La solidaridad de las tapitas… y la otra
Eduardo
de la Serna
En tiempos en que el
neoliberalismo campeaba a sus anchas en esta tierra (y que soñemos “nunca más”
regrese) se puso de moda “juntar tapitas”. Las tapas plásticas de gaseosas,
aguas y demás, eran recolectadas. En escuelas, y otros centros había un gran
envase plástico donde se iban poniendo las “tapitas” que los alumnos,
profesores y demás traían. El objetivo era venderlas (o había quienes lo hacían)
para colaborar con el Hospital Garrahan (quizás el más importante hospital de
niños del país). Todos encolumnados en un gran gesto solidario en favor de un
hospital público tan importante, en especial para los niños pobres.
Esta “solidaridad de las
tapitas plásticas” difícilmente se podía constatar, seguir su itinerario, desconozco si
alguna vez hubo un inventario de tapitas, un rendir cuenta de las tapitas. Pero
la solidaridad, allí estaba.
No figuraba en el horizonte de
los recolectores ningún otro planteamiento. Era una solidaridad a ciegas. No
veíamos ni veríamos a los médicos, enfermeros y demás personal del hospital, y
mucho menos a los niños y niñas enfermas. Pero nos sentíamos en una suerte de
epopeya solidaria. No había ningún planteo, por ejemplo, por el bajo presupuesto
del nosocomio (y de los otros hospitales públicos); no había ningún
cuestionamiento por el estado del lugar, ¿por qué el Gobierno de la Ciudad le
cedió un espacio a la “fundación Ronald McDonald” en el hospital? (la empresa
McDonald ¿acaso es la misma a la que el entonces intendente y luego presidente
proponía que se le permitiera brindar un primer trabajo pagando menos del
sueldo mínimo?). La solidaridad anónima y a ciegas (que en nada se parece al dicho
de Jesús, “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” [Mateo 6,3]) ¿no
era una especie de bálsamo de conciencia para muchos y un alivio para la
insensibilidad de los gobernantes?
Pero, en diferentes ocasiones,
y estos tiempos especialmente, hemos podido descubrir otra solidaridad. Una solidaridad
un poco más molesta (curiosamente los recolectores de tapitas suelen repetir la
frase de Teresa de Calcuta, “hay que dar hasta que duela”, pero pareciera que la
misma nunca se refiere a ellos). Una solidaridad política, en la que el
Garrahan y los demás hospitales públicos tengan un presupuesto acorde a las
necesidades de la población. Algunos sectores todas las noches aplauden al
personal de la salud (a los que habría que sumar muchos otros dedicados al
servicio de los demás: las fuerzas de seguridad (las que no reprimen, como hoy
en el frigorífico Penta por la osadía de reclamar no ser despedidos y cobrar
salarios), los transportistas, las y los buenos jueces que atienden las
necesidades de tantas y tantos, los que atienden negocios indispensables, y
farmacias… ¡tantos! Claro que están también los que rechazan en sus edificios a
enfermeras o médicos, los que pareciera que nada siquiera los roza y pretenden
viajar a la Costa con motivo de la Semana Santa, o los que golpean cacerolas
llenas porque les resulta intolerable que de sus impuestos se beneficie al
Garrahan.
Pareciera que la misma palabra
“solidaridad” tiene sentidos demasiado diversos. Casi antagónicos. ¿Cuántas
tapitas podrán juntar en Pinamar en esta Semana Santa los solidarios de la
nada, los bonsáis humanos? Mirando esto, debo reconocer mi conflicto. En otra
ocasión he dicho que estoy de acuerdo con el “voto calificado”. ¡No puede valer
lo mismo el voto del que decide su suerte y su futuro desde el hambre y la
desocupación que el voto del saciado y hasta harto! Sin duda este debería valer
mucho menos que la mitad del anterior. Ahora, escuchamos la logorrea de un
cambiemita cordobés deseando que el coronavirus se instale en La Matanza y mate
4 o 5 millones de negros peronistas. ¿Se refiere a ese coronavirus que trajeron
los que viajaron al exterior? ¿Ese coronavirus que en tantos lugares propagaron
oligarcas o burgueses en fiestas, cruceros y viajes los que no viven, precisamente,
en La Matanza? Viendo estos abominables personajes, obviamente entiendo su solidaridad
de plástico y su desprecio a la solidaridad de carne y hueso. La entiendo y la
detesto. Pero celebro que hoy muchas cosas hayan cambiado y que estos
especímenes traten de violar la cuarentena, pero sin poder dejar de tragarse su
propio veneno.
Foto tomada de https://www.bligraf.com/juntos-con-la-fundacion-garrahan/
Padre. Usted es un faro para mí. Siempre lo leo y nunca comento. Pero hoy, viernes santo, me acordé de estos versos de T. S. Eliot ¿Qué le parecen? Abrazo y gracias por todo.
ResponderBorrarEl cirujano herido hunde el acero
que interroga la parte perturbada;
debajo de su mano ensangrentada
sentimos la piedad fría del médico
resolviendo el enigma del mapa la fiebre.
Nuestra única salud es nuestro mal
si obedecemos la enfermera exangüe
cuyo constante afán no es agradar
sino insistir en nuestra maldición
y en que para curarnos debemos empeorar.
La tierra entera es hoy nuestro hospital
legado del magnate empobrecido
donde si mejoramos nos morimos
del cuidado absoluto y paternal
que no nos abandona ni nos deja escapar.
El frío del pie sube a la rodilla.
la fiebre silva en los hilos mentales;
si quiero calentarme debo helarme
temblando en fríos fuegos purgativos
cuyas llamas son rosas y el humo flor de zarza.
Gotas de sangre son nuestra bebida,
carne roja nuestra única comida;
no obstante preferimos creernos sanos,
hechos de carne y sangre sustanciales;
y no obstante decimos que este es el Viernes santo.