El desafío subversivo del Reino
Domingo 16 º durante el año “C”
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del Génesis 18, 1-10ª
Resumen: Unos enviados de Dios pasan por la puerta de la tienda de Abraham rumbo a Sodoma. Allí haciendo gala de su religiosidad y preocupación por los peregrinos, Abraham manifiesta la importancia sagrada de la hospitalidad. Esto repercutirá en una promesa de descendencia anunciando el nacimiento de Isaac.
Este texto del libro del Génesis fue sumamente comentado y enriquecido, particularmente a la luz de una serie de elementos simbólicos (o mejor dicho, simbolizados). Como se ve, los visitantes son tres, pero por momentos es de uno que se habla (“Yahvé se le apareció…”; “señor mío…”; “le dijo…” vv.1.3.10). Esto sirvió a una reflexión sobre la Santísima Trinidad brillantemente plasmada en el conocido ícono de A. Rublev (“Trinidad”) de la primera parte del siglo 15. Pero esta lectura espiritual es ciertamente ajena al texto, y no aludiremos a ella.
Como la liturgia lo destaca, el texto remarca claramente el rol que en el mundo antiguo jugaba la hospitalidad. Especialmente en los ambientes nómades o semi-nómades, el desierto, el calor o el frío, los peligros de animales, bandidos o falta de agua, volvían indispensable y sagrada esta conducta. Incluso –tan sagrada- que los perseguidores esperarían fuera ante un refugiado, y hasta tan sagrada que hay “ciudades asilo” a lo largo de Israel donde estaban a salvo los que debían ser condenados (cf. Núm 35,9-15). De hecho, el mismo texto entra en contraste flagrante con el cap.19 donde estos mismos visitantes no son recibidos hospitalariamente por los habitantes de Sodoma, por lo que la ciudad entera es castigada (salvándose Lot, precisamente por su acogida). El contraste de actitudes resulta necesario para comprender la recompensa que recibirá –en promesa- Abraham, y el castigo de Sodoma (que fue mal interpretado desde las miradas que ven que todos los pecados graves son sexuales); el anuncio de vida, en el caso de la religiosidad hospitalaria de Abraham –el anuncio del nacimiento de Isaac- y la muerte en reacción a la falta de hospitalidad de parte de los habitantes de Sodoma.
Como es habitual en el mundo antiguo –y en el desierto- una planta es considerada casi sagrada, en este caso una encina, árbol que puede superar los 20 mts. De sombra abundante y hojas perennes y que da por frutos las bellotas (ver Gen 12,6, la encina de Moré –ver Dt 11,30- y el establecimiento de Abraham en la encina de Mamré en 13,18 –donde, además, “edifica un altar”-; 14,13; la nodriza de Rebeca fue sepultada en Betel, bajo una encina, 35,8; ésta incluso puede marcar un límite geográfico, Jos 19,33, y es lugar frecuente de asentamientos o centro de caminos: Jue 4,11; 9,37; 1 Sam 10,3, y hasta de coronaciones, Jue 9,6. Sin dudas que la altura y la sombra del árbol son fundamentales en este caso (Os 4,13; Am 2,9; Is 2,13; 6,13; 44,14; Ez 27,6; Zac 11,2).
El relato destaca el calor y la oferta de pan y agua para beber y lavarse antes de seguir camino. Recuperar las fuerzas es –obviamente- fundamental para el camino del desierto. La hospitalidad de Abraham va más allá de lo dicho, ya que incluso les prepara un buen alimento (carne, leche, cuajada), lo hace casi corriendo y queda “de pie” ante los visitantes, en actitud de sirviente. Como hemos dicho, la hospitalidad es “sagrada” y además, estos personajes son “Yahvé que se aparece” (v.1), cosa que nosotros, los lectores sabemos aunque Abraham la ignora. De allí el siguiente paso, la promesa. La pregunta por “tu mujer, Sara” no parece sorprender a Abraham, y no debemos leer más allá. Como corresponde a lo que se espera de las mujeres en el mundo antiguo, Sara está dentro de la tienda y no se deja ver por los extranjeros, pero ella escucha. La promesa del vocero de los visitantes es que ella tendrá un hijo en un año.
El tema de la descendencia de Abraham no es central en el texto litúrgico (que –como dijimos- destaca la hospitalidad), pero sí lo es en el relato. De hecho, luego de destacar que Sara escucha el dicho, y antes de indicar que ella “ríe” para sí (la referencia popular a la relación entre la risa de Sara y el nombre de Isaac es reflejada en otras partes: Gn 17,17; 21,1-6, se recuerda la edad de ambos, y que Sara había entrado en la menopausia. El diálogo entre Abraham y “Yahvé” (notar que no dice –ahora- el visitante, o uno de ellos; por momentos parece que Yahvé es el principal y los otros dos son acompañantes, cf. 18,22; 19,1) (v.13) continúa, debatiendo acerca de la risa de Sara e incluso ella interviene en el diálogo (v.15). La escena nos hace imaginar la conversación detrás de la tela de la tienda. Luego los peregrinos se despiden (v.16) y se dirigen a Sodoma, ciudad que –sabemos- será destruida (algo por lo que Abraham intercederá).
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 1, 24-28
Resumen: el discípulo de Pablo destaca que en el crecimiento de la comunidad y en el anuncio de la palabra a todos se va conformando el cuerpo de Cristo. El anuncio evangelizador supone sufrimientos y dificultades pero así el cuerpo de Cristo va creciendo y el plan de Dios se va desplegando en la vida perfecta de las comunidades.
El “himno cristológico” que la liturgia nos presentaba la semana pasada (Col 1,15-20) tiene una pequeña “aplicación” en los versículos siguientes (vv.21-23). En v.24 comienza una nueva unidad. Si en v.21 el acento estaba en “en otro tiempo” (poté), la unidad comienza con “ahora” (nyn). Este “ahora” se dice de la unión entre “Pablo” y los colosenses, a los que no conoce (2,1). La unidad parece concluir en 2,5 donde termina la estrecha relación entre Pablo y “ustedes” para dar comienzo a las propuestas de “Pablo” a los colosenses ante los errores que los seducen (2,6-4,1). La unidad 1,24-2,5 tiene una estructura concéntrica que es bueno señalar:
a a. “me alegro” (1,24)
b. Dar a conocer la riqueza del misterio (1,26-28a)
c. “con el objetivo de…” (1,28b)
d. Me esfuerzo (1,29)
d’ qué esfuerzo duro (2,1)
c’ “con el objetivo de…” (2,2a)
b’ riqueza de conocimiento del misterio (2,2b-3)
a’ mi alegría (2,5)
Mirando esta estructura notamos que el fragmento de la liturgia sólo destaca la primera parte (de “a” a “c” omitiendo la parte recíproca, de “d” a “a”).
Este fragmento presenta muchos temas que son de difícil análisis y resulta complicado de analizar en detalle. Nos detendremos solamente –por lo tanto- en lo principal sin desconocer que hay diferentes opiniones entre los estudiosos y su dificultad.
El primer conflicto y dificultad viene dado por la frase “lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (v.24). De ninguna manera se ha de entender en el sentido de que la cruz de Cristo necesita complementos; en 1,19.20.22; 2,9-10.13-14; 3,1 se puede ver claramente que la obra de Cristo es perfecta en sí misma. Esto se ha prestado en algunos momentos de la Iglesia a conclusiones patéticas en las que se alentaba el sufrimiento como algo redentor, por eso debe ser aclarado. La idea de “soportar” los padecimientos por parte del Apóstol parece que debe entenderse en sentido vicario, por tanto son hyper, “en favor de”, o “en lugar de su cuerpo”. Está aclarado en el v.25 como eis, “para ustedes”. Los “padecimientos” del apóstol lo ponen en comunión con Cristo y con los “padecimientos” de la comunidad (Rom 7,5; 8,18; 2 Cor 1,5.6.7; Gal 5,24; Fil 3,10). Sin embargo, lo que se dice que “falta” es a las “tribulaciones” (thlipsis) de Cristo, y es bueno notar que este término en Pablo nunca se dice de los sufrimientos de la cruz de Cristo; siempre se dice del apóstol o de los discípulos. Esto nos lleva a otra pregunta: al hablar de las “tribulaciones de Cristo”, ¿se está refiriendo a las tribulaciones de Jesús o de la Iglesia, cuerpo de Cristo? Las muchas posibilidades de lectura –como dijimos- nos invitan a ser mesurados, pero destaquemos al menos algunos elementos fundamentales: “Pablo” se está refiriendo a la evangelización, tal es su ministerio apostólico. El sufrimiento y las tribulaciones son características de Pablo en cuanto misionero, de allí que lo que está destacando es que “lo que falta” se refiere a todos aquellos “lugares” (los paganos) donde falta anunciar el evangelio entre tribulaciones. Ese es el bien de “su cuerpo, que es la Iglesia” (v.24).
La relación cuerpo – cabeza (recordar lo señalado la semana pasada en la nota a la segunda lectura) tiene una clara connotación escatológica y de identidad. En 1,23 Pablo se presentó como “servidor (diákonos) del evangelio” (cf. 1,7); ahora dice que es “servidor (diákonos) de la Iglesia” (1,25). La Iglesia existe para el evangelio según “la economía de Dios” que le dio (a “Pablo”) “para ustedes”. “Economía” (cf. Ef 1,10; 3,2.9) debe entenderse como proyecto, deseo, plan, gracia de Dios en orden a una comunidad (“ustedes”, “la Iglesia”). El plan de Dios es, precisamente, que se lleve a “plenitud” la palabra de Dios. Es posible que esta “plenitud” a la que se debe llegar según el plan de Dios sea, precisamente, “lo que falta” a las tribulaciones. La palabra debe hacerse conocer.
Esta palabra es a su vez denominada “misterio”. Es importante notar que en los textos post-paulinos (como Colosenses y Efesios) la idea del “misterio”, ya insinuada en Pablo (Rom 11,25; 14,24; 1 Cor 2,7; 4,1; 13,2; 14,2; 15,51; cf. 1 Cor 2,1 en algunos manuscritos), alcanza un sentido mucho más profundo (Ef 1,9; 3,3.4.9; 5,32; 6,19; Col 1,26.27; 2,2; 4,3; 2 Tes 2,7; 1 Tim 3,9.16). El término proviene de los ambientes apocalípticos, algo que ocurre (por ejemplo la persecución y martirio de los justos) y ante la duda ¿dónde está Dios? ¿por qué no interviene? El planteo es que se trata de un “misterio”. Pero esto no finaliza aquí ya que lo propio es que “en algún momento”, el misterio será revelado. Lo habitual del misterio bíblico es su posterior revelación (algo que la literatura apocalíptica “anticipa” con un intérprete de los misterios). Aquí “Pablo” señala que este “misterio escondido desde signos y generaciones” es “ahora” (nyn) manifestado a sus “santos”. En 2,2 se destaca que estos destinatarios del “conocimiento” del misterio son los Colosenses (y los de Laodicea). La relación entre el misterio y el anuncio de la palabra quedará clara en 4,3. Lo que Dios ha “escondido” es que los paganos, tanto como los judíos, son destinatarios de la salvación que Dios prepara para todos. Esto es lo que el apóstol debe anunciar a todos, entre sufrimientos. “Cristo en ustedes, esperanza de la gloria” (v.27).
Esto es lo que “Pablo” anuncia (v.28) para “presentar” (¿cómo una ofrenda?) a todos “perfectos en Cristo”. Esa “perfección” es la voluntad de Dios (Rom 12,2), es la novedad traída por Cristo que contrasta con la de “este mundo” responsable de negar a Jesús y cuyos príncipes lo ejecutaron (1 Cor 12,6), es escatológica (1 Cor 13,10) y ya la posemos en cierto modo (Fil 3,15). De todos modos, es una perfección hacia la que se tiende (Ef 4,13) pero ya puede vivirse en la comunidad (Col 4,12). Se refiere, entonces, no a una “perfección” ontológica, o de ser (“sólo Dios es perfecto”) sino a una perfección ética hacia la que se tiende, pero que ya puede vislumbrarse y practicarse.
Es esto –por este conocimiento del misterio, y anuncio que conduzca a un modo de vida perfecto- por lo que “Pablo” se esfuerza y lucha (v.29, omitido en el texto litúrgico).
Como se ve, el discípulo de Pablo se presenta como continuador de su obra y ministerio predicador a todos. Esa predicación, como a Pablo, como a sus comunidades, les atrajo dificultades y sufrimientos pero de ese modo Cristo, en su cuerpo eclesial, va siendo formado y la palabra de Dios y su plan de salvación se van conociendo y desplegando en la historia.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 38-42
Resumen: Dos mujeres que representan dos actitudes diferentes se contraponen en el texto. Marta manifiesta la hiperactividad característica de la hospitalidad; María manifiesta claramente la actitud de una discípula modelo. La valorización “sagrada” de la hospitalidad es confrontada contraculturalmente por Jesús mostrando la dinámica subversiva del reino. Sólo “una” cosa tiene valor, en contraste con las “muchas cosas” de Marta. Sólo el reino es absoluto, todo lo demás –por valioso que sea- es relativo.
Jesús sigue –con los suyos- de camino, algo que como sabemos es propio de Lucas, y entra en un pueblo. Allí es recibido por una mujer llamada Marta que tiene una hermana llamada María.
Dos breves notas aclaratorias: muchos manuscritos dicen que “Marta lo recibió” pero no aclaran que esto ocurriera “en su casa”. Es probable que haya sido añadido posteriormente para precisar el lugar ya que daría la sensación que fue recibido en el pueblo al que Jesús entra; sin embargo, no es necesario incorporarlo. Siendo que no es frecuente que una mujer –ni siquiera ante otros- reciba en su casa a un varón, muchos piensan que la omisión “en su casa” en algunos manuscritos se debe a la intención de evitar el escándalo; sin embargo, la hospitalidad no resulta extraña o escandalosa en ambientes helenísticos como son los destinatarios de Lucas. Por otro lado, los lectores del Evangelio de Juan conocen estas dos hermanas y a su hermano Lázaro. Los tres son de Betania (Jn 11,1), aldea muy cercana a Jerusalén (Jn 11,18) y donde Jesús suele pasar la noche cuando se dirige a la Ciudad Santa, según parece (ver Mc 11,11.12; aunque cf. Mt 26,6). Como el viaje hacia Jerusalén – que en Lucas - recién comienza, es posible que haya omitido el nombre de la localidad porque de lo contrario, no tendría justificativo la demora en llegar a la Ciudad. La mención de las hermanas es uno de los puntos en contacto que Lucas tiene con Juan, aunque desconoce –o no manifiesta conocer- a Lázaro, el hermano de estas (pero, ver Lc 16,19-31).
El relato del Evangelio pone en contraste dos actitudes frente a Jesús, las de las dos hermanas. Veamos brevemente:
Marta está ocupada con los quehaceres (pollên diakonían). Ella es la que “recibe” (hypodéxato) a Jesús. El verbo se repite también en 19,6 cuando Zaqueo “recibe” a Jesús en su casa [única vez en los Evangelios]. Es el verbo de la hospitalidad (ver Hch 17,7; Sgo 2,25). Señalemos, pare empezar, entonces (y conforme a lo que se dijo en el comentario a la primera lectura) que Marta hace lo que se espera que se haga: la hospitalidad es “sagrada”. El contraste –como se dijo- está dado por la actitud de María. Sentada a los pies de Jesús y escuchando su palabra. Ambos términos son muy importantes, particularmente en Lucas:
Es “a los pies” de Jesús que se coloca la pecadora pública (7,38) que manifiesta “mucho amor” y fe; a los pies de Jesús está el que había estado endemoniado en Gerasa (8,35), a los pies de Jesús cae Jairo pidiendo por la salud de su hija (8,41); a los pies de Jesús se postra el samaritano que había sido leproso y también manifiesta fe (17,16), Pablo –en Hechos- afirma que fue educado “a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). El término significa una actitud de sumisión o sometimiento, como se ve en las cosas que se ponen a “los pies” de alguien, como autoridad (ver Hch 4,35.37; 5,2; 7,58). Estar a los pies de alguien es tomar la actitud del discípulo.
“Escuchar su palabra”: las multitudes (ojlos) se agrupaban para “escuchar la palabra de Jesús”, el que “viene a mi” y escucha la palabra se parece a una persona que edifica su casa sobre buenos cimentos (6,47); la semilla sembrada por el sembrador es la palabra que muchos escuchan, pero sólo unos la conservan (8,12-15). Cuando una mujer de la “multitud” alaba a la madre de Jesús por haberlo engendrado, él dice que es “dichoso más bien el que escucha la palabra y la guarda” (11,28) ya que ese (y esa) es “su Madre y sus hermanos” (8,21). La escucha no basta, pero es el primer paso indispensable del discipulado, luego la palabra se deberá “cumplir”, “hacer”, “guardar” (cf. 1,38).
Las dos actitudes de María son las actitudes del discipulado. Y acá se refuerza el contraste entre ambas que viene expresado en las palabras de Marta a Jesús (el que es reconocido como “señor”). El pedido a Jesús de que “diga” (en imperativo), recuerda a aquel que le pide que “diga” a su hermano que reparta la herencia (12,13), o también a la tentación de que “diga” una palabra para que las piedras se conviertan en pan (4,3) o el centurión que se considera indigno de que Jesús vaya a su casa, “di una palabra y mi criado quedará sano” (7,7).
Evidentemente, si María escucha la palabra de Jesús, su dicho surtirá efecto y ésta “ayudará” a Marta. Pero Jesús no se dirige a María sino a Marta:
Te “preocupas” (cf. 12,11.22.25.26) revela una ansiedad, preocupación angustia; “te agitas” (única vez en la Biblia, indica hiperactividad) por “muchas cosas” (pollá) [ya sabemos que Marta estaba “atareada” (v.40, única vez en el NT) en “muchos servicios”, pollên diakonian] “pero” (o también “y” en sentido de contraste)... Marta hace muchas cosas, pero hay “un pero”. El contraste está dado entre el “muchas” y el “una”, manifestada en la actitud de María. “Una” es necesaria, y María “escogió la parte buena”. La “parte” es aquello de lo que se participa (tomar parte; cf. Hch 8,21; 2 Cor 6,15; Col 1,12), María “elige”, lo cual es un verbo sumamente importante en la Biblia (pueblo elegido, elección de los discípulos, pero también alude a las elecciones cotidianas: “los primeros puestos”, 14,7). La “parte” es sumamente importante en el AT: Israel es la “parte” de Dios entre los pueblos (Dt 9,26), los sacerdotes, la “parte” de Dios entre las tribus (Núm 18,20), o los levitas (Dt 10,9). El salmista confiesa que “Dios es mi parte” (15,5; cf. 73,26; 119,57; 142,6). Lo que María ha elegido es participar de lo bueno, “la parte buena”, como la “tierra buena” (8,8.15) que son los que “escuchan la palabra”, la guardan y dan fruto. De esta porción se dice que es buena, “no le será quitada”, no se la pueden llevar, como no pueden llevarse los ladrones los bienes dados generosamente a los pobres ya que donde está el tesoro, está el corazón (cf. 12,33-34).
El relato finaliza aquí ya que en 11,1 Jesús estará en otro lugar (no señalado) orando a solas.
Es importante remarcar el contraste destacado en el relato para evitar lecturas que lo distorsionan (como señalar el contraste entre una vida activa y una vida contemplativa, de claro cuño platónico). Ya es evidente lo que se destaca de María: su actitud de discípula (“sentada a los pies”, “escucha de la palabra”, “eligió la porción buena”, “no le será quitada”, “una sola necesaria”), pero ¿qué es lo que hace Marta? Marta expresa visiblemente la dedicación casi absoluta que el mundo antiguo da a la hospitalidad (recordar la primera lectura). Marta hace lo que “debe” hacer, lo que se espera que haga, y lo hace en “exceso”. Culturalmente, Marta es ejemplar, es modelo: así debe actuar una persona aunque –como se dijo- no es habitual que eso ocurra en una mujer (notar en el caso de Abraham que es él quien atiende y manda a su mujer cocer el pan). Como se dijo, muchos manuscritos omiten que esto ocurre en “la casa” con lo que se estaría al menos insinuando la presencia de una mujer fuera de su ámbito establecido (la casa), lo cual es más obvio todavía en caso de María. De todos modos, es frecuente el anuncio del Evangelio en las “casas” (cf. 10,15; aunque el tema es más destacado en el Evangelio de Marcos, cf. 2,1; 3,20; 7,17; 9,28 como “lugar” de la catequesis). El contraste –y esto es lo que debe resaltarse- está dado entre la hospitalidad y el discipulado, Marta responde a lo establecido, a lo que culturalmente se espera de ella; María responde a los valores contraculturales del reino de Dios. Como en tantas ocasiones, el reino es reflejo de “otro mundo posible”, y por tanto alternativo. Diferentes instancias e instituciones que son valoradas (y supervaloradas) por el mundo antiguo (y contemporáneo) son relativizadas por Jesús. Sólo el reino es absoluto, el resto (decía Pablo VI) es “lo demás”, por tanto es “relativo” (Evangelii Nuntiandi 8); la familia, la hospitalidad no dejan de ser valiosos pero son relativos frente al discipulado del reino que es lo único que cuenta y “no será quitado”. Una vez más, el reino aparece como subversivo ante los valores absolutos encarnados en el Reino de Dios.
Una nota sobre las mujeres en el Evangelio de Lucas. Se ha señalado, con razón, que Lucas da “pasos atrás” con respecto al lugar principal que las mujeres ocupaban en el ministerio de Jesús o las comunidades de Pablo. En esto Lucas es reflejo de la “rutinización”, la “estructuración” que las comunidades se fueron dando en su tiempo a fin de ser aceptados en las ciudades del imperio. Algo semejante se descubre también en otros escritos del tiempo, como Mateo, o las cartas llamadas “pastorales” (anticipadas por lo que se ve también en Colosenses, Efesios y 1 Pedro, por ejemplo con respecto a este tema). Se profundiza el “lugar” de la mujer que es en “la casa”. Sin embargo, hay que recordar que siendo que las comunidades primitivas fueron “iglesias domésticas”, el rol de la mujer no dejó de ser –aunque relativizado- de primera importancia. Ya no ocupan lugares preponderantes en los ministerios (como sí se ve en Pablo, por ejemplo), pero no han desaparecido. Lucas, en concreto, aunque no señale mujeres en lugares pastorales centrales, destaca con frecuencia la participación de mujeres en el grupo de Jesús. No es razonable preguntarse si Jesús tenía discípulas, o disimularlo, como lo hace la adulteración del texto de Aparecida que en el texto original decía que
«en una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: Habló con ellas (cf. Jn 4, 27), las curó (cf. Mc 5, 25-34) las reivindicó en su dignidad (cf. Jn 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (cf. Mt 28, 9-10) e incorporó mujeres a su grupo (cf. Lc 8, 1-3)» (Nº 470)
y fue deformado a
«en una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas (cf. Jn 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadoras (cf. Lc 7,36-50; Jn 8,11), las curó (cf. Mc 5, 25-34), las reivindicó en su dignidad (cf. Jn 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (cf. Mt 28, 9-10), e incorporó mujeres al grupo de personas que le eran más cercanas (cf. Lc 8, 1-3)» (Nº 451).
Ya no se trata de mujeres incorporadas al grupo de Jesús, sino “cercanas”. Que en el Evangelio no se use el término “discípula” es razonable, ya que éste no existía en su tiempo. Aunque Lucas lo "inventa" y utiliza en Hch 9,36, y el texto comentado destaca evidente y claramente que María es discípula de Jesús., Con lo que a la actitud contracultural de destacar el discipulado del reino por encima de valores sagrados como la hospitalidad, destaca también el discipulado femenino, lo cual ciertamente, no era posible en su tiempo.
Foto tomada de http://leondejuda.org/node/7685
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