Qué queda para los “de-a-pie”
Eduardo de la Serna
En una sociedad se supone que lo que cuenta es la convivencia.
Porque de sociedad se trata, se vive-con otros, otras, otres… Y esa tal
convivencia puede ser armoniosa o violenta, igual o desigual, justa o injusta.
Es ahí donde alguien (o álguienes) debe establecer criterios, sancionar o
actuar de modo tal que se con-viva y no se con-muera.
Las sociedades modernas han encontrado en la democracia el mejor (o
el menos peor) de los modos de organizarse. Es cierto que democracias hay
muchas (monárquicas constitucionales, presidencialistas, etc.) pero hay una
serie de elementos comunes que las constituyen: la división de poderes es una
de ellas.
En cualquier convivencia, dejar que “la cosa se organice sola” (o “la
mano invisible”) solo avala que los poderosos impongan su fuerza sobre los
débiles. Las sociedades “verticales”, como las monarquías, imperios, y demás
son expresión de esto, las sociedades esclavistas eran vistas como “natural”
por los grandes pensadores (Aristóteles, por ejemplo, para quien el esclavo es “una
herramienta que habla”). Incluso, esas sociedades, se dan instrumentos para
consolidar el poder, como, por ejemplo, las sanciones a esclavos fugitivos, los
impuestos a las naciones sojuzgadas, etc. La democracia, en cambio, pretende
una sociedad donde pueda con-vivirse con una cierta humanidad. Por cierto, los
que tienen poder (económico, armado, comunicacional) pretenden aumentar más y
más ese poder, lo que significa la posibilidad latente de la injusticia o la
opresión. Las democracias sanas (y no dominadas por dichos poderes) deben darse,
en los tres poderes, los modos de evitar eso a fin de que la convivencia sea
tal: con-vivir.
Cuando eso no ha ocurrido, la resistencia no es fácil. Y, como lo
han estudiado notables trabajos sobre el tema, las hay de diversos modos: desde
la traición hasta la rebelión pasando por innumerables instancias intermedias:
chistes y grafitis, canciones, por ejemplo (es notable como en tiempos de hiper-conectividad, todo esto también lo
utilizan los poderosos en su propio provecho). Valga un ejemplo: cuando la
situación de opresión por la fuerza, incluso por las armas, es agobiante, en
algunas ocasiones han surgido las guerrillas. Sería insensato un planteo bélico
“de igual a igual” ante tanta desigualdad, entonces los ataques se dan
sorpresivamente, inesperadamente, vehementemente (entre paréntesis, es
imprescindible distinguir “guerrillas” de “terrorismo”, identificación que con
cierta eficacia logró la Dictadura cívico-militar argentina y es, claramente,
falaz). Aunque no se llamaran de ese modo, guerrillas eran las de los Macabeos
contra el imperio de Antíoco IV en Israel (desde el año 165 a.C.), guerrillas
eran las de Miguel de Güemes (+1921) contra el ejército español en la
independencia argentina, y guerrillas hubo en varias circunstancias de nuestra
historia cercana, más o menos justas, más o menos eficaces. En ese caso, la
resistencia pretende debilitar, o eventualmente aniquilar un enemigo que es más
poderoso, aprovechando el desconcierto y una cierta invisibilización como
fuerzas propias. Lo menciono simplemente como un instrumento que en un momento
histórico algunas sociedades, o parte de ellas, se han dado ante un ejercicio
injusto del poder; de ninguna manera estoy señalando una solución posible en el
presente. Al menos el nuestro.
Ahora bien, en la división de poderes, precisamente lo que se
pretende es que ningunos sea más poderoso que los demás, sino que se controlen y
fiscalicen mutuamente, y, si hubiera coexistencia (y justicia) que se den
mutuamente los medios para que la sociedad sea toda ella más justa, más
solidaria, más humana. Y dejo de lado el tema de lo que se ha llamado el “cuarto
poder” que, si informara con verdad, serviría también como control de los
restantes, pero cuando tiene una marcada intencionalidad, ¡y la tiene!, es
peligrosísimo para la convivencia. Y me permito un ejemplo: la información que
nos llega de Venezuela es casi nula. Nada sabemos más que Nicolás Maduro es “malo,
malo”. Y que es una dictadura, y que debe ser derrocado porque… porque sí.
Ahora bien, su vecino, Iván Duque, en Colombia, concita la suma del poder
público, hay decenas y decenas de masacres en calles y pueblos (más de 50
masacres en los primeros 8 meses del corriente año) y nadie habla de que deben
intervenir los organismos internacionales, Michelle Bachelet no la visita, y
nadie reclama que debe ser derrocado, ni la visitan amenazadoramente barcos de
la 4ta Flota (más que para abastecerse o para abusar de niñas colombianas).
¿Será porque las agencias informativas internacionales son todas de una misma
tendencia ideológica? ¡No lo dudo!
¿Y qué ocurre cuando uno de los tres poderes de la República domina
sobre los otros dos? ¡La democracia está en riesgo! Y esto no ocurre solamente
cuando el Poder Ejecutivo actúa autoritariamente (que lo hay) sino, por caso,
también cuando el Poder Judicial lo hace. Cuando la suprema vergüenza se
instaura como una suerte de gobierno independiente, ¿qué queda para la gente
de-a-pie? ¿Hacer “justicia por mano propia”? ¡Pobre sociedad esa! Además de que
esa tal “justicia”, que no lo es, sumiría a la república en el caos y la
anomia, y siempre, ¡siempre!, terminaría triunfando el más fuerte. Al menos
hasta que se dieran las instancias (que no se vislumbran) de un nuevo sistema.
¿Qué puede hacer la sociedad, y pienso en la argentina de hoy, ante el
autoritarismo, desvergüenza e impunidad de una lamentable Corte Suprema que
pretende tener la última y definitiva palabra? Ya el anterior presidente de la misma
decía que ella era el último control (¿quién lo dijo? ¡él! ¿y a él/ellos quién
lo/los controla? ¡Ellos! eso es suma del poder público). Y a semejante sujeto
lo reemplaza un nuevo supremo que no dudó ni un instante en violar la Constitución
aceptando ingresar ilegalmente al órgano de control. Y él/ellos son los que
tienen la última palabra sobre si los demás (no ellos, por cierto) cumplen o no
con la ley. ¿Qué puede hacer la sociedad frente a tanta impunidad? Para empezar,
conocerlos. Señalarlos. Siempre con la no violencia (por conveniencia, pero también
por convicción), pero la sociedad, el pueblo, los pobres no merecen estos
esperpentos. Aunque estén atrincherados en un 5to piso, si la sociedad (y los
otros poderes de la República, al menos los que quieren que con-vivamos y no
con-muramos) no resiste, pues nos tocará envenenarnos con nuestra propia bronca
y esperar la nada. Y de vivir se trata. Y de que otros vivan se trata. Y de que
los pobres vivan… Aunque en el 5to piso los pobres no existan.
Foto del "PALACIO" de Tribunales tomada de wikipedia
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