¡Basta de “negros”!
Eduardo
de la Serna
Gracias a la “historia oficial”
que Mitre nos legó, y que su tribuna de doctrina (el diario La Nación) difundió,
todos tenemos claro que Argentina, que es una especie de ornitorrinco entre las
naciones, es un apéndice de Europa en América Latina. Y no cualquier Europa, porque
España e Italia son de segunda, como todo el mundo sabe. Francia e Inglaterra,
en cambio, son limpitos (de alma, se entiende). Por eso no hay entre nosotros
ni negros ni indios, ¡graciadió! Además,
como la información que llega a los demás de fuera, la emite la susodicha “tribuna”,
pues esos demás latinoamericanos tienen claro que “Argentina es distinta”. De
hecho, todos saben que mientras los mexicanos descienden de los aztecas y los
peruanos de los incas, los argentinos descienden de los barcos. ¡Listo! (eso lo
repitió incluso un ex presidente que no se ha caracterizado por haber leído
jamás). Incluso, en Buenos Aires se ha logrado eliminar cualquier resabio arquitectónico
de “la colonia” quedando solo la Casa de Ejercicios como una suerte de edificio
arqueológico pretérito pluscuamperfecto, mientras se ostentan nuestros
Palazzos, cúpulas y jardines bien franceses, ¡para que se vea! Y si algo
quedara o quedase ya se ocupará inmobiliariamente el alcalde de deshacerlo (y
venderlo). Lo cierto que es que Argentina (especialmente Buenos Aires, que al
fin y al cabo es lo que importa) es blanca. ¡Blanca! “Si no fuera por Buenos Aires, Argentina sería latinoamericana” dijo
uno. Una vez escuché a un periodista decir que “Uruguay es el país que está más cerca de Argentina”. Semejante
sandez sólo puede decirla un porteño (o un “porteño de alma”).
Y entonces, ¡negro! pasa a ser
algo (no alguien, por cierto) despectivo. Es cierto que no es un propio de
estas tierras, pero bien lo hemos apropiado. Entre Haití y República Dominicana
solo hay una línea fronteriza de distancia. Sin embargo, los dominicanos llaman
“negros” a los haitianos, aunque nadie distinguiría a unos de otros.
Y yendo al tema, es normal
(normal no significa bueno, sino que es “la norma”) calificar a otro, otra u
otre por lo diferente… “Chiquito” se le suele decir a un tipo muy alto, “colorada”
a una pelirroja, “voy al gallego (o chino)” refiriéndose al extranjero dueño de
un negocio cercano, etc. Pero con notable facilidad esa diferencia se utiliza
despectivamente, especialmente añadiendo un adjetivo calificativo. “Mierda” es la preferida. La lista es
inmensa, y no sólo se alude a los países vecinos (siempre inferiores, por
cierto) sino a otros colectivos (“se le
despertó el indio” es un buen ejemplo, “parecés
un judío”). Pero sin duda el preferido es “negro”. A veces con aditamentos
(además de mierda, puede ser “villero”, otras veces con neologismos ad hoc: “choriplanero” puede ser un buen
modelo). A veces, lo he escuchado varias, se pretende ser “políticamente
correcto” y entonces – para no parecer racista (sic) se acota “negro de alma”. Porque lo que es claro es
que la piel no importa, lo que es malo es lo negro. Por eso algo puede ser “denigrante”, es decir “de negros”, por
tanto, algo de mala calidad.
Una vez escuché a uno tratando
de justificar su negrofobia explicándome que había estado en EEUU y compartido
con negros, por ejemplo, el Metro… “y
tienen muy feo olor” (sic), porque parece que los perfumes, inventados por
los franceses para tapar los propios hedores, no llegan a ese medio de transporte.
Lo que es sumamente curioso es
que “negro”, utilizado como insulto, es muy frecuentemente usado por muchos que
para otros serían “negros” a su vez. Una vez escuché a un muchacho en Solano
(barrio marginal del gran Buenos Aires si los hay) hablar de “los negros del arroyo”, es decir, los
que vivían a menos de 5 cuadras de su casa, pero que viven una situación de
marginalidad que él no tiene. Y yo pensaba la naturalidad con la que muchos de
otros ambientes hablarían de “los negros
de Solano”, por caso. Así el epíteto se utiliza para calificar a cualquiera
a quien consideramos de inferior “calidad” a la nuestra, particularmente social.
Eduardo Galeano señala ejemplos contundentes al respecto. Podríamos vislumbrar
unos cuantos negros millonarios (actores, deportistas, por ejemplo [y señalo a
estos por ser personas públicas]), pero esos son “blancos de alma”, excepciones que justifican la regla. Lo
importante es que la “evidente inferioridad” de los negros justifica y naturaliza
actitudes “denigrantes”, despectivas, violentas. Es casi una suerte de coto de
caza, de trofeo, o de rito de iniciación de la tribu (blanca) urbana.
Es cierto que en muchas
circunstancias debemos “aprender a hablar de nuevo”. Hay cientos de palabras e
ideas que reflejan actitudes despreciables que hemos naturalizado. También es
cierto que hay precisiones apropiadas (por ejemplo, es claro que para las
sociedades del llamado “primer (sic) mundo” el problema no es el extranjero (no
molesta un jeque árabe, por cierto) sino el extranjero pobre. Por eso Adela
Cortina propuso el término “aporofobia”. Curiosamente, el “caballo negro” en el apocalipsis remite
a la injusticia social, que beneficia económicamente a los ricos y perjudica a
los pobres (Ap 6,5-6) [en Apocalipsis los colores aluden a
realidades, el caballo rojo a la sangre, el verde mustio a la vida que se apaga
y el negro a la oscuridad, ver 6,12]. No pretendo crear nuevas terminologías
destacando el odio a lo negro por parte de ciertas personas de las que suelo
estar en las antípodas de su pensar y sentir, pero sí quisiera que muchos
seamos capaces de vivir y engendrar una sociedad distinta, sociedad de iguales,
de hermanos y hermanas y podamos dejar atrás una sociedad daltónica que sólo
provoca murallas y engendra muertes. E injusticia.
Foto tomada de http://andresherrero.com/por-que-la-esclavitud-se-transformo-en-trabajo-asalariado/
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