. Las Casas dice:
"Docta
y sanctamente lo hicieron los religiosos de la Orden de Sto. Domingo y San
Francisco y S. Agustín en la Nueva España, conviniendo y concertándose todos a
una de no absolver a español que tuviese indios por esclavos, sin que primero
lo llevase a examinar ante la Real Audiencia” (Tratado sobre la esclavitud,
1552).
Y sobre los sacrificios
humanos acota Bartolomé:
"…
porque más con verdad podemos y muy mejor decir que han sacrificado los
españoles a su diosa muy amada y adorada dellos, la codicia, en cada un año de
los que han estado en las Indias después que entraban en cada provincia, que en
cien años los indios a sus dioses en todas las Indias sacrificaban".
(Bartolomé de Las Casas, controversia con Ginés de Sepúlveda, organizada por el
rey Carlos V, 1555)
Y ya antes había
escrito Domingo de Santo Tomás el futuro primer obispo residencial de La Plata (originalmente
Chuquisaca, luego Sucre, Perú):
"Avrá
quatro años que, para acabarse de perder esta tierra, se descubrió una boca del
ynfierno por la cual entra cada año grand cantidad de gente que la cobdicia de
los españoles sacrifica a su dios, y es una mina de plata que se llama Potosí".
(carta al rey Carlos V, 1 de julio 1550)
¿Caminamos
juntos?
Si
el Sínodo supone “caminar juntos”, ¿vamos a caminar sólo con los que son “como
nosotros”? ¿Vamos a caminar sólo “los perfectos”? ¿Vamos a tener en cuenta a
los caídos al borde del camino?
Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los
corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas.
(Is 40:11)
La
vida entera es un camino. Un camino que tiene un punto de partida, un trayecto,
tropiezos, resbalones, saltos, retrocesos, caídas, alojamientos, lugares de
alimento y de reposo, y una meta (si uno camina sin rumbo, es un errante, un
vago; si camina con meta, es un peregrino). Pero es un camino para andar con
otros, en comunidad, un syn-hodos.
Un
camino que tiene un alimento, la fuente y cumbre de la vida cristiana: el amor.
Pero un amor que es encarnado, por eso tiene el nombre de la misericordia, la
compasión.
Como
en los primeros sínodos de América, ¿quiénes son los que sufren? ¿quiénes los
caídos? ¿quiénes los que están en la miseria? ¿por qué están caídos? Los
primeros padres no sólo se pusieron del lado de los indios, sino que atacaron
sus causas y causantes.
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Los profetas en la Biblia no sólo manifestaron la
urgencia de que el Pueblo dé frutos de “derecho
y justicia” para ser luz de las naciones, sino que enfrentaron a los que
eran artífices de las tinieblas. No terminaron bien: “¿a qué profeta no mataron
sus padres?” les dice Esteban a los que luego lo van a matar a él (Hch 7,52).
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Juan, el Bautista y Jesús, el de Nazaret, también
terminaron como los profetas después de haber llamado “raza de víboras” a los religiosos
de su tiempo (Mt 3,7;
12,34; 23,33).
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Los padres de la Iglesia también pusieron nombre y apellido a los
responsables de la pobreza y el hambre: ladrones, avaros, licenciosos, amantes
del lujo y desinteresados de la (mala) suerte de los pobres. “Lo que ha sido dado para el provecho de
todos te lo apropiaste tú solo” (San Ambrosio); “si
ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, yo no me harto de
echárselos en cara» (san Juan Crisóstomo; cité varios textos en
https://blogeduopp1.blogspot.com/2018/11/la-divinidad-de-los-pobres-los-vicarios.html).
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Lo mismo ocurrió con los primeros padres de la Iglesia latinoamericana, que
hemos citado. Y con los segundos. El caso de Enrique Angelelli, próximo beato,
es sin duda paradigmático, y con él, el de san Oscar Romero, o el de tantos y
tantas, especialmente – pero no solo – mártires por la justicia.
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El método Ver – Juzgar – Actuar, que inspiró –, en continuidad con la
Iglesia latinoamericana, nuestro primer sínodo diocesano (vol. III, 18-27) sabe
que debemos “mantener la mirada y el oído
atentos a la realidad, a los acontecimientos que interpelan a la Iglesia, a las
situaciones que viven personas, familias y barrios y que nos muestran
reivindicaciones y aspiraciones que únicamente el Evangelio de Jesús puede
iluminar y sólo la aceptación de Cristo Camino, Verdad y Vida puede colmar”
(nº 27).
Con ironía, J. I. González Faus dice que algunos
pareciera que dicen “y la Palabra se hizo
nube y sobrevoló sobre nosotros” (Etty Hillesum. Una vida que interpela,
Sal Terrae, Santander 2008, p.73). No hay un Jesús que camine, ni hay un
“nosotros” caminando.
Con quienes caminamos
Sin duda habrá quienes no quieren caminar con
nosotros, aunque no debamos dejar de invitarlos a hacerlo. Pero ¿podemos
caminar habiendo quienes están caídos al borde del camino? El Papa ha hablado
con frecuencia de la Iglesia “hospital de campaña” (Conferencia Inaugural
del ciclo lectivo de la Facultad de Teología de Buenos Aires, 2014). Tomando la
imagen de teólogos latinoamericanos, Aparecida habló de una “Iglesia
samaritana” (DA 27), esto es, la que “se hace prójimo” al tener misericordia
con los caídos al borde del camino. Con esos no se puede caminar juntos, se los
ha de cargar en nuestra cabalgadura y llevarlos a la posada.
En nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en
Quilmes, Florencio Varela y Berazategui, ¿quiénes son los que “sobran”? ¿Los
que están en las periferias sociales, económicas o existenciales? ¿Podemos
caminar sin ellos? Mirando los 4 ejes que nos constituyen diocesanamente desde
nuestras fuentes:
·
¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado escandalizados por la falta
de unidad de los cristianos? ¿Los que no pueden entender que todos hablemos de
casi lo mismo y no sepamos caminar juntos nosotros mismos?
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¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no recibieron el
anuncio del Evangelio? ¿Los que escucharon noticias superficiales o “golosinas del espíritu” que no nutren su
camino sino solamente emociones o instantes? ¿Quiénes los que ante sus vidas reales
y sus dolores y angustias concretas no han recibido el anuncio de Buenas
Noticas también reales y concretas?
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¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no son reconocidos en
su dignidad humana, por ser inmigrantes, o pobres, o jóvenes de los barrios a
los que se puede despreciar sin dificultad desde el poder?
·
¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no hacen sino buscar
trabajo o pan para sus hijos sin el abrazo fraterno y sororal que los acompañe?
Pablo cuestionaba muy duramente a aquellos de las
elites de la comunidad que se creían más importantes que los demás por no ser
como ellos (1 Cor 12,21), o no tener sus dones espectaculares, o que terminaban
logrando que los débiles e insignificantes no se sintieran parte del cuerpo
eclesial por no ser como ellos (12,15-16). Y les reitera que los más
importantes y valorables son los más “débiles” (12,22).
En este caminar juntos, ¿quiénes son los más
escuchados? ¿los más valorados o respetados? ¿Volveremos a una Iglesia
piramidal donde las voces son escuchadas jerárquicamente? Si somos Iglesia de
hermanas y hermanos, ¿cómo se escuchan sus voces? En tiempos de Jesús, el dicho
“dime con quién andas y te diré quién eres” funcionaba a la perfección. Jesús
era tenido por “comilón y borracho” por andar con publicanos y pecadores (Lc 7,34). Quizás a algo por el
estilo se refiera el Papa al pedir “pastores
con olor a oveja” (por primera vez el Jueves Santo, 28/3/2013). ¿Qué dicen
de nosotros, los cristianos de Quilmes en nuestros barrios? ¿A qué olemos?
Porque no es lo mismo oler a oveja que a perfume francés; no es lo mismo que
nos llamen “comilones y borrachos” que nos digan “monseñores” o “padres”.
No
es tan importante que la diócesis haga un Sínodo. Lo importante es ser Iglesia
sinodal. Iglesia en salida o en camino; Iglesia donde haya quienes recojan a
los caídos y los atiendan, que espere a los rezagados y los abrace. Iglesia
donde haya quienes canten en medio de la fiesta, celebrando la vida, escuchando
(mucho más que hablando). Iglesia donde los profetas griten los proyectos de
Dios, marcando rumbos, cuestionando los carteles indicadores que conducen al
sinsentido y mostrando los senderos de la vida y la esperanza, de la paz y la
alegría. Iglesia que mire atentamente los faros de nuestra historia, como son
los mártires y los santos de ayer y de hoy. Mirando la imagen señera del beato
Enrique Angelelli y el rostro sereno de Jorge Novak indicándonos “es por acá”.
Dejándonos guiar por esta nube de testigos seremos una Iglesia sinodal y – sin
duda alguna – muchos serán felices de caminar así con nosotros.
Foto María Belén Marino
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