Buenas y malas son, cosas que vivo hoy
Eduardo
de la Serna
Estos tiempos nuevos, raros y
distintos en los que estamos aislados, cuidados y cuidando, solos o con el
pequeñísimo grupo familiar, tiempos en que no podemos salir más que para lo
indispensable, y no ver amigos o familiares, muchas cosas se despiertan. Buenas
y malas.
Como suele ocurrir en los
momentos críticos, estos despiertan en nosotros a veces lo mejor, otras veces
lo peor. Y emerge, se hace visible en ocasiones, algo o alguien desconocido en
los que creíamos conocer, o incluso en nosotros mismos que, no sabíamos cómo reaccionaríamos
en circunstancias críticas.
Por un lado, nos vemos
inundados por las redes sociales de cosas de todo tipo… Buenas, simpáticas,
agradables, incómodas, o hasta perversas. Que haya quienes aprovechen el
desconcierto, el temor, la angustia en su propio beneficio, resulta sin dudas
detestable. Que haya quienes se valgan para inventar falsedades, sea para divertirse
o para llevar agua para su propio molino, es peor aún, es aberrante. Y no está
de más que queden expuestos, y si fuera el caso, sancionados: han circulado
supuestos instructivos oficiales, o lugares e instituciones a las que se podría
recurrir, y no lo eran. Alguien inventó esos datos, y merecería una sanción. Al
menos social.
Se ve, asimismo, la actitud de
quienes actúan desentendiéndose de todo, y suben a un transporte aun
contagiados, o se pasean con tablas de surf o se juntan para un asado. Esa
actitud de “nada me importa” o de “a mí no me va a pasar” es lamentable. Ver la
foto de decenas de dizque personas corriendo alrededor del hipódromo de San Isidro,
o a un CEO en su lancha y luego en su alta gama, violando la cuarentena, causa
indignación. Y estos son los casos públicos. Conocemos otros.
Pero también hay que
reconocer, y celebrar, a los otros. Se ve que hay montones de personas, miles,
trabajando y siendo creativos, generosos, solidarios, dedicados… cientos de
lugares se están reconvirtiendo en espacios para eventuales internaciones de
personas no graves: comunidades religiosas, conventos, albergues transitorios, sindicatos,
escuelas y universidades, y hasta Tecnópolis y la República de los Niños… Todos
los espacios posibles intentan aprovecharse. El gobierno se ha provisto de
alimentos (con alguna compra que ha causado críticas, que, si bien son
justificadas y es bueno que se investiguen, no estaría mal que la prensa canalla
también ponga paños fríos, serenidad y contribuya a la paz social… aunque eso parece
pedirle peras al olmo). El gobierno espera el pico de la pandemia para mediados
de mayo; por ahora pareciera que se aprovecha para ir viendo qué, cómo y en qué
casos actuar. Y aprender de otros países, lo bueno y lo malo, para repetir lo
primero y rechazar lo segundo. Escuchar a Macri decirle a Alberto Fernández que
debería seguir el ejemplo de como se actuó en Gran Bretaña y ver, a los pocos
días, al primer ministro inglés internado en terapia intensiva, muestra el alivio de
que no esté en el gobierno y pensar cómo harían sus CEOs para enfrentar esto
sin ministerio de Salud, con el bombardeo a la salud pública y la
investigación. Pero de esto ya hemos escrito.
Decenas de miles de personas
merecen (y reciben, en ocasiones) el aplauso diario. Y no solamente habría que
incluir a quienes están en el campo de la salud, sino tantos y tantas que están
presentes de una u otra manera en la vida cotidiana haciendo más fácil el
momento (transportistas, vendedores, fuerzas de seguridad, recolectores). La
creatividad se juega, también, y florece en muchas ocasiones. Desde el chiste
oportuno o que distiende, hasta la presencia de tantos y tantas que de otra
manera nueva se acercan y abrazan a la distancia. Grupos de WhatsApp, correos,
fotos, videos, audios, artículos van invitando a pensar, a crear, a vivir en la
soledad, o el pequeño grupo en el que nos encontramos. Y, si bien es cierto,
que son ocasiones en las que encontramos espacios oscuros o turbios en quienes
no lo hubiéramos imaginado, también descubrimos luces y brillos esperados o
sorprendentes. Recuerdo hace muchos años que pasé por un momento crítico (como
los que todas, todos y todes pasamos, ciertamente) y, como me indica el “manual”
interior, lo hablé con quienes consideraba mis grandes amigos. Era un momento
fuerte para mí. Y, si bien en aquel momento fue difícil, y chocante algunas
actitudes, hoy, a la distancia, sereno y en paz, puedo celebrar que la amistad
con algunas y algunos se fortaleció, y otras amistades desaparecieron para
siempre. Los momentos críticos, como los que vivimos, nos pueden servir para
exponer, revelar, hacer patente la madera de la que estamos hechos. Y cuando
todo esto sea pasado, podremos edificar sobre terreno firme el espacio que nos rodea.
Podremos pensar nuestro ambiente personal, social, internacional y hasta político…
por ejemplo: casi no hay película en la que los yanquis no salven el mundo, pero
en la vida real, no son médicos yanquis los que van por todas partes a poner el
hombro de la solidaridad y la equidad; casi no hay noticia en la que no nos
hablen de las maravillas de las universidades privadas, la salud privada y todo
lo privado en general, pero en la vida real descubrimos que es lo público (en
el mundo entero) lo que está edificando y dando respuestas al dolor y la
angustia, a la esperanza y la vida. Parece que el poder impresionante de la
propaganda se resquebraja ante la realidad. Y sería maravilloso que aprendamos
la lección antes que vuelvan a comenzar a bombardear (aunque en parte lo siguen
haciendo, basta con, un día cualquiera, leer Clarín). En todos los órdenes nos
encontramos con “cosas que vivo hoy” que son “buenas y malas”. No estaría de
más que el Covid-19 nos sirva para aprender, ya desde hoy, la vida que queremos
y pretendemos construir para todas, todos y todes.
Foto personal (Huánuco, Perú [2015]).
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