Hay documentos y documentos
Eduardo
de la Serna
Es frecuente, en muchos
ambientes, no solamente el eclesiástico, pero especialmente allí, que al
finalizar asambleas, encuentros, congresos u otras reuniones se concluya con un
documento. Así ocurre en las asambleas episcopales, por ejemplo, sean estas
locales, regionales o internacionales. Y, en los ambientes eclesiales, un “problema”
es tratar de dimensionar el “peso” que ese tal documento tiene. ¿Se puede decir
que siempre esos tales documentos son normativos? Creo que no. Y, por supuesto,
queda el lugar de la recepción personal o comunitaria. Es absolutamente
razonable que determinado documento o texto me resulte más agradable o
desagradable. Y para que no se me malinterprete pondré ejemplos bíblicos. Es
sabido que en el Nuevo Testamento hay diferentes eclesiologías, y nadie puede
cuestionar que alguno se sienta más a gusto con la eclesiología de Mateo que la
de Lucas, o la de Pedro o la de Pablo. Es razonable (siempre que eso no implique
negar a la otra; pero del mismo modo, no aceptamos que nieguen la “nuestra”). La
eclesialidad es sinfónica, ¡qué duda cabe! Algo semejante puede afirmarse, por
ejemplo, en la historia de la Iglesia, con las diferentes corrientes espirituales:
no es lo mismo la espiritualidad franciscana que la dominica, la jesuítica que
la carmelita, para poner ejemplos “densos”. Y tengo todo el derecho de sentirme
a gusto con una y no con la otra, aunque deba reconocer que otro/a tiene el mismo
derecho con otra corriente. De eso se trata la comunión. Y volvamos a los
documentos. Claro que si estos fueran normativos otra cosa sería. Pero, además,
hay que destacar que una cosa es un documento conciliar y otra un documento regional
o post-sinodal.
Y acá quisiera ir al fondo de
mi reflexión: en lo personal creo que hay documentos que constituyen nuestra
eclesialidad actual (el Concilio Vaticano II, por ejemplo). Pero, también es
cierto, hay documentos que son muy aplaudidos por algunos y criticados por otros.
Por ejemplo, fue sabida la oposición de un grupo, pequeño pero poderoso, a los
Documentos de Medellín. Hay documentos que podríamos calificar (y dudo que
muchos cuestionen lo que digo) de innecesarios, como los documentos de Santo
Domingo; pero hay otros documentos, según mi mirada crítica, que no son
importantes, pero de los que podemos citar algunos párrafos que nos resultan
positivos o constructivos. En lo personal, un documento me parece pobre, pero
con algunos elementos rescatables (y me refiero, concretamente, al documento de
Aparecida y al documento post-sinodal de la Amazonía).
Un documento eclesial puede
tener elementos normativos, pero especialmente cuenta en lo teológico-pastoral;
en los avances, profundizaciones, correcciones, etc. En este sentido, el
documento de Aparecida poco importa fuera de América Latina y el Caribe, como
el documento post-sinodal de la Amazonía en los países no-amazónicos. Pero no
es ese el punto. Sin duda hay más o menos temas, elementos, criterios valorables
en los documentos (¡hasta en Santo Domingo!, ironicemos). Pero también es
cierto que no es esto lo ideal. Lamentablemente, a veces nos queda la
sensación, en algún texto, que se “habla” porque “algo hay que decir”, pero lo
dicho es tan hibrido, o “equilibrado”, o consensuado, que finalmente no se dice
nada (y no importa, porque lo que contaba era decir, aunque fuera “light”).
Además, en la milenaria historia de la Iglesia suele ocurrir más de una vez que
en un documento se dice lo contrario a lo que años ha se había dicho en otro.
¿Y en ese caso?
Claro que, y aquí lo
importante, precisamente porque la Iglesia no es un documento sino un pueblo
peregrino, una comunidad acompañada por el Espíritu Santo, suele ocurrir que
hay documentos que sólo quedan en bibliotecas, porque no fueron “recepcionados”
por el pueblo, que no los “sintió propios”, porque la inspiración del Espíritu
Santo no los hizo experimentar como propios. Veamos, a modo de ejemplo, cómo se
“recibieron” en las comunidades eclesiales de América Latina los documentos de
Medellín, cómo se recibió Puebla, cómo Santo Domingo y cómo Aparecida. Es lo
que teológicamente se llama la “recepción”.
Eso es algo que no se percibe en el momento, por cierto, sino con el paso del tiempo.
En lo personal, recuerdo cientos de cursos, charlas, artículos, libros sobre
Medellín y otros tantos sobre Puebla, pero en cambio no recuerdo ni uno sólo
sobre Santo Domingo y escasísimos sobre Aparecida. En lo personal (y mi mirada es
totalmente cuestionable) salvando unas pocas cosas el documento post-sinodal de
la Amazonía también me pareció muy pobre. Y – todavía más – debo señalar en la
inmensa mayoría de todos estos textos – que me permito irónicamente dudar si para
los autores, los firmantes y los avaladores, la Biblia es palabra de Dios (o si
es un simple adorno para poner una cita agradable en un texto ya escrito). En
suma, extraño documentos en los que verdaderamente se escuche al pueblo de Dios
y se escriban con un oído puesto en ellos y el otro en los Evangelios. Espero
textos más atentos a lo que “el Espíritu
dice a las Iglesias” (Ap 2-3) que a la sana doctrina o la defensa de la
Institución. Se trata de ser luz para los tiempos y los pueblos y,
lamentablemente, muchas veces parecen puestas “bajo el celemín” (Mc 4,21).
Foto tomada de https://elpais.com/elpais/2016/10/01/eps/1475273119_147527.html
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