La gravedad del ónfalocentrismo
Eduardo de la
Serna
No parece que
se deba cuestionar que, en muchas ocasiones, el criterio de análisis pase por
uno mismo. Sin dudas es razonable. Muchas cosas suelen parecerme bien o no
según me beneficien o no, me agraden o no, me resulten convincentes o no.
Incluso, pareciera que es algo judeo-cristiano: “amar al prójimo como a uno
mismo”. El amor a mí mismo, se dice, es el modo y modelo del amor que debo
manifestar a los demás. Pero el “a mí mismo” parece lo primero.
Es cierto que,
si el modo y modelo es Jesús, él propone un cambio al dicho anterior,
especialmente cuando su vida (y su muerte) estaban en el horizonte final: “como
yo los he amado”. El amor de Jesús mira “al otro” antes que a sí mismo y por
eso arriesga la vida… y por eso se la quitan.
En ocasiones se
cuestiona (y frecuentemente con sensatez) el amor a los mártires (o la búsqueda
de mártires). Ya lo decía Luis Espinal: “no queremos mártires”, texto escrito
en el mismo contexto en el que él sería asesinado. En ocasiones, la búsqueda de
mártires se parece a la necrofilia que Erich Fromm señalaba con agudeza. Pero
eso no quita que los y las mártires puedan verse como ejemplo de amor extremo.
No se trata – lo hemos dicho con frecuencia – de dar la vida, se trata de
comprometerla, de dar vida. Y en ese compromiso, en ocasiones, hay quienes la
arrebatan. Lo que valoramos no es la muerte (sería reconocer y valorar a los
asesinos) sino la militancia extrema en favor de la vida del asesinado o
asesinada. Es así el amor que Jesús nos propone: hasta el final, un amor
extremo. Señalo esto para destacar que, “en cristiano”, cuando se habla del
amor, se habla del o de la “otra”, “otro”, “otre” antes que de uno mismo.
Mirando el duro
momento que estamos viviendo, lo primero que quiero señalar es que es duro en
el mundo entero (preocuparse porque es duro “para mí” es precisamente lo que
estoy cuestionando). La situación es complicada… complicadísima. Lo extraño, y
es lo que me parece interesante señalar, es que es momento de cuidar-ME (= yo),
y, sin embargo, algunos, con preocupante pereza mental o un odio escalofriante,
no quieren cuidar-SE. Pero, en realidad, es que hay un grupo, un pequeño grupo,
un microscópico grupo que quiere sacar SU propio provecho, alentando que estos otros
no SE cuiden. Claro que – para lograrlo – la campaña dice que SE les coartan
SUS libertades… Entonces, nadie diría que quiere contagiarSE, pero sí que SU
libertad está cercenada (como dice una amigaza: la derecha llama dictadura a
todo menos a la dictadura). La cosa está (y son buenos en eso de la
comunicación, logrando decir exactamente lo contrario de lo que realmente dicen)
en conseguir que cada quien mire su propio ombligo. Desde el ombligo, todo y todos
se descentran. Desde la película El Tambor el ombligo fue mostrado como
altamente erótico, especialmente si es el propio. Mirar MI ombligo, escarbar MI
ombligo, centrarme en MI ombligo es la clave, y sacar la pelusa de MI ombligo.
Y entonces, lo que sale fuera de él es ciertamente peligroso, o al menos incómodo.
La gente está lejos de MI ombligo, y molesta. Las medidas del gobierno no ME
cuidan porque no están atentas a MI ombligo. El grupo microscópico logró que
algunos estén dispuestos a contagiarse y ocasionalmente morir creyendo que SUS
ombligos están siendo afectados.
Es importante
que haya oposición. Es necesario que haya oposición. Pero los kamikazes no lo
son; el ónfalocentrismo (ómfalos, ombligo) hace que pensar un país, amar un país
y amar a todos, todas, todes sea muy difícil... La patria no es la suma de
ombligos, ciertamente. ¡Y pensar que el ombligo es lo que hace que otro, otra,
otre pueda tener vida desde el vientre materno! El problema es cuando lo
cerraron, anudaron, cortaron y pasa a ser el verdadero rostro de un yo. ¡Un
pobre y patético yo!
El hombre de Vitrubio
(L. Da Vinci) tomado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-50095330
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