¿La Biblia es palabra de Dios?
Eduardo
de la Serna
Sabemos, lamentablemente hasta
el hartazgo, que la Biblia ha sido utilizada – y lo sigue siendo – con mucha
frecuencia más como un arma que como una revelación del Dios de la vida. Los
textos mal leídos (por incompetencia, o por malicia, no me toca evaluarlo) se
han utilizado para oprimir mujeres, esclavos, comunidades indígenas, y para
avasallar culturas, religiones y modos de vida. La vergüenza que a muchos
(católicos y evangélicos históricos) nos provoca la manipulación de la Biblia
para justificar el golpe y los atropellos en Bolivia sirve de ejemplo actual de
esto. La lectura fundamentalista (que no es monopolio de ninguno, y es habitual
en tantos) sólo conduce a sumisión y una forma de esclavitud bastante perversa.
No es a esto a lo que aquí queremos referirnos; no entendemos la Biblia como un
Dios que dicta y que espera obediencia ciega de nuestra parte. Sin duda entre
la Biblia y su pueblo hay un diálogo entre un Dios, en el que creemos, y la
humanidad, sus amigos. Y, para sintetizar, no creo en un dios que maltrata,
oprime, discrimina y se sacia en su sadismo y sed de sangre en víctimas humanas
de diferente modo o tipo. Creo en un Dios que se va revelando de a poco,
pedagógicamente, en la historia, y se muestra pleno en Jesús. Un Dios que es
padre, pero un padre-no-patriarcal, al cual podemos desobedecer sin que nos
quite el saludo o su amor. Un Dios que “reina” cuando sus amigos, los seres
humanos, vivimos como hermanas y hermanos y mostramos a todos que “otro mundo es posible”, un mundo sororal
y fraternal, un mundo que empieza por los últimos y los más débiles para que
nadie se sienta excluido salvo quien se niega a tener a estos como hermanos.
Ese Dios es el que nos habla en la Biblia, y concluir de allí otra palabra,
creo que es parcial, falaz, o simplemente manipulación. En ese sentido sí creo
que la Biblia es palabra de Dios. Pero…
Muchos movimientos confluyeron
en el Concilio Vaticano II para que de allí surgiera una Iglesia en movimiento.
El litúrgico, el patrístico, el ecuménico, la Nouvelle Théologie y, por supuesto, el movimiento bíblico.
Reconozcamos que fue difícil. El miedo al modernismo (el Syllabus) y al protestantismo sólo pudo superarse gracias a un
número importante de grandes teólogos, entre los que hay que mencionar a F. M.
Lagrange op y – con él – a otros muchos. Así el Concilio se atrevió a dar un
paso más en la dirección señalada por Pio XII en la Divino Afflante Spiritu. En ella, y en la constitución Dei Verbum, se “cometió la osadía” de
afirmar que no sólo Dios es autor de la Biblia, sino que esta es también verdadera “obra humana”. Afirmar esto constituyó un
paso fundamental y definitivo, porque el autor humano implica decisión,
capacidad (e incapacidad), intenciones, cultura, etc. Ya no se afirmaba que la
Biblia “no yerra” (Galileo agradecido) sino que esta dice “la verdad de la
salvación”, lo cual es muy distinto, por cierto. A partir de este salto
fundamental, decenas de aportes se han añadido, y siguen añadiendo, para una
mejor comprensión de la Biblia (como con gran seriedad lo señaló la Pontificia
Comisión Bíblica en La Interpretación de
la Biblia en la Iglesia [1993]). Si hay autor humano, por ejemplo, cuentan
también sus conocimientos e ignorancias, sus culturas, los contextos
históricos, políticos, sociales, sus intenciones e ideologías, etc. y, por eso,
el Concilio avanzó todavía más en una idea, seguramente audaz: “la Biblia es el alma de la teología”.
Alma es vida, es lo que anima, lo que sin ella todo es inerte, seco o muerto.
Sin embargo, y acá el punto,
muchos teólogos siguieron haciendo teología como si nada de eso se hubiera
dicho. La Biblia era como un sello que venía a refrendar todo lo que se había afirmado;
porque lo que había que decir era “lo primero”. Debo decir que he conocido
pocos teólogos que hayan encarnado realmente este principio; los menciono: K.
Rahner, J. Ratzinger, E. Schillebeeckx, G. Gutiérrez (seguramente hay más,
valgan estos a modo de ejemplo). Y lo mismo he de decir de no muchos documentos
eclesiásticos: las exhortaciones de Pablo VI sobre la Alegría cristiana [Gaudete in Domino] y la Evangelización [Evangelii Nuntiandi] son un buen ejemplo
en este sentido. Pero después de esto, la inmensa mayoría de los teólogos y los
documentos eclesiásticos, pareciera que dicen aquello que creen que deben decir
y después (y no siempre) buscan un texto bíblico que lo ilustre. Que los textos
bíblicos constituyan el “alma” de los documentos es algo que creo no afirmaría
nadie. Y uno puede preguntarse si se parte, entonces, de la Palabra de Dios (el
alma) para desde allí caminar, o si se parte de principios, dogmas o ideologías
y después “ir a la Biblia” como una excusa o un adorno. En interesante, en esta
misma línea, notar que, en Encuentros, Congresos, Asambleas, se invitan
teólogos sistemáticos, canonistas, a veces historiadores de la iglesia, y casi
nunca a biblistas. Interesante no significa positivo, por cierto.
Tengo claro que en la Iglesia
católica romana, la Biblia no es la única palabra. La Tradición es también
fundamental. El Espíritu guía y acompaña la iglesia. Podemos repetir con
Francisco de Sales que la relación entre el Evangelio y la vida de los
santos, por ejemplo, es semejante a la relación entre la partitura y la música
ejecutada, y – por lo tanto – en continuidad con lo bíblico, es de
esperar que la “Biblia vivida” ilustre y acompañe también la reflexión. Pero tampoco
nada de esto encontramos en los textos (salvo, insistimos, alguna cita
ilustrativa o decorativa ad casum).
Es verdad que un texto
pastoral no es un tratado sobre un determinado tema como para mostrar todo lo
que sobre eso se dice en la Biblia, en la Tradición y en el Magisterio (este sí
abundantemente citado), pero – como señalaba más arriba – no fue un tratado lo
que Pablo VI presentó sobre la alegría cristiana, pero sí supo mostrarla en el
Evangelio de Lucas y la vida de algunos santos, por ejemplo (caps II [AT], III [NT] y IV [“en la vida de los
santos”]).
Todo esto me hace mirar muy
críticamente la inmensa mayoría de los textos. algunos muy interesantes, o
positivos, o felices, pero la pregunta es si hay en ellos “verdadera teología”
o si no hay, más bien, otra cosa (filosofía de la religión, moral, ética, estrategia
pastoral, o como se quiera llamar, pero no “teología”).
Y, ahondando la idea, preguntarme si los autores y/o firmantes realmente creen
que la Biblia es Palabra de Dios, y no más bien algo decorativo, o un
justificativo de lo que anticipadamente tienen decidido expresar. No estaría de
más, si se creyera, recordar que la Palabra de Dios es más importante que la
palabra de los pastores, y nutrirnos con ella sería aportar al pueblo de Dios
un alimento mucho más consistente que algunos slogans, un par de miedos y una
ideología disfrazada de teología. El Pueblo de Dios, a cuyo servicio estamos, y
el Dios del Pueblo, que nos ha invitado al seguimiento, nos quedarían sumamente
agradecidos.
Foto tomada de https://pxhere.com/es/photo/489679
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