No me gusta esta ley
Eduardo de la
Serna
Quiero dejar
bien claro antes de empezar: no me gusta esta ley…. Ah, ¡y aquella otra, tampoco!
Aclarado este punto, me surge una contra-pregunta: ¿Y? ¿A quién le importa lo
que me guste a mí o no? Y es razonable. Porque si una ley, la que fuere, es
algo que les gusta a todos, pues ¡no sería ley! Sólo un inepto, un humorista o
uno que se burla de todos puede decir que sacaría una ley para que todos sean
felices…
Como yo vivo
solo, en mi casa no tengo casi leyes. Hago lo que me parece bueno hacer, cuando
me parece bueno hacerlo y si quiero hacerlo. Cuando he compartido con otros, ya
empieza a haber “leyes”: comemos a tal hora, o yo hago las compras, vos
cocinás, etc… Y cuando la convivencia es entre muchos, y ya es imposible que
todas las normas se debatan entre todos y consensuemos todos, pues alguien (o ‘álguienes’)
es (son) elegido/s para que lo haga/n. No me imagino un debate entre todos los
vecinos de un barrio sobre si tal calle debe tener un sentido, el contrario o
ser de doble via.
Por tanto, muchas
veces hay leyes que en lo personal no me gustan. ¿Alguien encuentra placer en
pagar impuestos? Lo dudo. El tema está en que si yo, porque no me gusta, decido
no pagarlos, pues entramos en el terreno del delito. No sólo porque se viola
una ley sino, además, porque perjudico a todos aquellos a los que determinada
ley beneficiaría (¿entendés, Carlitos?).
En lo personal,
no conozco a nadie, por ejemplo, que cuestione los beneficios de la
presencialidad escolar. Especialmente entre los docentes. Los muchos (¡muchos!)
amigos y amigas docentes que tengo han afirmado y recontra afirmado que
trabajaron mucho más con las clases virtuales que con las presenciales:
trabajos entregados en la madrugada, o los domingos, fue lo más “suave” que
comentaban. Los padres también, están mucho más relajados con los hijos en la
escuela que es un lugar “natural”. Insisto, creo que todos (o casi todos,
porque tengo serias dudas que a los niños les guste ir a la escuela… si no, tendrían
que explicarme si ahora ya no se hacen más “la rata”) estamos de acuerdo con la
presencialidad escolar. El tema no es la presencialidad, el tema es la presencia
de un virus.
Si miramos
especialmente quienes son los que hacen campaña, ¡feroz campaña!, por la
presencialidad, resulta evidente que estos son claramente “monocolor” (“amarillo,
lindo color”, se decía). Los sectores ligados a un mismo modo de pensar y
sentir (incluso episcopales o de quienes aspiran a serlo). Digo, porque en mi
barrio (y los de tantos curas amigos) no veo ni escucho quejas. Todos están
molestos, aburridos y hasta enojados, pero tranquilos sabiendo que hay un
estado que hace lo imposible por cuidarlos., Incluso con normas o leyes que no
nos gustan. ¿Quién no quiere poder salir para ver familiares o amigos? ¿Quién
no quiere poder ir a llorar a un velorio o festejar una vida? Pero – y es lo
que veo, escucho y siento en el barrio – “¡siempre que llovió, paró!” Ahora
toca estar bajo techo a esperar que pase. Aunque tengamos que esperar un
cachito más…
En suma, no me
gusta esta ley… ni aquella. Pero menos me gustaría enfermarme, menos todavía
ser derivado a un hospital y que no haya camas, y mucho menos todavía ¡morirme!
No tengo ganas de morirme, mal que le pese a los amarillos. No me gusta esta
ley, mucho menos me gustan los que me quieren manipular para que yo crea que
hago lo que quiero, cuando en realidad hago lo que quieren ellos, es decir, que
me enferme. Su necro-política me molesta mucho más que las leyes molestas.
Foto tomada de https://www.paddelea.com/articulos/2017/01/raquetas-padel-correcto-llamarla-pala-2408/
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