martes, 14 de abril de 2020

Comentario Pascua 2A

Una comunidad que nace de la Pascua


DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA - "A"


Eduardo de la Serna



Lectura de los Hechos de los Apóstoles     2, 42-47

Resumen: Lucas presenta la comunidad ideal de los orígenes como caracterizada por cuatro elementos: la enseñanza, la oración, la eucaristía y poner los bienes en común, y lo repite a fin de encontrar en ellos la continuidad con el camino de Jesús.


El sumario de Hechos presenta por primera vez (cf. 4,32-35) a la comunidad originaria, la comunidad de Jerusalén. A partir del cap. 6 se empieza a referir a los seguidores de Jesús originados en la diáspora, y más adelante se abrirá el grupo a recibir a los paganos. 


En 2,41 Lucas había dicho que ante la predicación de Pedro “los que acogieron su palabra se bautizaron y aquel día se les unieron unas tres mil almas (psyjaì = vidas, personas)”. Son estos, entonces los que “acudían asiduamente”…


Lo primero que se afirma de este grupo es que acudían a:


  • La enseñanza (didajê) de los apóstoles (en 5,28; 13,12; 17,19 se refiere a una enseñanza ya fijada, por lo que puede traducirse también por “doctrina”;
  • La comunión (koinônía); única vez en Hch, muy frecuente en Pablo para aludir a la vida compartida, a la comunión de vida con Dios, o a los bienes compartidos (por ejemplo, en la Colecta);
  • La fracción del pan (klásei tou artou) en Lc 24,35 alude al reconocimiento de Jesús por parte de los peregrinos de Emaús, ciertamente se refiere a la Eucaristía;
  • Las oraciones (proseujais) ya eran algo que se había dicho del grupo germinal (1,14) y es algo frecuente en la comunidad (3,1; 6,4; 12,5).

En todos ellos (psyjê) ocurrió un “gran temor”. El temor reverencial es característico de la religiosidad (5,5.11; 9,31; 19,17; cf. Lc 1,12.65; 2,9; 5,26; 7,16; 8,37), puede incluir el miedo, pero también el “temor de ofender”, el respeto y la reverencia. La referencia a los “signos y prodigios” (térata kaì sêmeia) particularmente desde Dt 34,11 alude al profetismo (como Moisés). La comunidad de los apóstoles, así como Jesús, se caracteriza por su ser profeta en la teología de Lucas-Hechos. El profetismo la caracteriza todo a lo largo de la obra en varios aspectos (cf. 2,19; 4,30; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15,12).


Todo el grupo es calificado de “creyentes” (pisteúontes), ellos vivían unidos y tenían todo en “común” (koinà; es la koinônía de la que había hablado más arriba). Los antiguos griegos hablaban de la amistad como los que tienen todo en común y viven unidos con lo que –podemos decir- Lucas califica la comunidad como de “hermanos” (uso judío) y de “amigos” (uso griego). La referencia a lo que se vende, se pone en común y se reparte según las necesidades será algo que especificará más claramente en caps. 4 y 5: (4,32-35 en el sumario, 4,36-37 en el ejemplo de Bernabé; y en 5,1-11 en el anti-testimonio de Ananías y Safira). 


Como se trata de la comunidad de Jerusalén, acuden diariamente al Templo (lo que se reiterará en 3,1; 5,25…), y con “perseverancia”, como la que hay en la oración (1,14) o en la enseñanza (didajê) de los apóstoles, quienes a su vez se dedican a la oración y la predicación de la palabra (6,4), e “íntimamente” (1,14; 4,24; 5,12; 8,6), pero a su vez “partían el pan” en las casas y compartían el alimento. La alabanza (ainoûntes) es casi exclusivamente lucana en el NT (6x de 8x, Rom 15,11; Ap 19,5) y siempre se dirige a Dios. Y tenían la “gracia” (járin) de “todo el pueblo (laos)”. 


Y a modo conclusivo (como lo que vimos de 2,41) se alude a que se agregan a ellos los que “el Señor” (¿Jesús?) añade para que sean “salvados” (sôzomenous). 


Como puede verse, el relato luego de haber señalado a modo de sumario cuatro características de la comunidad primitiva, las desarrolla un poco para que se comprendan mejor:


La enseñanza de los apóstoles
43 El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. (2:43)
La comunión
44 Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común;
 45 vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. (2:44-45)
La fracción del pan
… partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. (v.46b)
Las oraciones
46 Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu (…) 47 Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo.  (2:46a-47)


Y concluye mostrando –como ya lo había hecho (2,41) y repetirá- que “la comunidad crecía…” (cf. 6,7).



Lectura de la primera carta de san Pedro     1, 3-9

Resumen: el comienzo de la carta de Pedro prepara la totalidad del texto. Con un esquema trinitario, pero centrado en los sufrimientos y la resurrección de Cristo, alienta los destinatarios a animarse en el servicio a los despreciados de la sociedad.



Como otras cartas del Nuevo Testamento, la primera carta de Pedro comienza con un himno (“bendito sea Dios”) en lugar de una acción de gracias, como es habitual (cf. 2 Cor y Ef). De todos modos, ambos modos de introducción sirven para presentar los temas principales de la carta.


La carta de Pedro es motivo de interesantes debates entre los estudiosos, pero veamos brevemente algunos elementos a tener en cuenta: el himno comienza bendiciendo a Dios (Padre) por sus dones (vv.3-5), pero abandona la bendición para seguir considerando y destacando la alegría en medio de los sufrimientos como los de Cristo (vv.6-9) y concluye destacando a los destinatarios como receptores de la buena noticia dada por el Espíritu (vv.10-12). El honor que reciben viene dado por la participación en la familia de los renacidos. A pesar de la semejanza con el contexto bautismal, el texto es propio de los cantos de transmisión oral. El bautismo es el trasfondo con el que el cristiano debe mostrarse en la sociedad en la que vive (1,14-2,3; 2,9-10.11-12; 3,13-4,6). La tradición (también judía) de la alegría en medio del sufrimiento (1,6; 4,12-13; cf. 3,14; 4,14) la seguridad de la protección divina y la presencia del espíritu no exime a los creyentes de la realidad del sufrimiento (4,12; 5,9), la inminencia del juicio (4,17) y la perspectiva de la salvación y gloria (1,8-9; 4,14.16; 5,10). Los versículos vv.10-12 contienen para muchos la unidad clave para comprender 1 Pedro (aunque los vv.11-12 están omitidos en el texto) porque introducen los sufrimientos y gloria de Jesús como clave de interpretación de la vida del cristiano. La carta en su totalidad intenta dar aliento y coraje a sus destinatarios que son “extranjeros” (despreciados, rechazados) en el medio ambiente y por lo tanto presentar como una buena noticia la actual situación a semejanza de Cristo preparando también la gloria futura.


La regeneración, que es lo que motiva la bendición, se determina por la esperanza viva (v.3), la herencia incorruptible (v.4a) y la salvación que se revelará (v.4b). Estas características marcarán definitivamente un modo totalmente nuevo de vida que debe caracterizar al cristiano, aun en medio de las dificultades y por el que tiene sentido dedicarse al servicio de los extranjeros revelándoles una nueva vida, una nueva “casa”.




+ Evangelio según san Juan    20, 19-31



Resumen: en dos escenas Jesús se aparece a su comunidad otorgando los dones plenos esperados para el final de los tiempos. Por otra parte, se resalta la identidad entre el resucitado con el crucificado en los signos visibles de la cruz, pero -como el discípulo amado- el Evangelio se dirige a quienes creerán sin ver y así alcanzarán la vida plena de Dios.


El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde ella se encuentra con Jesús a quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato), sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento -nuevo en la segunda- que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera visita.


Empecemos señalando que la presencia de Jesús con las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar aludir a que Jesús no ha vuelto a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir que la paz ya está entre ellos –a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz con ustedes”- ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”, continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a los discípulos sino a los lectores del Evangelio.


La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que engendra los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz –los creyentes representados en la madre y el discípulo amado- se ha dado el espíritu (19,30), como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu –ver los dichos del Paráclito (ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida)- no se derrama sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos (20,22; ver 15,26-27).


Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (hebreo “sheliah”) es una institución característica para la cual la persona tiene “la misma autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras como queda claro todo a lo largo del Evangelio. “Enviado” en griego se dice con dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y –en coherencia con los textos mencionados- es un envío “al mundo”.


A continuación les da la capacidad de hacer llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt 16,19; 18,18).


La escena queda abruptamente interrumpida –no hay despedida ni partida- con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente se confirma que la alusión a "los que creen sin ver" no se refiere a ellos) pero Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él quiere tocar.


Ocho días más tarde la escena inicial vuelve a repetirse, como dijimos, pero ahora Jesús se dirige directamente a Tomás invitándolo a hacer lo que había solicitado e invitándolo a no ser increyente sino creyente. La escena concluye con la magnífica confesión de fe de Tomás, “Señor mío y Dios mío”.


Pero veamos algunos elementos fundamentales para entender más plenamente esta unidad: como se ha dicho, la paz y la alegría no son un simple saludo. La paz ya había sido anunciada por Jesús para su vuelta (14,27-28; 16,33; ver Is 52,7, 60,17, 66,12); y también la alegría (14,19; 16,21-22; ver Is 51,3 11, Sal 35,9). El “soplo” podría aludir al relato de la (nueva) creación (Gen 2,7; Sab 15,11) pero parece también coherente con la imagen de la resurrección en alusión a Ez 37 en el relato de los “huesos secos”; la humanidad resucita por el poder creador de Jesús resucitado. La referencia a perdonar y retener se mueve entre dos extremos, y tiene la apariencia de lo que se llama un “merismo”, es decir una figura retórica que quiere señalar la totalidad moviéndose entre los dos extremos. En este caso parece simbolizar el control total del acceso a la casa (ver Is 22,22 con términos similares, que también inspira –como dijimos- a Mt 16,19 y 18,18). Puesto que la escena refiere a “los discípulos” sin especificar, parece que debe entenderse que es toda la comunidad creyente la que recibe este “ministerio”.


Los discípulos ya habían escuchado palabras semejantes de María Magdalena que “había visto al Señor”, pero el texto no dice nada sobre las consecuencias de esto (lo que podría estar incluido si creemos que Juan ha desarmado el texto –como hemos dicho la semana pasada- y puesto la reacción de los discípulos al comienzo de la unidad). Las mismas palabras dicen ahora los discípulos a Tomás: “hemos visto al Señor”.


La respuesta de Tomás a los discípulos marca un segundo estadio en su itinerario de fe –luego de la ausencia- Está dispuesto a dejar su incredulidad si es que el resucitado se ajusta a sus criterios, pero «si no» (ean me) cumple sus condiciones, permanecerá en la incredulidad, «no creeré» (ou me pisteuso). Tomás exige “tocar” a Jesús así como María quería aferrarse a su cuerpo (20,17); Tomas –ahora, al menos, está presente- exige experimentar el cuerpo resucitado del crucificado. Pero el sentido fuerte de “tocar” y “meter” parece destacar, además, la continuidad entre el mundo pasado y presente de Jesús (algo que el paso a través de las puertas refuta, como dijimos). Para creer, Jesús debe aceptar sus exigencias.  Al aparecerse Jesús manifiesta aceptar las condiciones de Tomás, pero a su vez también pretende: “y no seas incrédulo, sino creyente…” (no hace falta destacar la reiteración e importancia del verbo “creer”). Nada indica que Tomás tocara, ahora es él el que acepta la condición de Jesús y manifiesta su fe. Lo que había ido mostrándose en el Evangelio sobre “la palabra” en 1,1-2, el uso por parte de Jesús del absoluto “yo soy” (ver 4,26, 8,24.28.58; 13,19; cf. 18,5.8), y su afirmación «yo y el Padre somos uno» (10,30 y también 10,38) llegan a su “climax” en esta confesión de fe: “Señor mío, Dios mío”. Se ha destacado que el emperador Domiciano (81-96 d.C.) quería ser venerado como Dominus et Deus noster ("Señor y Dios nuestro", Suetonio, Domiciano 13). El ambiente del “culto al emperador” era muy importante en el imperio romano, y quizás sea el trasfondo del dicho, pero no hace honor al texto entenderlo solamente como una confrontación; el dicho debe entenderse especialmente en el contexto del mismo Evangelio y su texto (cf. Sal 35,23; Am 5,16).


La confesión finaliza con un dicho de Jesús, “Dichosos los que no han visto y han creído” abriendo así el relato a los lectores del Evangelio, a un nuevo tiempo histórico (17,20; cf. 1 Pe 1,8). Pero no es justo, tampoco, descuidar –en una misma proyección a los discípulos y al tiempo de los lectores del Evangelio- que antes, se ha destacado que el discípulo amado creyó sin ver (20,8). Eso es lo que están invitados a confesar los destinatarios del cuarto evangelio, y ese ejemplo están (estamos) invitados a seguir.


En los vv.30-31 se presenta la conclusión de todo el Evangelio, el “para qué” fue escrito: “para que crean” y creyendo “tengan vida” (divina). “Juan” ha hecho una selección de signos en esta obra con esta finalidad, “que crean”. No se debe descuidar que este creer aquí se señala explícitamente: “que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios”, algo que en el Evangelio es confesado por Marta (11,27). Siendo idénticas palabras a las de Pedro en la llamada “confesión de fe de Pedro” (Mt 16,16), seguramente debería referirse a Marta con idéntica idea, “confesión de fe de Marta”; por eso a ella Jesús le aclara “el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees?” (11,26; notar en ambos casos –de Marta y de la conclusión del Evangelio- la centralidad de “creer”). Siendo esta la máxima confesión de fe del Evangelio, no se debería dejar a Marta en un segundo lugar al leerlo [la lectura machista habitualmente habla de la "confesión de fe de Pedro" y silencia la "confesión de fe de Marta" aunque sean prácticamente idénticas]. Pero –en este caso concreto de la liturgia de la fecha- siendo esta la conclusión de todo el Evangelio, la unidad merecería un desarrollo mucho más extenso. Simplemente reiteremos aquí la estrecha relación entre fe y vida (divina), eso es lo que el autor del Evangelio pretende. Esos son los “creyentes” –y discípulos amados- y esa es la comunicación de la vida “resucitada” para “todo el que cree”.



dibujo tomado de 
pauinterior.wordpress.com


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